Javier Diez Canseco
La República
En un mundo que predicaba la sacrosanta y absoluta primacía del mercado y la necesidad de sacar al Estado de toda forma de intervención y control de la economía, los acontecimientos de las últimas semanas equivalen a tirar las Sagradas Escrituras por los suelos. En un violento cambio de rumbo, la prestigiosa "Banca de Inversión" –como Goldman Sachs y Morgan Stanley– ha desaparecido del mapa, convirtiéndose en conglomerados o holdings bancarios, luego de revelarse el carácter irresponsable, especulativo y ruin que tuvieron del manejo de los fondos de millones de esperanzados ahorristas e inversionistas y de Fondos de Pensiones Privadas. Han pasado a manos estatales –¡qué herejía!– el 80% de las dos principales entidades de garantía hipotecaria en EEUU (Fannie Mae y Freddie Mac), así como la más importante empresa de seguros y reaseguros de ese país, AIG (que trabaja con Pacífico Seguros del Perú).
Hoy, el Estado norteamericano –ardiente predicador del libre mercado– es el dueño de estas empresas. Pero, además, Bush ha encargado a su secretario del Tesoro gestionar en el Congreso nada menos que US $700,000 millones de dólares del presupuesto. ¿El objetivo? Comprar los activos de bancos gringos con deuda mala y podrida al valor establecido en sus libros (un valor irreal e inflado), salvarlos así de la quiebra –sin mayores preguntas ni rendición de cuentas (como aquí lo hicieron con el Banco Latino y el Wiese, pero a una escala gigantesca)– pudiendo luego revendérselos al valor de mercado, que es muchísimo menor. Es decir, podría comprarles activos y deudas malas a 100 y luego revendérselas a 10% o a 5% del valor que pagó, con lo cual el Estado norteamericano y los contribuyentes cubren y financian los malos negocios de los más ricos.
Hank Paulson, el secretario del Tesoro, ha sido nada más y nada menos que presidente ejecutivo de Goldman Sachs, el banco de inversión más grande de EEUU, y el que –como lo hacía Dionisio Romero con Fujimori más funcionarios–"prestaba" o introducía en el Estado norteamericano para manejar la economía. Dueño de una fortuna personal de entre US$ 400 y US$ 700 millones, Paulson es uno de los responsables de la crisis que hoy golpea a los EEUU y rebota al mundo entero. En síntesis, tenemos al gato de despensero. Y, claro, no olvidemos que los norteamericanos tienen la maquinita de imprimir dólares, los emiten a su libre albedrío y ya no los respaldan con oro, por lo que el impacto sobre las finanzas mundiales y sobre todos los que tienen sus reservas internacionales en esa moneda es evidente.
De pronto, la tortilla se ha dado vuelta: del neoliberalismo extremo que predica el "Estado mínimo" a la predominancia estatal en el manejo de rubros estratégicos. Todo vale cuando hay que cubrir el manejo irregular, especulativo e insaciable del gran capital que está llevando al mundo a una crisis que no vivía en esa escala desde 1929.
¿Qué haremos ahora sin los indubitables consejos y seguridades de los banqueros de inversión, sobre lo bien que iba todo? ¿Quiénes suplirán las infaltables entrevistas de estos bien pagados "gurús" en El Comercio (manejado hasta hace poco por el tecnócrata fujimorista Fritz Du Bois) o los jugosos publireportajes de Susanita de la Puente?
García, reciente y fanático converso al neoliberalismo extremo y flamante "autor" del celebre Síndrome del Perro del Hortelano, ha de andar ansioso, en búsqueda de una dosis de "ubicaína" para encontrar una brújula ante el segundo desastre económico que puede dejar como legado al país. Hasta el momento, no recobra sus reflejos e insiste en el asesor de Boloña como ministro de Economía en recortar el gasto fiscal en programas sociales, inversiones regionales y locales, golpeando –como de costumbre– a los más pobres, mientras se niega a tocar el consumo privado con una reforma tributaria que haga pagar más a los que ganan más, sin aplicar el impuesto a las sobreganancias mineras, sin restituir los aranceles que redujo en beneficio de los importadores (no de los consumidores), sin trazar un plan de que dé salida a la crisis defendiendo a los que menos tienen.
Una vez más, con la Biblia por los suelos, parece indispensable reafirmarse en la necesidad de un cambio de rumbo que incluye no solo nuevas políticas sino una nueva Constitución que le dé al Estado las herramientas para defender los intereses de los peruanos y peruanas, y dejar de ser una simple herramienta del capital transnacional y sus intereses. Ante un Estado sin brújula en el actual escenario internacional y frente a la necesidad de contener su impacto sobre la situación de la mayoría de los peruanos, la demanda de revocatoria del mandato presidencial y congresal, y la exigencia de una Constituyente resultan fundamentales para trazarle un rumbo al país. Lástima que sectores importantes de las fuerzas de oposición, comprometidas con el cambio, carezcan de la convicción suficiente para asumir este reto. Es hora de repensar estrategias y abrir nuevos horizontes en esta perspectiva.
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