El País
Oscar Ribeiro de Almeida de Niemeyer Soares (Río de Janeiro, 1907), Oscar Niemeyer, el último superviviente de los grandes maestros de la arquitectura del Siglo XX, el poeta de la curva, el pensador polifacético que encantó al mundo con la sinuosidad y la belleza estética de su prolífica obra, ha fallecido a los 104 años en Río de Janeiro. Tras haberle ganado una sucesión de pulsos a la muerte, ilusionado con celebrar su 105 cumpleaños el próximo 15 de diciembre rodeado por su esposa, Vera Lúcia, sus nietos, biznietos y tataranietos, Niemeyer no ha resistido el último embate de la enfermedad y la vejez. Deja atrás una interminable lista de premios y reconocimientos, entre los que constan el Pritzker de Arquitectura (1987), el Príncipe de Asturias de las Artes (1989) o la Royal Gold Medal del Royal Institute of British Architects (1998).
La salud del genio brasileño se vio especialmente deteriorada durante este año, con permanentes recaidas que lo obligaron a permanecer ingresado en el hospital Samaritano de Río de Janeiro en tres ocasiones. La primera fue en mayo, cuando tuvo que ser hospitalizado durante tres semanas por un cuadro severo de neumonía y deshidratación. En octubre volvió a ingresar en la misma clínica aquejado por un nuevo episodio de deshidratación. Tras recibir tratamiento durante algo más de dos semanas, obtuvo el alta el pasado 27 de octubre. No pasó ni una semana hasta que tuvo que regresar al centro médico, de nuevo deshidratado. Desde el dos de noviembre Niemeyer se alimentaba a través de una sonda gástrica, respiraba sin ayuda de aparatos y, según los boletines firmados por el doctor Fernando Gjorup, se mantenía lúcido. Fue una repentina disfunción renal, agravada por una hemorragia digestiva y una posterior infección respiratoria, el detonante del desenlace fatal. Niemeyer pasó sus últimas horas de vida asistido por un respirador y sedado.
El laureado arquitecto tuvo que encajar el pasado junio la muerte de su única hija, Anna María, víctima de un enfisema pulmonar a los 82 años. La conocida galerista carioca dejó en herencia a sus cuatro hijos un importante acervo de dibujos, diseños y objetos personales del autor de obras maestras como los palacios gubernamentales de Brasilia o la sede de la editorial Mondadori en Milán. Buena parte de esta colección salió recientemente a subasta por voluntad de los nietos de Niemeyer.
Durante los últimos meses los principales medios brasileños han informado pormenorizadamente del agravamiento de la salud del que fuera el arquitecto más premiado de la historia de Brasil y figura indispensable de la cultura de este país. Alguna cabecera llegó a avanzar erroneamente su muerte dando pábulo a oleadas de comentarios en las redes sociales que siempre acababan siendo desmentidos.
Niemeyer, el hombre centenario que nunca claudicó, el comunista irredento, mantuvo su actividad hasta los últimos días. En su maravilloso estudio ubicado desde hace más de 50 años en la útima planta del edificio Ypiranga, en la avenida Atlántica, bañada por la legendaria playa de Copacabana, el arquitecto solía recibir semanalmente a grupos de amigos para debatir sobre las más variadas disciplinas. Allí seguía supervisando y firmando proyectos junto a su fiel equipo de colaboradores; allí despachaba la correspondencia que le llegaba desde medio mundo, como el paquete remitido por Fidel Castro hace cinco años desde La Habana que, en un guiño cómplice y socarrón, contenía los guantes de un famoso campeon cubano de boxeo.
Niemeyer se casó por segunda vez a los 98 años y hasta su última hospitalización no renunció a sus pequeños placeres diarios, como la copa de vino del almuerzo. Su salud parecía a prueba de obuses hasta que hace un par de años su médico le obligó a abandonar los cigarrillos que tanto echó de menos hasta el último segundo. “No tengo cien, tengo 60 años. Si hoy hago todo lo que hacía con 60 años, entonces tengo 60 años”, respondió con sorna en julio de 2007, cuando le preguntamos por la sensación de llegar al siglo de vida. Y a ello añadió, con la sencillez de los grandes de verdad: “La vida es demasiado corta, es un minuto. Un minuto que pasa deprisa”.
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