CounterPunch
En lo que fue probablemente el ensayo más influyente publicado en los años noventa, Samuel Huntington argumentó en Foreign Affairs que en el futuro “Las grandes divisiones de la humanidad y la fuente predominante de conflicto serán de tipo cultural. Las naciones Estado seguirán siendo los actores más poderosos en la política mundial, pero los principales conflictos de dicha política se producirán entre naciones y grupos de civilizaciones distintas. El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas divisorias entre civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro.” Huntington fue criticado por un sinnúmero de académicos, periodistas y personalidades públicas por ser demasiado simplista en su análisis, así como por convertir la religión en el indicador primordial para su concepto de “civilización”. Tengo que admitir que fui uno de los que se sumaron a ese coro de críticas.
A pesar de todo, durante los últimos años he estado reflexionando sobre la tesis de Huntington y revisando gradualmente mis puntos de vista aunque no lo he dicho de un modo tan público porque no estaba absolutamente seguro de mi conversión a la tesis de Huntington. Pero esta semana he visto la luz en el camino a Damasco (de un modo más apropiado en el camino a Jerusalén). La luz brilló en la forma de la declaración hecha por el candidato a presidente Mitt Romney en la Ciudad Santa de que “La cultura hace toda la diferencia” en combinación con su apoyo incondicional a la política belicosa de Netanyahu hacia Irán. ¿Qué podría explicar semejante trastada de política extranjera”, en las palabras de Robert Merry en National Interest, sino el parentesco basado en una cultura común (“civilización” en las palabras de Huntington)?
Me di cuenta entonces que el modelo de dobles raseros que había estado presenciando en la política exterior estadounidense hacia Medio Oriente forma parte integral de un mundo en el cual diferencias supuestamente inmutables basadas en civilizaciones forman la fuente primordial de conflicto. Huntington había señalado proféticamente que “Un mundo de choques de civilizaciones… es inevitablemente un mundo de dobles raseros: la gente aplica un rasero a sus países congéneres y un rasero diferente a otros”.
Las políticas estadounidenses hacia Israel, sea respecto al tema de Palestina o de Irán, han estado notablemente sesgadas por motivos de afinidad basada en una civilización común. Debería ser claro desde cualquier perspectiva objetiva que Israel ha sido un valor pasivo en lugar de ser un activo estratégico cuando se trata de las relaciones de EE.UU. con una gran mayoría de los países en Medio Oriente. Esto ha sido particularmente cierto desde el fin de la Guerra Fría cuando en las percepciones árabes y musulmanas la relación estadounidense-israelí ha sido invertida. Israel ya no es percibido como el peón de EE.UU. en Medio Oriente como lo fue antes del colapso de la Unión Soviética. Ahora es al revés.
Sin embargo, por razones relacionadas con el parentesco cultural, que ha adoptado diferentes manifestaciones que van desde “el lobby” a los “cristianos evangélicos”, EE.UU. ha permitido que su política hacia el problema Israel-Palestina sea en gran parte dictada por Israel. Esto vale para una amplia gama de temas desde los asentamientos judíos en Palestina ocupada al bloqueo israelí de Gaza.
El hecho de que la narrativa del conflicto sea aceptada íntegramente por senadores y congresistas estadounidenses así como por la mayoría de los miembros del poder ejecutivo puede ser explicado solo a través del medio de la afinidad cultural. Incluso los responsables políticos y publicistas estadounidenses que han sido ligeramente críticos de las políticas israelíes lo han hecho para salvar a Israel de sí mismo impidiendo que la bomba de tiempo demográfica le estalle en la cara. La narrativa palestina de desposeimiento, exilio y ocupación y, por cierto, de la transformación demográfica de Palestina bajo el mandato británico no es solo ignorada sino tratada como ficticia.
El mismo conjunto de dobles raseros funciona en relación con el programa de enriquecimiento nuclear de Irán que se supone sea un paso hacia una capacidad de armas nucleares. Lo que es notorio es que el único país en posesión de armas nucleares en Medio Oriente –Israel– ha encabezado la amenaza de un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán y que EE.UU. y Europa juegan roles de apoyo e incluso de sumisión. Casi ninguno de los principales comentaristas en Occidente, con la excepción de algunos especialmente valerosos como Kenneth Waltz, se ha atrevido a criticar la estupidez de esa política y a argumentar que la disuasión nuclear podría hacer que Medio Oriente sea un sitio más seguro.
Sin embargo, el caso más asombroso de dobles raseros porque involucraba a un miembro de la OTAN fue la posición estadounidense respecto al ataque israelí contra el barco turco Mavi Mármara que participaba en el suministro de ayuda a la sitiada Gaza. Nueve personas de origen turco –incluido un ciudadano estadounidense– fueron muertas en aguas internacionales sin un asomo de condena o incluso protesta por parte de Washington. Es posiblemente la primera ocasión en la historia reciente en la cual el asesinato de un ciudadano estadounidense por extranjeros no ha provocado por lo menos una protesta pública formal del gobierno de EE.UU. ¿Fue porque el ciudadano estadounidense era de origen turco y, por ello, percibido como fuera de la esfera de la civilización occidental a pesar de que Turquía ha sido un aliado leal de EE.UU. durante medio siglo? ¿O fue porque la tensión entre Turquía e Israel es percibida en EE.UU. como parte de un choque de civilizaciones en el cual EE.UU. tiene que solidarizarse con sus parientes y amigos?
Ambas explicaciones se ajustan al paradigma de Huntington porque –como señaló– los dobles raseros forman parte integral de un modo de pensar que ve un conflicto en términos del choque de civilizaciones. Hay que apoyar a sus parientes y amigos tengan o no tengan razón. Cuando este fenómeno ocurre en Medio Oriente o África es considerado como “tribalismo”. En Occidente es llamado “choque de civilizaciones”.
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