IPS
Cincuenta años de Guerra Fría y el hecho que la canciller Angela Merkel creció en la entonces Alemania Oriental, posiblemente pueden explicar el curioso influjo político que Estados Unidos ejerce sobre Europa. Después de una reunión bilateral entre Merkel y el presidente estadounidense, Barack Obama, durante la cumbre del Grupo de los Siete (G-7) países más ricos, en la localidad alemana de Elmau, el 7 y el 8 de este mes, se supo que hubo una solución de compromiso.
La mandataria alemana aceptó que la Unión Europea (UE) continúe aplicando sanciones a Rusia, lo que indujo a los demás países a seguirla. En cambio, Obama modificó la posición de Washington respecto a la ayuda económica a Grecia. Esa postura había sido expresada de manera inequívoca unos días antes a los líderes europeos por el secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, quien sostuvo que es necesario resolver el problema griego para evitar un impacto global que no nos podemos permitir. Esta posición aceleró repentinamente las negociaciones, con la esperanza que todo se resolvería antes de la cumbre del G-7.
Pero Grecia no aceptó el plan que le presentó el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, porque era sospechosamente cercano a las posiciones de Fondo Monetario Internacional (FMI) a favor de más recortes presupuestarios y más austeridad. En la cumbre, Obama endureció la posición de Estados Unidos respecto a Grecia, e incluso dijo que “Atenas debe ejecutar las reformas necesarias”.
El tira y afloja entre Grecia y sus socios europeos se prolonga desde hace cinco años. La crisis griega se produjo por los gastos excesivos de los gobiernos precedentes al actual gobierno de Alexis Tsipras, que incurrieron en el aumento en gran escala del empleo público y en un sistema de pensiones extremadamente costoso. En 2009, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) ganó las elecciones y se descubrió que las cifras que Atenas había estado enviando a Bruselas eran falsas.
El déficit anual real era varias veces superior al declarado, de casi 12,5 por ciento del producto interno bruto (PIB). Se trató de una confirmación de lo que la UE y sus organismos sospecharon por largo tiempo, pese a lo cual nada se había hecho. Sin entrar en detalles sobre las angustiantes negociaciones anteriores entre Grecia y la UE, se llega a las elecciones de enero de este año, que gana el partido progresista de Tsipras, Syriza. Su programa era claro: detener el plan de austeridad de la Troika -FMI, UE y el Banco Central Europeo- impuesto en nombre de los países europeos liderados por Alemania, Holanda, Austria y Finlandia.
Grecia está de rodillas. Oficialmente, el desempleo ha pasado de 11,9 por ciento en 2010 a 25,5 por ciento en la actualidad, pero se coincide que en realidad se sitúa en alrededor de 30 por ciento. Entre los jóvenes, la desocupación está llegando a 60 por ciento. El PIB ha descendido 25 por ciento, los ciudadanos griegos han perdido alrededor de 30 por ciento de sus ingresos y el gasto público se ha reducido de tal manera que los hospitales tienen grandes dificultades de funcionamiento. Empero, la exigencia de la Troika es simple: corten y sigan cortando hasta la eliminación del déficit. Por ejemplo, las pensiones ya han sufrido dos recortes y se pide una nueva reducción. Con esto se obtendrían apenas unos 100 millones de euro, causando un enorme daño a los pensionistas que viven con 685 euros por mes, o aún menos.
Cuando Juncker asumió la Presidencia de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE, anunció un grandioso Plan Marshall para Europa. Tras la proclama, el proyecto desapareció totalmente de la escena. La austeridad es la brecha que divide las opciones de Estados Unidos y de la UE. Estados Unidos ha emprendido el camino de la inversión para el crecimiento -a pesar de la presión del opositor Partido Republicano a favor de la austeridad-, y la economía está creciendo de nuevo. En cambio la UE es dirigida por Alemania y los alemanes están convencidos de que lo que hicieron en su país es universalmente válido.
Existe un consenso generalizado de que la crisis de Grecia, que representa solo dos por ciento del PIB de la UE, podría haber sido solucionada cuando comenzó, con un préstamo de entre 50.000 y 60.000 millones de euros (56.600 y 67.800 millones de dólares). Pero desde que Tsipras se convirtió en primer ministro y con el respaldo del apoyo popular comenzó a negarse a aceptar en bloque el plan de los acreedores, Grecia se ha convertido en un tema de gran importancia. Ahora se habla de una “Grexit”, o salida de Grecia del euro y de la UE. Esto tendría un efecto cascada y supondría el fin del sueño común de una Europa basada en la solidaridad y el sentido de comunidad.
En el G-7, Obama insistió en las inversiones y el estímulo a la demanda como una manera de salir de la crisis. Merkel reiteró una vez más que Europa no necesita de estímulos financiados por el endeudamiento sino de incentivos procedentes de la reforma de las economías ineficientes. Este espectáculo me recuerda una frase del prestigioso periodista de Sri Lanka Tarzie Vittachi: “todo es siempre sobre otra cosa”.
Es interesante observar que una de las razones que se aducen para ser tan duros con Syriza es que los ciudadanos de España, Portugal e Irlanda, los primeros que tragaron la amarga píldora de la austeridad, se indignarían si se opta por un camino diferente para Grecia. Se da la casualidad que esos tres países tienen gobiernos conservadores. Todo el sistema político europeo se estremeció cuando Syriza ganó las elecciones, y nuevamente hace algunos días con la victoria de Podemos, el partido de izquierda y adverso a la austeridad en las elecciones municipales en España.
Por alguna razón, el gobierno extremamente autoritario y conservador húngaro de Viktor Orbán, la reciente victoria del muy conservador Andrzej Duda como presidente de Polonia, así como el ascenso en Italia de Matteo Salvini, de la antieuropeísta y xenófoba Liga Norte, no logran crear pánico. Esto es porque en la actualidades es en Grecia donde acecha el verdadero adversario del “statu quo”. Se trata de castigar a una figura antisistema como Tsipras y demostrar que la izquierda radical no puede dirigir un país europeo. Pero ¿alguien realmente cree que masas de ciudadanos en Madrid, Lisboa o Dublín se tomarían las calles para protestar si Europa hiciera un salto mortal de solidaridad e idealismo y decidiera atenuar sus dacronianas exigencias a Grecia?
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