Il Manifesto
Mi apartamento en Gaza está frente al mar, una vista panorámica que siempre hace milagros para mi humor, desafiado a menudo por toda la miseria que puede causar una vida en estado de sitio. Es decir, antes de esta mañana cuando el infierno golpeó a mi ventana. Esta mañana despertamos en Gaza con el sonido del estallido de bombas, y muchas cayeron a unos pocos cientos de metros de mi casa. Algunos de mis amigos murieron bajo ellas. Hasta ahora las víctimas mortales llegan a 210, pero la cantidad va a aumentar dramáticamente. Es un baño de sangre sin precedentes. Han arrasado el puerto frente a mi ventana, y pulverizado las comisarías. Me dicen que los medios occidentales han asimilado y repiten los comunicados de prensa emitidos por los militares israelíes, según los cuales los ataques apuntaron sólo a guaridas terroristas de Hamas, con precisión quirúrgica.
En realidad, al visitar el hospital principal de la ciudad, Al Shifa, y al ver la acumulación caótica de cuerpos depositados en su patio, vimos sobre todo a civiles entre los que esperaban ser atendidos, acostados junto a otros que esperaban ser debidamente enterrados. ¿Podéis imaginar Gaza? Cada casa toca a la otra, cada edificio se eleva sobre el otro. Gaza es el sitio con la mayor densidad de población del mundo, lo que significa que si se bombardea desde la altura, inevitablemente se masacra a numerosos civiles. Lo sabes, eres culpable de lo que se te acusa, no es por error, no es un caso de daño colateral.
Al bombardear la estación central de policía en Al Abbas en el centro de la ciudad, la vecina escuela primaria también fue seriamente dañada por la explosión. Ocurrió al terminar el día escolar y los niños ya estaban en la calle. La mayoría de sus ondeantes delantales azul cielo fueron manchados de sangre. Al bombardear la academia policial de Dair Al Balah, se registraron algunos muertos y heridos del mercado cercano, el mercado central de Gaza. Hemos visto los cadáveres de animales y de personas, su sangre mezclada en arroyos que corrían por las calles de asfalto. Una Guernica transfigurada en realidad. Vi a muchos cadáveres uniformados en los diversos hospitales que visité – conocía a muchos de esos muchachos. Los saludaba cada día cuando los encontraba en la calle en camino al puerto, o hacia el café central por la tarde. A algunos los conocía por su nombre. Un nombre, una historia, una familia mutilada. La mayoría eran jóvenes, de dieciocho o veinte años, casi ninguno tenía tendencias políticas, ni con Fatah ni con Hamas, simplemente alistados en la fuerza de policía una vez que terminaron la universidad a fin de tener un trabajo seguro en Gaza, que bajo el criminal sitio de Israel tiene más de un 60% de desempleo entre su población. No me interesa la propaganda y dejo que hablen mis ojos, mis oídos resuenan con el aullido de las sirenas y el estruendo de los explosivos.
No he visto a ningún terrorista entre las víctimas de este día, sólo civiles y policías. Exactamente como nuestros propios agentes de policía locales, los policías palestinos masacrados por los bombardeos israelíes podían ser vistos todos los días del año caminando por la misma plaza de la ciudad, supervisando la misma esquina. Sólo anoche me reí de un par de ellos por la manera como se encapotaban contra el frío, frente a mi casa. Quiero que la verdad redima a algunos de estos muertos. Jamás hicieron un solo disparo contra Israel, ni jamás lo hubieran hecho – la descripción de sus funciones no les decía que lo hicieran. Actuaban como policías municipales, se preocupaban de la seguridad interior.
En todo caso, el puerto queda bastante lejos de la frontera israelí. Tengo una cámara de vídeo, pero hoy descubrí que son un camarógrafo inútil. No puedo forzarme a filmar cuerpos mutilados ni caras bañadas en lágrimas. Simplemente no puedo hacerlo. Comienzo a llorar yo mismo. Los otros voluntarios internacionales de ISM y yo fuimos al hospital Al Shifa a dar sangre. Ahí recibimos un llamado que nos informó que Sara, una querida amiga nuestra, había sido muerta por un trozo de metralla cerca de su casa en el campo de refugiados de Jabalia. Una dulce persona, un alma alegre, había salido a comprar un poco de pan para su familia. Deja tras de sí a 13 hijos.
Hace un momento recibí un llamado de Tofiq, de Chipre. Tofiq es uno de los estudiantes palestinos con la suerte de haber abandonado el interminable campo de prisioneros de Gaza, en uno de nuestros barcos del Free Gaza Movement, para recomenzar en algún otro sitio. Me preguntó si había visitado a su tío y si había ido a saludarlo en su nombre, como había prometido. Con indecisión, le pedí disculpas porque no había llegado a tiempo. Demasiado tarde – estaba enterrado por los escombros del área del puerto junto a muchos otros. Desde Israel recibimos la terrible amenaza de que esto es sólo el primer día de una campaña de bombardeo que podría durar hasta dos semanas. Quieren convertirlo en un desierto y llamarlo paz. El silencio del “mundo civilizado” es más ensordecedor que las explosiones que cubren la ciudad como un manto de muerte y terror.
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