Politika
Solo para certificarlo con las encuestas. El gobierno Bolsonaro es el peor evaluado en los primeros tres meses entre todos los gobiernos que han existido desde la redemocratización. Y el descrédito de su administración no es un simple producto de la campaña de desprestigio que ha realizado la prensa escrita o audiovisual. Al contrario, ella se ha mostrado bastante cautelosa a juzgar por muchas de las opiniones que se mantienen en un plano neutro, probablemente a la espera de lo que podrá suceder en los próximos meses, cuando se supone que debería ser aprobada la reforma del sistema de pensiones.
Pero el mandatario y sus ministros han incurrido en tantos errores de gestión, que resultaría bastante tedioso comenzar a enumerarlos uno por uno. Para muestra un botón: en el caso del Ministro de Educación, se pueden inventariar varias de sus bizarras declaraciones y delirantes decisiones, como la de exigir que durante los lunes se cantase el himno nacional en todos los establecimientos educacionales del país y los alumnos y profesores filmados para comprobar que efectivamente estuviesen siguiendo la directriz del ministerio. Por esta y otras razones, el ministro Vélez duró menos de 100 días en su cartera y ahora está siendo reemplazado por otro economista fundamentalista, sin currículo ni historial para hacerse cargo de un ministerio tan importante y complejo como el de educación.
Algunos especialistas ya auguran que el paso del nuevo ministro Abraham Weintraub será un desastre para la educación de Brasil, pues no posee experiencia en el área ni entiende nada de gestión pública. Adherente de políticas ultraliberales -como el ministro de Economía Paulo Guedes- su principal propósito consiste en disminuir al máximo los gastos obligatorios en educación, cortando programas y actividades que son parte esencial del funcionamiento del ministerio, como el Plan Nacional de Educación. Es decir, la situación en la pasta de educación tenderá a ser más calamitosa de lo que ha sido hasta ahora.
En casi todos los campos de su administración, el gobierno Bolsonaro se ha dedicado a desmontar lo que venía siendo realizado como política pública, desde el programa Más Médicos de atención primaria en salud, la demarcación de tierras indígenas y protección de los pueblos originarios hasta temas de política exterior. En este último ámbito, subordinando los intereses de Brasil a los dictámenes emitidos por Donald Trump, el ejecutivo se dispone a intervenir militarmente en Venezuela, si Estados Unidos decide iniciar invadir ese país. Son precisamente los círculos militares quienes han advertido sobre los peligros que conllevaría entrar en ese conflicto.
La idea de destruir todo aquello que tiene perfume de política izquierdista no es nueva. Bolsonaro la viene repitiendo como un mantra desde sus días de campaña y lo explicitó nuevamente en su reciente viaje a Israel. Con una vocación inquisidora y alucinada, su permanente apelo a la verdad no es otra cosa que una institucionalización de la mentira. En ello se ha basado la emisión cotidiana de fake news, las que propagadas a través de las redes sociales mantiene la adhesión de una masa de seguidores fanáticos e incondicionales.
En estos medios Bolsonaro y sus acólitos realizan nuevas “revelaciones” de cuestiones que parecían zanjadas en la historia de la humanidad, como que la tierra no es plana y gira en torno al sol o que el nazismo es un movimiento de derecha y nunca de izquierda solo porque se llama “nacional socialismo”. Entre otras perlas del estilo, su ministro de relaciones exteriores señala que la globalización es una invención del marxismo cultural, que las vacunas matan o que el cambio climático no existe. Es un delirio tras otro y el gobierno se encuentra plagado de figuras trastornadas que construyen una realidad paralela. Esto tiene efectos perversos sobre las nuevas generaciones que ya no serán capaces de diferenciar los hechos, la ciencia, los datos empíricos, de meras ilusiones, sentimientos e ideas vagas sobre el funcionamiento del mundo real.
Mientras tanto, existe también una creciente movilización en los sindicatos, las asociaciones barriales, las organizaciones de la sociedad civil y las universidades, que están tratando de salir de este letargo expectante de inicio de mandato y pasar a constituirse en una oposición más activa que permita generar las condiciones para la destitución de un gobierno que se sustenta sobre el predominio del miedo y la demencia.
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