segunda-feira, 8 de março de 2010

A propósito de la crisis, ¿qué pasa con la de los cuidados?

Sandra Ezquerra
Diagonal

Pocas veces se menciona la otra cara de la crisis del sistema: una que evidencia de forma directa la irresoluble contradicción entre la lógica del beneficio económico y la del bienestar de las personas, y que, teniendo en cuenta que las mujeres hemos sido, de manera histórica, las principales responsables de cuidar a quienes nos rodean, nos golpea a nosotras de manera particularmente dramática. Numerosos países, entre ellos el Estado español, sufren desde hace años lo que se llama la crisis de los cuidados.

Dicha crisis es el resultado de la entrada generalizada de las mujeres en el mercado laboral, del envejecimiento progresivo de la población y de los efectos privatizadores que décadas de políticas neoliberales han tenido sobre el Estado del bienestar. Estos factores, junto a los nuevos modelos de crecimiento urbano, así como la precarización y la atomización de nuestras vidas cotidianas, han multiplicado las cargas y responsabilidades de muchas mujeres con familiares en situación de dependencia, y han visibilizado la creación de un vacío de presencia y de cuidado para numerosas personas en situación de autonomía restringida. Todo ello ha puesto de manifiesto la insostenibilidad de la organización tradicional del cuidado, que ha sido realizado históricamente por las mujeres de forma invisible y no remunerada, así como la necesidad acuciante de redistribuir de una forma socialmente justa y colectiva la responsabilidad por el bienestar de las personas.

Ante esta situación, la respuesta de los distintos actores implicados ha sido decepcionante. El trabajo de cuidados continúa considerándose una tarea inherentemente femenina, socialmente marginal y económicamente irrelevante. Las medidas propuestas por el Estado español son insuficientes y no cuestionan la división sexual del trabajo.

La compra de los cuidados

Las mujeres seguimos siendo consideradas como las principales abastecedoras del cuidado en el marco de la familia. Ello se da de manera paralela a nuestra sobreexplotación específica en el mercado laboral y a la multiplicación de la doble presencia femenina. Las más privilegiadas, ante la dificultad de obtener apoyo por parte del Estado o de sus compañeros, recurren al mercado para comprar un cuidado que, en gran medida, es llevado a cabo en condiciones de gran precariedad por mujeres inmigrantes.

Si bien los Estados occidentales evaden su responsabilidad a la hora de proporcionar soluciones públicas y sociales a la crisis de los cuidados, no muestran ningún pudor a la hora de diseñar leyes de extranjería que canalizan la entrada de mujeres inmigrantes a la Europa-fortaleza, incluyendo el Estado español, ofreciéndoles como única oportunidad laboral y vital la realización de tareas domésticas y de cuidados. Pero el escenario es aún más complejo: la llegada de cuidadoras extracomunitarias al Estado español no es más que el resultado del creciente éxodo de millones de mujeres de países del Sur, fruto de la reestructuración económica impuesta desde Occidente y sus instituciones financieras durante decenios, que han desembocado en elevadas tasas de paro y asfixia del sector público y han golpeado de manera particularmente severa a las mujeres de esos países. Ante la imposibilidad de mantener a sus propias familias, muchas de ellas emigran a lugares como el Estado español para cuidar a las familias de otros y otras. En el marco de una creciente división jerárquica internacional del trabajo y de los derechos, mientras que estas mujeres preparan nuestras cenas, hacen nuestras camas, cuidan a nuestros hijos y acompañan a nuestros ancianos, sus hijas se crían solas durante años, hasta que acaban viniendo a sustituir a sus madres, dejando, ellas también, a sus familias atrás.

De esta manera, la “cadena transnacional del cuidado” se convierte en un dramático círculo vicioso que garantiza la pervivencia del statu quo a la vez que invisibiliza su naturaleza excluyente. Es importante y urgente observar la crisis de los cuidados como fruto de un sistema que no incluye el bienestar de las personas, de unas ideologías de género que siguen garantizando que las mujeres cuidemos de todos, de todas, de todo y de unas desigualdades internacionales que provocan el éxodo de millones de mujeres y que sirven de coartada para la mercantilización del cuidado y su imparable marginación.

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