segunda-feira, 12 de outubro de 2020

Gobierno Bolsonaro es la expresión de un país que no queremos ver


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia


El pasado fin de semana en un debate con un grupo de amigos y amigas brasileñas, una compañera, abogada y actriz, argumentaba que el gobierno Bolsonaro no representa la identidad de Brasil, su música diversa y maravillosa, su arte popular diseminada en cientos de expresiones regionales y locales, desde la artesanía de Mestre Vitalino hasta los trabajos en cuero que se aprecian en Rio Grande do Sul, la poesía romántica y desenfadada de un Vinicius de Moraes o los versos modernistas de un Carlos Drummond de Andrade o la novela lirica de una Clarice Linspector. Tampoco este gobierno representaría, el candomble, la capoeira, la literatura de cordel o el batuque que retumba permanentemente en barrios y pueblos de este país continente. Este Brasil que es la patria idolatrada, admirada, no es el país de los brutos, de aquellos que tienen repulsión por la inteligencia, de los que atacan a negros, homosexuales y migrantes. Eso no es, de ninguna manera “Nosso Brasil”, concluía mi amiga.

Sin embargo, este otro Brasil cavernario, que se escondía e invisibilizaba detrás del rostro amable, festivo y creativo de la nación que encantaba al mundo con sus músicas, sus bailes, su carnaval y su fútbol-arte, digo este otro Brasil de las alcantarillas y del odio, de la brutalidad y la grosería también es “Nosso Brasil”. Lamentablemente, hay que hacerse cargo de ese otro país casi desconocido después del ciclo social demócrata que se instauró a partir de 1992, luego del impeachment de Fernando Collor de Melo. Ese Brasil que coexistía en estado larvado en los rincones olvidados de este gran territorio, que vivía entre los ruralistas del Pantanal mattogrosense o entre los grupos supremacistas blancos de los Estados del Sur (Rio Grande, Santa Catarina y Paraná), fue creciendo inclusive entre los sectores medios de Rio de Janeiro, ciudad de Tom Jobim, Nara Leão, Baden Powell y del bossa nova, donde surge políticamente Jair Bolsonaro. Y, sobre todo, es la misma ciudad que lo mantuvo durante 30 años en el cargo de Diputado Federal, a través de consecutivas reelecciones.

Los toscos, los prejuiciosos, los predadores también convivían con los brasileños afables y empáticos en este extenso pedazo de tierra; los burdos, los ordinarios, los retrógrados eran actores sociales que seguían realizando su vida lejos de los noticiarios, las revistas y las redes sociales virtuales. Y existieron antes, por supuesto. No es posible entender el Golpe de 1964 sin considerar las manifestaciones de esos sectores retardatarios que en la llamada “Marcha por la familia” imploraban a los militares para lanzarse en la asolada golpista y destituir al gobierno progresista de João Goulart. No hay que olvidar tampoco que Brasil es una nación esclavista, cuya marca y herencia perversa sigue permeando a los sujetos políticos y sociales de la contemporaneidad, como lo describe con tanto oficio y rigurosidad el historiador Sidney Chalhoud en su libro “La fuerza de la esclavitud” (A força da escravidão).

Son los herederos aggiornados de estos mismos sectores que emergieron de las penumbras y los sótanos de la historia para conspirar y deponer el gobierno de Dilma Rousseff e instalar a un vicepresidente traidor y sin cualidades, excepto la de ser un fantoche que proporcionara el ambiente necesario para nutrir a la serpiente que se estaba incubando.

El triunfo de Bolsonaro hace casi 2 años, representó la destrucción del dique civilizatorio inquebrantable que se pensaba – erróneamente - la nación había construido para un futuro promisorio. Con él asomó lo peor de la política brasileña, los acuerdos bajo cuatro paredes, el fisiologismo más abyecto, las milicias haciéndose cargo de la “seguridad ciudadana”, los pastores evangélicos enrumbando su ganado hacia el pentecostalismo de la prosperidad, los ministros militares ignorantes e incompetentes tomando cuenta de casi todos los ministerios, los predadores destruyendo la selva amazónica, el Pantanal, los páramos, el cerrado mineiro y la mata atlántica.


En el último aspecto, la acelerada destrucción de la floresta y los incendios criminales que se vienen produciendo en el Amazonas y ahora en la región del Pantanal, sitúan a Brasil como el principal enemigo del medioambiente a escala global. Este año de 2020 se muestra como el periodo más trágico para los ecosistemas brasileños, para la biodiversidad y para las poblaciones indígenas que habitan en esos territorios. Si el año pasado una extensa parte del país fue cubierta por el humo producido por las quemadas intencionales causadas por los productores de ganado y soja, este año las consecuencias de dichas quemadas serán mucho más graves y con efectos deplorables y catastróficos para el conjunto de la región y del planeta.

Para el ex embajador y ex Ministro de Hacienda Rubens Ricupero, la imagen simpática y positiva que tenía Brasil en el concierto internacional de naciones se ha ido desfigurando hasta transformarse en la actualidad como una triste sombra de lo que fue en el pasado: “Ahora todo está siendo destruido por nada, sin ganar nada a cambio. Es algo gratuito, absurdo y sin sentido”.

Ni esta catástrofe natural ni la tragedia humanitaria causada por el Covid-19 -que ya suma más de 150 mil fallecidos- parece impactar a los electores del ex capitán, que actualmente cuenta con el apoyo del 40% de los votantes. Esta es la verdadera tragedia de Brasil, tener una población que continúa adhiriendo a un gobierno que se ha propuesto destruir las bases de aquello que intentaba transformarse en una comunidad de destino más justa y solidaria, con mayores posibilidades de realización y mejores oportunidades de inclusión por vía de la educación (Escuela para Todos, PROUNI), la salud (SUS), la vivienda (Minha Casa, Minha Vida), el acceso al agua (Cisternas para el Semiárido), el consumo básico (Bolsa familia), etc. En síntesis, en un proyecto que apuntaba hacia la construcción de una Ciudadanía digna y diversa, que profundizara los logros obtenidos con mucho esfuerzo por las sucesivas administraciones del Partido de los Trabajadores. Ahora todo aquello es denigrado como una fórmula del “marxismo internacional” que puso sus garras en el país. ¡Cuánta ignorancia!!

Ciertamente, para quienes nos ubicamos en el campo democrático popular, resulta sumamente decepcionante constatar que existe una parte significativa de la población brasileña que es incapaz de percibir el tamaño de retroceso y estulticia que encierra el actual gobierno, personificado en una figura grotesca, perversa y odiosa como Bolsonaro. Eso implica que no hay que restarse de la autocrítica de como el país llegó a este punto de degradación y simultáneamente, como pensar los caminos imperiosos que es preciso edificar para salir cuanto antes de este atolladero histórico. Hay, por lo tanto, que recuperar el Brasil justo y empático, este territorio donde también habita “la Alma Grande y Generosa” que quieren destruir los profetas de la muerte. Esa es una tremenda tarea que hay que emprender ahora mismo, antes que el país del prejuicio, la ignorancia y la odiosidad acabe con todos/as sus habitantes y con todas las formas de vida. Entiendo ahora aquello que mi amiga deseaba expresar y es que Brasil es mucho más que esa estupidez y agresividad que se aprecia en el día a día de la acción gubernamental, sus habitantes son mucho más magnánimos y cálidos de toda esa bazofia que aparece en los discursos oficiales y en las declaraciones aberrantes del inquilino transitorio del Palacio do Planalto.

Mientras tanto, como emulando al general franquista José Millán-Astray, quien le gritó a Miguel de Unamuno la frase innoble de ¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!, el ex capitán parece desear lo mismo para Brasil, destruyendo cualquier atisbo de inteligencia nacional y condenando el país al atraso y la servidumbre, para erigir malignamente el imperio de la devastación absoluta, el reino de Tánatos, el gobierno de la necropolítica.

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