domingo, 27 de abril de 2025

La raíz de la crueldad

Álvaro García Linera
Página 12

¿Por qué la crueldad represiva ejercida contra unos jubilados que demandan derechos no solo es tolerada sino también celebrada por una parte importante de la población? ¿Por qué la masacre de indígenas aymaras durante el golpe de Estado del 2019 en Bolivia es olvidada por los intelectuales criollos y, al contrario, el acceso violento al gobierno es rememorado como un momento épico de la lucha contra la “tiranía” socialista? ¿Por qué la denuncia y persecución de migrantes de piel morena se ha convertido en un deporte estadounidense acreditado por la mitad de sus habitantes, en tanto que, en Europa, la idea de bunkerizar su territorio forma parte de un nuevo sentido común?

¿Qué ha llevado a que estas abominaciones humanas tengan hoy carta de ciudadanía e incluso justificación moral entre las elites empresariales y segmentos de las clases medias de los países del mundo?

La respuesta de que es un resultado de maliciosos algoritmos que refuerzan las emociones bajas de los incautos ciudadanos que acceden a las redes digitales o, que las grandes plataformas tecnológicas han fusionado su ideología a la de la de gobernantes fascistizados, son incompletas pues olvidan que para que estos microclimas tiktokeros sean eficaces tiene que haber previamente una inclinación al odio vengativo de parte de una población que no consume boba y sumisamente lo que ve en la pantalla y que, siempre tiene al alcance, el ejercicio de su libertad electiva de levantar la cabeza por encima del celular y ver una realidad ampliada.

La explicación que señala Slobodian respecto a la propensión de las elites neoliberales a rememorar antiguos “peligros” igualitarios que amenazan la cohesión social y ante los cuales hay que actuar de manera decidida y brutal, no toma en cuenta que lo que importa de las paranoicas invenciones de enemigos artificiales es la connotación social que ellas adquieren, es decir, la adhesión fervorosa que tales enunciados provocan en un momento histórico preciso y no en otro.

Siempre han de existir cenáculos marginales capaces de producir narrativas de orden, desde las mas racionalistas y fundamentadas, hasta las mas disparatadas y falaces. Y por lo general, su irradiación queda restringida a círculos discretos. Pero, solo en determinadas circunstancias, estos relatos se vuelven socialmente verosímiles, dando lugar a movimientos políticos expansivos. Ninguna narrativa tiene fuerza social por su sola construcción gramatical. Su fuerza viene de la capacidad de unificar pulsiones colectivas previamente disponibles. La pregunta es entonces, ¿por qué ahora los discursos antiigualitarios, racistas, misóginos y autoritarios tienen tantos seguidores en el mundo?

En tiempos de estabilidad económica y crecimiento, claramente los discursos de “centro”, esto es, que eluden rupturas o variaciones sustanciales del orden social, logran las mayores adhesiones. No hay incentivos para optar por propuestas que deserten de lo ya establecido o que impugnen el dominante horizonte predictivo imaginado de los individuos y las sociedades.

Pero cuando surgen desajustes al orden regular de los ingresos económicos o de las jerarquías sociales, el sistema político y de creencias legítimas se desorganiza, dando paso al protagonismo de lo que hasta antes eran los “extremos” marginales. Estas crisis, que envejecen rápidamente la cohesión social y sus consensos prevalecientes, pueden ser económicas, al contraerse las remuneraciones de la mayoría de los habitantes de un país; o de estatus y poder de una parte de esa sociedad; o, incluso, de la jerarquía de una sociedad entera respecto a otras sociedades en el mundo.

El caso de EE.UU. es paradigmático. Según J. Francis, en su estudio del Otoño del patriarca blanco, entre 1970 y 2021, los hombres blancos norteamericanos han visto reducir su participación en el ingreso nacional del 70 % 41%. En tanto que las mujeres blancas y los “otros” hombres y mujeres han pasado del 30 % al 59 %. Es posible que los ingresos brutos semanales de la mayoría de los hombres blancos hayan crecido, o incluso estancado, pero en relación a las mujeres, negros y latinos, ha caído a casi la mitad. Claramente hay una mayor igualdad en la distribución étnica y genérica de los ingresos, pero, simultáneamente, una crisis de las viejas jerarquías económicas por genero y “raza”.

Esto ayuda a dar lugar a una crisis de sentido de orden de la sociedad norteamericana y, con ello, a una predisposición a revocar creencias. Que esa batalla por instaurar la nueva narrativa explicativa la estén ganando los que culpan de su destino a la migración latina o al empoderamiento de las mujeres; desplazando a los que reivindican la igualdad y la necesidad de avanzar sobre las groseras fortunas de las oligarquías tecnológicas y financieras, no es algo inevitable. Es un tema de correlación de fuerzas políticas. Pero claro, si lo que se le opone al discurso de una “batalla final” de revanchas redimidoras es solo mantener el viejo orden globalista decrépito y austero, entonces no resulta difícil entender porque gana Trump y los suyos.

En el caso de Bolivia, el ascenso social indígena y el desmantelamiento de las jerarquías raciales en el acceso al poder estatal, tuvieron como reacción una oleada anti igualitaria de las antiguas clases medias. Entre 2006 al 2019, el 30 % de la población, mayoritariamente indígena salió de la pobreza y entro al segmento de ingresos medios. El salario mínimo, de obreros e informales, subió 400 %, en tanto que el salario de las profesiones liberales un 50%. Junto con ello, los mecanismos de acceso a cargos públicos y reconocimientos oficiales, estuvieron regulados por la pertenencia o cercanía a las identidades indígenas. Se trata de hechos prácticos de democratización material. Pero, el pavor moral que esta igualación social desencadenó entre las clases medias criollas fue de tal magnitud que no dudaron en abrazar discursos raciales darwinistas, proclamando, sino el exterminio purificador de los bárbaros indígenas a manos de militares “decentes y católicos”, al menos su animalización y subordinación profiláctica por razones de salud pública.

Como lo ha mostrado Marco Porto para el caso de Brasil, reacciones parecidas se han vivido con lo que él denomina “ansiedad de estatus” de las clases medias ante el ascenso social, en el período de los dos gobiernos de Lula, de sectores negros e indígenas que logran acceden a las universidades (plan de cuotas raciales) y de las empleadas del hogar, con la legislación de sus derechos laborales. De esta manera, espacios de consumo anteriormente reservados para sectores medios que validaban no solo su capacidad de gasto sino, ante todo, de distinción y jerarquía frente a las clases pobres, ahora se veían ‘invadidos” por una sucia plebe que, desfachatadamente, abolía un exclusivo prestigio social considerado como parte “sagrada” de cualquier orden civilizado.

De igual manera en Argentina, cuando uno ve el cuadro recientemente publicado por Agendata respecto a la participación de los asalariados en el Producto Interno Bruto (PIB), se aprecia cómo es que las grandes oleadas autoritarias de odio restaurador de viejas jerarquías sociales y raciales, como el aramburato, vienen precedidas de grandes avances en la igualdad material. En el caso del mileismo, a los años de la democratización económica kirchnerista, debe añadirse la frustración redistributiva, vía inflación, del gobierno progresista que antecedió al triunfo de Milei.

Para Europa, no es pertinente fijarse en el deterioro de las condiciones de vida de amplios sectores populares. La transferencia de valor del sur al norte global (EE.UU., Europa), vía intercambio desigual, deuda pública y cadenas de ensamblaje, ha permitido sustraer, según HIckel-Lemus y Barbour, el equivalente a 16, 9 billones de dólares entre 1995-2021, logrando la estabilidad del “modo de vida imperial” (Brand), y de parte del Estado de bienestar que aun disfrutan sus sociedades.

Sin embargo, la desigualdad se ha incrementado en ese mismo periodo. El 10 % de las personas con ingresos más altos y que en 1980 acaparaba el 27 % de la renta nacional, en 2019 lo hacía con el 36 % (Piketty, 2019). Pero lo que hoy más está conmocionando a esta región es el desequilibrio del estatus social interno y externo. Según el informe Wid World Inequality Database, mientras los sectores con mayores ingresos se alejan de los que tienen ingresos medios, los que tienen ingresos más bajos se acercan a los que tienen ingresos medios, devaluando su estatus.

Y, lo más devastador es el desmoronamiento de la secular manera de ubicarse en el mundo. Como lo muestra Milanovic, (What comes after globalization?) las clases medias “occidentales” han visto retroceder su ubicación en la distribución de la riqueza global. Mientras que en los años 90s, las clases bajas y medias europeas ocupaban los deciles superiores al 70, ahora ocupan el decil 55, superados por las clases medias y altas asiáticas en sistemático ascenso global. Y claro, después de siglos de supremacía europea, la obligación de ahora tener que conversar como iguales con naciones que hasta hace poco eran colonias, les resulta aterrador.

En resumen, la expansión social de las ideologías requiere de un soporte material que las faculte. Las grandes crisis desplazan los viejos sistemas de legitimación política y habilitan las condiciones de posibilidad de nuevas creencias sustitutas. Si son crisis económicas generales, éstas tienden a promover coaliciones socio-políticas igualitarias encabezadas por gobiernos de izquierda o progresistas. Si la crisis la promovió, o no la resolvió el gobierno progresista, le sucederá una coalición de derecha extrema. A su vez, las crisis de estatus, tienden a promover pasiones anti igualitarias que encumbran a gobiernos ultra reaccionarios, autoritarios y cargados de odios viscerales hacia lo plebeyo. En todos los casos, son cambios materiales en las condiciones de vida económicas, de poder o reconocimiento, los que gatillan, en múltiples direcciones políticas, recambios ideológicos y emocionales de las sociedades. Es la cualidad del tiempo liminal.

La lección de los últimos años es que la manera de enfrentar los resentimientos anti igualitarios, no es retrocediendo o paralizándose en las políticas de igualdad material. Eso es lo peor, pues ni favorece a los de abajo, que se sentirán traicionados, ni contenta a los de arriba, que siempre han considerado a los progresistas como unos detestables y temporales advenedizos a un poder político que creen les pertenece por patrimonio familiar.

Y, lo peor, la decepción de los de abajo fácilmente los podrá empujar a abrazar los resentimientos, no contra los poderosos, sino contra los más débiles de las clases menesterosas. En tiempos de crisis, no hay mayor impulso al conservadurismo autoritario que un gobierno progresista que renuncia a la audacia de los cambios. La crisis es, por excelencia, el privilegiado escenario de disputa de las esperanzas colectivas, de los horizontes predictivos. No solo de los recuerdos.

Por ello, la única opción ante los arrebatos contra-igualitarios, es con más igualdad, con nuevas expectativas convincentes de mejores condiciones de vida en común, radicalizando las políticas de distribución de la riqueza. Y que, para ser duraderas en el tiempo, tendrá que afectar a las oligarquías rentistas, además de expandir un nuevo tipo de productivismo sustentable.

terça-feira, 22 de abril de 2025

Francisco, el papa latinoamericano para el mundo

Washington Uranga
Página 12

Murió a los 88 años. Se proyectó como estadista y líder mundial. Nunca perdió su sencillez, predicó a favor de los pobres y descartados, promovió el diálogo y criticó el modelo económico depredador y excluyente. Los cambios que hizo en la Iglesia y lo que dejó pendiente.

Francisco, el papa latinoamericano que “los cardenales fueron a buscar al fin del mundo” como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y, sobre todo, tuvo la capacidad de interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano.

De esta manera Jorge Bergoglio logró dejar huella en la vida de muchas personas, también en gran parte de quienes no lo reconocieron como su líder espiritual o religioso. En el escenario de un mundo contemporáneo atravesado por los conflictos y las guerras y, al mismo tiempo, carente de voces y de referentes que iluminen los senderos de la fraternidad entre las personas y los pueblos, Francisco marcó presencia.

Como componente esencial de su misión el Papa predicó y puso en práctica lo que él mismo denominó “la cultura del encuentro”. Porque, como lo escribió en su autobiografía recientemente publicada bajo el título Esperanza, “solo quien levanta puentes sabrá avanzar; el que levanta muros acabará apresado por los muros que él mismo ha construido. Ante todo quedará atrapado su corazón”.

Francisco: el hombre común

Se proyectó como estadista y líder mundial, sin perder la sencillez característica de la historia personal de este porteño (“dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad”), el mayor de cinco hermanos nacidos todos en el barrio de Floresta en Buenos Aires, y que aún en el Vaticano siguió reconociéndose como “cuervo” por su afición a San Lorenzo. Sin embargo, cuando le anunciaron que en su regreso a la avenida La Plata el nuevo estadio podría llamarse “Papa Francisco” dijo claramente que “la idea no me entusiasma”.

La elección como Papa le cambió la vida a Jorge Bergoglio. Pero una vez convertido en Francisco hizo lo posible por mantener los rasgos de humanidad y de hombre común que hacían que en Buenos Aires, y ya siendo cardenal, siguiera viajando en subte para ir a su despacho en la curia porteña. “Me gusta caminar por la ciudad, en la calle aprendo” decía. Su nueva condición lo obligó a muchas restricciones, pero en lugar de habitar un palacio vaticano eligió vivir en la residencia Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes que viajan a Roma por motivos eclesiásticos.

Allí trasladó incluso muchas de sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por motivos personales o pastorales. Santa Marta fue su casa. Hasta allí le alcanzaron los zapatos “gomicuer” que pidió a sus amigos que le llevaran desde Buenos Aires tras descartar el calzado rojo que usaba su antecesor Benedicto XVI. También desde allí, o desde cualquier lugar del mundo donde estuviera de visita, cada domingo por la noche Francisco cumplía en llamar por teléfono a Buenos Aires a su hermana María Elena, la única sobreviviente de su familia. Ha dicho que no ver a su hermana es de los desprendimientos que más le costó.

Se reconocía como amante de la música y del tango. “La melancolía ha sido una compañera de vida, aunque de manera no constante (…) ha formado parte de mi alma y es un sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer”. Desde 1990, a raíz de una promesa religiosa, no volvió a mirar televisión y se mantenía informado por otros medios.

Plan de gobierno

La elección de Bergoglio como papa Francisco, que cambió la vida de la Iglesia Católica, también modificó profundamente la manera de relacionarse del catolicismo con la sociedad, en el mundo y en cada país y región.

Ni siquiera los más cercanos, aquellas y aquellos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria, habrían podido imaginar aquel 13 de marzo de 2013 el "plan de gobierno" que Jorge Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como máxima autoridad de la Iglesia Católica. Quizás tampoco había pasado por su cabeza esa posibilidad a pesar de la experiencia acumulada en sus años como superior provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), en plena dictadura militar, o en su tarea como obispo auxiliar (1992-1998) y luego como arzobispo de Buenos Aires (1998-2013).

No pocos sostienen que la vida de Bergoglio tuvo un vuelco fundamental por su participación en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, Brasil, 2007) en la que el entonces arzobispo porteño recibió un baño de ”latinoamericaneidad” en su contacto con sus colegas obispos de la región y, en particular, con los de Brasil. Esto es lo que lo llevó a escribir en sus memorias que “mis raíces son también italianas, pero soy argentino y latinoamericano. En el gran cuerpo de la iglesia universal, donde todos los carismas ‘son una maravillosa riqueza de gracia’, esa iglesia continental tiene unas características de vivacidad especiales, unas notas, colores, matices que también constituyen una riqueza y que los documentos de las grandes asambleas de los episcopados latinoamericanos han manifestado”.

Hasta entonces el “porteño” Bergoglio, como buena parte de los argentinos, se había mantenido distante de América Latina. También en términos eclesiásticos por su cercanía a la “teología de la cultura” que aprendió de su maestro Juan Carlos Scanonne y más alejado de los teólogos de liberación como el peruano Gustavo Gutiérrez o el brasileño Leonardo Boff. Con ambos se encontró y se abrazó después una vez que estuvo en el Vaticano. Bergoglio se hizo latinoamericano en Aparecida. Y con ese bagaje llegó al consistorio que lo eligió Papa.

Pocos días antes de su muerte, la teóloga argentina Emilce Cuda, a quien el Papa llevó a Roma como una de sus más estrechas colaboradoras, fue enfática al señalar que la teología de Franscisco ha sido “la teología” a secas, rescatando las raíces del pensamiento cristiano a lo largo de la historia para ponerla a dialogar con los desafíos de la actualidad de la Iglesia y del mundo.


Referente mundial

El tiempo y sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo llevó hasta Lampedusa, para encontrarse con los inmigrantes ilegales expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica en favor de los pobres, los descartados y de sus derechos.

Desde allí, sin abandonar su impronta religiosa, el Papa comenzó a construir su condición de referente mundial más allá de las fronteras de la Iglesia Católica convirtiéndose en interlocutor de jefes de estado, de dirigentes sociales, políticos y culturales. En un mundo con liderazgos en crisis y enfrentando los desafíos de la realidad Francisco eligió el camino del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos.

Sus ideas quedaron plasmadas en muchos de sus documentos y alocuciones públicas pero sobre todo en las encíclicas Laudato Si (2015), sobre “la casa común”, el cambio climático y el cuidado de los recursos naturales, y Fratelli Tutti (2020) acerca de la amistad y la fraternidad social.

Pero Francisco fue, de muchas maneras, un líder incómodo, para los gobernantes y los poderosos del mundo. En particular por sus llamadas a atender los problemas de sobre explotación de los recursos naturales en desmedro del cuidado de la naturaleza, las críticas de un modelo económico depredador y excluyente y las advertencias sobre el “descarte” que se evidencia en las migraciones masivas, las guerras y la pobreza creciente.

Los pobres y la guerra

En su transitar Francisco se convirtió en vocero de los descartados y los pobres, pero también en aliado de quienes salieron en defensa de los derechos de estas personas y comunidades. Puede decirse que el discurso pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia), cuyo eje fue su proclama de "las tres T" (tierra, techo, trabajo), constituye una suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco había expresado de manera sistemática y con base teológica en Laudato Sí. Una gran suma que, a contracorriente de las fuerzas del capitalismo mundial, se alzó en favor de los pobres y sus organizaciones, criticó a los poderes hegemónicos y lanzó un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoyó con sus acciones y las del Vaticano en cada lugar de conflicto en cualquier rincón de la tierra. En esta tarea los movimientos sociales fueron elegidos permanentemente como aliados e interlocutores, convocados y sentados a la mesa de las conversaciones con el Papa.

A través de sus acciones Francisco también consolidó su idea de que a las grandes religiones monoteístas del mundo y a sus dirigentes le cabe la responsabilidad de encontrar salidas a la guerra mundial traducida en multitud de conflictos acotados o guerras regionales por disputas territoriales, cuestiones de soberanía, enfrentamientos políticos, étnicos o raciales. “No existe la guerra inteligente; la guerra solo sabe causar miseria; las armas, únicamente muerte” afirmó.

En octubre de 2022 organizó en Roma un gran encuentro de líderes religiosos mundiales por la paz. Pero antes y después se reunió en Irak, con el Gran Ayatolá Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani, líder de la comunidad chií del país, en Ulaanbaatar con once líderes de diferentes confesiones y, más recientemente, en Indonesia junto al iman Nasaruddin Umar visitó el 'túnel de la Amistad' que conecta la mezquita Istiqlal con la catedral de Nuestra Señora de la Asunción.

En la propia Iglesia

Hacia el interior de la misma Iglesia Católica el papa Francisco impulsó muchas líneas que conectan directamente con iniciativas inauguradas en el Concilio Vaticano II (1962-1965), impulsadas por el papa Juan XXIII (1958-1963 ) y continuadas por Paulo VI (1963-1978), pero que tuvieron frenos y retrocesos con Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI ( 2005-2013).

De esta manera Bergoglio insistió en la idea de “una iglesia de puertas abiertas” con capacidad de acogida para todas y todos, sin ningún tipo de restricciones, en diálogo con la sociedad y enfrentando los problemas comunes. Esto implicó también reformas profundas en las estructuras eclesiásticas, con más espacios para los laicos y en particular para las mujeres, pero también desde una perspectiva eclesiológica que buscó protagonizar el “sacerdocio común de los fieles” incluso antes que el sacerdocio ministerial.

Con esa intención Francisco propició, a través de los sínodos (universal y regionales) una Iglesia más participativa que puso en crisis el modelo estrictamente jerárquico, piramidal y romano céntrico. Ello trajo aparejado también la decisión de enfrentar los problemas de abusos, la pederastia y la corrupción dentro de la estructura eclesiástica.

Bergoglio acompañó este proceso con reformas de la curia vaticana, recambio de los responsables y nuevos nombramientos para rodearse de figuras de su confianza. También hubo cambios mediante la designación de obispos más jóvenes y cercanos a la perspectiva eclesiológica de Francisco.

Nada de esto ocurrió sin resistencias y enfrentamientos. En el mundo, pero también en la Argentina donde paradójicamente los sectores católicos más conservadores, empresarios y representantes del poder que vieron en Francisco la continuidad de un cardenal Bergoglio, que en su momento y sin considerarlo como del propio palo, nunca les resultó incómodo. Rápidamente se sintieron defraudados por las iniciativas y las propuestas del Papa que acentuó los rasgos más latinoamericanistas del entonces cardenal de Buenos Aires y radicalizó su perspectiva en favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos.

El poder se disgustó con Francisco y no lo disimuló. También los sectores conservadores de Iglesia incluidos algunos obispos se sintieron molestos con Bergoglio, aunque estos últimos se mantuvieron dentro de los márgenes de discreción que impone la propia Iglesia.

A nivel mundial también las intrigas y las conspiraciones fueron en aumento. Integrantes del colegio cardenalicio que habían ido a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el "más parecido" a los europeos se sintieron frustrados en sus expectativas.

En más de una oportunidad los sectores más conservadores se rasgaron las vestiduras ante lo que consideraron excesivas concesiones de Bergoglio, tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquietó demasiado por ello. Siguió tomando decisiones con conciencia de los problemas que enfrentaba e incluso utilizó la energía y el respaldo que le llegaba desde afuera para dar batallas en el seno de la propia Iglesia.

Siempre apareció convencido de la tarea que debía enfrentar: avanzar y profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo.

Si bien se dieron pasos sustanciales en ese sentido, quizás sea esta la tarea inconclusa que deja Francisco y que quedará en manos quien lo suceda en el pontificado. Una designación que dependerá de una elección incierta y sin candidatos a la vista, aun teniendo en cuenta la profunda renovación que Bergoglio hizo en el colegio cardenalicio que escogerá al nuevo papa.

quarta-feira, 16 de abril de 2025

Frantz Fanon, en su centenario

Manuel Desviat
Viento Sur

Se cumplen cien años del nacimiento de Frantz Fanon (1925-1961), autor de culto de la descolonización, cuya obra formó parte de la mochila de los revolucionarios de los años sesenta, como Ernesto Che Guevara, Patrice Lumumba o Nelson Mandela, y contribuyó a forjar la ideología de la resistencia y luchas revolucionarias del Sur Global.

Nacido en Martinica cuando la isla aún era una colonia francesa Fanon reúne una triple condición: ser negro, psiquiatra y militante del Frente de Liberación Nacional (FLN) durante la guerra de independencia de Argelia. Aún adolescente, se adhiere al movimiento cultural y político de la Negritud, que promovieron Aimé Césaire -compatriota que fue su maestro de literatura-, Leopoldo Sédar Senghor y Léon-Gontran Damas.

Césaire, gran poeta, político, comunista, va a influir profundamente en Fanon, en especial en su primer libro Piel negra, máscaras blancas, donde trata de la alienación del negro en la sociedad blanca a través de observaciones clínicas, diagnosticando los síntomas patológicos del racismo en la vida cotidiana. Analiza las relaciones neuróticas donde el concepto de raza se reproduce y se naturaliza. Su análisis desentraña una civilización en la que el sujeto dominado debe plegarse a las máscaras blancas del colonizador, adoptar sus significados (la blanquitud) y renunciar a los propios (la negritud). En este proceso de alienación todos se apresuran a parecerse al blanco, sumidos en una angustia identitaria. Es en la reivindicación de la negritud donde Fanon se diferencia de sus maestros, los ideólogos de la nación negra, porque a su antirracismo antepone la revolución social, la lucha por otra sociedad sin opresores ni oprimidos, donde no cuente el color de la piel, donde se acepte la diferencia.

Fanon estudia medicina en Lyon con una beca por haber combatido con las fuerzas aliadas contra los nazis. Especializado en psiquiatría, irá a trabajar, tras un par de años en Francia con Francesc Tosquelles –psiquiatra catalán exiliado a tras la Guerra Civil, cofundador del POUM y precursor de la psicoterapia institucional– a Argelia como director médico del hospital psiquiátrico de Blida-Joinville, con más de dos mil pacientes en condiciones inhumanas y un escaso personal sanitario.

Fanon llega a Argelia en los prolegómenos de la guerra de independencia, donde su pronta afiliación al FLN le obligará compaginar su labor de terapeuta con la militancia clandestina, utilizando el hospital como refugio y clínica de asistencia a los insurgentes. En su consulta atiende a víctimas y victimarios de la colonización, casos clínicos de sujetos afectados por la guerra, colonos y colonizados, torturadores y torturados. Torturadores que van a su consulta a la salida de las sesiones de tortura, quejándose de diversos malestares que no vinculan con su actividad, digamos, laboral.

Como psiquiatra, Fanon va más allá de lo aprendido en Saint Alban, adelantándose a Franco Basaglia –quien recurriría al ejemplo de Blida en su negación de la institución psiquiátrica-- al plantear que el microcosmos social de la psicoterapia institucional cronifica al internado, que el encierro limita siempre el valor desalienante de la terapia y que el auténtico medio socioterapéutico es la sociedad. Lo que le lleva a procurar el tratamiento fuera del manicomio, promoviendo una terapia que confronte al sujeto con el conflicto que le provocó la crisis, con la toxicidad de la realidad. Esa misma realidad que, militante clandestino, lo obliga a exiliarse a Túnez, donde funda el primer hospital psiquiátrico de día en África y actúa como estratega y teórico de la revolución, portavoz en todo el África negra del Gobierno Provisional de la República de Argelia. Una revolución que Fanon aspira a que se convierta en la vanguardia de la revolución de toda África.

Será su último libro, Los condenados de la tierra (cuyo título nos remite a la primera estrofa de la Internacional), escrito ya enfermo de leucemia –morirá a los 36 años en 1961–, por el que será mundialmente reconocido. En él nos hace ver que la violencia de la barbarie colonial no solo se manifiesta en las masacres genocidas, sino, sobre todo, en la imposición a los pueblos y razas colonizados de una dependencia servil, degradante y que, por eso mismo, porque la carencia y la sumisión se reviste de humillación, la respuesta liberadora, la emancipación, siempre tendrá que ser una insurgencia violenta.

Más de seis décadas nos separan de la muerte de Fanon, la brecha entre la riqueza y la pobreza en el mundo se ha reconfigurado, como lo ha hecho el colonialismo, perdurando en formas de racismo, xenofobia y explotación, salvo en Palestina, donde se mantiene de hecho la ocupación. Una ocupación genocida que el gobierno de Israel defiende como un derecho de salvaguarda de la civilización occidental, partiendo de la asentada creencia de que este derecho prevalece sobre el de otros pueblos a los que se puede arrasar. Mientras que Europa le pide “contención en las masacres” y le mantiene como socio comercial, incluyendo las armas.

Hoy muchos y muchas estaríamos con Fanon cuando reniega de Europa, de una Europa tramposa con sus valores, aquellos que él fue a defender en las trincheras siendo adolescente, y cuya verdadera cara se extiende por el mundo occidental.

Hace dos siglos –escribe en la que quizás fue su última carta, que cierra como conclusión Los Condenados de la Tierra y que nos parece premonitoria– una antigua colonia europea decidió imitar a Europa. Lo logró hasta tal punto que los Estados Unidos de América se han convertido en un monstruo donde las taras, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles dimensiones.

El caso es que, con las imágenes de Gaza naturalizando la inhumanidad día tras día, las banderas patrias cerrando fronteras y aupando a una extrema derecha claramente fascista, al releer a Fanon cuando dice: “El colonialismo no se comprende sin la posibilidad de torturar, de violar o de matar” (Por la revolución africana), uno no puede dejar de pensar que tampoco se pueden entender las democracias liberales en las que habitamos, y que mantenemos, sin la explotación, la alienación social y la guerra inherentes al capitalismo que las constituye. La habitabilidad social de este planeta solo será posible con la subversión del orden existente y esto requiere una toma de conciencia colectiva.

terça-feira, 15 de abril de 2025

Mario Vargas Llosa, el último intelectual ante las guerras del fin del mundo

Jorge Volpi
Socialismo y Democracia

En el gozne entre dos siglos, el Boom fue la más eficaz arma de combate con que contó América Latina: una portentosa ficción que transformó drásticamente la realidad del continente. Sus cuatro miembros oficiales, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, provenían de las élites de sus respectivos países y muy pronto hicieron suya la tentación revolucionaria que dominaba el pensamiento de su época.

Desde el principio, no solo buscaban escribir, sino transformar a sus respectivas sociedades mediante la escritura. Antes de establecer la alianza que habría de unirlos, cada uno se enfrentó al conservadurismo de su entorno y en particular a los toscos nacionalismos que imperaban por doquier. Para lograrlo, se valieron de su formación francófila, que lo mismo los llevó al existencialismo que al marxismo, y les permitió asumir esa otra desaforada ficción que situaba al escritor de ficciones como portavoz y vanguardia de su tiempo.

Una vez que Fuentes urdió el artificio, el Boom se convirtió en una eficaz máquina de poder/saber, en el sentido de Foucault: una inagotable fuente de ficciones —algunas literarias, otras políticas—, que buscaba tener efectos sobre el mundo. A la distancia, el éxito de su empeño resulta obvio, pero en su momento se enfrentaron a incontables obstáculos: nada indicaba que cuatro escritores de países periféricos podrían trastocar para siempre la imaginación global.

Ya desde La región más transparente (1958) y La ciudad y los perros (1962), su doble objetivo, criticar el poder a través de la literatura y usar la literatura para llegar al poder, se mostraba con nitidez. No sería, sin embargo, hasta que García Márquez publicara Cien años de soledad (1967), uno de esos raros virus que de pronto contaminan millones de mentes, que el éxito de la misión estuvo por fin a su alcance.


Pocas veces una ficción se convierte, de la noche a la mañana, en un clásico: un caballo de Troya capaz de doblegar a todos sus rivales. Fuentes y Vargas Llosa —Cortázar era un caso aparte— a la vez se aprovecharon de este cisne negro y empezaron a sentirse incómodos ante la desmesura de su influencia. Respondieron con sus novelas más ambiciosas: Terra Nostra (1976) y La guerra del fin del mundo (1981), pero el éxito sin precedentes del realismo mágico, que ninguno de los dos practicaba, al cabo precipitó la ruptura entre García Márquez y Vargas Llosa.

Más allá de las razones ideológicas o personales que puedan explicarla, el peruano necesitaba urdir un camino radicalmente distinto al de su antiguo amigo: su reverso. Mientras Fuentes optaba por una prudente equidistancia, Vargas Llosa mantuvo su fe revolucionaria, solo que la trasladó al polo opuesto, del marxismo militante a un feroz liberalismo que poco a poco se acercó a la derecha más reaccionaria: mientras García Márquez se mantuvo siempre fiel a Castro, Vargas Llosa llamaba a votar por la hija del dictador que le arrebató la presidencia del Perú. Para entonces, el Boom ya había pasado a encarnar ese poder omnímodo que las nuevas generaciones, siguiendo su ejemplo, ahora buscaban asediar o minar.

La muerte de Vargas Llosa cierra irremediablemente el ciclo: hoy los intelectuales públicos se han vuelto prácticamente irrelevantes, sustituidos por efímeros influencers; la literatura ha dejado de hallarse en el centro de la imaginación del planeta, sustituida por el dominio del audiovisual; América Latina vuelve a ser percibida como una región periférica en medio del descontrol geopolítico precipitado por Trump; y la autoridad de los hombres blancos heterosexuales se desvanece día a día.

Su asalto al poder desde el saber llega naturalmente a su fin. Quedan sus ficciones que, desprovistas de la obsesión política de sus autores, serán releídas, reinterpretadas y revaloradas por jóvenes a quienes ya poco interesan sus querellas. El coronel no tiene quien le escriba, Aura o La fiesta del chivo, entre tantas otras, permanecerán como rescoldos de esa inconcebible ficción —el Boom— que, por más de un siglo, convirtió a cuatro ambiciosos escritores en sinónimos de América Latina.

domingo, 13 de abril de 2025

El hombre que amaba a los gatos


Mariana Enriquez
Página12

Antes de la Primera Guerra Mundial existe un breve período de la historia de Inglaterra, de 1901 a 1910, que se llama “época eduardiana”. Cubre el reinado de Eduardo VII. Su fin suele estar marcado simbólicamente por el hundimiento del Titanic: fueron breves años de ostentación –de los ricos-- y auge del ocio y el deporte, los años donde sobre el Imperio no se ponía el Sol, la fiesta antes del derrumbe.

En esa época surgió un ilustrador popular, Louis Wain, que no era exactamente un hombre de su era, aunque la retrató como pocos, y a través de un personaje particular: el gato. Sus felinos ilustrados llegaron a ser tan populares que se les atribuye haber convertido al gato, en el Reino Unido, Estados Unidos y ciertas partes de Europa, en una mascota tan digna de serlo como los perros. Una mascota simpática y con cierto misterio. De los dibujos de Wain a los videos cortos que vemos en redes sociales, con michis haciendo sus gracias, no hay tanta distancia.

El hombre no era un eduardiano frívolo y altivo. Wain nació en 1860, el varón entre cinco hermanas, hijo de una diseñadora textil y un padre desheredado por su familia por convertirse al catolicismo, que murió cuando Louis era adolescente. Louis, destinado a ser el proveedor de la gran familia, era raro desde chico, excéntrico le decían por entonces, una manera de esconder o no comprender la enfermedad mental.

Quiso ser músico, deportista, y dio miles de vueltas hasta que estudió arte en la West London School of Arts. Ahí conoció a William Ingram, dueño de una revista pionera en periodismo ilustrado, cuando aún la fotografía no era lo suficientemente rápida para cubrir la imagen impresa. Louis Wain se unió al staff de la Illustrated London News y, en 1884, se casó con la institutriz de sus hermanas, Emily Richardson, que le llevaba veinte años.

La felicidad conyugal no duró mucho, porque ella se enfermó de cáncer de mama. Para divertirla, porque pronto estuvo postrada, Louis le dibujaba gatos, especialmente sketches de Peter, la mascota de la pareja. Se los mostró a su jefe, que al principio los rechazó porque los gatos no eran populares, pero lo derivó a una editorial donde ilustró un libro infantil. Le fue tan bien que sus gatos fueron aceptados en la revista. Emily, la esposa, murió en 1887.

En la película biográfica La vida electrizante de Louis Wain (2021), con Benedict Cumberbatch y Claire Foy, el matrimonio está romantizado al punto de que, según se narra, todo el éxito y la desdicha de Wain tienen esa marca de origen, ese amor. Pero la realidad y los testimonios son menos tiernos. Amó a su mujer, y seguro la extrañó, pero era muy joven y su vida siguió adelante. No hay testimonios de un dolor fundante. Eso sí: la vida siguió con grandes descalabros.

Wain se hizo muy exitoso, masivo, después de años de retratar a la sociedad con sus gatos pícaros y caóticos, multicolores, en caricaturas de todo tipo: políticas, judiciales, profesores, deportivas, de ocio, de moda, gatos con monóculos y bastones, en fiestas, con vestidos y tocados, al natural. En su momento más productivo, dibujaba unas 600 ilustraciones por año y las publicaba en anuarios de 1901 a 1921.


Era la edad dorada de las postales, así que sus gatos celebraban Navidad, casamientos, amistades, vacaciones, Año Nuevo. Se llegaron a hacer más de mil por año. No se hizo rico, sin embargo. A Louis le costaba manejar su éxito, o no entendía cómo. Le pagaban muy poco por los dibujos y él no se quedaba con el copyright –de hecho sus ilustraciones siguen siendo libres de derechos--. También dibujaba gratis por encargo y las editoriales o pequeñas industrias las usaban para todo: calendarios, libros, packaging, papel de regalo, latas de galletitas, vajillas.

Era el ilustrador más famoso del Imperio, y de Estados Unidos, y no tenía dinero. Lo poco que ingresaba estaba destinado a sus hermanas. Ingram, que lo explotaba y lo ayudaba, le alquiló una casa para toda la familia. Ahí, en relativa comodidad, empezó a expresar sus ideas raras, especialmente respecto de los gatos, aunque no solamente. Decía que los gatos tenían una tendencia a viajar al Norte por una reacción eléctrica de su pelaje.

Se interesó en el espiritismo. Quería tener una granja de gatos pero no encontraba cómo. Ingresó a la Sociedad Protectora de Gatos, a la sociedad Anti-Vivisección y fue presidente Club Nacional de Gatos, pero todo esto era ad honorem y le quitaba tiempo de un trabajo, ¡que tampoco cobraba! Angustiado, se fue a Estados Unidos a ilustrar para William Randolph Hearst: nadie quería sus ilustraciones porque había saturado el mercado al regalarlas y malvenderlas.

Volvió a Inglaterra con la idea de hacer esculturas de gatos. Se conservan casi todas, gatos de cerámica futuristas notables, muy peculiares, que delatan su singular talento. Por supuesto, no se hizo rico con las cerámicas. Él hablaba de participar en exhibiciones que no existían. Sostenía que en su casa se reunían grupos de espíritus que proyectaban corrientes eléctricas perturbadoras. Como creía también que sus hermanas le robaban, se encerró en su habitación a escribir sobre espiritismo y electricidad. Cuando las hermanas quisieron sacarlo de ahí se puso violento, así que se vieron obligadas a internarlo. El diagnóstico fue que estaba loco: hoy diríamos que tenía esquizofrenia.

Era 1924. Entreguerras. Hacía diez años que Wain no producía. Extrañamente, el hombre de los gatos que había sido tan famoso no fue olvidado del todo, pero si quedó bajo radar. Lo internaron en el Hospital Springfield, una institución para desposeídos, y pasó un año entero solo ahí. Nadie se preguntaba por él y sus jefes, los editores, los que usaban sus dibujos, ni lo ayudaban ni se interesaban por su salud. En 1925 Dan Rider, un librero, lo encontró en el Hospital porque, de visita, vio sus dibujos. Logró que lo trasladaran a un mejor lugar, el Napsbury Hospital, en el campo. H.G. Wells, el autor de La máquina del tiempo, fue uno de los que juntó dinero desde un programa de radio para su mantenimiento internado en Napsbury, y el cuidado de sus hermanas. “Louis Wain inventó un estilo de gato, una sociedad de gatos, un mundo de gatos”, dijo. 

Wain siguió dibujando en el nuevo hospital y su producción fue muy, muy distinta. Los gatos son multicolores, psicodélicos antes de la psicodelia, abstractos, luminosos, llenos de esa electricidad que él les atribuía. Los hacía en estilo turco, en estilo griego, con mosaicos, con flores en los ojos. En el hospital Wain no hablaba mucho, pero participaba de la vida común pintando gatos para ocasiones especiales, sobre todo para Navidad, cuando cubría las paredes con los animalitos. Era tan productivo como antes, y quizá mejor artista, una vez que no tenía la obligación de representar nada más que sus fantasías.

Murió en 1939 de complicaciones de una falla renal: había estallado la guerra, y otra vez se lo olvidó. Pero no para siempre. En los ‘60, sus curiosos gatos psicodélicos llamaron la atención, por puro espíritu de época, y se publicó una biografía ilustrada. Ahí los dibujos aparecían con sus locos títulos originales: “Una impresión momentánea atrapada a la velocidad de la luz” o “Cuando más los querés quietos, más se mueven”.

Su redescubrimiento sigue hasta hoy, con montones de libros, una película, y artistas como Nick Cave como fan y coleccionista. Louis Wain, que era alto, delgado y guapo a su manera, murió a los 80 después de quince años en el neuropsiquiátrico y está enterrado en el hermoso cementerio de Kensal Green, en Londres. Su lápida está torcida, no tiene ningún homenaje ni flores, y no hay peregrinos que le dejen gatos de cerámica.

sexta-feira, 11 de abril de 2025

A batalha de Glauber Braga na Câmara

Roberto Amaral
Socialismo y Democracia

Prepara-se, na pior legislatura da história da Câmara dos Deputados, um dos mais graves atentados contra a democracia e contra o princípio que a justifica: a soberania popular. No chamado Conselho de Ética — chorume político-parlamentar que nos avilta — articula-se a cassação encomendada do mandato do deputado fluminense Glauber Braga.

As razões são as do lobo, consagradas na fábula de La Fontaine. A motivação — mais que tudo uma vendeta — é política. Mas trata-se da pequena política, da política de várzea, que expressa interesses mesquinhos e inconfessáveis dos “coronéis” de paletó e gravata e da direita de todos os jaezes, grupos e grupelhos que infestam e controlam o poder legislativo, abastardando-o.

É a política do atraso: atraso econômico, atraso social, atraso ético e aviltamento moral; a política que se alimenta do “orçamento secreto”, da manipulação de verbas públicas denunciada por Glauber Braga, da orgia das emendas parlamentares destinadas a fins inconfessáveis — mas conhecidos pelo país —, como o enriquecimento ilícito de agentes públicos.

É o usufruto de recursos para obras públicas nunca realizadas (ou jamais concluídas), mas pagas pelo erário, pois sua real finalidade é financiar projetos eleitorais. É a pequena política da advocacia administrativa, levada a cabo por deputados-procuradores e lobistas de interesses privados. É o tráfico de influência, a deslavada manipulação de verbas públicas — instrumento superior do envilecimento da política.

A tudo isso Glauber Braga oferece um combate firme, sem quartel. E esse combate, feito de peito aberto, pode custar-lhe o mandato.

No Brasil que já aspirou à modernidade, o campeão de hoje é o patrimonialismo associado à política dos rincões. É o Centrão — um valhacouto de políticos marginais (embora bem-sucedidos nos negócios e na traficância) — que governa a Câmara, seu redil controlado a rédeas curtas.

Pois é essa súcia que lança mão de todas as armas para cassar o mandato do deputado fluminense e expeli-lo da política, com uma inelegibilidade adicional de oito anos.

Glauber está há cerca de um ano sendo processado no referido colegiado Câmara dos Deputados — agora já com a aprovação do parecer escrito para ser lido pelo relator: um pobre, mas perigoso zé-ninguém, criado pelo velho carlismo, que propõe a cassação de seu mandato. O pretexto acusatório é uma reação passada do parlamentar que, seguidamente agredido por um trânsfuga assalariado da extrema-direita, expulsou das dependências da Câmara esse meliante — usando a força necessária.

Glauber reagiu à baixaria quando, além de agredido em sua integridade política e moral, viu a agressão estender-se — em nível abjeto, o natural dos fascistas — contra sua mãe, um raro exemplo de política e administradora proba, já bastante doente, vítima de Alzheimer avançado. Saudade Braga viria a falecer poucos dias após a agressão sofrida pelo filho.

Pois o pobre diabo que leu como seu o relatório pedindo a cassação do mandato de Glauber Braga é o mesmo que, no recinto da Câmara, agrediu fisicamente um escritor que ali lançava um livro tido como desairoso ao cacique Antônio Carlos Magalhães — tio e mentor do hoje relator.

O Conselho aprovou o relatório espúrio, que será afinal submetido ao Plenário — quando decidir o presidente da Câmara (pau mandado do antecessor), isto é, quando estiverem somados e contados os votos necessários à sua aprovação. A cassação será também um aviso, que dirá ao coletivo de que lado está a força do arbítrio. E assim será, se essa violência não for repudiada pelo conjunto da Casa, pressionada pela sociedade.

quarta-feira, 9 de abril de 2025

Tarifaço de Trump é sintoma do vigarista com paranoia de ser otário

Rui Tavares
Socialismo y Democracia

Para o presidente americano, só há dois tipos de jogos: aqueles em que ele ganha e aqueles em que os outros jogaram sujo

Dizer, como tenho feito repetidamente, que não há nenhuma estratégia sofisticada por trás das ações de Donald Trump não é o mesmo que dizer que tudo é burrice e ignorância. Também não é o mesmo que dizer que as suas ações primam pela irracionalidade, o que no fundo seria pressupor que elas fossem meramente táticas, como defendem aqueles que acreditam que as tarifas de Trump são absurdas a não ser como tática negocial.

Nada disso. A minha tese é a seguinte: existe uma lógica simples que explica as ações de Trump. Essa lógica é a do vigarista com medo de ser otário. Para quem é vigarista, como Trump tem demonstrado ser em toda a sua carreira desde que começou por não pagar a fornecedores e a tentar despejar inquilinos nos seus tempos de magnata do mercado imobiliário, todo o mundo é otário.

No início, o vigarista está embevecido com o superpoder que descobriu em si mesmo. Se não seguir as regras comuns da honestidade e do respeito mútuo, se não tiver vergonha na cara, se estiver disposto a tirar vantagem de todas as relações, o mundo é seu. Como qualquer psicopata, o vigarista não ganha apenas pela sua capacidade de violar limites; ele ganha pela nossa boa educação, pelos nossos escrúpulos, ou seja, pela nossa incapacidade de violar esses mesmos limites.

Com o tempo, porém, o vigarista começa forçosamente a questionar-se: "se eu ganho fazendo assim, por que é que os outros não fazem o mesmo a mim?" Aí o mundo do vigarista começa a distinguir entre duas categorias de pessoas: os otários e os que poderiam ser vigaristas como ele.

Como é natural nestes casos, o vigarista fica obcecado pela projeção. Medindo os outros com sua própria régua, ele desenvolve a paranoia de que em todas as transações só há dois resultados possíveis: ou ele ganha, vigarizando com sucesso os outros; ou, se não ganha, isso é sinal de que foi vigarizado pelos outros. Na sua mente não cabem os jogos que não sejam de soma zero Se alguém está a ganhar, é porque ele está a perder.

Esta lógica simples explica-nos a visão que Trump tem do comércio global. Para ele, o mero fato de que um país tenha com os Estados Unidos uma balança comercial positiva é uma injustiça. Pior, é sinal de que alguém tirou vantagem dos Estados Unidos e os vigarizou. Para Trump também só há dois tipos de jogos: aqueles em que ele ganha e aqueles em que os outros jogaram sujo.

De caminho, esta explicação ajuda a entender a fórmula que o governo Trump utilizou para definir as suas "tarifas adicionais". Como vários especialistas apontaram, elas não fazem qualquer sentido macroeconômico. Mas fazem todo o sentido psicológico para a mente do vigarista que ficou obcecado com não ser otário.

Se eu estiver certo, há uma conclusão inquietante a retirar de tudo isso: é que não vale a pena negociar com Trump. Nada o convencerá a reintroduzir justiça num jogo cujas regras ele não aceita, a não ser que a vitória lhe seja dada à partida. A única saída é os países que ainda reconhecem as regras do jogo reforçarem os laços comerciais entre si, deixando a birra de Trump passar sozinha.

quinta-feira, 3 de abril de 2025

O marxismo neoliberal da USP

Luiz Carlos Bresser-Pereira
A terra é redonda

Ao comentar novo livro de Fabio Mascaro Querido, ex-ministro lembra trajetória de FHC – dos seminários sobre o Capital ao governo que adotou o neoliberalismo. E reconta em detalhes o período em que, tendo participado do governo, deu-se conta de sua verdadeira orientação

Fábio Mascaro Querido acaba de publicar Lugar periférico, ideias modernas, no qual estuda o que ele denomina “marxismo acadêmico da USP” – um grupo de intelectuais que, nos anos 1960, se aproximou do marxismo, que surgira com força na Europa no após-guerra e alcançara o Brasil. Esses intelectuais, principalmente sociólogos, criaram o “Seminário Marx” ou “Grupo do Capital” para estudar Marx, o qual, sob a liderança de Fernando Henrique Cardoso, teve duas versões, a primeira, em 1958, puramente acadêmica, e a segunda, de caráter mais político, após o golpe militar de 1964.

Quando Fernando Henrique Cardoso assumiu a Presidência da República em 1995, o seminário se tornou célebre, sempre citado pela imprensa conservadora de maneira simpática, porque os autores envolvidos já haviam abandonado há tempo o marxismo. Fábio Mascaro Querido diz que esse foi o “mito fundador” do grupo.

O núcleo do grupo – aqueles que proponho chamar de “marxistas neoliberais” – foi constituído por Fernando Henrique Cardoso, José Arthur Giannotti e Francisco Weffort. Trata-se de um oximoro que se aplica bem a eles, que se encantaram com o marxismo nos anos 1960, quando ainda estava viva a esperança na revolução socialista. Tornaram esse marxismo menos contraditório e revolucionário, e definiram os dois mais importantes sociólogos dos anos 1950, Gilberto Freyre em Pernambuco e Guerreiro Ramos no Rio de Janeiro como seus adversários. Em 1963, Guerreiro Ramos manifestou seu “estarrecimento ante o insólito fato de se ter constituído no Brasil uma ‘esquerda’ contrarrevolucionária, cujo suporte é a metafísica da revolução” (Guerreiro, 1963: 15). Ele se referia à fase final do ISEB, mas aplicava-se também ao marxismo neoliberal da USP daquela época.[1]

Um caso clássico de competição universitária. Concentraram seu ataque em Guerreiro Ramos porque era desenvolvimentista, como, aliás, também eram Celso Furtado, Helio Jaguaribe e Ignacio Rangel – todos do ISEB.[2] Em 1963, Fernando Henrique Cardoso defendeu sua livre-docência – um livro escrito especialmente para demonstrar que no Brasil não havia uma burguesia nacional – uma tese central dos desenvolvimentistas que defendiam uma coalizão de classes associando empresários industriais nacionalistas, os trabalhadores urbanos e a burocracia pública moderna.

No final dos anos 1960, Fernando Henrique Cardoso abandonou o marxismo e desenvolveu a “teoria da dependência associada”, que defendia a subordinação do Brasil ao Império, embora não deixasse isto claro.[3] Mas os americanos compreenderam muito bem, o que permitiu que a dependência associada lograsse repercussão internacional, embora muitos dos que a divulgavam não compreendessem seu caráter “associado”. Em síntese, no final dos anos 1960, eles supunham ser marxistas mas já eram quase liberais, e nos anos 1990 tornaram-se de vez neoliberais.

A denominação marxismo neoliberal naturalmente não se aplica a Roberto Schwarz e Chico de Oliveira, que eram do grupo, nem a Octávio Ianni e Florestan Fernandes, que não eram realmente do grupo. Florestan Fernandes foi o mestre de todos; foi o maior sociólogo que a USP já teve; inicialmente associou-se à sociologia da modernização, e depois, indignado com o que via no Brasil, tornou-se um marxista revolucionário. Fábio Mascaro Querido naturalmente não usa essa expressão porque ele era antes um admirador do que um crítico do marxismo neoliberal.

Fábio Mascaro Querido distingue Roberto Schwarz dos demais, que permaneceu marxista através dos anos, e, como afirma ele, “radicalizou a dimensão ‘negativa’ da crítica.” Como crítico literário e escritor, ele não se preocupou em propor políticas, nem fez concessões para ser aceito no seu entorno. Ao contrário do núcleo duro do grupo, Roberto Schwartz continuou nacionalista como fora antes dele seu grande mestre, Antonio Candido. E se associou a Paulo Arantes, um crítico do marxismo neoliberal. Entre todos, é o único que, no plano teórico, é reconhecido internacionalmente.[4]

Fábio Mascaro Querido usou o pensamento de Roberto Schwarz como uma referência ou fio condutor do livro e dedicou-lhe dois excelentes capítulos. Salientou o amplo papel que teve Theodor Adorno em seu pensamento, como também a crítica da modernização realizada por Robert Kurz em 1991, em um momento em que a União Soviética estava entrando em colapso.[5] Fábio Mascaro Querido deu pouca importância ao nacionalismo do crítico que contradiz a sua perspectiva negativa, mas no final do segundo ensaio citou um texto significativo: “a última palavra não pertence à nação, nem à hegemonia ideológica internacional, mas pertence ao presente conflituado que as atravessa”.[6] Este presente conflituado é o da luta de classes dos grupos de interesse específicos para este ou aquele problema.

Nos anos 1960 e 1970, o núcleo neoliberal-marxista e, mais amplamente, a esquerda antivarguista combateram o desenvolvimentismo nacionalista porque pretendiam ser revolucionários, enquanto o desenvolvimentismo implicava um compromisso da classe trabalhadora e da esquerda social-democrática com a burguesia. O núcleo acadêmico neoliberal-marxista seguiu o mesmo caminho; ao contrário da visão desenvolvimentista, pretendia não fazer concessões; acabou concedendo tudo anos 1990, quando se tornou neoliberal. E a esquerda antivarguista combateu-o porque ela definiu um “culpado interno” pela derrota: haviam sido os desenvolvimentistas, que ao invés de serem revolucionários, haviam apostado em um acordo da classe trabalhadora com a burguesia industrial intermediado pela burocracia pública.

O núcleo só passou a ter alguma relevância a partir do golpe militar de 1964 – da grande derrota da social-democracia desenvolvimentista que aconteceu então. Derrotados os adversários graças ao golpe, estava agora na hora dos sociólogos da USP assumirem o comando intelectual da esquerda. Coisa que fizeram, embora estivessem caminhando para deixar de ser de esquerda. No capítulo 2 “A Revanche dos Paulistas”, Fábio Mascaro Querido relata a nova fase. Na partida anterior, os desenvolvimentistas estavam no poder, os marxistas neoliberais estavam simplesmente fora do jogo. Em 1964, entraram no jogo, tornaram bem conhecidos, lideraram grande parte da esquerda, e esta deixou de ser nacionalista. É preciso, porém, considerar que a esquerda sempre teve dificuldade de adotar posições nacionalistas ou desenvolvimentistas, pois acreditava na possibilidade de uma revolução socialista no curto prazo.

Eles estavam fora do jogo, mas desesperados para entrar, especialmente para derrotar os dois mais importantes sociólogos dos anos 1950, Guerreiro Ramos e Gilberto Freyre. O golpe militar encarregou-se de derrotar Guerreiro ao cassar seu mandato de deputado federal e por dez anos, seu direito de se recanditar. Enquanto Celso Furtado foi exilado, ele e seus companheiros do ISEB, Jaguaribe e Rangel, foram submetidos a intenso ataque pela esquerda alienada para qual o nacional-desenvolvimentismo associado a Getúlio Vargas era inaceitável. Isto, além do ataque pela direita.


O próximo passo foi o livro de Fernando Henrique Cardoso e Enzo Faletto, Dependência e desenvolvimento na América Latina (1969),[7] no qual a dependência se torna a causa do desenvolvimento ao invés do obstáculo. Era a “teoria da dependência associada” que surgia. A nova verdade, que se espalhou rápidamente por toda a esquerda intelectual, afirmava taxativamente que uma coalizão de classes desenvolvimentista associando os empresários industriais às esquerdas e à classe trabalhadora era impossível. A burguesia não existia nem poderia existir. (Na verdade, a burguesia industrial desenvolvimentista existiu no Brasil em dois breves períodos [1950-1964 e 1967-1980]).

Mas a falta de uma burguesia nacionalista não era problema, porque o chamado Império era na verdade apenas um hegemon benevolente, suas empresas multinacionais estavam contribuindo para o desenvolvimento do país, e bastava que o Brasil se associasse a ele que se desenvolveria. Não foi isto que aconteceu: em 1990 a submissão aconteceu, em 1995, se aprofundou, e o país entrou em quase-estagnação.

Não se imagine, porém, que os intelectuais nacionalistas e desenvolvimentistas escaparam do ataque de Fernando Henrique Cardoso e Enzo Faletto, ainda que esse ataque não fosse perfeitamente claro. Em um primeiro momento, a CEPAL de Raúl Prebisch e Celso Furtado percebeu que estava sob ataque, e não quis publicar o livro através do ILPES; mais tarde, porém, ela se adaptou à crítica, acomodou-se ao Império e perdeu qualquer relevância no plano das ideias. A CEPAL somente existiu como uma ideia – a do desenvolvimentismo estruturalista clássico voltado para a industrialização – entre 1949 e 1960 sob o comando de Raúl Prebisch. Em 1964, os desenvolvimentistas foram derrotados e obrigados a ficar silenciosos. No começo dos anos 1970 a CEPAL abandonou o desenvolvimentismo.

Nos anos 1970, essa mesma esquerda, desprevenida, deixou-se envolver pelas ideias propostas por Fernando Henrique Cardoso e Enzo Faletto. No plano econômico, essas ideias foram aceitas, provavelmente porque a ideia de associação ao Império não estava clara no livro e nos trabalhos que seguiram. E porque a esquerda estava ressentida com o golpe de 1964.

Por outro lado, a versão realmente marxista da teoria da dependência, de André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini e Theotônio dos Santos também equivocada porque contava com a revolução socialista na América Latina no curto prazo. Essa versão sofreu um ataque violento e injusto em artigo assinado por José Serra e o próprio Fernando Henrique Cardoso.[8] Creio que a iniciativa tenha sido mais de José Serra do que de Fernando Henrique, porque este é um homem da melhor qualidade cuja personalidade é incompatível com uma atitude como aquela.

Em 1970, sob a liderança de Fernando Henrique Cardoso, e com apoio da Ford Foundation, o Cebrap foi criado. Logo ele se torna o grande centro de estudos em defesa da democracia e de crítica à desigualdade. É nessa época que sou convidado a ser membro do Conselho da nova entidade de pesquisa, e me junto a eles. Eu estava isolado na Fundação Getúlio Vargas e precisava de diálogo. Percebia que minhas ideias desenvolvimentistas não eram ali bem vistas, mas fui muito bem recebido, comunguei com eles a luta contra a ditadura e pela diminuição da desigualdade, e me senti bem no Cebrap, onde além dos intelectuais já citados, estavam figuras notáveis como Chico de Oliveira e Paul Singer. Lutávamos todos contra o regime militar.

Nessa época, porém, muitas das coisas que eu estou aqui narrando não estavam claras para mim. Entre 1995 e 1999, eu participei do governo Fernando Henrique Cardoso, fui ministro da Administração Federal e Reforma do Estado e da Ciência e da Tecnologia e, sob influência das ideias que me envolviam, minhas convicções desenvolvimentistas e meu interesse pelo marxismo perderam força (mas apenas por algum tempo). Fiquei, porém, decepcionado pelo caráter neoliberal que assumiu a direção da economia, e afinal em 2003, afinal revi minha posição em relação a meu amigo Fernando Henrique, voltei a ler seu livro com Enzo Faletto, compreendi seu caráter anti-nacional, e escrevi o ensaio “Do ISEB e da CEPAL à teoria da dependência”, publicado em 2005, cuja primeira cópia eu entreguei a ele. Não era um rompimento pessoal, mas intelectual; afinal eu havia compreendido o sentido de sua obra e de seu pensamento.

Estimulado pelo excelente livro de Fábio Mascaro Querido, decidi nesta resenha voltar agora ao tema da história intelectual. Uma resenha mais crítica do que fora o artigo de 2005 – uma crítica ao marxismo neoliberal. Afinal, eu me pergunto, qual foi a contribuição ao Brasil desse grupo de sociólogos, cientistas políticos e filósofos? Como compará-lo com a contribuição dos desenvolvimentistas social-democráticos? Os desenvolvimentistas associaram-se a Vargas, ainda que ele tenha sido um ditador entre 1937 e 1945; associaram-se porque ele foi o grande estadista que promoveu a industrialização e o grande desenvolvimento econômico do Brasil.

Os principais desenvolvimentistas tiveram uma influência significativa na realização da revolução capitalista brasileira, que aconteceu entre 1930 e 1980. Alguns deles eram socialistas, mas sabiam que a revolução socialista não era uma possibilidade realista. Enquanto isso, nossos marxistas neoliberais flertaram com a revolução sem muito empenho, e mais tarde se associaram ao Império e se tornaram neoliberais.

Na conclusão do livro, Fábio Mascaro Querido afirma que enquanto os intelectuais do ciclo nacional-desenvolvimentista-popular das décadas de 1950 e 1960 estavam interessados em um projeto de modernização nacional (anti-imperialista, eu acrescentaria), “os acadêmicos paulistas expressavam a redefinição entre intelectuais e política ocorrida na esteira das transformações pelas quais passaram tanto a sociedade quanto a universidade brasileira, a partir dos anos 1970 (p. 261)”.

Ou seja, eles lograram se adaptar à realidade social e política que os circundava, ao invés de tentar mudá-la. Algumas vezes eu vi Fernando Henrique, enquanto Presidente da República, agir procurando se adaptar ao que estava acontecendo ao invés procurar moldá-lo. Ele e seus companheiros eram mais sociólogos do que agentes republicanos. O livro de Fábio Mascaro Querido é uma notável contribuição à história intelectual do Brasil.

Notas

[1] Guerreiro Ramos (1963) Mito e Verdade sobre a Revolução Brasileira, Rio de Janeiro: Zahar Editores.
[2] Furtado era associado ao ISEB; os três outros parte do ISEB – o instituto que reuniu os principais intelectuais nacionalistas dos anos 1950.
[3] Não confundir a teoria da dependência associada da teoria da dependência de Andre Gunder Frank e Ruy Mauro Marini, que era realmente marxista.
[4] A teoria da dependência associada teve repercussão internacional, mas além de ser equivocada, não pode ser considerada uma teoria – é apenas uma sofisticada (e pouco clara) justificação de uma subordinação.
[5] Robert Kurz (1991 [1992]) O Colapso da Modernização, São Paulo: Paz e Terra. Original alemão, 1991.
[6] Querido, p. 246. Retirado de “Leituras em competição”, Novos Estudos Cebrap, 75, julho.
[7] Cardoso, Fernando Henrique e Enzo Faletto (1969 [1970]) Dependência e Desenvolvimento na América Latina, São Paulo: Difusão Europeia do Livro. Original em espanhol, 1969.
[8] José Serra e Fernando Henrique Cardoso (1979) “As desventuras da dialética da dependência”, Estudos CEBRAP, n°. 23.