sábado, 27 de dezembro de 2008

La violencia y los movimientos sociales: ¿legitimación, estrategia o mitificación?


Ozecai
Kaos en la red

Qué es violencia y cuando es legítimo su uso es un debate complejo, pero la mitificación de la misma invita a reflexionar también sobre su sentido estratégico, sus fines y sus resultados.

El debate sobre el uso de la violencia en los movimientos sociales alternativos es uno de los más espinosos. Las propias definiciones de lo que ilegal o ilegítimo, de lo que es o no violento, son enormemente conflictivas.

Las teorías y discusiones sobre la violencia revolucionaria y sobre la violencia legítima son muy antiguas, no sólo entre los movimientos de izquierda, sino en la historia general del pensamiento político.

Un ejemplo antiguo de ello podemos encontrarlo incluso en la defensa del poder monárquico absoluto por parte de Thomas Hobbes, quien al legitimar este poder en la existencia de un “pacto social”, abría la puerta a la desobediencia y el uso legítimo de la violencia cuando el rey no respetaba ese pacto, por ejemplo violando el derecho natural.

Uno de los mejores repasos a la historia de la legitimación de la violencia lo encontramos en el discurso de Fidel Castro “La historia me absolverá”. En este texto, Castro, tras el asalto fracasado al cuartel de Moncada, defiende el derecho al uso de la violencia contra un gobierno despótico como la dictadura de Batista, citando ilustres ejemplos de pensadores de todas las tendencias políticas y de todas las épocas. Un alarde de inteligencia, cultura histórica y coherencia que desgraciadamente, a mi humilde entender, no ha mantenido en su larga trayectoria política.

La violencia, como un mal menor, ha sido en definitiva justificada y considerada legítima en multitud de situaciones y contextos históricos. El problema nos asalta cuando el uso de la violencia se extrae de un contexto histórico que pueda de alguna forma legitimarla y cuando, peor aún, se mitifica su uso no ya como un mal menor sino como una muestra de valentía, compromiso o autenticidad revolucionaria.

Que en el contexto de las democracias liberales perduran situaciones en las que -debido a la limitación de libertades fundamentales, falta de canales de participación real o abusos de poder- ciertos tipos de violencia puedan tener alguna justificación es algo más que aceptable. Protesta social, uso de ciertas formas de violencia y conquista de derechos que hoy son universalmente aceptados (otra cosa es que sean respetados) han ido siempre de la mano a lo largo de la historia.

Incluso desde los posicionamientos pacifistas, es obvio que en ciertos momentos históricos la violencia ha sido una estrategia efectiva y legítima del cambio social. Incluso Gandhi, Martin Luther King o Thoreau -teóricos de la desobediencia civil no violenta- matizaban que esta estrategia no era aplicable a todas las situaciones ya que requería al menos ciertas dosis de humanidad por parte del enemigo. Estos ilustres pacifistas verían con buenos ojos la resistencia violenta contra el régimen nazi ante el que no tendría ningún sentido, por ejemplo, una sentada pacífica.

La propia democracia liberal que el poder dominante mitifica actualmente tiene en la toma violenta de la Bastilla uno de los episodios clave de sus orígenes.

Un ejemplo más cercano, tanto geográfica como temporalmente, lo encontramos en el atentado de ETA contra Carrero Blanco, justificado de forma casi unánime por la sociedad aún a pesar del total desprestigio actual de la banda. Sólo aquellos que siguen justificando la violencia brutal del régimen fascista español pueden ver aquel episodio como un ataque terrorista totalmente injustificado.

El problema es cuando no está tan clara la legitimidad de la violencia según el contexto histórico, la forma de violencia y el límite de su uso, algo que sucede especialmente cuando la violencia deja de ser una herramienta indeseable pero necesaria para convertirse en un auténtico mito. Es en esas situaciones en las que se olvidan tanto los problemas morales o filosóficos como las cuestiones puramente estratégicas, las tácticas y los resultados obtenidos mediante su uso.

Desgraciadamente, entre los movimientos sociales alternativos hay muchas personas que caen en esa mitificación de la violencia sin tener en cuenta su rentabilidad estratégica y que incluso abanderan este tipo de protesta como símbolo de radicalidad, autenticidad, valor, espíritu revolucionario, compromiso, etc, frente a los supuestos vendidos, acomodados, burgueses, cobardes, reformistas o, usando un irónico acerbo popular, los flanders (en referencia al personaje de “Los Simpsons”).

Ante la crítica al uso y mitificación de la violencia, la respuesta automática suele ser una larga lista de argumentos manidos sobre la violencia del sistema, la falta de otros canales para hacer efectiva la protesta, la gravedad de los problemas denunciados, etc. Unos argumentos realmente acertados pero que para los que tenemos un compromiso serio y convencido contra el sistema criminal dominante son de sobra conocidos, un tanto simplistas, bastante reiterados y completamente inútiles si lo que se pretende es convencer de la maldad del sistema a quién ya está sobradamente convencido.

Tomando la propia argumentación sobre la maldad del sistema esgrimida por aquellos que justifican la violencia como la única, la mejor o la más verdadera de las formas de lucha, hay dos episodios recientes que invitan a la reflexión.

El primero de ellos se sitúa en el contexto de las protestas de Grecia. Personalmente, el contexto social en el que se encuentra Grecia cabe dentro de mi baremo personal de situaciones en las que ciertas formas de protesta violenta encuentran alguna justificación. En primer lugar la muerte de Alexandros como materialización directa y clara de la violencia del sistema, seguida del comprensible enfado e indignación de la sociedad griega y la amplia participación de la mayoría social del país.

Pero las imágenes de policías griegos disfrazados de “antisistema” y rompiendo escaparates evidencia que, fuera de la comprensible reacción popular del primer momento, el mantenimiento de esta estrategia de lucha sirve más para deslegitimar el movimiento que para hacer evidente la rabia y el amplio descontento social.

El segundo episodio que me parece destacado es el reciente vídeo con cámara oculta de Telecinco tratando de criminalizar al movimiento antifascista. Un documento único ya que evidencia la descarada estrategia de los medios capitalistas para criminalizar a los movimientos sociales, algo de sobra conocido pero de lo que pocas veces hay oportunidad de poner tan claramente de manifiesto.

De estos dos episodios podemos extraer una lección importante, tanto la policía como los medios capitalistas -por citar sólo las figuras del poder protagonistas de estos casos- tienen un claro interés estratégico en mostrar y amplificar el uso de la violencia por parte de los movimientos sociales.

En los dos casos citados son los propios policías o “periodistas” los que se ven obligados a inventar a esos “radicales violentos” que sirvan para la criminalización general de un movimiento, pero a ninguno se nos escapa que no hubiera sido tan difícil encontrar a activistas que satisficieran esta necesidad del poder dominante.

Por ello, aún comprendiendo como he descrito más arriba la dificultad para clasificar que es exactamente la violencia, en que contextos puede estar justificada o que formas concretas de violencia pueden tener o no cierta legitimidad, me asombra y me perturba la dificultad para responder a unas preguntas bastante más simples. ¿Para qué sirve la violencia? ¿Cuáles son sus réditos políticos, sus objetivos, sus resultados reales?

Si tanto interesa al poder, ¿No es necesario reflexionar seriamente sobre su uso? Cada cual es libre y responsable de sus actos y no seré yo quién de lecciones morales ni tácticas a nadie pero, a menos que prime un sentido egocéntrico de orgullo, valentía, identidad o una fuerte mitificación de la violencia, me cuesta comprender el empeño de algunos con los que considero que comparto una gran parte de anhelos, aspiraciones y deseos. Espero no equivocarme.

Um comentário:

Mónica Alejandra Vargas Aguirre disse...

me gustaría enviarte un artículo pero no encontré tu mail...

http://monicavargasaguirre.blogspot.com