La Vanguardia
Ya tiene una entrada en Wikipedia: "Se conoce por 'primavera valenciana' a una serie de protestas propulsadas en Valencia por el movimiento estudiantil contra los recortes y la devaluación de la enseñanza pública, en los primeros días, y contra la fuerte represión policial que sufrieron los manifestantes en las siguientes jornadas".
Yo estudié secundaria en el Instituto Lluís Vives de Valencia, que siempre ha sido excelente, vanidad de antiguo alumno aparte. En plena noche franquista. Y aunque niño (como los que ahora apalearon) presencié cargas policiales, porque la calle Xàtiva era y es punto neurálgico de la protesta ciudadana. Nunca más, me prometí. Fue una de las imágenes en mi mente que me llevaron a ejercer de subversivo en la Universitat de Barcelona a los 17 años. Y ahí estamos de nuevo, con el jefe de policía (Antonio Moreno, acuérdense) ordenando atacar "al enemigo" y con la reencarnación de gobernador falangista, Paula Sánchez de León (ténganla presente en sus oraciones) insistiendo en mantener cargos contra jóvenes manifestantes brutalmente golpeados por la policía.
Tiene razón el Sindicato Unificado de Policía en tildar de cobardes a los políticos, empezando por el nuevecito ministro del Interior (vaya estreno, don Jorge) que tiran de la porra y esconden la mano responsabilizando a los agentes. Cierto es que hay energúmenos en la policía como en todas partes. Recuerden al guardia de Barcelona que se lamentaba en Facebook de no haber podido pegar tanto como los mossos en la carga del 27 de mayo en plaza Catalunya. Pero para eso hay mandos, disciplina y profesionalidad. Se corta la calle diez minutos porque de algún modo hay que hacerse oír y se aporrea salvajemente a un grupito de unos 40 niños, con varios heridos y 17 detenidos, entre ellos un joven lesionado, esposado y aislado en un calabozo 30 horas. El pretexto fue baladí.
Si hubiera que reprimir cada interrupción de trafico por obra pública, estarían todos los trabajadores municipales en la cárcel. Y es que el ejercicio de la protesta democrática es tan obra pública como el alcantarillado. Tras el 15-F hubo feroces cargas contra manifestantes pacíficos tres días más: 25 jóvenes, algunos menores, pasando noche en la cárcel y nuevos heridos. En ese aquelarre de violencia salió a la superficie el instinto básico del ordeno y mando que aún persiste en un Estado con un aún leve barniz democrático. Y la intolerancia de la ínclita Rita, "la alcaldesa" que asimila izquierda y violencia, olvidando la dialéctica de los puños y las pistolas de sus ancestros.
Felizmente los caminos de la primavera son infinitos. Y de esta salvajada aderezada de cinismo ha surgido una nueva llamarada de indignación, nacional e internacional, que se ha hecho protesta intergeneracional masiva, pacifica y firme. Es bello ver a los padres salir a la calle a defender a sus hijas (una de las cuales anda con brazo escayolado). Ahora empiezan a verse los efectos profundos del 15-M. La gente ha perdido el miedo. Y cuando sienten una iniquidad, lo dicen y se oponen. Y blanden libros y manos mostrando cuáles son sus armas. Así que ahora se unen las protestas sociales contra el desmantelamiento de servicios públicos con las protestas éticas contra la violencia autoritaria.
No debieran algunos gerifaltes del PP escudarse en la legitimidad de su mayoría absoluta. Primero, porque es un argumento especioso: fue el PSOE quien perdió. Con los votos obtenidos por el PP en el 2011 hubiese perdido las elecciones del 2004 y del 2008. Lo cual quiere decir que la mayoría parlamentaria no se corresponde con una mayoría social. Pero, sobre todo, argumentar con la mayoría absoluta para cubrir actuaciones antidemocráticas contribuye a debilitar aún más la credibilidad de una democracia prematuramente envejecida. Los votos son un depósito condicional, no un abandono a la arbitrariedad política. Bien haría Rajoy, cuya influencia moderadora retiene a los jinetes del apocalipsis que relinchan en el PP, de tirar de las bridas en este momento.
Entramos en un periodo de lógica agitación social con una ciudadanía sufriendo las consecuencias de una crisis que no es suya y con apenas otra forma de expresión que tomar la calle y ocupar espacios de libertad. Si el disenso se trata policialmente y además azuzando la violencia, se puede entrar en un clima de extrema tensión que convierta la crisis económica en crisis social destructiva. No es de recibo justificar la violencia del Estado con el tópico de "los violentos". Claro que puede haber excitados en las manifestaciones (aunque no los hubo entre los estudiantes de Valencia). Pero para eso se dispone de una policía profesional, que aguanta cuando hace falta y controla con eficacia cuando es necesario, sin recurrir a la violencia.
Son los políticos y algunos mandos fascistoides, no los agentes ni los escasos manifestantes desmadrados, los responsables de una violencia que puede degenerar rápidamente si desde los altos niveles no se pone coto. Presidente Rajoy: dé el ejemplo ahora, si le importa tanto la imagen del país. Destituya a su delegada y despida al policía que etiqueta a los ciudadanos como el enemigo. Dé un aviso a navegantes. Y ayude a restablecer un clima de protesta cívica y pacífica que es esencial en una democracia real. No se haga cómplice de un clima de intimidación que ya no funciona porque la ciudadanía ha perdido el miedo, sigue indignada y encuentra cada vez mas motivos para no confiar en sus dirigentes, ellos sí intimidados por la Merkel en lugar de plantar cara y defender los intereses de quienes les pagan. Hay en nuestro país un deterioro rápido de la educación pública, la base de la formación personal y profesional. Si niños y jóvenes protestan, habrá que oírlos en lugar de pegarles, porque ellos quieren implicarse en la democracia.
El 29 de febrero el país será un clamor. Y esperemos que el espíritu de convivencia devuelva la violencia del Estado a las catacumbas de una historia que creíamos superada.
Nenhum comentário:
Postar um comentário