The Nation
La crisis que está enfrentando el capitalismo es una vívida demostración de la insulsez que subyace en el atractivo de la globalización (alias el consenso de Washington) como un mantra para todo, todas las épocas, todos los países y todos los continentes. El desempleo masivo una vez más castiga al capitalismo mundial avanzado, del mismo modo que lo ha hecho a lo largo de los treinta y cuatro ciclos económicos desde 1854. El plano que ofrecen Eherenreich y Fletcher (postado más abajo) de las condiciones actuales, subrayan las flaquezas de la izquierda en todos los aspectos, con lo que se plantean la vieja pregunta: ¿qué hacer?
Antes de abordar la pregunta, unos puntos de desacuerdo. A pesar de la burla a aquellos de la izquierda quienes, en el pasado, vieron cada bajón como una oportunidad para proclamar que el fin del capitalismo estaba próximo, los autores caen en la misma trampa. Esta vez, nos dicen, el “paciente no se levantará de la camilla”. No estoy de acuerdo. El capitalismo siempre hizo frente a las crisis, que son parte de la lógica mortal de una economía basada en el sistema de mercado con apoyo del Estado. Ya ha fallado muchas veces, pero se ha rehecho, inclusive durante los períodos en que tuvo que enfrentarse a desafíos políticos de envergadura. No se debe subestimar su capacidad de adaptarse y sobrevivir aunque lo haga como siempre a costa de la mayoría explotada.
Hasta que no emerja una alternativa económica y sociopolítica viable, avizorada por una mayoría como tal, no habrá crisis final del capitalismo. Para salvarse a ellos mismos, las élites actuales considerarán aquellas propuestas a la crisis que preservan el status quo. La elección a la que se enfrentan domésticamente es entre establecer un servicio de crédito público y funcionamiento bancario orientado a reactivar el sector productivo, o sostener un desacreditado, desregulado Wall Street/City de Londres cuyas operaciones están basadas en capital ficticio. Los rescates en Nueva York y Londres están diseñados para hacer lo segundo. Globalmente, es más difícil aceptar una pérdida del control atlanticista, pero si la presión continúa creciendo, el bloque del Lejano Oriente puede sugerir un nuevo repertorio de instituciones basadas en el control multilateral y no en el control imperial, liderando el desmantelamiento pero también la renovación.
¿Qué alternativas? Con la entrada después de 1990 del capitalismo en Rusia, China, Vietnam, etc., las redes de comunicación mundiales cacarearon que el capitalista Cenicienta había derrotado a las hermanas feas, comunismo y socialismo. La mutación fue experimentada por una mayoría de los ciudadanos menos privilegiados del mundo como un desplome de todas las perspectivas anticapitalistas.
Un nuevo clima de cambio se desarrolló lentamente: el Caracazo en 1989, Seattle una década después, seguidos por el nacimiento del Foro Social Mundial para contrarrestar la ideología de Davos, seguido por una panoplia de movimientos sociales de masas en América del Sur. El dramático desmoronamiento de la economía argentina condujo a los experimentos de autogestión obrera, ocupación de fábricas y soviets (consejos) de distrito en Buenos Aires para discutir un futuro diferente. En Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay, el desafío de los movimientos sociales al orden neoliberal produjo gobiernos que representaban una nueva forma de democracia social radical que busca combinar las empresas del estado, socializadas, las cooperativas y las individuales y privadas de pequeño tamaño. Estos gobiernos elegidos popularmente rompieron el aislamiento de Cuba y obtuvieron su ayuda en la construcción de infraestructuras sanitarias y educativas que benefician a la mayoría. Si Cuba, por su parte, aprendió la importancia del pluralismo político de sus nuevos aliados, los resultados podrían ser beneficiosos.
Lo que sucede en América Latina es importante para los Estados Unidos. El patio trasero se ha removido. El gran número de población hispánica del interior de Estados Unidos mantiene lazos con su pasado. El efecto ha sido a menudo negativo (por ejemplo, entre los cubanos en Florida, pero ahí también el ambiente está cambiando). Los movimientos sociales en América del Sur desafiaron la desregulación y la privatización más efectivamente que el trabajo organizado lo ha hecho en América del Norte o en Europa Occidental. Si fuera adoptado en los Estados Unidos, este modelo podría formar una presión popular para un servicio sanitario nacionalizado, inversión masiva en educación y reducción del gasto militar, y en contra de los rescates para la industria de la automoción y las aerolíneas arruinadas. Dejémoslas caer, de manera que la infraestructura del transporte público pueda ser construida sobre una base ecológica sensata y un servicio ferroviario más eficiente que sirva a las necesidades de todos. Sin acción de abajo, no habrá cambio de arriba.
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