Socialismo y Democracia
La palabra utopía, en su acepción moderna, vio la luz en noble cuna, si por nobleza entendemos no los atributos nobiliarios de las jerarquías monárquicas sino aquella cualidad del alma que identifica a los seres humanos como honorables, bondadosos, generosos, magnánimos, condiciones todas que sin duda caracterizaron a Tomás Moro, canonizado en el siglo pasado y autor del libro que la inmortalizara. Aunque importada del griego ha representado desde entonces la idea de una comunidad ideal basada en un sistema socio-político perfecto. La palabra distopía en cambio surgió mucho más recientemente generada tan solo por la necesidad, de calificar a aquellas sociedades conformadas contrariamente sobre la base de sistemas represivos o de control en estados desenfadadamente policiales, que ya proféticamente anticiparan Georges Orwell en su novela “1984” y Aldous Huxley en “Un mundo feliz” y que ni siquiera ha alcanzado el dudoso “privilegio” de ser reconocida por el diccionario de la RAE.
Ya Platón en La República trazaba los lineamientos para el gobierno y la organización de una sociedad ideal, pero fue desde luego Moro quién en el siglo XVI avanzó en la descripción de una isla ficticia en la que imaginaba la conformación de una comunidad pacífica en la que los bienes eran de propiedad común, las autoridades elegidas por voto popular, las actividades desarrolladas por sus ciudadanos en jornadas laborales de seis horas lo que les permitía descansar lo necesario y disponer de tiempo suficiente como para dedicarse a otras actividades creativas como la lectura, la música, los juegos. Algo que desde luego no solo difería de las condiciones imperantes en la época sino que sigue manteniendo una significativa diferencia con la situación predominante en las sociedades actuales.
Un poco más tarde en los siglos XVII y XVIII otros intentos de imaginar la creación de comunidades en las que las normas de convivencia beneficiaran al conjunto de los ciudadanos y no a unos pocos privilegiados, partiendo de una organización del trabajo basada en cooperativas de producción y en la conformación de comunidades agrícolas en las que tampoco existiría la propiedad privada como proponía el galés Robert Owen considerado uno de los padres del cooperativismo y que al igual que el francés Charles Fourier con sus falansterios centrados en un cooperativismo integral y autosuficiente, consideraba que una comunidad ejemplar podía generar un cambio social profundo. “En lugar de los vastos centros que absorben las poblaciones, las aldeas, los caseríos, arrojados al azar en el mapa, mal catastrados, mal trazados sus límites, tan incoherentes en su distribución general como en su organización particular, la humanidad debe estar agrupada por comunidades, regulares por el número de sus habitantes, por su orden interior y por las condiciones de equilibrio en relación con otras comunidades, obedeciendo todas a leyes análogas” planteaba Fourier, una situación que desde luego no ha mejorado sino que ha derivado en cada vez más desordenadas urbanizaciones macrocefálicas, inhumanas casi inhabitables y considerablemente distantes de las imaginadas por aquellos precursores del precisamente llamado socialismo utópico, impulsado también posteriormente en Francia, por el Conde Henri de Saint Simon y el filósofo Augusto Comte.
Pero no todas las utopías se han mantenido en el terreno de las ideas, de las propuestas, imposibilitadas de transformarse en opciones concretas de mejoramiento de la calidad de vida de los seres humanos o al menos de algunos pocos. Recordemos que ya en el Renacimiento por citar solo a uno de los genios más completos de la humanidad Leonardo da Vinci, pionero de todas las invenciones que le siguieron, fue el autor de muchas ideas que, en su momento, también resultaban utópicas, y que desde luego no podían concretarse debido al escaso desarrollo tecnológico de la época pero que luego dieron origen a algunos de los inventos más extraordinarios de nuestro tiempo: el helicóptero, aunque menos loable, el carro de combate, el submarino y el automóvil, la calculadora, la concentración de la energía solar, las bombas hidráulicas entre muchos otros que a lo largo de los últimos siglos fueron perfeccionados e incorporados a lo que ha dado en llamarse al progreso humano.
Aunque con menor renombre muchas veces pero con enorme trascendencia otros científicos e inventores comenzaron alentando utopías que siguieron convirtiéndose en las realidades que suelen pasarnos desapercibidas por hallarse ya tan incorporadas a nuestra vida cotidiana. Muchos de ellos surgieron de la necesidad de aliviar los sufrimientos ocasionados por enfermedades que parecían incurables, otros percibiendo la importancia de la transmisión de los conocimientos, la de agilizar las comunicaciones, las condiciones laborales, etc. De modo que podríamos enumerar sin solución de continuidad, una multitud de invenciones y descubrimientos que han contribuido y siguen contribuyendo al desarrollo económico y al bienestar material de los seres humanos o por lo menos como dije anteriormente de parte de ellos. Ninguno de los modernos avances sin embargo hubiera sido posible si sus autores no hubieran contado con la pléyade de investigadores y de científicos que los precedieron y que les posibilitaron acumular fundamentales principios para sus propias creaciones. No cabe la menor duda de que las utopías, el perseguir el arco iris como dice una vieja canción han sido el motor del progreso humano y lo seguirán siendo en la medida en que seamos capaces de recuperar la sensatez orientándolas como debió haber sido siempre hacia el bien común y al disfrute generalizado de sus resultados.
De todas maneras lo que quiero destacar es que existe un territorio llamado de las ciencias naturales que incluyen la física, la química, la geología, la biología, la astronomía y algunas otras en el que casi sin interrupción el saber humano ha ido generando y sumando descubrimientos que han contribuido a mejorar las comunicaciones, el transporte terrestre, naval y aéreo, las construcciones, la infraestructura vial, energética, hidráulica, la medicina, la actividad agrícola, etc. todos ellos aunque fundamentados en aspiraciones que en sus comienzos parecieron utópicas, se fueron logrando a partir de convicciones, trabajo y esfuerzos inexorablemente mancomunados a través del tiempo y del espacio. Mientras que hay otro ámbito conformado por las llamadas ciencias sociales, que son las que se ocupan de aquellos aspectos más específicos del ser humano: antropología, política, demografía, economía, derecho, historia, sicología, sociología y algunas otras afines que no han seguido el mismo derrotero. Es decir que no han logrado incorporar a la sociedad suficientes elementos como para lograr las transformaciones que habrían de permitirle alcanzar las conquistas espirituales, de pacífica convivencia, de solidaridad, de bienestar común y generalizado que en tal sentido imaginaron en esa esfera los utópicos soñadores de todos los tiempos.
Todo esto nos conduce a preguntarnos cuales son las razones por las que existe tan marcada diferencia entre estos dos bien definidos territorios del saber, si en ambos casos la siempre renovada creatividad humana ha dado abundantes frutos. Desde luego no hay que ser demasiado perspicaz para descubrir que solo han logrado, logran (¿y lograrán?) desarrollarse y triunfar aquellos inventos (y utopías) que pueden ser inmediatamente volcados a la producción masiva (y comercializable) de bienes y servicios, mientras que los que tienen por objetivo mejorar la calidad de vida, la espiritualidad, la convivencia pacífica, la construcción de redes solidarias, en suma la fraternidad entre los seres humanos o el “buen vivir” tan sensatamente manifiesto en las filosofías de vida de los pueblos indoamericanos pero que no producen los réditos económicos ansiados por la voracidad del sistema capitalista son obstinadamente ignorados, olvidados o postergados “sine die”.
Por el contrario ante la amenaza de encontrar restricciones a esas ganancias o dificultades en la apropiación y concentración de la riqueza que generan, ante el temor de las reacciones sociales que comienzan a incrementarse, a multiplicarse y a difundirse por todo el orbe, los que siguen creciendo y profundizándose son los estados policiales basados en el control de todos y cada uno de los ciudadanos con métodos cada vez más sofisticados y leyes represivas orientadas a minimizar esos riesgos, es decir lo que ha dado en llamarse las distopías. Caracterizadas estas últimas por la instalación de soluciones militaristas; el programa Echelon leyes como SOPA y la incorporación de la biometría en los aeropuertos o en otros lugares de tránsito o el sistema ADS anti motines o disuasor de manifestaciones son algunas de las más recientes respuestas a los desafíos planteados a la sociedad capitalista neoliberal por lo que Samuel Huntington llamara “exceso de democracia”, y que están siendo actual y especialmente desarrolladas y puestas en práctica por los EE.UU.
Utopías y distopías, dos caras de una misma medalla la de una humanidad que por un lado aspira a la perfección individual y colectiva y que ha generado espíritus solidarios y preocupados por dar respuesta a esas aspiraciones y por el otro el predominio de un egoísmo cerril, que solo busca la satisfacción individual de unos pocos sobre el sacrificio y el sometimiento de los más y que alienta el esfuerzo y la creatividades individuales en su propio y exclusivo beneficio. Dos opciones, dos caminos y seguramente muchas luchas para intentar instalar la cordura en nuestro multifacético y contradictorio planeta. El mundo, la gente, los pueblos tienen la palabra!
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