La Jornada
Todo empezó con un fraude y acabó con una estafa.
Y todo el mundo –no sólo los que lo eligieron– está pagando la cuenta.
Han sido ocho años en los que el mundo ha estado al borde de un ataque de nervios (con cientos de miles sufriendo ataques físicos). Con relojes, calendarios y sitios de Internet diseñados para mantener una cuenta del tiempo hasta por segundos para marcar el fin de la era de George W. Bush, el presidente con la mayor desaprobación popular de la era moderna, y considerado por historiadores y analistas como, tal vez, el peor de todos (y no es una competencia fácil de ganar) está por desalojar la Casa Blanca y regresar a la vida privada en Texas.
Pocos meses después de llegar a la Casa Blanca, justo después del 11 de septiembre de 2001, Bush alcanzó los índices de aprobación más altos con 90 por ciento. Hoy, en la última encuesta de CBS News/New York Times, difundida este fin de semana, Bush gozaba de 22 por ciento de aprobación, el peor nivel jamás registrado (sólo podría consolarse con que Dick Cheney, su vicepresidente, tenía 13 por ciento).
El hombre que declaró una nueva cruzada en nombre de Dios contra los infieles, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, quien proclamó que “o estás con nosotros o estás con el enemigo”, quien rompió la Constitución, la Carta de Naciones Unidas, las Convenciones de Ginebra, quien encabezó el gobierno más clandestino en tiempos recientes, y que se tropezaba con el idioma ofreciendo un diccionario de términos atropellados ahora famosos, se irá hacia su puesta del sol, apostando –como afirmó en su última conferencia de prensa– más o menos algo como que la historia lo absolverá.
Pero por el momento, sólo los llamados neoconservadores, algunos cristianos fundamentalistas, grandes intereses de energía, y los cómicos, han expresado su tristeza al concluir esta presidencia.
La Junta Cheney/Bush
Lo que pocos registran dentro y fuera de este país es que hace ocho años llegó al poder un gobierno radical derechista, en muchos sentidos, fundamentalista, dispuesto a transformar el panorama político, económico, militar y cultural no sólo de este país, sino del mundo. Desde sus primeros discursos hasta su mensaje de despedida al país el jueves, Bush colocó esto en términos simples: todo se trataba de una lucha milenaria entre “el bien y el mal”.
Todo comenzó en noviembre de 2000 con una elección en el país autoproclamado líder de la democracia, de la que hasta la fecha nadie puede comprobar quién ganó. La elección destruyó el mito de “una persona, un voto”, ya que sí se comprobó que no todos los votos se cuentan, y que el fraude a la antigüita, combinado con el cibernético, está sano y vivo. Por la institución anticuada y absurda del Colegio Electoral que sustituye el voto directo para presidente, George W. Bush ganó la elección aunque perdió en el voto popular (por aproximadamente 500 mil sufragios). Para colmo, la elección no fue determinada por la voluntad popular, sino por la Suprema Corte de Justicia.
Con ello, llegó al poder lo que Gore Vidal bautizó como la “junta Cheney-Bush” (puso a Cheney primero, por considerarlo como el poder real en la Casa Blanca). Hace poco más de un año, en entrevista con La Jornada, Vidal explicó lo que ha implicado todo esto para el país: “Hemos perdido la república y nuestras instituciones; hemos sufrido un golpe de Estado y Bush ha derrocado la Constitución”.
Gore agregó que “hasta hemos perdido el único regalo que nos dejó Inglaterra cuando nos abandonó a nuestro individualismo: la Carta Magna y el habeas corpus, todo lo que dio el tono del Siglo de las Luces a Estados Unidos”. Bush, subrayó, “odia a la república” y su gobierno “legalizó todo acto inconstitucional de este presidente inconstitucional y malicioso que cree en la tortura, cree en matar gente, cree en la guerra unilateral contra otros países que no nos han ofendido de ninguna manera y que no nos pueden dañar de ninguna manera”. Concluyó que “de eso se trata un golpe de Estado. Estas (quienes están en el gobierno) son las peores personas en el mundo. Los hombres del petróleo, del gas, los ladrones”.
Vale recordar que como candidato Bush señaló que como texano y gobernador de un estado fronterizo tenía “experiencia” en relaciones exteriores, y al llegar a la presidencia declaró que México sería su prioridad en las relaciones exteriores. Su primera cena de Estado fue con Vicente Fox, su primer viaje al exterior fue al rancho de Fox en Guanajuato, donde los “dos cowboys” hablaron de una nueva relación. Su primer gran iniciativa fue impulsar una reforma migratoria.
El 11-S
Pero pocos meses después, dos aviones secuestrados se estrellaron contra las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, otro contra el Pentágono y un cuarto, dirigido probablemente contra el Capitolio, cayó en Pensilvania, todo cambió (México fue relegado a un segundo plano). Noam Chomsky, en entrevista con La Jornada, advirtió que las primeras víctimas del atentado serían los palestinos y las fuerzas progresistas y de izquierda por todo el mundo.
Los neoconservadores, el agrupamiento político-intelectual que había tomado el poder junto con Bush, se habían preparado para este momento desde más de una década antes, cuando elaboraron una estrategia para garantizar hasta el infinito que Estados Unidos sería el único superpoder en el planeta, y que parte de ello era rehacer el mapa geopolítico, incluido Medio Oriente.
Bush declaró una guerra permanente contra algo llamado el “terrorismo”, y se elaboró todo un esquema sobre el nuevo enemigo que llenara el vació dejado por la desaparición del otro enemigo, el “comunismo”, usado durante décadas para justificar invasiones, intervenciones, operaciones clandestinas, gastos militares y maniobras políticas. Hasta se podían usar los mismos discursos de antes de la caída del Muro de Berlín, sustituyendo sólo la palabra “comunismo” por “terrorismo”.
Contra el terror
Fue el inicio de uno de los engaños más extraordinarios de la historia. Imponiéndose sobre las agencias de inteligencia, sectores del Pentágono, del Departamento de Estado y de otras partes del gobierno permanente estadunidense, el nuevo equipo ordenó que el mundo era como ellos deseaban. Se distorsionó y fabricó inteligencia, se lanzó una campaña de propaganda de proporciones sin precedente con la colusión, aunque con maravillosas pero pocas excepciones, de los medios masivos de comunicación, culminando con una presentación ante la comunidad internacional en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas para justificar la invasión de un país que nada tenía que ver con el 11-S en lo que ahora es la guerra más larga de la historia de Estados Unidos.
Pero la declaración de una “guerra global contra el terror” fue más que sólo lanzar las dos guerras, la otra contra Afganistán, ambas inconclusas al fin del régimen de Bush. Bajo ese rubro, se impuso lo que el historiador Arthur Schlesinger calificó de nueva “presidencia imperial”, que otorga enormes poderes al presidente e incluye ordenar operaciones militares donde quiera, incluso dentro de Estados Unidos.
En la “guerra contra el terror” se rompieron barreras institucionales y hasta legales del gobierno, a tal nivel, que literalmente se anuló por orden presidencial uno de los fundamentos del sistema legal estadunidense, el habeas corpus, concepto creado hace más de 700 años, que protege al individuo del poder del gobierno. A la vez, se legalizó la tortura, incluida la práctica de waterboarding, considerada como tortura y violatoria de la ley internacional por Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Además se le otorgó al presidente el poder de designar a cualquiera, extranjero o estadunidense, como “combatiente ilegal”, y con ello anular todas las garantías y derechos constitucionales básicos (presentación de cargos, acceso a abogados, un proceso judicial en un tribunal y más) y permitía su secuestro, desaparición y detención arbitraria e indefinida, como en el caso de los detenidos en el campo de concentración de Guantánamo.
Aún más, el gobierno de Bush, por orden secreta, ordenó el espionaje sin orden judicial de estadunidenses y sus comunicaciones internacionales, como toda una serie de operaciones clandestinas, incluida una red de cárceles secretas en varias partes del mundo y la práctica de “rendición”: se entregaba a un detenido en el extranjero a otro gobierno para ser interrogado bajo tortura.
El presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, John Conyers, acaba de presentar un amplio informe documentando de lo que califica de “transgresiones a la Constitución”, que incluye casi todos los aspectos del gran logro de Bush de establecer una presidencia suprema con poderes extraordinarios bajo la justificación de medidas necesarias durante “tiempos de guerra”. A la vez, frente a todo crítico, este gobierno también se dedicó, en palabras de Conyers, a “la intimidación e intento de callar a críticos y denunciantes que se atrevieron a contarle a sus conciudadanos lo que se estaba haciendo en su nombre”.
Salvar vidas
Pero en nombre de los estadunidenses, Bush y su equipo lograron, durante más de 7 años, una restructuración radical del gobierno y de la expresión del poder a nivel mundial. Bush dijo la semana pasada, en su mensaje de despedida a la nación, que todo fue para salvar vidas estadunidenses. “Hay debate legítimo sobre muchas de estas decisiones. Pero no puede haber mucho debate sobre los resultados. Estados Unidos ha pasado más de siete años sin otro atentado terrorista en nuestro terreno”.
Sin embargo, el hecho es que meses antes del 11-S, Bush fue alertado, hasta advertido de manera repetida por las agencias de inteligencia, que Osama bin Laden y Al Qaeda preparaban un ataque “con aviones” contra este país, y no hizo nada. “¿Bush salvó vidas? Que le diga eso a las familias de los 4 mil 200 militares que han fallecido en la guerra innecesaria en Irak… la verdad trágica es que estaban participando en una guerra que no deberíamos estar librando y que fue vendida al Congreso, a los medios y al pueblo estadunidense con justificaciones exageradas y hasta falsas”, escribe Richard Clarke, quien fue asesor presidencial antiterrorista de Bill Clinton y al inicio de la presidencia de Bush.
También, agrega, se tiene que incluir a los que casi nunca se cuentan aquí, los casi 100 mil civiles iraquíes (por el cálculo conservador de Irak Body Count) “muertos porque George W. Bush invadió ese país. Eso es 30 veces un 11-S... Las acciones de su gobierno contra el terrorismo, incluido Irak, mataron a muchos más estadunidenses que los salvados por las agencias de inteligencia de Estados Unidos en los últimos ocho años”, concluye Clarke.
Guerra en otros frentes
El gobierno de Bush promovió también una guerra contra el medio ambiente, los derechos de los homosexuales, la salud, la educación y la ciencia. Desde promover versiones bíblicas de la evolución, hasta colocar interpretaciones bíblicas oficiales sobre la creación de fenómenos naturales como el Gran Cañón, y cuestionar la abrumadora evidencia científica sobre el calentamiento global, no hubo rama del gobierno que no fuera infectada por la ideología fundamentalista del gobierno de Bush.
A la vez, se buscó privatizar desde la educación pública hasta las prisiones. Tal vez lo más notable es que se instaló una fuerza de mercenarios y contratistas privados en Irak de las mismas dimensiones que las fuerzas armadas estadunidenses.
Aunque presidió sobre la ampliación del gobierno federal, sobre todo con la creación del gigantesco Departamento de Seguridad Interna, Bush promovió la desregulación de la economía y el debilitamiento de agencias e instancias dedicadas a velar por los derechos laborales, ambientales y civiles.
Con el huracán Katrina, se reveló otra abdicación de las responsabilidades básicas del gobierno en la era Bush. Con la prioridad de la guerra sobre todo lo demás, el inepto e irresponsable manejo de la respuesta al desastre natural que casi destruyó Nueva Orleáns y otras comunidades, dejaron a la vista que la vida de los pobres y la obligación de invertir en la infraestructura para el bien común eran considerados asuntos secundarios. Así, el huracán tal vez no fue el culpable del desastre, sino la respuesta, o falta de ella, del gobierno a todos los niveles.
La crisis
El costo financiero de esa guerra a largo plazo superará los 3 billones de dólares, calcula el economista y premio Nobel Joseph Stiglitz. Junto con el manejo de la economía estadunidense durante los últimos ocho años, Stiglitz calcula que “la cuenta por los excesos de la era Bush –el total de nueva deuda combinado con nuevas obligaciones– llega a 10.35 billones”.
Lo que se proclamaba como un triunfo del mercado libre y el libre mercado –el mantra de los neoliberales desde los tiempos de Reagan– tanto en Estados Unidos como en el mundo, estalló como una bomba en una crisis en la capital del capital mundial, en lo que ahora todos coinciden, que es la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión.
Durante el gobierno de Bush, Wall Street se congratulaba de su auge como prueba de que la fe en la libertad del mercado abría las puertas a un paraíso. Pero aparentemente todo fue una ilusión.
El caso de Madoff es tal vez el mejor símbolo de todo lo ocurrido, cuando esta figura tan respetada en el mundo financiero confiesa que todo fue un juego piramidal y que perdió tal vez 50 mil millones de dólares del dinero de sus clientes. Se cree que fue la estafa financiera más grande de la historia. Pero el hecho es que sólo fue una pequeña representación de un sistema financiero entero.
De hecho, tan grave es esta crisis que podría marcar el fin de Nueva York (y Estados Unidos) como el centro financiero mundial, advierte el influyente Consejo de Relaciones Exteriores.
Pero quizá lo más asombroso es que la crisis obligó a Bush y a su gobierno a confesar que el sistema del libre mercado está al borde del colapso y que sólo podrá sobrevivir con lo que será tal vez la intervención estatal más grande de la historia en la economía. La crisis del neoliberalismo, que primero se expresó en América Latina, llegó finalmente a la capital del capital.
Bush acaba su mandato obligado a promover algo así como una nacionalización parcial del sistema financiero estadunidense. Después de que se privatizaron todas las ganancias a lo largo de estos ochos años (aunque el esquema es mucho más viejo que eso), ahora se están socializando los costos, o como afirman algunos críticos, esto es socialismo al revés, o socialismo para los ricos.
El fin
A eso del mediodía del martes 20 de enero, el presidente Bush se convertió en el ex presidente Bush. Y hasta el fin, él y su equipo insistieron en que tenían razón, y que no se cometió ningún grave error, por lo menos ninguno que estén dispuestos a reconocer. Llegó al poder con la promesa de una reforma migratoria y acabó con redadas masivas, deportaciones récord, un muro fronterizo y criminalizando a los indocumentados.
Llegó con un superávit en el presupuesto y deja un déficit y por lo tanto un deuda que pesará sobre futuras generaciones. Llegó a un país sin guerra y deja dos conflictos que cada día cobran decenas de vidas, y con promesas de promover la paz entre palestinos e israelíes, dio luz verde a una agresión tan bárbara e inhumana de Israel en Gaza que hasta la Organización de Naciones Unidas la ha denunciado, y muchos acusan que esto es “un crimen de lesa humanidad”.
Deja atrás un pueblo que enfrenta despidos masivos, una sociedad que pierde sus hogares y más hambre en las calles. Deja atrás al pueblo más encarcelado en el mundo. Deja atrás un mundo entero al borde de múltiples crisis.
En su mensaje final al pueblo estadunidense afirmó: “cuando los pueblos viven en libertad, no escogen de manera voluntaria a líderes que promueven campañas de terror. Cuando la gente tiene esperanza en el futuro, no cederá sus vida a la violencia y el extremismo. Así, por todo el mundo, Estados Unidos promueve la libertad humana, los derechos humanos y la dignidad humana”.
Agregó que “en el siglo XXI, la seguridad y prosperidad en casa dependerá de la expansión de la libertad en el extranjero. Si Estados Unidos no encabeza la causa de la libertad, nadie la encabezará. Al abordar estos desafíos... Estados Unidos tiene que mantener su claridad moral. Frecuentemente les he hablado del bien y el mal. Esto ha incomodado a algunos. Pero el bien y el mal están presentes en este mundo, y entre los dos no se puede hacer concesiones”.
Desafortunadamente, Bush no tenía frente a sí un espejo al pronunciar estas palabras. E irónicamente será difícil que la historia lo absuelva, ya que su política de hacer todo lo posible para mantener secreto el manejo de su gobierno ha resultado en la desaparición de una extensa colección de documentos y registros de órdenes y comunicaciones sobre una amplia gama de asuntos.
La conciencia
El jueves había indicios de que parte de esta larga noche ha acabado: el designado próximo procurador general de Estados Unidos, Eric Holder, declaró sin equivocación que “el waterboarding es tortura”. Ni Holder ni Obama son izquierdistas. Más bien, un retorno a lo que antes era la “normalidad” parece ser un giro radical ante los hechos del inicio del siglo XXI en Estados Unidos.
Bush dijo que se va con la conciencia tranquila. El cómico Jon Stewart, conductor del noticiero satírico The Daily Show, y una de las figuras más influyentes y críticas de este país, comentó sobre las últimas palabras de Bush que se iba con la conciencia tranquila porque “no tuviste que vender tu alma: vendiste todas las nuestras”.
Adiós para siempre.
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