Lluís Bassets
El País
Los doce años de nazismo fueron un martirio para la ciudad y sus habitantes. Era la capital del III Reich, pero Hitler no tenía más que desprecio y rencor contra el símbolo del cosmopolitismo y de la vida urbana moderna y democrática. Había sido una de las grandes capitales del movimiento obrero europeo a principios de siglo, hasta culminar en la efímera revolución espartaquista de 1919 en la que por unos breves días los consejos de trabajadores y soldados tomaron el poder. Pocas ciudades en el mundo tuvieron en los años veinte la vitalidad y el dinamismo cultural, científico e industrial de Berlín. También fue, con la depresión económica, capital de la miseria y del paro, y caldo de cultivo del populismo extremista rampante, que llevaría a sangrientos enfrentamientos entre izquierdistas y nazis. De haber podido elegir, Hitler habría preferido Múnich como capital. Y aunque Berlín fue metrópoli nazi, lo fue a contrapelo: también fue ahí donde más cuajó la resistencia, donde conspiraron los conjurados con Claus von Stauffenberg, el militar aristócrata que intentó asesinar al Führer, y donde fueron sumariamente ejecutados.
El nombre de Berlín se asocia al de la época nazi en múltiples declinaciones de la infamia: empezando por el del Eje, con el que se denomina la alianza entre la Italia mussoliniana, el Japón imperial y la Alemania hitleriana. Desde los ministerios hitlerianos de Mitte, el centro berlinés, se tomaron las decisiones que encendieron el polvorín europeo y condujeron al mundo entero a la mayor confrontación bélica de la historia y a una colosal orgía de sangre y de muerte. Desde Berlín también, en una villa en las orillas de la laguna de Wansee, se tomaron las disposiciones genocidas para exterminar a los judíos de Europa. En los salones de la cancillería hitleriana surgieron los sueños arquitectónicos demenciales destinados a cambiar la ciudad hasta convertirla en Germania, la capital de un imperio que debía durar mil años.
Afortunadamente, de aquel proyecto urbanístico sólo quedaron los esbozos. No alcanzó su vida ni los trece años, la edad de un adolescente, y en lugar de las obras de la megalópolis hitleriana, el Führer legó a los berlineses un cráter poblado de cadáveres y de ruinas, abierto como una herida horrible junto a la Puerta de Brandeburgo y los restos del Reichstag, el Parlamento alemán, incendiado justo a su llegada al poder. La batalla de Berlín, que terminó con Hitler, con el régimen y con la guerra en territorio europeo, dejó el centro de la ciudad en ruinas, la vació de su población y causó varios centenares de miles de muertos civiles y militares y medio millón de prisioneros alemanes. Fue una de las más fieras de la entera guerra mundial y terminó con el Ejército Rojo acampado en sus parques y la entera ciudad y sobre todo sus mujeres a merced de los soldados soviéticos. En el cráter de la batalla de Berlín anidó y permaneció durante cuarenta años más el huevo de la serpiente de otra guerra que amenazó con el espanto de la destrucción nuclear a la humanidad entera, la guerra fría.
También fue en el Berlín dividido en cuatro zonas, una por cada potencia aliada, donde se libró la primera batalla de la sorda confrontación que mantuvieron Estados Unidos y la Unión Soviética, y la última, pues en Berlín se derrumbó el comunismo, 41 años más tarde, a la vez que caía el muro que dividía la ciudad desde 1962. A partir de junio de 1948, durante 10 meses y 23 días, dos millones y medio de berlineses quedaron atrapados en el cerco decretado por las autoridades soviéticas, que cerraron todos los accesos terrestres e impidieron los desplazamientos de las tropas de ocupación aliadas. La jugada fue la respuesta a la introducción del Deutsche Mark, la nueva moneda destinada a convertirse en el motor federador de la Alemania Occidental y en expresión de la fortaleza de su economía. El Kremlin quería obstaculizar la formación del nuevo Estado alemán en el Oeste y que el control de la vieja capital alemana cayera entero en sus manos. No consiguió ni lo uno ni lo otro. El bloqueo aceleró la formación de la República Federal de Alemania, y el puente aéreo organizado por Estados Unidos, que mantuvo a la ciudad abastecida y comunicada durante diez meses, impidió que Berlín cayera como una fruta madura en manos de Stalin.
El puente sobre Berlín fue la mayor operación militar realizada por los aliados una vez terminada la guerra. Participaron 132 aviones norteamericanos y británicos, que realizaban cada uno dos vuelos de ida y dos de vuelta por los tres corredores aéreos establecidos en los acuerdos de ocupación. La opinión pública norteamericana siguió la espectacular operación logística como sólo se siguen las conflagraciones bélicas, en un clima de unidad nacional y de fiebre antisoviética. Estados Unidos confirmó así su compromiso con Europa, después del impacto producido por la instalación de un régimen comunista en Praga unos meses antes, en febrero de 1948.
Berlín, víctima directa del reparto del mundo en zonas de influencia entre Moscú y Washington, protagonizó un segundo episodio trágico el 17 de junio de 1953, cuando los obreros de la construcción que levantaban el bloque 40 de la avenida de Stalin se declararon en huelga y se lanzaron a la calle en manifestación. La protesta se dirigía contra un paquete de medidas económicas que incluía un aumento de los precios, de los impuestos y de la jornada laboral, sin incremento salarial alguno.
la acción de los albañiles berlineses fue como una cerilla que encendió la joven República Democrática Alemana, en el primer levantamiento de masas contra un régimen comunista de la historia, que terminó con la intervención armada de 16 divisiones acorazadas y de 20.000 hombres del Ejército Rojo, y una represión implacable que incluyó un centenar de ejecuciones, millares de detenciones y largas penas de cárcel para un buen número de ciudadanos. Fue un antecedente del levantamiento de Hungría en 1956, de la Primavera de Praga en 1968, de la fundación de Solidaridad en Gdansk en 1980 y de la propia caída del muro en 1989. Bertolt Brecht escribió con tal motivo su poema La solución, que termina con los célebres e irónicos versos en que sugiere que "el Gobierno disuelva al pueblo y elija a otro".
Después del levantamiento obrero y popular de 1953 ya vino la construcción del muro, el episodio infamante con el que el régimen títere de Moscú encerró a su población en un recinto de seguridad, lleno de alarmas y de guardias, para impedir que siguiera la huida masiva hacia el Oeste. La operación, realizada en muy pocas horas en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, convirtió Berlín Occidental en una isla dentro de la República Democrática Alemana, y en una cárcel el entero país bajo dominación comunista. Hasta esta fecha, más de tres millones y medio de personas habían huido del bloque soviético a través de la frontera interalemana, la mayor parte andando o utilizando el transporte público berlinés. Cinco mil más intentaron saltar hasta 1989 aquel muro de 45 kilómetros que iba creciendo en dificultad y en vigilancia, y entre un centenar y dos perdieron la vida en el intento.
Fue otra noche, la del 9 al 10 de noviembre de 1989, cuando culminó y terminó la sincronización trágica entre la historia de Berlín y la del mundo. En unas pocas horas nocturnas terminó la guerra fría con la apertura de los puestos fronterizos al tráfico libre de los ciudadanos del Este hacia el Oeste. Se inició también el camino veloz hacia la unificación alemana, que sólo tardó once meses en llegar, el 3 de octubre de 1990, y el de la recuperación de la capitalidad de la República unificada, que se produjo en 1999 con el traslado del Gobierno y el Parlamento a la vieja ciudad prusiana. Pero ésta ya es otra historia, lejos de la tragedia y de la muerte, aunque nunca del olvido. La capital de la República Federal recuerda en multitud de monumentos y edificios su biografía convulsa, pero lo más destacado es que la herida que cruzó su rostro durante 28 años y el cráter que quedó abierto desde 1945 han sido las zonas donde se ha producido el mayor crecimiento y el mayor cambio en las dos décadas transcurridas desde la clausura de su historia trágica.
El País
Berlín es la capital trágica del siglo XX. Ese muro que cayó la noche del 9 de noviembre de 1989 pone punto final a un periodo catastrófico en el que la capital prusiana y alemana fue menos la protagonista que la víctima. Esa ciudad que creció en una llanura fluvial y lacustre ha sido la capital más cambiante de la historia contemporánea europea. Corte del reino prusiano primero y de la Alemania unida en el primer imperio después, capital democrática de la República de Weimar ya bien entrado el siglo XX, se convirtió con Hitler en urbe imperial y militarizada desde donde se controlaba un imperio totalitario en constante expansión y después en ciudad dividida, símbolo y víctima de la guerra fría hasta 1989, año de su auténtica liberación.
Los doce años de nazismo fueron un martirio para la ciudad y sus habitantes. Era la capital del III Reich, pero Hitler no tenía más que desprecio y rencor contra el símbolo del cosmopolitismo y de la vida urbana moderna y democrática. Había sido una de las grandes capitales del movimiento obrero europeo a principios de siglo, hasta culminar en la efímera revolución espartaquista de 1919 en la que por unos breves días los consejos de trabajadores y soldados tomaron el poder. Pocas ciudades en el mundo tuvieron en los años veinte la vitalidad y el dinamismo cultural, científico e industrial de Berlín. También fue, con la depresión económica, capital de la miseria y del paro, y caldo de cultivo del populismo extremista rampante, que llevaría a sangrientos enfrentamientos entre izquierdistas y nazis. De haber podido elegir, Hitler habría preferido Múnich como capital. Y aunque Berlín fue metrópoli nazi, lo fue a contrapelo: también fue ahí donde más cuajó la resistencia, donde conspiraron los conjurados con Claus von Stauffenberg, el militar aristócrata que intentó asesinar al Führer, y donde fueron sumariamente ejecutados.
El nombre de Berlín se asocia al de la época nazi en múltiples declinaciones de la infamia: empezando por el del Eje, con el que se denomina la alianza entre la Italia mussoliniana, el Japón imperial y la Alemania hitleriana. Desde los ministerios hitlerianos de Mitte, el centro berlinés, se tomaron las decisiones que encendieron el polvorín europeo y condujeron al mundo entero a la mayor confrontación bélica de la historia y a una colosal orgía de sangre y de muerte. Desde Berlín también, en una villa en las orillas de la laguna de Wansee, se tomaron las disposiciones genocidas para exterminar a los judíos de Europa. En los salones de la cancillería hitleriana surgieron los sueños arquitectónicos demenciales destinados a cambiar la ciudad hasta convertirla en Germania, la capital de un imperio que debía durar mil años.
Afortunadamente, de aquel proyecto urbanístico sólo quedaron los esbozos. No alcanzó su vida ni los trece años, la edad de un adolescente, y en lugar de las obras de la megalópolis hitleriana, el Führer legó a los berlineses un cráter poblado de cadáveres y de ruinas, abierto como una herida horrible junto a la Puerta de Brandeburgo y los restos del Reichstag, el Parlamento alemán, incendiado justo a su llegada al poder. La batalla de Berlín, que terminó con Hitler, con el régimen y con la guerra en territorio europeo, dejó el centro de la ciudad en ruinas, la vació de su población y causó varios centenares de miles de muertos civiles y militares y medio millón de prisioneros alemanes. Fue una de las más fieras de la entera guerra mundial y terminó con el Ejército Rojo acampado en sus parques y la entera ciudad y sobre todo sus mujeres a merced de los soldados soviéticos. En el cráter de la batalla de Berlín anidó y permaneció durante cuarenta años más el huevo de la serpiente de otra guerra que amenazó con el espanto de la destrucción nuclear a la humanidad entera, la guerra fría.
También fue en el Berlín dividido en cuatro zonas, una por cada potencia aliada, donde se libró la primera batalla de la sorda confrontación que mantuvieron Estados Unidos y la Unión Soviética, y la última, pues en Berlín se derrumbó el comunismo, 41 años más tarde, a la vez que caía el muro que dividía la ciudad desde 1962. A partir de junio de 1948, durante 10 meses y 23 días, dos millones y medio de berlineses quedaron atrapados en el cerco decretado por las autoridades soviéticas, que cerraron todos los accesos terrestres e impidieron los desplazamientos de las tropas de ocupación aliadas. La jugada fue la respuesta a la introducción del Deutsche Mark, la nueva moneda destinada a convertirse en el motor federador de la Alemania Occidental y en expresión de la fortaleza de su economía. El Kremlin quería obstaculizar la formación del nuevo Estado alemán en el Oeste y que el control de la vieja capital alemana cayera entero en sus manos. No consiguió ni lo uno ni lo otro. El bloqueo aceleró la formación de la República Federal de Alemania, y el puente aéreo organizado por Estados Unidos, que mantuvo a la ciudad abastecida y comunicada durante diez meses, impidió que Berlín cayera como una fruta madura en manos de Stalin.
El puente sobre Berlín fue la mayor operación militar realizada por los aliados una vez terminada la guerra. Participaron 132 aviones norteamericanos y británicos, que realizaban cada uno dos vuelos de ida y dos de vuelta por los tres corredores aéreos establecidos en los acuerdos de ocupación. La opinión pública norteamericana siguió la espectacular operación logística como sólo se siguen las conflagraciones bélicas, en un clima de unidad nacional y de fiebre antisoviética. Estados Unidos confirmó así su compromiso con Europa, después del impacto producido por la instalación de un régimen comunista en Praga unos meses antes, en febrero de 1948.
Berlín, víctima directa del reparto del mundo en zonas de influencia entre Moscú y Washington, protagonizó un segundo episodio trágico el 17 de junio de 1953, cuando los obreros de la construcción que levantaban el bloque 40 de la avenida de Stalin se declararon en huelga y se lanzaron a la calle en manifestación. La protesta se dirigía contra un paquete de medidas económicas que incluía un aumento de los precios, de los impuestos y de la jornada laboral, sin incremento salarial alguno.
la acción de los albañiles berlineses fue como una cerilla que encendió la joven República Democrática Alemana, en el primer levantamiento de masas contra un régimen comunista de la historia, que terminó con la intervención armada de 16 divisiones acorazadas y de 20.000 hombres del Ejército Rojo, y una represión implacable que incluyó un centenar de ejecuciones, millares de detenciones y largas penas de cárcel para un buen número de ciudadanos. Fue un antecedente del levantamiento de Hungría en 1956, de la Primavera de Praga en 1968, de la fundación de Solidaridad en Gdansk en 1980 y de la propia caída del muro en 1989. Bertolt Brecht escribió con tal motivo su poema La solución, que termina con los célebres e irónicos versos en que sugiere que "el Gobierno disuelva al pueblo y elija a otro".
Después del levantamiento obrero y popular de 1953 ya vino la construcción del muro, el episodio infamante con el que el régimen títere de Moscú encerró a su población en un recinto de seguridad, lleno de alarmas y de guardias, para impedir que siguiera la huida masiva hacia el Oeste. La operación, realizada en muy pocas horas en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, convirtió Berlín Occidental en una isla dentro de la República Democrática Alemana, y en una cárcel el entero país bajo dominación comunista. Hasta esta fecha, más de tres millones y medio de personas habían huido del bloque soviético a través de la frontera interalemana, la mayor parte andando o utilizando el transporte público berlinés. Cinco mil más intentaron saltar hasta 1989 aquel muro de 45 kilómetros que iba creciendo en dificultad y en vigilancia, y entre un centenar y dos perdieron la vida en el intento.
Fue otra noche, la del 9 al 10 de noviembre de 1989, cuando culminó y terminó la sincronización trágica entre la historia de Berlín y la del mundo. En unas pocas horas nocturnas terminó la guerra fría con la apertura de los puestos fronterizos al tráfico libre de los ciudadanos del Este hacia el Oeste. Se inició también el camino veloz hacia la unificación alemana, que sólo tardó once meses en llegar, el 3 de octubre de 1990, y el de la recuperación de la capitalidad de la República unificada, que se produjo en 1999 con el traslado del Gobierno y el Parlamento a la vieja ciudad prusiana. Pero ésta ya es otra historia, lejos de la tragedia y de la muerte, aunque nunca del olvido. La capital de la República Federal recuerda en multitud de monumentos y edificios su biografía convulsa, pero lo más destacado es que la herida que cruzó su rostro durante 28 años y el cráter que quedó abierto desde 1945 han sido las zonas donde se ha producido el mayor crecimiento y el mayor cambio en las dos décadas transcurridas desde la clausura de su historia trágica.
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