quarta-feira, 10 de dezembro de 2008

Vencer al subdesarrollo


José Blanco
La Jornada

Una añeja tesis de la derecha, en contra de la lucha contra la desigualdad socioeconómica, sostiene que “no tiene sentido distribuir pobreza; hay que distribuir riqueza, pero primero es necesario crearla”. Hasta parece una tesis de sentido común y, quizá por ello, suelen creerla inclusive un segmento significativo de los pobres. Es una tesis inmoralmente en favor de la desigualdad y una tesis económica rotundamente equivocada. En tiempos de crisis la tesis suele subrayarse con más fuerza, porque las economías se empobrecen: el ingreso nacional decrece y la población continúa su inexorable crecimiento.

El capitalismo es un sistema económico nuevo, reciente, en términos históricos. El feudalismo europeo que lo antecedió duró mil años. Los primeros países capitalistas dejaron atrás su atraso histórico, entraron en el camino del desarrollo capitalista y conforme avanzaban iban alcanzando importantes grados de homogeneidad social, si se les compara con lo que ocurría y ocurre socialmente en el resto del planeta.

La palabra clave en esta tesis es “conforme”; el desarrollo iba casi de la mano de la distribución, un desarrollo para todos. Es obvio: la máxima igualdad posible significaba alimentación, salud, educación, con la extrema amplitud posible, y redundaba en una sociedad ampliamente productiva que obligadamente potenciaba el desarrollo.

Conforme se consolidaba un conjunto de países desarrollados, emergía a su vera un gran conjunto de países y zonas subdesarrollados. El atraso de éstos no tenía, en ningún sentido, el mismo significado que el atraso dejado atrás por los primeros países desarrollados. Una relación de dominación se impuso de los primeros hacia los segundos, y una relación de dominación se reprodujo también en el interior de los subdesarrollados. Esto ocurrió en las colonias de conquista, donde las antiguas poblaciones indígenas fueron sometidas a una relación de dominación que perdura, en grados distintos, hasta la fecha. No fue el caso de las colonias de poblamiento.

No podemos seguir aquí los avatares y cambios históricos en los sistemas coloniales. Digamos, sí, que el subdesarrollo no es inexorable. El subdesarrollo no se vence tirando piedritas con resorteras al imperio. Se vence abatiendo la desigualdad socioeconómica interna. Y esta guerra se gana haciendo de cada individuo una persona saludable y altamente instruida. Eso lo hace un ciudadano completo –sin déficit de ciudadanía– y una persona altamente productiva.

Vencer el subdesarrollo no pasa por la vía Robin Hood –quitarle a unos y dárselo a los necesitados–, sino hacer que crecientes recursos fiscales se conviertan en salud y más salud y en educación y en más educación, en línea continua, lustro tras lustro, década tras década.

Esta vez no interrogaremos a Marx. Oigamos a Bill Gates en la Universidad George Washington. Lo dijo el pasado día 3 de diciembre: “Si uno mira la evolución de las bolsas, las actividades empresariales o los déficit presupuestarios, el panorama es negro, pero si miramos nuestras capacidades y oportunidades, nuestra pasión y visión, las perspectivas son brillantes”.

Podemos seguir avanzando hacia un mundo en el que cada niño crezca con buena salud, vaya a buenas escuelas y tenga oportunidades, siempre que confiemos en el futuro y sigamos invirtiendo en él. Hay dos inversiones a largo plazo que generan resultados espectaculares: la que se hace en ciencia y tecnología, y la que se destina a la lucha contra la desigualdad. La investigación científica proporcionará los instrumentos necesarios para resolver los problemas más graves del planeta.

“La lucha contra la desigualdad, por su parte, debe tener como pilar la inversión en educación, especialmente para los estudiantes de minorías y de bajos ingresos, y en ayuda al desarrollo para mejorar la agricultura, prevenir enfermedades y promover el crecimiento económico para los más pobres. Si el gobierno se convierte en un agente dinámico de la reforma educativa, saldremos mejor preparados de la crisis que cuando nos sumergimos en ella.

“La crisis financiera podría obstaculizar las inversiones al desarrollo, pero no reduce la necesidad de ayuda de la gente, sino que la aumenta. La desigualdad es la fuerza más dañina del mundo, no solamente porque deja a personas en la miseria, sino también porque desperdicia potencial humano y socava la oportunidad que tiene la sociedad de resolver sus propios problemas.”

Los grandes problemas y obstáculos para institucionalizar una política de Estado en materia de salud y educación están a la vista: alcanzar una carga fiscal digna de la dimensión de la economía mexicana; remover todos los obstáculos sindicales y políticos, los cacicazgos, la corrupción; hacer de la atención primaria a la salud una garantía constitucional efectiva; hacer constitucionalmente obligatorio el bachillerato y reformar profundamente sus programas; duplicar en el más breve tiempo la cobertura de educación superior; eliminar el paradigma napoleónico de la educación superior y construir sistemas de doctorados tempranos para el siglo XXI, fusionar la educación superior con la generación de ciencia y tecnología, fundir ésta con amplios proyectos de investigación y desarrollo; contar con una política permanente de creación de empleos; involucrar a la sociedad toda en una campaña permanente contra todo tipo de discriminación.

Hacer que toda la sociedad se apropie de este programa mínimo. Es una tarea de los partidos políticos, de la sociedad civil (es decir, la sociedad organizada), de los medios con un mínimo sentido civilizatorio y de las instituciones de educación superior públicas. La derecha ignara y sus medios se excluirían por sí solos. Son prescindibles.

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