El País
Los parlamentarios escuchaban con el ánimo encogido en el patio del Congreso los gritos que llegaban contra ellos desde la calle. La barrera de protección policial, con mallas, vallas, tanquetas y agentes a pie, con perros, y a caballo, no podía impedir que les llegaran muestras de desapego rotundas y sin matices. Desde la simplicidad del “ladrones”, al coreo de “ahí está la cueva de Alí Babá”. Por escrito, cientos de manifestantes ondeaban carteles artesanales, rudimentarios: “Que se vayan todos”. Y, otros, un cartel pequeño con un “NO”, solo un “no” en dirección al Congreso de los Diputados. Como si los moradores del Parlamento fueran un todo unívoco y no elegidos hace 10 meses en las urnas entre opciones diferentes.
La primera conclusión que extraen los expertos de lo que ocurrió el martes 25 de septiembre tras el lema Rodear el Congreso es que “la crisis económica ha precipitado un fenómeno que viene de lejos, cual es la crisis de la democracia representativa”, señala Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Barcelona. “Se ha producido una fractura muy profunda entre los ciudadanos y lo que llaman la clase política: ellos y nosotros”. En su análisis interpreta que los ciudadanos ven a la clase política como “una casta corporativa que tiende a autoperpetuarse sin tener en cuenta los intereses generales, solo los suyos propios”.
El juicio que los ciudadanos tienen de los partidos es de una extremada severidad, según señala José Juan Toharia, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. “Que los partidos solo piensan en sus intereses electorales cortoplacistas lo suscribe un 87% de los ciudadanos” y que “están desconectados de la realidad social”, lo dice el 88%, señala Toharia, basándose en estudios demoscópicos de la empresa Metroscopia, el centro que preside.
Ahora, en septiembre de 2012, la protesta se ha incrementado, aunque el descrédito de los políticos no ha hecho más que precipitarse al vacío en el último año y medio para coger la máxima velocidad en 2012. “Hay una sensación de estafa clara porque se está llevando a cabo una política que no figuraba en el programa electoral con el que se ganaron las elecciones”, afirma Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona. A la estafa añade “impotencia” porque “no habrá elecciones generales hasta dentro de tres años largos”, añade el profesor Segura. Ese sentimiento de impotencia puede explicar que los manifestantes acudieran a “rodear” el Congreso, porque no sienten que los parlamentarios les representan, y de ahí su pretensión de provocar “la disolución de las Cortes” y el comienzo de un proceso “constituyente”.
Este momento ha llegado, “por fin”, ironiza José Antonio Pérez Tapias, profesor titular de Filosofía de la Universidad de Granada y exdiputado por el PSOE. “Ya ha habido alguien que ha salido con la temida pancarta de ‘que se vayan todos’. La crisis económica y el creciente drama social que genera están poniendo en evidencia la impotencia de la política, la parálisis de los partidos y la crisis de la representación política”. Le resulta “penoso” que se haya llegado a esta situación. “Aunque uno no esté de acuerdo con lo que dice ese lema literalmente, lo menos es tomárselo en serio como síntoma de malestar hondo, como aviso de rechazo que se irá acrecentando, como grito de rebeldía ante una situación más que indeseable”, recomienda el profesor Pérez Tapias.
Los expertos, politólogos, sociólogos e historiadores, son conscientes de que los ciudadanos no arremeten directamente contra el Gobierno, sino que la rebelión es contra una institución que no es homogénea, como el Parlamento. Sí reconocen como algo extraño que las manifestaciones y marchas no sean hacia La Moncloa, el Ministerio de Hacienda o el de Economía; y que el “enemigo sea el Parlamento”, en cuyo seno hay muchos diputados que rechazan enérgicamente que se les englobe en la llamada “clase política”.
¿El rechazo a los políticos se ha incrementado con la crisis económica? Los expertos no lo dudan. Los ciudadanos perciben “incapacidad en los políticos para afrontar con eficacia la crisis y, además, reprochan que no acuerden, consensúen las reformas”, indica el sociólogo José Juan Toharia. “Se echa de menos el espíritu de la Transición, que está mitificado”, añade Toharia. “Los ciudadanos quieren cambios profundos en el funcionamiento de los partidos para sentirlos más cercanos”.
Este cambio en el funcionamiento de los partidos lo invocan Pere Vilanova, Antoni Segura y Pérez Tapias. Será la única forma de parar la aparición de “populismos” ajenos a la democracia. Por eso, también piden —especialmente Pérez Tapias— que desde el poder no se aliente ese populismo. Así, ven preocupante la carrera por disminuir el número de parlamentarios en las asambleas regionales. Hay síntomas claros de preocupación, pero hay elementos que mitigan la alarma, a la vista de que los españoles acuden a votar en un porcentaje muy elevado. En las últimas elecciones, lo hizo el 71,7%. “De momento no falla el sistema, sino los que lo pilotan; está en crisis la forma de hacer política”, analiza Toharia.
Ese rechazo lo ha vivido directamente el profesor Pérez Tapias, que dejó la política, como diputado del PSOE, para reincorporarse a la vida universitaria el curso pasado. “Muchos amigos y conocidos me felicitaban por haber dejado de estar ‘con esa gente’. Lo decían de buena fe, pero para mí fue muy amargo”, relata. Los expertos reconocen que la crisis económica no ha derivado en una protesta contra el sector financiero, sino que la política ha sido el chivo expiatorio. Pero así es. “En Italia el político más popular es el único que no lo es, Mario Monti”, resalta Vilanova. Junto a la crisis económica, los políticos deben emprender de inmediato sus propios ajustes.
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