Otramérica
Frente a la postura de gobiernos y Naciones Unidas que continúan su camino por la senda de la acumulación, las voces críticas como las del sociólogo venezolano Edgardo Lander insisten en que el crecimiento sin fin es una imposibilidad, además de responder al patrón de dominación.
Parque do Flamengo. Cúpula dos Povos. Tienda 22. De fondo suenan las arengas de una campaña contra el poder de las transnacionales. Los gritos colorean cada debate en la Cúpula dos Povos (Cumbre de los Pueblos), el envite alternativo al escaparate que comparten los gobiernos, Naciones Unidas y las transnacionales. Encontramos a Edgardo Lander en cuidadosa actitud de escucha. No nos oye llegar. Es la viva imagen del aprendizaje sempiterno. Vinculado de forma directa con los Foros Sociales Mundiales, Edgardo es la quintaesencia del activista comprometido, el hombre que entiende que otros mundos son posibles y no cesa en su empeño. El sociólogo venezolano comparte con Otramérica la más sutil de todas las batallas que ha emprendido: detener el desarrollo.
Acaba de publicar como coautor el libro de reflexiones Más allá del desarrollo, en el que pones de manifiesto las carencias teóricas existentes a la hora de plantear alternativas al desarrollo y al extractivismo. ¿Cómo contempla las transición al modelo postextractivista sin esa plataforma de partida?
No hay una sola ruta. Desde el punto de vista de la construcción y la imaginación de alternativas es importante ver la complejidad del conjunto. No sirve un patrón reproductivo particular. No existe una definición única del modelo productivo postextractivista, que será la construcción de muchas prácticas y experiencias sociales. Son procesos que tienen que ver con transformaciones culturales, hegemónicas, de prácticas sociales, con articulaciones entre movimientos, con un conjunto variado de factores.
¿Es más aguda la crisis de ideas o crisis de las voluntades?
No es sólo una carencia teórica sino también una carencia de las limitaciones de las relaciones de poder, pues hay muchas cosas que podrían obviamente hacerse. Hay una inmensa cantidad de elementos de los que podríamos prescindir. Por ejemplo, la monstruosa industria militar actual no es indispensable para la vida. Tampoco los millones de toneladas que se gastan en papel por la publicidad y la propaganda.
Los estados muestran cada día signos de agotamiento, mientras la separación con sus pueblos se agranda. ¿Están preparados para posibilitarnos la metamorfosis hacia un patrón postdesarrollista?
No podemos esperar a que un estado nos reoriente hacia otras políticas, pues la propia organización de la estructura estatal está montada sobre unos patrones productivos y sobre una lógica de producción. No son los estados los que pueden reorientar la política, lo que no quiere decir que lo que ocurra en los estados sea de poca importancia. Todo lo contrario. Por eso es vital presionar sobre los estados. Pero uno de los problemas en América Latina es que la gente tiene demasiadas expectativas de que con un cambio de gobierno se genera esa capacidad para cambiar el rumbo.
La Cúpula dos Povos pretende devolver a la Madre Naturaleza sus derechos. En ese caso, Estados como los de Bolivia y Ecuador parten de una posición aventajada en tanto en cuanto sus Constituciones reconocen los derechos de la Tierra. ¿Son la alternativa más viable?
Ni siquiera en los casos de Bolivia y Ecuador se encuentra de forma hegemónica la exigencia de la lógica del ‘Buen Vivir’. Está presente en sus sociedades pero igualmente están presentes otras muchas tendencias, no solamente de la derecha sino también de organizaciones sindicales, que están exigiendo un mejor empleo, la inserción de sectores excluidos, la demanda de justicia y de gasto público en educación y salud. Son medidas que requieren alguna fuente de financiación que, ahora mismo, es el extractivismo.
Los alimentos representan el campo de acción donde las otras alternativas aparecen más definidas. ¿Qué retos plantea la soberanía alimentaria?
Hoy es muy clara la existencia de dos patrones relacionados con los alimentos: el corporativo, llamado también Monsanto [en referencia a la multinacional del mismo nombre], que es la apuesta por los transgénicos, los agrotóxicos y los agroquímicos, las grandes cantidades de energía en la producción, el monocultivo y la producción absolutamente distante del lugar de consumo, lo que implica gran utilización de energía, petróleo fundamentalmente, para llevar los alimentos desde el punto de origen a su lugar de consumo. Es un patrón productivo insostenible y absolutamente irracional. Pero la mayor parte de los alimentos que consumimos hoy, aunque parezca mentira, son producción familiar, campesina, local o regional. Así que hay una inmensa cantidad de gasto energético, de destrucción ambiental y de consumo de agua y de agrotóxicos, de contaminación, que podría evitarse.
En la relación del ser humano con la naturaleza, la visión hegemónica no tardaría en objetar sus respuestas con la elección de la libertad frente a la dependencia.
Una de las cosas que hace la lógica de la modernidad y la confianza en el progreso es la pretensión de desprenderse del reino de la necesidad para llegar al reino de la libertad. Esto significa que la realidad del individuo consiste en liberarse de la llamada naturaleza y de la comunidad. Pero es realmente en ese momento cuando sucede la destrucción total. Hasta hace relativamente poco los alimentos eran muy variados regionalmente, la gente comía diferentes productos en según qué lugares, y dependiendo de las temporadas. Pero ahora ya no dependemos de los ciclos de la naturaleza; los hemos dominado. Esto implica que en el patrón de consumo hemos incorporado enormes cantidades de energía. Es una lógica que pretende dominarlo todo, que hace que la vida sea cada vez menos sostenible. Un proceso de desglobalización, con una producción más local, más regional, más orientada hacia el consumo cercano, es una condición indispensable como política alternativa.
Los gobiernos reunidos bajo el amparo de Naciones Unidas en Río+20 venden empero la economía verde como solución. ¿Qué implica su oferta?
La economía verde es el intento de construir un nuevo patrón de acumulación global que implica muchas cosas, empezando por la relegitimación del capitalismo. Ahora resulta que todas las empresas son verdes y buenas, que todas tienen conciencia corporativa. En la absoluta desproporción que hay entre la economía real y esta hipertrofia del sector financiero; éste no tiene dónde invertir y es entonces cuando se produce la búsqueda de escenarios de inversión. Después, ya veremos a ver qué pasa. Lo de ‘economía verde’ suena muy bonito pero perderemos la batalla vital si no logramos derrotar la idea de que es una salida a la crisis, cuando en realidad no es sino una profundización en la lógica de la mercantilización de la vida que está amenazando el futuro del planeta. Hay que desmontar el mito de la economía verde y demostrar que es una recomposición del patrón de producción y del patrón de dominación. Lo que plantean ahora es no solamente más de lo mismo sino su profundización. La mercantilización de la naturaleza es la continuación del proceso destructivo. Antes tenían precio los árboles, ahora la tiene la capacidad de retención de CO2 que tiene el bosque. La solución que han encontrado está en la naturaleza y en todos sus servicios (el aire, el agua, la diversidad biológica...). Si asignamos un precio a todo eso y lo convertimos en bonos de Bolsa, podremos seguir así por lo menos veinte años más. Lo virtual se cuantifica en una lógica de bonos que se compran y se venden y, gracias al mercado de carbón, los países que más contaminan compran derecho a contaminar. No solamente ocurre en el aire sino en los territorios donde viven pueblos campesinos e indígenas, que son los que están más directamente afectados por esta lógica de privatización de los comunes. El punto de vista liberal defiende la visión de que si no cuidamos las cosas es porque no son de nadie, por lo que hay que dar a cada uno un pedacito para que cada uno cuide su parte. Pero las empresas no funcionan con esa lógica: si son las dueñas sacan hasta la última gota y después se van a otra parte. Está cada vez más claro que este mecanismo no funciona, que aumentan las emanaciones de gas por parte de las empresas involucradas en el mercado de carbón.
Fuiste igualmente testigo de la primera Cumbre de la Tierra, celebrada en este mismo escenario en 1992. Veinte años después, ¿qué ha fallado?
Se cometió el gravísimo error de no haber denunciado el desarrollo sostenible como lo que es: una trampa, una lógica de defender el desarrollo con adjetivaciones. Veinte años después, cada uno de los problemas ambientales que se identificaron están peor, con la sola excepción de la capa de ozono, donde el Protocolo de Montreal y las reducciones de las emisiones de gases carbonados han logrado aminorar el efecto, también porque se encontró la solución tecnológica. El resto de campos ha empeorado: pérdida de biodiversidad, derretimiento de casquetes polares, de glaciales, deforestación, desertificación... Vivimos en un planeta limitado y el crecimiento sin fin es una radical imposibilidad. Hemos utilizado la capacidad de recreación de vida del planeta más allá de su capacidad de reproducción; estamos consumiendo la capacidad de las futuras generaciones y, además, en condiciones de extraordinaria desigualdad.
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