Ignacio Klich
Le Monde Diplomatique
La gira del presidente Bachar Al Assad por Venezuela, Cuba, Brasil y Argentina, la primera de un jefe de Estado sirio en la región, se inscribe en la profundización de los vínculos entre América Latina y Medio Oriente, reflejada por ejemplo en el inicio de vuelos regulares directos entre el Cono Sur y el Golfo Árabe-Pérsico. Más allá de los intereses económicos y energéticos, tanto huésped como anfitriones coincidieron en que el avance en las relaciones es consecuencia del desplazamiento de las relaciones de fuerza internacionales, de Norte a Sur, y de Occidente a Oriente.
A finales de junio, el presidente Bachar Al Assad inició una gira por América Latina, la primera de un jefe de Estado sirio, para estrechar vínculos políticos y económicos y alentar a sus expatriados en la región para que sirvan a Damasco, de manera parecida a como distintos vecinos de Siria se benefician de sus respectivas diásporas como publicistas, lobbistas y/o inversores.
El itinerario de Assad, largamente planeado, lo llevó a Venezuela, Cuba, Brasil y Argentina. Elegidos en base a afinidades políticas y ascendiente regional, casi todos estos países ya figuraban en un viaje que no pudo arrancar en 2006 al haberse desencadenado la segunda guerra del Líbano, cuya propagación era temida por Siria.
La devolución de visitas a Fidel Castro (2001), Luiz Inácio Lula da Silva (2003) y Hugo Chávez (2006 y 2009) confirma que el ostracismo respecto de Siria, propiciado por el entonces presidente estadounidense George W. Bush cuando incluyó al país árabe en su eje del mal, fue superado. Tanto como para que un Assad jocoso postulara a Chávez como secretario general del eje maligno, en un juego de palabras referido a un hipotético Movimiento de Aliados Libres (MAL) formado por Estados “canallas”.
Petróleo y paz
Hoy Siria aspira a obtener el patrocinio de Washington para recuperar el Golán, meseta ocupada por Israel desde la guerra de 1967 y anexada en 1981, a cambio de un acuerdo de paz con Israel garantizado por Estados Unidos. Pero la puja del mandatario estadounidense Barack Obama con los apoyos de Israel afecta los intentos de mejorar su imagen en el mundo árabe. No sorprende pues que el Presidente sirio no haya podido aún encontrarse en Damasco con el nuevo embajador estadounidense –aun cuando Obama designó a Robert Ford para esa plaza en febrero pasado– ni que las sanciones estadounidenses a Siria no se hayan levantado. Es más, Obama las renovó en mayo por el apoyo de Damasco a, entre otros, Hizbulá, partido chií integrante de la actual coalición gobernante libanesa, que Washington prefiere reducir a su brazo armado, por lo que no es casual que figure en su lista de organizaciones terroristas. Con ese trasfondo, un columnista del diario egipcio Al Ahram subrayó que la exhibición de amistades cultivadas por Assad “en una región que los estadounidenses consideran su patio trasero” era útil a sus objetivos. Sin duda muestra a Assad menos aislado que antes, en su segundo mandato al frente de una Siria laica bajo un partido gobernante panárabe, el Baas.
Pero más allá de los acuerdos suscritos –entre ellos un memorándum con Venezuela que contempla la creación de una empresa mixta de producción y distribución de aceite de oliva (beneficioso para Caracas al ser Siria el quinto productor mundial de ese aceite), y la intención de crear un fondo de cien millones de dólares para proyectos conjuntos–, Assad, atraído también por un acuerdo de libre comercio con el MERCOSUR, parecía preferentemente interesado en un complejo petrolero. Si bien Siria no cuenta con grandes cantidades de petróleo –produjo en 2009 unos 367.000 barriles diarios–, el oro negro y sus derivados son una parte no despreciable de sus exportaciones.
A edificarse en Homs, con capacidad para refinar no menos de 140.000 barriles diarios, la refinería se propuso por vez primera hace tres años. Con la anunciada participación accionaria de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA, 33%), la Petropars iraní (26%) y de Malasia, el proyecto parece haber cobrado más relevancia desde que el Congreso estadounidense comenzó a analizar las penalizaciones aprobadas contra Irán por su programa nuclear, que incluirían obstaculizar sus importaciones de derivados del petróleo. De llegar a concretarse la planta en Homs, que prevé el uso entre otros de petróleo iraní, podría también atender las necesidades de Teherán.
Antes de la llegada de Assad a Venezuela, el embajador sirio en Caracas fue citado en un diario hostil a Chávez aclarando que “el proyecto está en estudio. Su futuro depende del interés de los socios; si lo hay se construirá, si no, amén”. El Presidente venezolano rechazó la posibilidad de que temas conversados y/o acordados antes “se queden en el papel”, en referencia quizás a la falta de avances significativos en la materia, y ratificó su interés en “construir la refinería” y su predisposición a enviar entretanto “el diesel que necesita” Siria. Asimismo, se mencionó que Chávez colocaría la piedra basal antes de fin de año, en su próxima visita a Siria, con el objetivo de que la refinería esté operando en 2013.
En materia política, Assad volvió a Damasco reconfortado por declaraciones de sus anfitriones. Lula y Cristina Fernández de Kirchner expresaron su apoyo al principio de trocar tierra por paz en aras de asegurar la devolución del Golán, además de recomendar el primero que Siria sea “oída e involucrada en las grandes discusiones sobre el futuro” regional. La oferta del Presidente brasileño de mediar en el conflicto palestino-israelí –extensible al sirio-israelí, de requerirlo ambas partes– llevó a Assad a mostrarse esperanzado en el papel de Brasil como contribuyente potencial a la estabilidad mesoriental. De hecho, luego de sugerir un encuentro en Brasil entre Assad y el premier israelí Benjamin Netanyahu –una idea propuesta por el mandatario israelí Shimon Peres en marzo pasado–, Lula despachó a su canciller a Siria, Celso Amorim, que regresó también a Israel, Palestina y Turquía. Y si bien la reciente experiencia de Brasil al gestar con Turquía un acuerdo nuclear con Irán podría justificar la reluctancia de la Casa Rosada a ofrecerse como mediadora, la presidenta Fernández de Kirchner deletreó la aspiración argentina de ser “un actor protagonista en la construcción de la paz”, deseo a primera vista no congruente con la abstención argentina en 2006 de contribuir con tropas para la organización de las Naciones Unidas (ONU) en el vecino Líbano.
Una relación incipiente
Para oídos israelíes sensibles, el agradecimiento al apoyo sirio en el tema Malvinas junto con el apoyo argentino a la restitución del Golán parecía ubicar a Argentina y Siria en la vereda opuesta a la de Israel, no sólo porque los elementos más nacionalistas de la coalición gobernante israelí son hostiles a bajarse del Golán, sino también porque los votos de Israel en la ONU no igualan al más asiduo acompañamiento sirio a los reclamos argentinos sobre Malvinas.
Sin hacerse esperar, la reacción mostró una casi habitual mezcla de alusiones al terrorismo y a la judeofobia. El Jerusalem Post sacó a relucir que Cristina Fernández estaba cortejando a un estrecho aliado de Irán sin reclamar explícitamente por los funcionarios iraníes acusados de participar en la voladura de la AMIA, en tanto que una entidad representativa del judaísmo argentino se sirvió de declaraciones de Assad a un grupo de medios locales, el Dipló incluido, sobre distintos temas, entre ellos el exterminio nazi de los judíos, para acusarlo de antisemita. Claro que el diario de Jerusalén pasó por alto que Argentina no tiene reclamos contra Siria al haber respondido este país, a diferencia de otros, a todos sus exhortos relativos al caso AMIA. A su turno, Assad reconoció el genocidio nazi como un hecho histórico indudable, sin arriesgarse a aventurar cuántos millones de judíos fueron los victimizados, ni barrer debajo de la alfombra sus secuelas en Medio Oriente. Ello demuestra que, más que antisemita, Assad no es un experto en nazismo, siendo imposible colgarles a sus anfitriones e interlocutores el sambenito de la judeofobia.
En lo que se refiere a los descendientes de sirios, cabe notar que la comitiva de Assad incluía a Buthaina Shaaban, su ex ministra de Expatriados. Las comunidades sirias en los países recorridos sin duda festejaron la presencia de Assad, publicando mensajes institucionales y otros de bienvenida. Pero celebrar una visita no lleva ineludiblemente a que los expatriados más prósperos inviertan parte de los 77.000 millones de dólares que Siria espera reclutar del sector privado de aquí a 2015 para un ambicioso plan de reformas. Si bien es cierto que gran parte de la exportación argentina de yerba mate hoy va a Siria como consecuencia de su introducción allí por migrantes de retorno –algo que puede verse en partes consulares argentinos de las primeras décadas del siglo XX– el rol que se espera de los emigrantes en el comercio bilateral y en inversiones en Siria dependerá en los hechos de su rentabilidad, más que de consideraciones no económicas.
En suma, el primer contacto in situ de Assad con la región no sólo le redituó condecoraciones de Venezuela y Brasil y promisorios instrumentos para acrecentar su comercio exterior, sino que también potenció su reparada posición en Medio Oriente, fruto de mejores relaciones con Arabia Saudí, el Líbano y Turquía. La gira también permitió familiarizar a líderes y formadores de opinión –especialmente los argentinos– con la postura siria sobre un amplio temario, desde su aspiración a cerrar un acuerdo con Israel con vistas a la paz, hasta su posición en favor de la eliminación del bloqueo a la Franja de Gaza y del acuerdo alcanzado entre Turquía, potencia regional suní, y Brasil con el Irán chií para disminuir la inquietud generada por su programa nuclear. Un proceso a seguir profundizando.
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