terça-feira, 29 de julho de 2014

Gaza y el gueto de Varsovia

Melvin A. Goodman
CounterPunch

El gueto de Varsovia fuel el mayor de todos los guetos judíos de la ocupación nazi en Europa en la Segunda Guerra Mundial. La Franja de Gaza es el mayor gueto palestino en el Medio Oriente y el más densamente poblado del mundo.

Los alemanes cerraron el gueto de Varsovia al mundo exterior en 1940. Israel se retiró de Gaza en 2005, pero mantiene el control exclusivo del espacio aéreo y de las aguas territoriales de Gaza. Controla el movimiento de personas y mercancías dentro o fuera de Gaza. Como resultado de ello, la Unión Europea y el Observatorio de Derechos Humanos, así como las agencias de las Naciones Unidas consideran que Gaza permanece ocupada por Israel.

El desempleo era un problema importante en el gueto de Varsovia y más de 100.000 residentes murieron por enfermedad o inanición. El bloqueo israelí y egipcio de Gaza ha devastado la economía y ha causado una escasez de medicamentos básicos y de equipación médica. En 2010, el primer ministro británico David Cameron, dijo que "los bienes humanitarios y las personas deben fluir en ambas direcciones. No puede y no debe permitirse que Gaza se mantenga en las condiciones de un campo de prisioneros".

Por supuesto las comparaciones nunca son totalmente determinantes. El número de muertos entre los habitantes judíos del gueto como consecuencia de las deportaciones a campos de concentración y el arrasamiento del propio gueto fue de más de 300.000 personas. El gueto entero fue arrasado casi en su totalidad durante el levantamiento de 1943, cuando los alemanes quemaron y volaron sistemáticamente los edificios, bloque por bloque, acorralando o asesinando a todos los que podían capturar.

Sin embargo, los incesantes e implacables ataques israelíes compulsivos de la última década indican que los israelíes están resueltos a que los inocentes palestinos paguen el salvajismo alemán de hace 70 años. Los crímenes de Israel contra los palestinos, de hecho, se iniciaron en 1948 con la "Nakba", la "catástrofe", cuando cientos de miles de palestinos fueron expulsados ​​de sus hogares durante la guerra árabe-israelí. Como resultado, los palestinos son los únicos refugiados en el mundo que han recibido el estatuto de refugiados por herencia.

La masacre israelí en Shejalya, con los niños palestinos llevando banderas blancas y corriendo para salvar sus vidas de los tanques y la artillería israelíes, es una reminiscencia de la masacre en Varsovia. De acuerdo con un médico noruego que prersta asistencia en Gaza, "la impunidad de Israel es un gran problema médico. Cada niño y adulto muertos y todas las lesiones, todas las amputaciones, son cien por cien previsibles. Este es un desastre hecho por el hombre que está cínicamente planeado y brutalmente ejecutado por el Gobierno de Israel".

Hay dos factores de peso que destacan en cualquier examen de la crisis de Gaza: la intransigencia persistente del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y la falta de voluntad de Israel para buscar una solución diplomática y política a la tragedia palestina. Igual que una larga lista de políticos israelíes, Netanyahu favorece una total humillación del pueblo palestino. También está dispuesto a humillar y avergonzar a la única nación del mundo que apoya a Israel con ayuda militar y económica, los Estados Unidos. Netanyahu ha ignorado las peticiones de Estados Unidos de detener la construcción ilegal de asentamientos en los territorios ocupados e Israel incluso ha cronometrado el momento del anuncio de nuevos asentamientos con la presencia en Israel de funcionarios estadounidenses de alto rango, entre ellos el vicepresidente Joe Biden.

Netanyahu siempre se ha opuesto al denominado proceso de paz y se esmera especialmente en destruir el proceso de Oslo. En 1997, durante su primer mandato como primer ministro insistió en que sólo continuaría las negociaciones si se añade una cláusula que dice que Israel no tendría que retirarse de los indefinidos "emplazamientos militares". Según Gideon Levy, autor de The Punishment of Gaza (El castigo de Gaza), Netanyahu fue capturado en la grabación de un momento de jactancia: "¿Por qué es tan importante? Porque a partir de ese momento abandoné los acuerdos de Oslo".

El exministro de Relaciones Exteriores israelí, Abba Eban, dijo una vez que los palestinos "nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad". Ahora se puede decir lo mismo de los israelíes. El primer ministro Netanyahu ha avergonzado en repetidas ocasiones al presidente palestino Mahmoud Abbas, dedicado a una solución pacífica a la crisis. Abbas ofreció a Netanyahu una oportunidad más en abril, cuando creó un Gobierno de consenso nacional palestino con Hamás. La Autoridad Palestina y el presidente Abbas establecieron los términos del nuevo Gobierno, que incluían el compromiso palestino con la no violencia, la adhesión a los acuerdos pasados e incluso el reconocimiento de Israel.

Estos términos no sólo se diseñaron para atraer a Israel, sino también para satisfacer las exigencias de Estados Unidos y sus aliados europeos. Según Nathan Thrall, analista del International Crisis Group que cubre Gaza, Israel, Jordania y Cisjordania, Israel se opuso a EE.UU. en el reconocimiento del nuevo Gobierno e intentó aislar a los palestinos en el ámbito internacional.

El Presidente Netanyahu está utilizando una abrumadora fuerza militar para aterrorizar a una comunidad civil con el fin de volver a la situación anterior que limita en Gaza el uso de la electricidad, el sistema que permite que las aguas residuales viertan en el mar para asegurar que el agua sigue siendo potable y se asegura de que la escasez del combustible que alimenta las plantas de saneamiento deban cerrarse. Se garantiza así la perpetuación de la desesperación entre quienes se ven obligados a vivir en estas condiciones. Tal desesperación llevaría a cualquier ser humano a creer que la resistencia violenta es el único recurso. Tal vez la comparación con el gueto de Varsovia no sea totalmente descabellada después de todo.

quinta-feira, 24 de julho de 2014

Florestas geridas por povos nativos têm menos desmatamento

Renato Grandelle
O Globo

De segunda a sábado, Miguel Ramírez, de 58 anos, acorda às 6h30m e vai para o campo como dezenas de outros moradores de Capulálpam de Méndez, 549 quilômetros ao Sul da Cidade do México. No caminho, eles mesmos se dividem entre um grupo que cortará árvores cuidadosamente selecionadas no bosque e outro que assumirá as atividades agrícolas do dia. São quase 12 horas de trabalho duro e práticas ancestrais simples que se tornaram modelo global de combate às mudanças climáticas. Comunidades como Capulálpam cuidam de matas que já armazenam 37 bilhões de toneladas de carbono — o equivale a 29 vezes a quantidade de CO2 emitida por veículos de todo o mundo. Se dominarem terrenos maiores, podem contribuir para reduzir significativamente as emissões, avalia um relatório internacional inédito.

Comunidades tradicionais e indígenas são pouco citadas em pesquisas sobre o clima. O silêncio é quebrado nesta quinta-feira, com a divulgação desse estudo, intitulado “Garantindo direitos, combatendo a mudança climática” e assinado pelo Instituto de Recursos Mundiais (WRI, na sigla em inglês) e pela Iniciativa para Direitos e Recursos (RRI). Os autores mapearam áreas florestais de 14 países de América Latina, África e Ásia, comparando o desmatamento nos territórios protegidos pelos povos nativos e as áreas vizinhas e desocupadas.

A diferença é chocante. Na Amazônia brasileira, por exemplo, o índice de desmatamento nas florestas comunitárias ficou abaixo de 1% entre 2000 e 2012. Fora delas, chegou a 7%. O Norte da Guatemala, onde fica a comunidade de Ramírez, é 20 vezes mais protegido dentro das áreas conservadas pelas comunidades tradicionais.

50 campos de futebol por minuto

Hoje, 11% das emissões de gases-estufa vêm da devastação de áreas verdes. A cada minuto é derrubada uma região equivalente a 50 campos de futebol. Esse índice poderia ser consideravelmente menor se os povos tradicionais tivessem seus direitos legais reconhecidos — algo que ocorre em apenas 12% das florestas. Nesses locais, as comunidades foram bem-sucedidas em evitar que madeireiros, empresas extrativistas e colonos destruíssem a mata.

"Vimos estudos globais sobre gerenciamento de florestas, e a principal descoberta é que elas são mais vulneráveis onde as comunidades não têm direitos reconhecidos", explica Jenny Springer, diretora de Programas Globais da RRI e coautora do relatório. Não se trata de inventar recursos ou leis, mas aplicar as normas que já existem em muitos países.

De acordo com o estudo, a própria tradição qualifica as comunidades a manejarem suas florestas. Sua população sabe como separar zonas agrícolas, habitacionais e de exploração econômica e, eventualmente, regiões para turismo e pesquisa. Além do cultivo agrícola, outra importante base para o sustento econômico e realizada sazonalmente é a extração de madeira. "Fazemos um mapeamento do bosque e vemos em que regiões podemos intervir", explica Juan Lopez Martinez, presidente do Comissariado de La Trinidad, comunidade de Oaxaca, no Sul do México. "É preciso fazer podas em algumas regiões, para retirar galhos e dar espaço entre as árvores grandes. Algumas precisam ser cortadas para não prejudicar as vizinhas. Além disso, as jovens absorvem mais CO2".

Para o diretor do WRI, Robert Winterbottom, a intervenção do Estado seria mais cara e menos frutífera: "Os governos não são muito eficientes, porque teriam de ir às florestas e gastariam dinheiro com transporte e mão de obra, enquanto a população faz esse serviço gratuitamente para garantir sua própria sobrevivência".

Andy White, coordenador do RRI, concorda. Segundo ele, ninguém tem mais interesse na saúde das florestas do que as comunidades que as habitam. "Direitos de propriedade claros para as populações indígenas e comunidades locais aumentam a capacidade dos países de proteger e resgatar suas florestas", assinala. É trágico que isso ainda não tenha sido completamente adotado como estratégia central de mitigação das mudanças climáticas.

Brasil é destaque no Relatório

O Brasil está entre os países mais elogiados pelo levantamento. Entre 1980 e 2007, cerca de 300 territórios indígenas foram reconhecidos legalmente. Sem essas zonas protegidas, o desmatamento atingiria, até 2050, aproximadamente 27,2 milhões de hectares, uma área pouco maior que a do Reino Unido. Ainda assim, os efeitos das mudanças climáticas sobre a Amazônia são motivo de preocupação. "Os prognósticos indicam que parte da Amazônia pode ser convertida em uma savana" lembra Winterbottom. A saúde das florestas pode ficar comprometida se houver alterações no regime de chuvas.

As comunidades tradicionais mexicanas cobrem cerca de 60% do território do país. Lá, quem manda é o agricultor e o governo ainda abre o cofre para ajudá-lo. "Há uma série de programas de incentivo à conservação da floresta, como preservação da fertilidade do solo ou combate a incêndios. Os proprietários de terra escolhem um projeto e recebem o orçamento necessário para viabilizá-lo" descreve Iván Zuñiga, coordenador do Conselho Civil Mexicano para a Silvicultura Sustentável. No fim do ano, cada um informa às autoridades o que conseguiu fazer.

Na Guatemala, o governo estuda como pagar às comunidades pela quantidade de carbono absorvida pela floresta. As comunidades têm concessões de 25 anos para “mostrar serviço”. "Nosso país é um dos mais vulneráveis às mudanças climáticas", alerta Juan Ramón Girón, subdiretor da Associação de Comunidades Florestais de Petén, no Norte da Guatemala. "Mas sabemos gerar alternativas econômicas ligadas ao bosque, especialmente na exploração da madeira, com baixo impacto ambiental".

terça-feira, 22 de julho de 2014

Sobre los dilemas del crecimiento

Mateo Aguado
Dominio público

El escritor y filósofo Augusto Klappenbach publicó el pasado 9 de julio un artículo en el blog Dominio Público titulado “Perplejidades sobre el crecimiento” que me gustaría comentar, tratando de sugerir respuestas a algunas de las muchas preguntas y dudas que en él se plantean.

Klappenbach presenta en su escrito una aproximación a la contradicción que, según él, existe entre “la necesidad de recuperar el crecimiento de la economía y la necesidad de un decrecimiento global para mantener el equilibrio del planeta”. El autor contrapone así dos ideas básicas: 1ª) que el crecimiento económico es, a largo plazo, una fuente de insostenibilidad ecológica (pues induce -a través del sistema capitalista y de su devoción por el consumo constante- una tremenda presión sobre la biosfera); y 2ª) que el crecimiento económico es, a su vez, una herramienta para luchar contra la pobreza y la miseria (en busca, se entiende, de que todos logremos alcanzar una vida digna).

Este dilema aparece bien reflejado cuando Klappenbach sugiere lo siguiente: “Si se pretende alimentar a los 850 millones de personas que pasan hambre, construir viviendas para quienes no la tienen, educar a los cientos de millones de analfabetos, asegurar asistencia médica a quienes carecen de ella y atender a la discapacidad, hará falta construir edificios, utilizar tractores, camiones, trenes, ordenadores, laboratorios, etc. con la enorme utilización de recursos, de gasto de energía y emisiones contaminantes que ello implica”. Y continúa con la siguiente pregunta: “¿Es posible satisfacer las necesidades elementales de miles de millones de personas sin proseguir con la destrucción de los recursos naturales y la contaminación del medio ambiente?”

Desde mi punto de vista hay dos cuestiones fundamentales que deben sopesarse adecuadamente para abordar correctamente este asunto -aparentemente- contradictorio. La primera de ellas es la cuestión de la escala. La segunda la del reparto.

Respecto a la primera cuestión cabe mencionar que las dos ideas contrapuestas por el autor respecto al crecimiento (recordemos: crecimiento como fuente de insostenibilidad global Vs crecimiento como herramienta frente a la pobreza) no tienen en realidad por qué ser enfocadas como contradictorias, pues actúan a diferentes escalas espacio-temporales: mientras que el crecimiento de la economía supone -efectivamente- una seria amenaza para la sostenibilidad del planeta cuando se produce a escala global y de forma continuada, no debería significar ninguna amenaza grave para la biosfera cuando tiene lugar a una escala menor (local o regional) y durante un periodo corto y determinado de tiempo (se entiende, el necesario para que su población salga de situaciones indeseadas de hambruna, pobreza o miseria alcanzando una vida digna).

Sin embargo, tal y como Klappenbach aborda este asunto pareciera que nos encontramos abocados a un callejón sin salida. O aceptamos el deterioro ecológico del planeta o aceptamos que exista la miseria social en ciertas regiones del mundo. Y aquí es donde cobra fuerza la segunda cuestión clave: la cuestión del reparto. O dicho de otra forma, la cuestión de que algunos deberían aprender a vivir bien con menos para que todos podamos -simplemente- vivir con dignidad. Se trataría, en último término, de una especie de confluencia social entre pueblos y naciones amparada en el concepto supremo de justicia y que bajo ninguna circunstancia debería sobrepasar, a nivel global, los límites biofísicos que el planeta nos impone.

De esta manera la verdadera salida al complejo trinomio crecimiento-sostenibilidad-justicia pasa en el fondo por que las naciones más ricas y opulentas decrezcan de un modo contundente en aras de disminuir nuestra presión global sobre la biosfera y en aras, también, de que las naciones más desfavorecidas puedan avanzar hacia una vida buena y digna sin que ello signifique incurrir en insostenibilidad. Debemos comprender, como argumentaba Yayo Herrero el pasado año en una entrevista, que “si vivimos en un planeta con recursos naturales limitados, es evidente que el reparto de riqueza es la única forma de caminar hacia la justicia”. A lo que habría que añadir que es también la única forma de avanzar hacia la sostenibilidad socio-ecológica.

Por lo tanto, las dos ideas que contrapone Klappenbach no son, según mi opinión, conceptos contrapuestos ni contradictorios sino más bien todo lo contrario: son concepciones complementarias de lo que significa la sostenibilidad ecológica y la justicia social; son, al fin y al cabo, dos caras inseparables de una misma moneda.

Me gustaría terminar este artículo recomendando una lectura: el Manifiesto Ultima llamada; un valioso texto hecho público el pasado 7 de julio que cuenta con el apoyo de cerca de 250 científicos, académicos, intelectuales, activistas y políticos de toda España. Se trata de un llamamiento esencial a cambiar radicalmente nuestro modelo económico, energético, social y cultural para lograr mantenernos dignamente sobre un planeta justo y sano en los complejos albores del siglo XXI.