Antonio Cortés Terzi
Centro Avance
Chile es un país en el que todavía las culturas políticas y el sistema de partidos no han terminado de acomodarse y reordenarse en virtud de la post transición y de la acumulación de cambios modernizadores. Retrasos que no sólo aluden a las transformaciones socio-estructurales (imperio absoluto de las lógicas de una economía de mercado, mercantilización en todas o casi todas las actividades de efectos sociales, predominio de escalas modernas de consumo, heterogenización de los grupos sociales, debilitamiento de las instancias tradicionales de conducción colectiva, etc.), sino que aluden también a retrasos político-culturales, esto es, a los debates y problemas que la modernidad tiende a situar como ejes centrales de los problemas y conflictos políticos modernos.
Este fenómeno general se manifiesta, por cierto, con más intensidad en algunos sectores que en otros. Uno de los fenómenos más curiosos e interesantes, en este sentido, es la ausencia en Chile de un liberalismo moderno o “progresista” estructurado como fuerza política autónoma.
Por supuesto que nadie podría tomar en serio los intentos de una pequeña elite de RN que quiso postular a ese partido como organización representativa del liberalismo moderno en el país. Ni siquiera los líderes del intento calificaban para esa condición.
Sociológica y culturalmente la sociedad chilena se presta para la existencia de un partido liberal “progresista” o de algún tipo de organización que sirva a los fines de expresión y acción política. Incluso se podría aventurar que una fuerza de esa naturaleza podría no ser sólo más actualizada sino también más orgánica a los requerimientos de reconstitución de lo que se da en llamar el “centro político”. Cuando menos sería un gran contendor para quienes aspiran a llenar o nutrir esos espacios.
Chile, como se decía, ha alcanzado un estadio de modernidad que le permitiría al liberalismo moderno desenvolverse bien en el plano de las ideas y la discursividad, precisamente porque las matrices de sus pensamientos provienen de experiencias y autores que han hecho de la modernidad su gran tema.
Por otra parte, las generaciones más jóvenes y más letradas se han culturizado socialmente y con naturalidad bajo cánones que tienden a acercarlas “espontáneamente” a esa escuela de pensamiento. Por último, hace rato que está presente en Chile un número significativo de intelectuales que adscriben a tal corriente y que, en muchos casos, han alcanzado renombre tanto en el ámbito del pensar como del político.
Gramsci escribía que para construir o reconstruir un partido basta disponer de “capitanes” (intelectuales-políticos), porque con ellos se asegura el cuerpo dirigente capaz de atraer y organizar a los “subalternos” pre-existentemente afines, merced a sus experiencias educativas cotidianas y a las sensibilidades culturales que se incuban a través de esas mismas experiencias.
En teoría gramsciana, en consecuencia, estarían todos los ingredientes para la emergencia de un partido liberal moderno. A lo anterior habría que agregar otros antecedentes gravitantes. En primer lugar, en todos los partidos de la Concertación y, además, en RN se encuentran personeros del liberalismo moderno, sea en calidad de militantes o de colaboradores. En segundo lugar, por diversas vías muchos de sus miembros han tenido participación directa o indirecta en los gobiernos de la Concertación o han desempeñado roles significativos en las definiciones de políticas públicas. Y, en tercer lugar, especialmente a través de vínculos entre Think Tank y/o universidades, los liberales modernos han desarrollado relaciones relativamente permanentes que son una base o una potencial base para devenir en “circuito de poder”.
En las últimas semanas, la prensa ha informado de algunas iniciativas que tienen como protagonistas a instancias y sujetos del sector analizado y que buscan el fortalecimiento de sus nexos y de un funcionamiento más uniforme. ¿Se encaminarán hacia la creación de una fuerza política? Todavía es demasiado prematuro aventurar una respuesta. Pero si eso estuviera en sus mentes, o en la de algunos de ellos, no tendría nada de descabellado: en la eventualidad de un triunfo de Piñera, se abrirían espacios y tiempos racionales para una opción de ese tipo.
Pero, manteniéndose en esa eventualidad, lo que sí se puede conjeturar es que sería el gran momento para el liberalismo moderno, aun cuando no se erigiera en partido. Si Piñera aspira realizar un gobierno audaz y efectivamente de centro-derecha, tendrá dificultades serias con la UDI, con fracciones de su propio partido y con la “derecha profunda”. Un respaldo, no incondicional, pero sí “técnico”, intelectual de un liberalismo moderno más armado, le sería de gran utilidad. Y tanto más sí éste se decide a fungir también como “circuito de poder” y en tal cualidad cumple labores de interlocución entre Piñera y sectores de la Concertación.
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