terça-feira, 12 de julho de 2022

Bolsonaro estimula sin pudor el uso del asesinato político


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

El asesinato del militante del Partido de los Trabajadores (PT), Marcelo Arruda, ocurrido el último fin de semana en la ciudad de Foz do Iguaçu, demuestra fehacientemente como el gobierno y su gabinete del odio viene instigando el crimen político a escasos meses de las elecciones del 2 de octubre. Desde que asumió en 2019, Bolsonaro se ha caracterizado por amenazar de muerte a los opositores, especialmente de fusilar a aquellos que él denomina de Petralhada (militantes o simpatizantes del PT).

Hasta la presente fecha, son innumerables las declaraciones destempladas del ex capitán para hacer uso de las armas contra quienes no profesan sus ideas, inspiradas en el falso eslogan de la defensa Dios, la familia y la patria. Cualquier opción diversa de su propuesta debe ser enfrentada con violencia y con la fuerza de las armas si es necesario, apelando incluso a la intervención de las Fuerzas Armadas en caso de que su candidatura no salga reelecta en los próximos comicios.

En su discurso retorcido, Bolsonaro y sus seguidores vienen sembrando el odio entre los brasileños y la prensa audiovisual y escrita atribuye esta violencia política a lo que erróneamente llaman de una radicalización de posiciones. Pero la realidad es que los únicos radicales que han ejecutado acciones criminales en estos últimos 3 años son los partidarios de la extrema derecha que no solamente han eliminado a adversarios políticos y miembros de grupos vulnerables, sino que también defensores de comunidades indígenas y del medioambiente, como es el reciente caso de Bruno Pereira y Dom Phillips, que fueron asesinados por orden de un político bolsonarista y traficante local.

Desde que asumió el actual gobierno, Brasil ha visto aumentado exponencialmente la compra y el uso de armas de fuego, fenómeno que ha sido el resultado de la flexibilización legal para el porte de armas dictaminado por la autoridad. Según cifras oficiales, solo el año pasado el registro de nuevas armas de fuego alcanzó la marca de casi 250 mil artefactos inscritos en la Policía Federal. Esto representa un aumento de más del 300 por ciento con relación a las 51 mil piezas registradas en 2018, antes de que Bolsonaro asumiera la presidencia de la República con la promesa de facilitar el acceso a las armas de los ciudadanos comunes. El efecto concreto de dicho incentivo, es que la tenencia de armas en manos de particulares prácticamente se cuadruplicó en el curso de los tres últimos años. La normativa vigente, hecha efectiva a través de decretos, permite que un miembro de un Club de Caza y Tiro pueda adquirir hasta 60 armas de fuego, incluso de fusiles de alto poder, lo cual no era permitido hasta hace poco tiempo atrás.

Sin embargo, investigaciones realizadas en este mismo período han podido verificar que el apoyo a la facilitación para el porte de armas de fuego es solamente aprobado por un 30 por ciento de la población, precisamente el mismo porcentaje que sigue sustentando al ex capitán en su proyecto de reelección. Ahora tenemos la amarga constatación que la pose de armas en manos de individuos y grupos armados de la extrema derecha puede desencadenar muchas tragedias en esta fase final de la campaña electoral y lejos de hacer un llamado a la calma y la ponderación, el presidente genocida sigue estimulando a sus seguidores a hacer un uso desmedido de la violencia política para provocar el miedo y la desazón entre sus adversarios y en el conjunto de los electores menos posicionados.

Muchos especialistas y comunicadores sociales advierten del peligro inminente que enfrenta Brasil en este periodo sombrío de su vida política, aunque con argumentos maliciosos y tendenciosos muchos de ellos no son capaces de advertir que la mayor amenaza para la convivencia política y la vida democrática está representada por el presidente y los grupos neofascistas que lo apoyan. La interrogante que permanece en el aire es saber si las instituciones, los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía en general están preparados para contener esta espiral violentista que puede comprometer seriamente el futuro del país. Por lo mismo, la tarea urgente de la hora presente implica no solamente derrotar a Bolsonaro en octubre próximo, sino que también acabar con el bolsonarismo y todo su legado de odio e infamia que asola a los hijos de este suelo, de esta Patria llamada Brasil.

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