David Brooks
La Jornada
Hijos delincuentes de los guardianes de ley y orden, ricos de pronto generosos, cabilderos y políticos que lucran con guerras, políticos locales que creen merecer salarios más altos que el presidente, y espectadores desempleados de todo este teatro están entre las cosas que provocan dudas sobre si estos son síntomas de un imperio en declive o sólo es lo mismo de siempre. Entre las curiosidades de los últimos días en este país:
Caroline Giuliani, de 20 años, robó unos 150 dólares en cosméticos de una de las tiendas de la cadena Sephora en la ciudad de Nueva York. Sí, de esa familia Giuliani. Es la hija de Rudolph, el ex alcalde de Nueva York, ex candidato presidencial, ex fiscal federal y asesor internacional para asuntos de control de crimen (incluso en México) quien adquirió fama como héroe de la ley y orden. La fortuna de su padre se calcula en 60 millones, su ex esposa Donna Hanover, madre de la joven delincuente, ganó 6.7 millones en el divorcio. Pero por alguna razón, la egresada de Harvard decidió robar un poco de crema y otros cosméticos ( y eso que llevaba más de 300 dólares en efectivo en su bolsa). Empleados de la tienda detuvieron a la joven y llamaron a la policía que la arrestó, pero cuando la gerencia se enteró quien era, decidió no presentar cargos, aunque días después revirtió su decisión. Los encargados de la justicia en esta ciudad aún no ha determinado si presentarán cargos y la joven fue liberada con una cita pendiente ante un juez. No se sabe si su padre favorece aplicarle la misma justicia que a los pobres cuando era alcalde.
Hablando de delitos, se presentaron cargos por promover uno de los fraudes de financiamiento de campañas electorales más grande de la historia del país contra uno de los cabilderos más poderosos de Washington. Paul Magliocchetti canalizó de manera ilícita cientos de miles de dólares en contribuciones a campañas de legisladores federales a cambio de que ellos canalizaran más de 200 millones en fondos federales en contratos militares que beneficiaban a las empresas privadas representadas por Magliocchetti, o sea, otro ejemplo de cómo funciona el gran negocio de defender la libertad en el mundo.
En un negocio más local, los políticos en Bell, una pequeña ciudad en la zona metropolitana de Los Ángeles con una población generalmente pobre y latina, vivieron la vida loca hasta que se descubrió que tenían salarios más altos que el presidente de Estados Unidos. El administrador municipal (algo equivalente a alcalde) Robert Rizzo ganaba casi 800 mil dólares al año, el jefe de policía Randy Adams 457 mil (50 por ciento más que el jefe de policía de Los Ángeles), y la administradora asistente Angela Spaccia 376 mil, reportó Los Ángeles Times. El presidente Barack Obama tiene un salario de 400 mil. Las revelaciones provocaron protestas de los residentes e investigaciones judiciales, obligando la renuncia de los tres, aunque aún podrían recibir enormes jubilaciones. El gobierno de Bell, cuyos residentes padecen condiciones económicas difíciles, había recortado servicios municipales por más de 800 mil dólares mientras otorgaba incrementos salariales a sus funcionarios.
Siguiendo con el tema de delitos, corrupción y negocios, perdón, de empresarios muy ricos, exitosos y aparentemente preocupados por parecer decentes, unos 40 megamillonarios anunciaron de manera majestuosa y retumbante (o sea, se repitió en todos los medios como un acto de gran importancia nacional) que otorgarían por lo menos 50 por ciento de sus fortunas a la filantropía. Entre las figuras están los más ricos, como Bill Gates y Warren Buffet (quienes encabezaron la iniciativa). Ambos calculan que sus esfuerzos podrían generar 600 mil millones en aportaciones caritativas (instituciones filantrópicas recibieron un total de 300 mil millones en donaciones en 2009), reportó el Washington Post. Nadie menciona que algunas de estas fortunas son en parte resultado de un sistema de especulación financiera que finalmente estalló en la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
Y hablando de crisis, los nuevos datos oficiales registran un aumento en el desempleo, una desaceleración económica, y crisis presupuestarias de casi todos los gobiernos estatales y municipales del país lo cual se traduce en drásticos recortes de servicios públicos básicos (educación, salud, programas para jóvenes y los de la tercera edad, etcétera), además del despido de unos 234 mil empleados públicos, incluyendo maestros. Si las cosas continúan así se pronostican otros 250 mil recortes.
Según el economista Paul Krugman, en su columna del New York Times, uno de cada seis trabajadores estadunidenses está desempleado o subempleado y en promedio los desempleados han carecido de empleo durante más de 35 semanas. El Congreso no está dispuesto a actuar para abordar el problema, ya que, según Krugman, a buena parte de los legisladores les importa mucho los impuestos del uno por ciento más rico de la población (de no incrementarlos), pero muy poco por la difícil situación que padecen los estadunidenses que no pueden encontrar empleo. Tal vez algunos de los millones de desempleados recibieron con gratitud y admiración la noticia de la generosidad de los multimillonarios.
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