María Laura Carpineta
Página 12
Manuel Zelaya exigió ayer diálogo y la dictadura hondureña le respondió con más violencia. La represión provocó el repudio generalizado de los presidentes del mundo reunidos en Nueva York y una condena contundente de parte de Brasil y Estados Unidos. Menos de un día después de conseguir refugio en la embajada brasileña, una columna de soldados llegó para recuperar el control, al menos de la calle. Lanzaron todo lo que tenían –balas de plomo, gases lacrimógenos y bastonazos– contra los zelayistas que aún celebraban y abrazaban la nueva morada del presidente derrocado. Por un momento, Zelaya y su anfitrión, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, creyeron que los golpistas se meterían y volverían a sacar esposado al mandatario depuesto. Desde Nueva York, Lula no disimuló su desconfianza. “Nosotros esperamos que los golpistas no entren en la embajada”, advirtió el mandatario brasileño.
El caos y el terror fueron tales a la madrugada que cientos de personas intentaron trepar el muro de cinco metros que bordea la embajada brasileña para escapar de los gases y las balas; por lo menos 260 lo lograron. Adentro, el olor de las bombas de gas lacrimógeno borró las sonrisas de la familia de Zelaya y sus amigos más íntimos, que habían pasado la noche creyendo que el final de la dictadura estaba cerca. Según una organización de derechos humanos, ayer tres personas murieron –dos adultos y una niña de ocho años–, más de 300 fueron detenidas y al menos 35 se recuperaban en el hospital.
Al caer la noche en Tegucigalpa, la preocupación crecía dentro de la embajada brasileña y los alrededores. Durante horas, dirigentes de derechos humanos, como Bertha Oliva, presidenta del Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Honduras, intentaron convencer a los militares para que los dejaran pasar con comida y agua. Les mostraron las bolsas a los soldados, pero la respuesta fue siempre la misma: “Aquí no pasa nadie”. El lugar estaba totalmente rodeado; no había manera de entrar y alcanzarles ayuda a las 313 personas refugiadas en la embajada brasileña. La noche anterior la dictadura les había cortado la luz y el agua a Zelaya y su gente y ayer, con el aluvión de los simpatizantes que huyeron de la represión, la situación se volvía crítica. Al cierre de esta edición, el gobierno de facto informó que un contingente de la ONU había logrado ingresar alimentos y agua en la embajada brasileña.
La preocupación por la situación humanitaria se sumaba al clima de miedo. Los rumores sobre un allanamiento a la embajada brasileña crecían con las horas entre los zelayistas y los medios locales afines a la resistencia popular. Desde el gobierno de facto se negó reiteradas veces, pero igual Zelaya les pidió a su hija (embarazada de ocho meses), su madre, su suegra y su nieta que se fueran. Los principales líderes de la resistencia, que habían corrido a la sede diplomática el lunes, no bien se enteraron de la llegada del presidente derrocado también saltaron el muro ayer por la tarde y escaparon en medio del toque de queda. Ayer al atardecer, los golpistas, por presión de la embajada norteamericana en Tegucigalpa, permitieron la salida de la mayoría de los 260 zelayistas que se resguardaron en la embajada brasileña tras la represión de la mañana. Veinticuatro horas después de su vuelta al país, los medios hondureños adictos a la dictadura mostraban una foto de Zelaya cansado y solo.
“No sólo es con el presidente. Nos están tratando a todos como criminales”, se quejó Oliva, después de rebotar en el quinto retén militar. Fue un día largo para ella. Comenzó recorriendo los hospitales y los barrios periféricos a la mañana y a la tarde se puso al frente de la misión de brindar ayuda humanitaria a Zelaya y su entorno.
“Lo que vimos es de un salvajismo total. Una niña de ocho años con el brazo quebrado y dirigentes sindicales con la cabeza abierta en el hospital, y al estadio en Villa Olímpica (un barrio en las afueras) lo convirtieron centro de detención. Vimos a más de 150 personas detenidas, sin orden del juez o acusación”, relató la defensora de derechos humanos. También denunció que la policía allanó decenas de casas en la capital y sacó a la rastra a maestros y dirigentes sindicales, que participaron de las manifestaciones y huelgas en reclamo por la vuelta de Zelaya.
Desde adentro de la embajada brasileña, Zelaya llamó a mantener la calma para no dejar morir la resistencia democrática. “Este pueblo tiene que ponerse de pie para exigir el diálogo”, reclamó, con voz cansada, en diálogo telefónico con la cadena Telesur. Para el diputado liberal y amigo de Zelaya Javier Hall, el presidente legítimo está decidido a no abandonar su plan original.
“Mel contaba con que hoy íbamos a contar con medio millón de personas y que ése sería un mensaje suficientemente poderoso para abrir un diálogo con los golpistas”, le dijo a este diario el dirigente liberal, tras dejar la embajada brasileña ayer por la tarde. “No voy a mentir y decir que no nos preocupamos cuando nos despertamos con el olor de las bombas lacrimógenas. Pero Mel siempre mantuvo su ánimo y nos pidió que confiáramos en Dios”, agregó.
Hall contó que dejó la embajada porque su esposa está enferma y no la quería dejar sola dos días. En realidad, admitió, porque cree que la situación no se va a solucionar tan pronto. “Conozco a Micheletti hace más de 60 años –mis padres fueron los padrinos de su primer matrimonio y crecimos juntos– y sé que hay sólo dos formas de que ceda: pierde el completo apoyo de los empresarios y las fuerzas armadas o lo sacan por la fuerza”, pronosticó. Después de casi tres meses de dictadura, la primera opción le parece cada día más improbable; la segunda, le da miedo.
Página 12
Según denunciaron organizaciones de derechos humanos, ayer tres personas murieron –dos adultos y una niña de ocho años–, más de 300 fueron detenidas y al menos 35 se recuperaban en el hospital. Preocupación por la situación humanitaria.
Manuel Zelaya exigió ayer diálogo y la dictadura hondureña le respondió con más violencia. La represión provocó el repudio generalizado de los presidentes del mundo reunidos en Nueva York y una condena contundente de parte de Brasil y Estados Unidos. Menos de un día después de conseguir refugio en la embajada brasileña, una columna de soldados llegó para recuperar el control, al menos de la calle. Lanzaron todo lo que tenían –balas de plomo, gases lacrimógenos y bastonazos– contra los zelayistas que aún celebraban y abrazaban la nueva morada del presidente derrocado. Por un momento, Zelaya y su anfitrión, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, creyeron que los golpistas se meterían y volverían a sacar esposado al mandatario depuesto. Desde Nueva York, Lula no disimuló su desconfianza. “Nosotros esperamos que los golpistas no entren en la embajada”, advirtió el mandatario brasileño.
El caos y el terror fueron tales a la madrugada que cientos de personas intentaron trepar el muro de cinco metros que bordea la embajada brasileña para escapar de los gases y las balas; por lo menos 260 lo lograron. Adentro, el olor de las bombas de gas lacrimógeno borró las sonrisas de la familia de Zelaya y sus amigos más íntimos, que habían pasado la noche creyendo que el final de la dictadura estaba cerca. Según una organización de derechos humanos, ayer tres personas murieron –dos adultos y una niña de ocho años–, más de 300 fueron detenidas y al menos 35 se recuperaban en el hospital.
Al caer la noche en Tegucigalpa, la preocupación crecía dentro de la embajada brasileña y los alrededores. Durante horas, dirigentes de derechos humanos, como Bertha Oliva, presidenta del Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Honduras, intentaron convencer a los militares para que los dejaran pasar con comida y agua. Les mostraron las bolsas a los soldados, pero la respuesta fue siempre la misma: “Aquí no pasa nadie”. El lugar estaba totalmente rodeado; no había manera de entrar y alcanzarles ayuda a las 313 personas refugiadas en la embajada brasileña. La noche anterior la dictadura les había cortado la luz y el agua a Zelaya y su gente y ayer, con el aluvión de los simpatizantes que huyeron de la represión, la situación se volvía crítica. Al cierre de esta edición, el gobierno de facto informó que un contingente de la ONU había logrado ingresar alimentos y agua en la embajada brasileña.
La preocupación por la situación humanitaria se sumaba al clima de miedo. Los rumores sobre un allanamiento a la embajada brasileña crecían con las horas entre los zelayistas y los medios locales afines a la resistencia popular. Desde el gobierno de facto se negó reiteradas veces, pero igual Zelaya les pidió a su hija (embarazada de ocho meses), su madre, su suegra y su nieta que se fueran. Los principales líderes de la resistencia, que habían corrido a la sede diplomática el lunes, no bien se enteraron de la llegada del presidente derrocado también saltaron el muro ayer por la tarde y escaparon en medio del toque de queda. Ayer al atardecer, los golpistas, por presión de la embajada norteamericana en Tegucigalpa, permitieron la salida de la mayoría de los 260 zelayistas que se resguardaron en la embajada brasileña tras la represión de la mañana. Veinticuatro horas después de su vuelta al país, los medios hondureños adictos a la dictadura mostraban una foto de Zelaya cansado y solo.
“No sólo es con el presidente. Nos están tratando a todos como criminales”, se quejó Oliva, después de rebotar en el quinto retén militar. Fue un día largo para ella. Comenzó recorriendo los hospitales y los barrios periféricos a la mañana y a la tarde se puso al frente de la misión de brindar ayuda humanitaria a Zelaya y su entorno.
“Lo que vimos es de un salvajismo total. Una niña de ocho años con el brazo quebrado y dirigentes sindicales con la cabeza abierta en el hospital, y al estadio en Villa Olímpica (un barrio en las afueras) lo convirtieron centro de detención. Vimos a más de 150 personas detenidas, sin orden del juez o acusación”, relató la defensora de derechos humanos. También denunció que la policía allanó decenas de casas en la capital y sacó a la rastra a maestros y dirigentes sindicales, que participaron de las manifestaciones y huelgas en reclamo por la vuelta de Zelaya.
Desde adentro de la embajada brasileña, Zelaya llamó a mantener la calma para no dejar morir la resistencia democrática. “Este pueblo tiene que ponerse de pie para exigir el diálogo”, reclamó, con voz cansada, en diálogo telefónico con la cadena Telesur. Para el diputado liberal y amigo de Zelaya Javier Hall, el presidente legítimo está decidido a no abandonar su plan original.
“Mel contaba con que hoy íbamos a contar con medio millón de personas y que ése sería un mensaje suficientemente poderoso para abrir un diálogo con los golpistas”, le dijo a este diario el dirigente liberal, tras dejar la embajada brasileña ayer por la tarde. “No voy a mentir y decir que no nos preocupamos cuando nos despertamos con el olor de las bombas lacrimógenas. Pero Mel siempre mantuvo su ánimo y nos pidió que confiáramos en Dios”, agregó.
Hall contó que dejó la embajada porque su esposa está enferma y no la quería dejar sola dos días. En realidad, admitió, porque cree que la situación no se va a solucionar tan pronto. “Conozco a Micheletti hace más de 60 años –mis padres fueron los padrinos de su primer matrimonio y crecimos juntos– y sé que hay sólo dos formas de que ceda: pierde el completo apoyo de los empresarios y las fuerzas armadas o lo sacan por la fuerza”, pronosticó. Después de casi tres meses de dictadura, la primera opción le parece cada día más improbable; la segunda, le da miedo.
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