Revista Arcadia
El filósofo, politólogo y jurista italiano Norberto Bobbio decía, en un texto sobre Max Weber, que un autor clásico es aquél que ha interpretado su tiempo, de tal manera, que sin esa interpretación tal época no se comprende bien; igualmente, porque siempre es actual y sentimos la necesidad de releerlo y reinterpretarlo, pero, ante todo, porque construyó “teorías-modelo de las cuales nos servimos continuamente para comprender la realidad.” Pues bien, la imponente figura de Max Weber, quien murió el 14 de junio de 1920, y cuya obra magna “Economía y sociedad” fue publicada poco después, cumple con cada uno de estos requisitos.
En primer lugar, porque su participación en los debates de la convulsa política alemana de la época es fundamental para entender el auge y el declive de la República de Weimar, en una época en la cual, como lo recuerda Gadamer, reinaba la desorientación en un clima de “amargura”, “afán de renovación”, pobreza, desesperanza y “voluntad de vida”, generados por la grave situación alemana tras perder La Gran Guerra. Esa “Voluntad de vida” fue la que llevó, por ejemplo, a Heidegger y a Carl Schmitt a abrazar el ocasionalismo, el decisionismo y terminar avalando y hasta legitimando teóricamente y filosóficamente el nazismo, tal como ha mostrado magistralmente Karl Löwit en su magnífico libro “Heidegger, pensador de un tiempo indigente” de 1984. Lo mismo hizo el pueblo, que ya en la década de los años 20, caía bajo el embrujo de Hitler. Weber, por el contrario, estaba en la otra orilla defendiendo el liberalismo y el Estado de Derecho.
En segundo lugar, de su actualidad no hay duda alguna. Nadie que estudie filosofía, sociología, teoría política o ciencias sociales en general puede prescindir de los aportes de Weber. Esa actualidad quedó reflejada en una encuesta realizada entre 1997 y 1998 por el Comité del Programa del Congreso Internacional Sociological Association (ISA) para elegir los 10 libros más influyentes en el campo de la sociología durante el siglo XX. El primer lugar lo ocupó, de lejos, “Economía y sociedad” de Weber, por encima de las obras clásicas de autores como Robert K. Merton, Parsons, Bourdieu o Habermas, para citar algunos nombres de primera línea. De hecho, su otro clásico “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de 1905, ocupó el cuarto lugar. Que “Economía y sociedad” -texto póstumo publicado por su esposa Marianne Weber, a partir de un plan que su esposo esbozó en 1910- ocupara el primer puesto, se debe a que esta obra es pionera de la sociología, junto con los trabajos de E. Durkheim, Georg Simmel o Ferdinand Tönnies. En ella se refleja la inusual erudición del sociólogo: conocimientos filosóficos, históricos, jurídicos, económicos, políticos y, desde luego, de la historia de las religiones y de las antiguas culturas de Oriente.
En tercer lugar, la actualidad de Weber y su estatus de clásico se deben a que aportó una teoría sociológica -la sociología comprensiva- con una metodología, categorías y herramientas teóricas generales, para comprender científicamente la sociedad. Si bien Durkheim y Marx habían realizado importantes aportes a la sociología, es a Weber a quien se le debe un mayor estatus del llamado “conocimiento científico de la sociedad.”
Weber fue profundamente influenciado por los debates en torno a las ciencias del espíritu que se dieron en Alemania desde finales del siglo XIX, especialmente, el debate “explicación versus comprensión”; al igual que por las filosofías de Kant, Nietzsche y Marx. Sobre estos dos últimos llegó a decir: “Nuestro mundo intelectual ha sido modelado en su mayor parte por Marx y Nietzsche”. De Nietzsche, Weber atendió a su crítica de la racionalidad y a su teoría de los valores; de Marx, a sus intentos explicativos de la sociedad y el rol dado a la economía, si bien Weber no fue economicista, sino que mantuvo una perspectiva más amplia, atendiendo a la gran cultura. Weber tampoco asumió la mono-causalidad económica que se le ha endilgado (a mi juicio erróneamente) a Marx en la explicación de los fenómenos. Le apostó, más bien, a la multicausalidad en la explicación de los hechos. Por ejemplo, esto es claro cuando en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” afirma que no pretende explicar el capitalismo acudiendo sólo a cierto ethos religioso, el ascetismo protestante, sino que habría que atender a otros factores como “la totalidad de las condiciones culturales y sociales”, la “organización político-social” y los condicionamientos materiales. La mirada de Weber no es, pues, ni culturalista, ni economicista, sino mucho más integral.
Por otro lado, de Inmanuel Kant parte Weber para construir su teoría de los tipos ideales, “categorías-tipo” o “conceptos-tipo”. En efecto, así como en Kant el sujeto construye el objeto a partir de la interacción entre la experiencia y el entendimiento, en Weber es el sujeto, el investigador, el que construye el objeto de investigación, pues la realidad no se nos da de manera desnuda, sino que exige presupuestos. Ya Nietzsche había dicho en “La genealogía de la moral”: “No existe, juzgando con rigor, una ciencia libre de presupuestos”. De tal manera que lo que se investiga es un recorte de realidad puesto por el científico social, delimitado, de acuerdo con sus intereses investigativos, su cultura, su formación. Es lo que Weber llama relación de valor, que no puede confundirse con los subjetivos juicios de valor que contaminan con ideas religiosas o políticas el desarrollo y los resultados de la investigación misma.
Los mencionados tipos ideales son categorías, conceptos, que el investigador crea para tratar de explicar la realidad, la estructura social, las acciones, la dominación política. El tipo ideal es una formulación teórica que busca dar sentido a los datos empíricos recogidos en un proceso de investigación. Son esquemas que proponen dar una coherencia a los hechos, articulados en un ámbito de explicación racional; sirven para pensar la empiria, pero no son definitivos, sino que deben, dado el caso, repensarse, reacomodarse…no pueden forzar los hechos.
De esta manera construyó Weber su sociología comprensiva, la cual tenía como objeto “la captación de la conexión de sentido de la acción”, la interpretación de la misma, para “encontrar reglas generales del acaecer”. La sociología busca explicar los hechos sociales acudiendo a la comprensión de las acciones de los sujetos, a los intereses, a los motivos que las generan. Esto quiere decir que a Weber le interesan los motivos subjetivos de las acciones de los individuos para así comprender los hechos sociales, las estructuras macrosociales, las cuales tienen objetividad. Se parte del interés subjetivo, pero el estudio de este interés no es en sí mismo el fin de Weber. A él le interesa encontrar ciertas “leyes” entre los fenómenos.
Para Weber la sociedad no se impone como un todo sobre el individuo de manera ineluctable -como en Durkheim-, quien explicaba la parte por el todo, sino que ésta es una construcción humana, es producto de sus acciones. Por eso, si se comprenden las acciones es posible explicar la sociedad y sus estructuras. Weber no renunció a la investigación empírica, ni tampoco al intento de explicación causal; también diferenció claramente el conocimiento social del conocimiento natural, pues mientras en la ciencia natural se daban relaciones necesarias entre los fenómenos, en la sociología las “leyes”, que siempre ponía entre comillas, eran probabilísticas. Si en ciencia natural se dice “dado A debe ser B”, en ciencia social la fórmula es “dado A puede ser B”. Por lo demás, entre más generalidad tiene una “ley” social, menor es su capacidad explicativa.
Hoy, las discusiones en torno a las formas legítimas de dominación (tradicional, carismática, legal-racional), la tipología de la acción social (racional con arreglo a fines, con arreglo a valores, tradicional, afectiva), el tratamiento de la burocracia como tipo ideal, el problema de la racionalización en la modernidad, la secularización o, lo que es lo mismo, el desencantamiento del mundo o desmagicalización de la realidad, así como los eternos debates en torno a la objetividad en la investigación científica, la neutralidad valorativa, la ética de la responsabilidad en política, etc., conforman un arsenal teórico con el cual tiene que enfrentarse, en distinto grado, todo aquél que pretenda investigar un problema de las ciencias sociales y políticas.
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