Alai
El socialismo comparte con la economía de solidaridad el principio de la propiedad colectiva y social de los medios de producción. Con esta afirmación no pretendemos soslayar ni ocultar diferencias de concepción y de estrategia. Como muchos deben saber, Marx (1974) criticó duramente el “proyecto cooperativista” personificado en la obra del socialista francés Pierre-Joseph Proudhon. El principal punto de las desavenencias que hubo entre Marx y Proudhon, y por extensión, con las corrientes tanto del "socialismo pequeño burgués" como del "socialismo de Estado" de esa época (Rodbertus, John Gray y otros), radicaba en el funcionamiento y aplicación de la ley del valor, a partir de los principios formulados por el economista inglés David Ricardo, especialmente el concerniente a la distribución de los productos del trabajo social. En este dominio, tanto los críticos de Ricardo como las tendencias socialistas de entonces (mediados del s. XIX) constataban una discrepancia flagrante entre el principio teórico y la realidad: si el valor de cambio de un producto equivale al tiempo de trabajo invertido en su producción, ¿por qué el salario no es igual al valor del producto del trabajo? De aquí surgían las medidas prácticas o las estrategias que apartaron aun más a Marx de las otras corrientes socialistas: "Banco del pueblo" (Proudhon), "bonos de trabajo" (Rodbertus), apelación al Estado -al estado prusiano en el caso de Rodbertus- para que garantice el intercambio de mercancías "por su valor", en paralelo con la abolición de la competencia como mecanismo de manifestación de la ley del valor. Por supuesto, este es un breve recuento de una polémica más vasta.
Si bien en la arena de la “batalla por las ideas” Marx se alzó victorioso sobre Proudhon y todas las corrientes socialistas que le antecedieron, el desarrollo histórico se habría cobrado una "revancha" -una ironía de la historia en el decir del historiador polaco Isaac Deutscher (1975)-: no se produjo el inevitable colapso del capitalismo, pero sí el derrumbe de la versión deformada del socialismo, paradójicamente inspirada en el pensamiento de Marx. A consecuencia de ello se produjo el abandono de -y renuncia a- la revolución, en el entendido de la transformación revolucionaria de la sociedad. ¿Acaso ello invalidaba el principio revolucionario? ¿En qué consistía este principio? Es un hecho cierto y objetivo -por ende, verificable- que ese abandono proporcionó el contexto en el que ha venido surgiendo "la recuperación del proyecto cooperativista" Beck (2008) y de la economía solidaria como su expresión teórica más amplia. ¿Triunfó entonces Proudhon sobre Marx?
Las connotaciones históricas actuales de dicho proyecto son completamente diferentes a las del proyecto originario europeo de la primera mitad del s. XIX en Inglaterra, Francia y Alemania. Además, el "proyecto cooperativista" no es la única forma que adopta la economía solidaria hoy en día. ¿Constituye la economía solidaria y su principio de solidaridad, una alternativa universalizable? ¿Puede llegar a constituir una fuerza de oposición al capital, capaz de sustituir el capitalismo a escala global? Mediante estas preguntas, solamente pretendemos llamar la atención sobre la necesidad de alimentar una agenda que aborde la discusión fraterna programática (sobre las conexiones y desencuentros) entre Socialismo y Solidaridad, poniendo la mira en el patrón colonial/global de poder al que se debe poner en cuestión. Creemos que de esto depende también la viabilidad de la solidaridad como principio organizador de la nueva sociedad, no solamente en términos económicos. Por ejemplo, cuando Marx impugnaba por fantasiosa la propuesta del "Banco del Pueblo" o del "crédito gratuito" de Proudhon, lo hacía porque este revelaba tener desconocimiento de los fundamentos sobre los que descansaba el funcionamiento de la "economía burguesa" de aquella época. Los mismos fundamentos de esa economía perviven aun en nuestra época. La tesis subyacente es que el desarrollo de la economía solidaria, sea a nivel local, de región, por país o al interior de cada continente, si quiere insurgir como economía alternativa, no puede prescindir de la crítica -teórica y práctica- del capitalismo.
Una cosa es hablar de la propiedad de los medios de producción a nivel de una unidad económica determinada (p. ej. cooperativas), que es el nivel en que se mueve hasta el momento la economía solidaria, y, otra, referirnos a esa misma propiedad pero a escala de toda la sociedad o de un país. Discrepamos que el proyecto político del "marxismo" (¿cuál de ellos?) haya sido "la nacionalización de la economía", que muchos suelen identificar con la intervención del Estado. Sobre este asunto podemos debatir mucho (hay una larga historia al respecto). Queremos dejar en claro que Marx nunca defendió ni alentó esa tesis. Fue un crítico acérrimo del Estado, de todo Estado o forma estatal, pues lo consideraba como la expresión organizada de los intereses de clase. Con la globalización se ha debilitado seriamente el carácter "nacional" del Estado, especialmente en la periferia. Se ha debilitado también todo lo concerniente a "lo público" y es el capital el que ha pasado a hacerse cargo de manera creciente de las necesidades sociales, a través p. ej. de la mercantilización de los servicios (agua, luz, educación, salud) y las prestaciones sociales (seguro, pensiones de jubilación, AFP). Esto forma parte de un proceso de gran escala en que el capitalismo ha transitado hacia nuevas modalidades de dominación que reposan en "el máximo control de la subjetividad y de la autoridad" (Quijano 2008). Tenemos que poner entonces en su real contexto y dimensión la discusión en torno a "la defensa del papel económico del Estado", diferenciando claramente entre "gobierno nacionalista" y "Estado nacional", toda vez que ha sido el mismo Estado en nuestra región el agente central del proceso de reconcentración y reprivatización de lo que antes era “público”, pero también del trabajo, sus recursos y productos en favor -esta vez- de la burguesía internacional. En el Perú, un proceso con esas características viene ocurriendo por lo menos desde los años 90 -en realidad, desde el desplazamiento del poder del Gral. Velasco- acelerándose con el segundo gobierno de Alan García.
En la economía solidaria confluyen varias corrientes de pensamiento y opinión, así como de la izquierda política. Encontramos personas que provienen de experiencias vinculadas con la iglesia (vertiente de la teología de la liberación), que trabajan en barrios "marginales" y espacios populares; promotores, técnicos y profesionales de ONGs que colaboran con microempresarios, artesanos, cooperativas diversas, con mujeres; grupos de economía solidaria creados en las regiones; experiencias de comercio justo, finanzas solidarias, consumo ético. Además de la plena ebullición de tales experiencias, existe una relación de convivencia y de respeto hacia la opinión del "otro", entre personas que privilegian la relación con el Estado, y quienes manifiestan (manifestamos) discrepancias poniendo la atención en otros procesos, como el énfasis desde lo local, el reforzamiento de las autonomías y los procesos de articulación (económica, social y de poder popular), la creación de nuevas formas de relación social, de cooperación, etc.
Algo debe estar ocurriendo en la sociedad peruana, a pesar de la autocomplacencia con la que el neoliberalismo criollo vanagloria sus "triunfos" económicos, engatusando al "pueblo" con ilusiones de crecimiento y bienestar "para todos". Como escribía Engels en el prefacio de la primera edición alemana (1884) de la Miseria de la Filosofía de Marx: «Si la conciencia moral de las masas declara injusto un hecho económico cualquiera, como en otros tiempos la esclavitud o la prestación personal campesina, esto constituye la prueba de que el hecho en cuestión es algo que ha caducado y de que han surgido otros hechos económicos, en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede mantenerse en pie. Por consiguiente, en la inexactitud económica formal puede ocultarse un contenido realmente económico.»
De esta manera, el surgimiento de la economía solidaria en el Perú y América Latina constituye una prueba contundente de que el "modelo" económico imperante, representado por el neoliberalismo, se está volviendo cada vez más "intolerable"; y que la "conciencia moral de las masas" es un tránsito necesario en el proceso de maduración de una conciencia socialista.
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