Socialismo y Democracia
Las imágenes de grupos de encapuchados con máscara blanca y antorchas en las manos frente al Supremo Tribunal Federal pidiendo que este sea clausurado, nos recuerdan las escenas del Ku Klux Klan o de las huestes nazistas que irrumpieron aquella noche de los cristales rotos, la cual anticipaba el genocidio cometido posteriormente por el régimen de Hitler. Aparte de eso, existen innumerables sitios de milicianos digitales que se han dedicado a desperdigar noticias falsas sobre las instituciones y las personas, profiriendo injurias y amenazas a miembros del Supremo Tribunal Federal, a congresistas, políticos, periodistas o representantes de asociaciones que han denunciado el avance de sectores exaltados de la extrema derecha.
Las fuerzas de la ultra derecha -a pesar de aún ser minoritarias- se encuentran bien articuladas en las redes y en la calle, con el sustento financiero de algunos empresarios y comerciantes que apoyan ciegamente a su líder, quien cada vez más adquiere el tono, los gestos y la postura de un Benito Mussolini, llegando a utilizar incluso una frase emblemática del dictador italiano. Pero a diferencia de su modelo peninsular, el ex capitán no posee la capacidad de líder nato y agitador carismático, de organizador experto, de orador cautivante y convincente. Bolsonaro no tiene un proyecto ni ideas de peso, salvo armar a toda la población para defender una nación imaginaria que está en campaña contra el marxismo cultural, la ideología de género y la globalización. A esta paranoia, el presidente ahora ha sumado su campaña contra el aislamiento y su propaganda incondicional de la cloroquina como el remedio que derrotará el Covid-19. Mientras en el país los fallecidos ya se aproximan de los 33 mil casos, el ahora llamado “Capitán Contagio” sigue enredado en su lucha para tratar de gobernar sin ningún tipo de contrapeso por parte de los otros poderes del Estado, ni responder a las demandas de gobernadores, alcaldes, periodistas o de la ciudadanía en general. Aunque sus últimos arrestos autoritarios, muestran a alguien que más que gobernar un proyecto para el país, lo único que desea es mantenerse en el poder a cualquier precio.
Precisamente, las limitaciones carismáticas e intelectuales del ex militar no quieren decir que él no represente un peligro para la democracia del país. Esto porque podría sumar a sus impulsos golpistas y dictatoriales a una parte significativa de las Fuerzas Armadas que se vean tentadas con la obtención de mayor poder dentro de un gobierno que ya posee un grupo numeroso de ministros, subsecretarios y funcionarios de alto escalón provenientes de las corporaciones castrenses. En total son más de 3000 militares que están cumpliendo funciones que antes realizaban empleados civiles.
Por lo mismo, es urgente que la totalidad de las fuerzas democráticas renuncien a sus diferencias históricas y/o coyunturales en pos de un objetivo común que es la creación de un frente en defensa de la democracia. Ciertamente no es una tarea fácil, considerando el comportamiento golpista contra el gobierno de Dilma Rousseff que tuvieron ciertos sectores que hoy día se presentan como paladines de la democracia. Renunciar a desavenencias y conflictos del pasado es una exigencia del crítico momento histórico que atraviesa el país. Ya han surgido algunas iniciativas en este sentido, como un llamado en las redes bajo el lema #Somos70porcento, que ya es una de los hashtag más compartidos en estos últimos días. Es un 70 por ciento que puede crecer aún más, en la medida que la propia base del gobierno continúa desgastándose en disputas intestinales entre aquellos que lo apoyaron que luego de un año y medio se han ido distanciando de Bolsonaro y sus grupos de acólitos más reaccionarios y odiosos.
Las manifestaciones de las barras organizadas anti-fascistas demostraron que las calles no son de uso exclusivo de los bolsonaristas y nuevas movilizaciones deberán producirse en los próximos días y semanas para demostrar que la gran mayoría de los brasileños desea el fin de un gobierno nefasto, que con su política miope ha profundizado la crisis sanitaria, económica y social que sufre la nación.
Brasil es un país que fue construyendo a lo largo de los años una sociedad civil activa y que, sustancialmente, en el periodo de lucha contra la dictadura adquirió mayor robustez y complejidad, siendo representados en la actualidad casi todos los segmentos de su población. Aquí encontramos movimientos sociales emblemáticos, como el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), el Movimiento de Trabajadores sin Techo (MTST) o el Movimiento LGBT, aparte de innumerables organizaciones de género, ecologistas, de economía social y solidaria, etc. Esta sociedad civil debe movilizarse en defensa de la democracia, a pesar de las limitaciones que impone la política de aislamiento social en el contexto del Covid-19.
Y por supuesto, las instituciones también pueden desempeñar un papel importante en este esfuerzo mancomunado para recuperar la convivencia democrática. Tres son los escenarios posibles para la salida de Bolsonaro, a partir de lo que puedan realizar el Tribunal Superior Electoral, el Supremo Tribunal Federal (STF) y el Congreso. En el primer caso, es la impugnación de la chapa que ganó la elección, por el uso sistemático de fake news, mientras en el STF continua el proceso por la intervención inconstitucional del mandatario en la Policía Federal. En lo que corresponde a las acciones que podrían ser tomadas en el ámbito del Congreso Nacional, se contabilizan más de 30 pedidos de impeachment que deben ser analizados y aprobados por el presidente de la Cámara de Diputados.
Pero las salidas institucionales para la crisis profunda por la que transita Brasil, deben ser empujadas y sustentadas por una gran movilización ciudadana, la cual poco a poco ha comenzado a ocupar las calles de las principales ciudades. En definitiva, lo que está en juego en estos momentos es que tipo de Estado y sociedad desean o aspiran los brasileños. Aunque no solo eso, el momento define la capacidad de la mayoría democrática de activarse en defensa de las instituciones y los espacios de sana convivencia pluralista que han levantado con mucho esfuerzo los habitantes de ese país, después del largo paréntesis autoritario que imperó entre 1964 y 1985. Es la hora de proteger la vida, la libertad y la dignidad del pueblo brasileño.
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