El Desconcierto
La madrugada del 26 de enero de 2017 enormes llamaradas de fuego provenientes de diversas direcciones cubrieron la localidad de Santa Olga, devastándola casi por completo y convirtiendo a este poblado en un montón de cenizas y fierros retorcidos. Prácticamente toda la localidad se vio consumida por las llamas, en un incendio de proporciones monumentales, afectando a mil viviendas y todas las instalaciones y servicios públicos existentes, incluidos entre otros inmuebles, el liceo, el jardín infantil, la comisaria de Carabineros y el Cuartel de bomberos. Aldeas próximas a Santa Olga también fueron consumidas por el fuego en un radio de varios kilómetros de devastación total. A un año de esa tragedia, todavía se pueden apreciar los vestigios del incendio, a pesar del esfuerzo de reconstrucción de la localidad, especialmente en lo que dice relación con las viviendas y la infraestructura del lugar.
La observación en terreno permite apreciar que todavía falta mucho por hacer y el área afectada se ha transformado en un gran cantero de obras. Algunas pocas casas se encuentran habitadas por familias que regresaron al poblado, pero aún se puede observar que muchas viviendas se encuentran en proceso de construcción, las calles sin pavimentación y muchos escombros esparcidos por toda la localidad. También se pueden ver restos de árboles calcinados y vehículos quemados en algunos sectores. Una empresa de bebidas instaló unos 14 contenedores a la entrada del poblado para tratar de reestablecer el comercio local. Bajo un cartel que dice “Centro Comercial Nueva Santa Olga” se instalaron los contenedores en dos filas frente a frente, entre los cuales se abre un espacio cubierto por una enorme lona que protege a los visitantes y compradores, que en su gran mayoría son los obreros que se encuentran realizando las faenas de reconstrucción del villorrio.
Independiente de los avances que deben seguir ocurriendo en el proceso de reconstrucción de Santa Olga, no se vislumbran muchas perspectivas de que esta localidad recupere la vitalidad que tenía antes del incendio. Muchas familias se muestran reticentes a volver a un lugar que ha sido escena de varios incendios a través de su historia, desde los primeros tiempos de su formación, allá por la década del sesenta, cuando surgió como una toma de terreno realizada por los trabajadores de la Celulosa Arauco.
Un año después de la tragedia, sus habitantes han comenzado a repoblar tímidamente la aldea, en una tensión permanente entre la esperanza de que dicha localidad se pueda recuperar y las dudas sobre el destino que le depara a una localidad que apenas sobrevive con la ayuda del Estado y que no conseguirá en el futuro próximo recobrar la base productiva que le aseguraba el sustento a las familias residentes. Sin trabajo en el horizonte, no es posible reinstalar a las familias que residían en Santa Olga. Por lo menos pueden pasar 12 años para que las acciones de reforestación del área que fue destruida por el incendio pueda dar sus frutos y generar el empleo necesario para sus población.
Actualmente, el comercio local se encuentra muy afectado por la ausencia de vecinos y si dicho fenómeno no se revierte después de concluidos los trabajos de reconstrucción -y la consiguiente retirada de los trabajadores-, la tendencia es que dicho comercio no tendrá condiciones de sobreponerse a las cuantiosas pérdidas dejadas por el siniestro y todas sus secuelas en los días actuales.
En estos momentos el panorama en Santa Olga es muy incierto. Además de la Celulosa Arauco, están las plantaciones menores y los aserradores que generan parte importante del empleo en la zona. Con el riesgo de futuros incendios, existe una aprensión legitima por parte de estos agentes para retomar las inversiones en nuevas plantaciones y equipamientos. Sin actividad forestal para sustentar un proyecto de reconstrucción económica, de infraestructura y de servicios en Santa Olga y sus alrededores, el escenario se presenta muy precario para sus habitantes. Pienso que muchos decidirán radicarse definitivamente en Constitución, ciudad en la cual pueden emprender una nueva vida, con acceso a servicios de todo tipo, escuela para sus hijos, centros de salud y todo lo que les puede proveer dicha ciudad -y otras ciudades intermedias de la región- para desarrollar sus vidas.
En definitiva, el desafío de reconstruir Santa Olga y hacerla nuevamente habitable es titánico y sin duda se requiere del esfuerzo y el compromiso de un conjunto de actores, entre los cuales desempeñan un papel relevante los órganos del poder público, empresarios, universidades y centros de investigación. Hay que pensar muchos temas, superar muchos traumas, recuperar muchas heridas, pero si no se piensa creativamente en nuevas alternativas y posibilidades productivas y laborales que le den un sustento digno a los trabajadores y moradores de Santa Olga, ésta se puede transformar en un pueblo fantasma en medio de un paisaje marcado por el abandono y la desolación.
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