quinta-feira, 4 de julho de 2024

Remedios Zafra: "Es imposible una utopía humana en un mundo donde cada cual sobrevive frente a su pantalla/espejo".


Federico Buyolo
Ethic

Remedios Zafra (Zuheros, 1973) es doctora en Arte y Filosofía Política, investigadora del Instituto de Filosofía del CSIC y autora de ‘El entusiasmo’ (Premio Anagrama de Ensayo) y ‘El bucle invisible‘ (Premio Internacional de Ensayo Jovellanos), entre otros ensayos. Conversar con ella nos ayuda a entender la realidad selvática en la que nos movemos y, sobre todo, nos permite atisbar qué marcos nos ayudarán a afrontar y liderar los retos futuros desde una visión y acción colectivas.

Vivimos un momento complejo, donde el tiempo se convierte en un tiempo ocupado y no queda espacio para la reflexión. ¿A pesar de la llegada de la tecnología, somos más frágiles hoy?

Si todos hablan al mismo tiempo y el ruido lo ocupa todo, es difícil escuchar y más aún comprender profundizando, somos entonces más vulnerables a la manipulación; si todo está ocupado por tareas y prisa, si no hay espacio ni tiempos vacíos para provocar un desvío, seguiremos la inercia de repetir lo de siempre; si la tecnología nos ayuda a la par que nos suma nuevas necesidades y nos hace adictos a ella, terminamos conectados incluso cuando dormimos; si en la vida digital se alienta la solución rápida, la ansiedad crece esperando tener botones y no pensamiento para cada preocupación; si las lógicas que predominan son mayoritariamente competitivas y numéricas y se centran en el «uno mismo», nos hacemos más solitarios y desconfiados de lo comunitario… Sí, me parece que cuando esto pasa, somos más frágiles.

Has hablado sobre cómo la hipervisualización que sufrimos nos convierte no en productores sino en productos de la red. ¿Estamos condenados a ser un instrumento más del tecnocapitalismo?

No estamos condenados, pero sí orientados a ser producto. Aunque el vestido que traía la tecnología digital parecía llevar escrito «más tiempo propio, más democracia, más conocimiento…», pasamos por alto que su estructura ponía al capital a los mandos, en este caso a un puñado de empresas que acumulan grandísimo poder, buscando no «más valores» sino «más beneficios». La clave ha sido crear un espacio de socialización aparentemente gratuito donde el «yo» se hace protagonista y se exhibe como producto. Por un lado, se crea la necesidad de «estar» y de «volver»; por otro, nosotros y nuestros datos son el «a cambio de».

¿Estamos caminando hacia una sociedad más individual o de suma de individualidades?

Si hablamos de una digitalización regida bajo fuerzas monetarias como la actual sí se incentiva una sociedad más individualista, en tanto que se identifica a las personas como competidoras, dificultando los vínculos entre iguales y llevando lo colectivo a algo numérico, o a la identificación emocional por oposición a otro grupo. Hay por tanto más de suma de individualidades porque se impone una estructura digital pensada para ello

Estamos viendo cómo se está generando una nueva manera de censura ligada al exceso de información, ¿cómo salimos de esta situación?

Me parece importante advertir del espejismo que esto genera: el exceso no es lo mismo que «la multiplicidad de voces». El exceso habla de una saturación que dificulta ver. El exceso de luz también nos ciega. Ocurre entonces que se favorece delegar en los números más altos. Como efecto, se ha ido reforzando una forma de valor que encumbra «lo más visto» como lo más importante, pasando por alto que una alta audiencia no congrega necesariamente valores positivos o información contrastada. De hecho, a veces es lo más polémico o lo más esperpéntico lo que alimenta esos números altos. Salir de esa situación requiere frenar la hegemonía de este «valor» acumulativo y revalorizar los contextos que aporten rigor, contraste científico, ética.

Expuestos permanentemente, el valor de las cosas se mide mediante los likes, los seguidores, las visualizaciones, nuestra incidencia en la red. ¿Quién marca el valor de las cosas hoy?

Desde hace años se viene asentando un valor escópico que parece igualar ojos a capital, sea en modo audiencia, seguidores o likes. Ese valor numérico es rápido y emocional, pero ante todo es un «valor de mercado» que sobrepone lo más visto como lo más valioso, esquivando otras formas de valor que requieren «otro tiempo» y que no son fácilmente operacionalizables ni predecibles. Pienso en la reflexión, la ética, la justicia, la creatividad…

¿Esta hipervisualización de modelos idealizados puede llevarnos a la frustración personal?

Es paradójico que ante el inmenso número de personas conectadas hablemos de modelos idealizados que aquí son modelos homogéneos, es decir, no de pluralidad sino de refuerzo de estereotipos y mundos más simplificados. Quizá por ello puede ser un aliciente aspirar a lograrlos, porque son concretos y epidérmicos —aparentar ser no es lo mismo que ser—. Para conseguirlos a veces solo hay que acallar la voz ética. Y claro que es frustrante, tanto para quien no comparte esta forma de ser/estar en internet, como para quien entra en ese juego de pose solo posible recreando imagen de vida y no necesariamente viviendo.

Has defendido que hay tres aspectos que marcan la vida hoy: aceleración, caducidad y exceso. Hemos hablado de la aceleración del mundo y del exceso de información, ¿qué pasa con la caducidad? ¿Todo es efímero? Ante esto, ¿quién asume la responsabilidad si todo pasa rápidamente a otra pantalla?

Lo caduco es la base de la actualización constante y, en cierta forma, el corazón de la desinformación. Conscientes de que lo dicho hoy, verdadero o falso, será sustituido por otra noticia mañana, hay quienes lo hacen circular con algún propósito sabiendo que pocos contrastarán la información, y que la responsabilidad se diluirá entre el exceso de voces. Por ello es sumamente importante contar con medios que garanticen marcos de información veraz y no sometidos a las lógicas precarias que se valen de la caducidad, la saturación y la celeridad.

¿Podríamos entender que hay una estrategia para desactivar lo colectivo y fomentar la idea de que no hay solución a los retos del presente?

La estructura social naturalizada con las redes donde cada cual entra desde un perfil personal en torno al que gira cada universo propio orienta la interacción a un posicionamiento individualista e instantáneo desde la más pura lógica capitalista que elige logro rápido, aquí y ahora, entorpeciendo el compromiso con lo que requiere más tiempo, más escucha, a los otros. La desactivación comunitaria es el «por defecto» al que alienta el tecnocapitalismo. Por otro lado, la conciencia de los problemas sociales -que siempre son colectivos- exige trabajo también colectivo, requiere cuidar los vínculos entre las personas. No sé si estrategia, pero sí hay una clara relación entre los modelos de mundo que se movilizan en cada caso.

Con esto que nos explicas, ¿corremos el riesgo de un nihilismo social al darnos cuenta de que no hay nada que hacer para lograr el cambio?

Es un riesgo social, en tanto que para lograr cambios se precisa abordar la complejidad colectivamente, cuidarnos, imaginar y planificar, pero también acometer trabajos que no son fácilmente exhibibles y que requieren salir de la pose y romper las dinámicas de ahora. Si las energías se agotan en ser anuncios publicitarios de nuestros proyectos y no en trabajar en nuestros proyectos, todo juega a favor de la espectacularización del mundo, la política e incluso la guerra. Pero tomar conciencia de este riesgo -tú, yo, nosotros- debería ser el interruptor para movilizarnos.

Necesitamos de la reflexión y la pausa, pero ¿cómo lo hacemos si no estamos siendo capaces de parar y compramos ideas preconcebidas? ¿Cómo podemos virar hacia ese pensamiento lento que planteas?

Es tan importante parar que cabría poner en práctica todas las iniciativas: desengancharse, valorando que hay mucho de adicción en esa inercia, reconstruir vínculos que importan y cuidarnos, o incluso llegar al hartazgo y salir expulsados… Quiero decir que las soluciones son diversas, contextuales y colectivas, vale la pena probarlas. Sin embargo, diría que lo que está en juego no es la lentitud como objetivo, sino un pensamiento más lento que «necesita serlo» porque es instrumento de la conciencia, la alianza y la imaginación que conllevan los cambios.

Otro asunto sería la precarización, ¿se puede construir una sociedad próspera desde la economía del entusiasmo?

Cuando el entusiasmo es instrumentalizado para rentabilizar el trabajo negando un pago o considerando que el trabajador ya está pagado con la satisfacción de «hacer lo que le gusta», se legitima la precariedad como suelo de este abuso. Se corre el riesgo de que esos trabajos que conllevan pasión solo puedan ser para quienes ya tienen recursos y pueden permitirse trabajar a cambio de capital simbólico, como afecto, prestigio o visibilidad. Una sociedad próspera se sostiene en el pago a sus trabajadores y en la penalización de estos abusos.

Si hablamos de precariedad, no puedo dejar de recordar tu libro Frágiles (Anagrama), en el que expones la relación entre tecnocapitalismo y patriarcado y la importancia del feminismo como respuesta. ¿A qué te refieres?

Las mujeres han estado habitualmente en esos ámbitos productivos no remunerados o mal pagados, de manera que la relación entre lo feminizado y lo precarizado ha sido frecuente. Partiendo de esa relación establezco un paralelismo entre patriarcado y tecnocapitalismo: ambos se apoyan en la perversión de convertir a los sujetos oprimidos en agentes responsables de su propia subordinación (mujeres y autoexplotados); alientan la enemistad entre mujeres y la rivalidad entre trabajadores; aíslan en la esfera doméstica y ahora habitaciones conectadas; legitiman la suficiencia del pago con afecto en un caso y visibilidad en otro. Como sugieres, este paralelismo nos permitiría también valorar cómo el feminismo puede ser un ejemplo propositivo que ayude a enfrentar las formas de autoexplotación que el tecnocapitalismo alienta. Hacerlo desde la toma de conciencia, la sororidad y el cuidado mutuo, la articulación colectiva.

Hablas de empoderamiento colectivo desde la intimidad. ¿Cómo podemos construir esa colectividad?

A diferencia de los vínculos colectivos heredados o asumidos sin ser pensados, la colectividad que nace de la conciencia de un daño compartido y de una intimidad opresiva tiene gran fuerza política. Para el feminismo compartir lo que nos daña y ha sido educado para callarse ayuda a empoderar: «A mí también me pasa», «No estoy sola en esto». Es un hermanamiento que está presente en toda conciencia colectiva de la desigualdad.

¿No crees que es necesario generar nuevas narrativas para lograr la transformación que comentas? Y en este sentido, ¿qué papel juega el arte?

Creo que vivimos un momento explosivo en la creación cultural de narrativas que recogen la pluralidad de visiones identitarias que estamos viviendo. El cine y las series serían un ejemplo. Aunque hay otros problemas que dificultan la transformación de imaginario. En el último siglo, el arte ha sido un territorio aliado para el feminismo y las reivindicaciones políticas de la igualdad. Entre otras cosas porque permite especular con lo posible y tantear otros imaginarios; pero también dar cobijo a la complejidad de lo contradictorio cuando nos rebelamos frente a las identidades que nos limitan pero que también forman parte de lo que somos.

Se habla mucho de la necesidad de incluir la tecnología en las escuelas, ¿no crees que quizás es necesario, además, fomentar la creatividad, los valores de lo común y el arte como instrumento de empoderamiento?

No solo creo que la creatividad y la educación en valores son esenciales para la educación, sino que lo son especialmente para abordar la tecnología y un mundo que normaliza vivir mediados por ella. De hecho, me parece más deseable apostar por una escuela creativa y reflexiva que por una repleta de tecnología pero sin oportunidades para pensar por sí mismos.

Mi última pregunta es de futuro. Vivimos en un mundo distópico donde las utopías más que miradas hacia el futuro se convierten en miradas retroutópicas. ¿Dónde sitúas la utopía?

Es imposible una utopía humana en un mundo donde cada cual sobrevive frente a su pantalla/espejo. Quizás un primer paso sería afirmar: «Esto no». No hay utopía ni mejora en un planeta en declive si cada cual vive en su mundo virtual como cobayas encerradas entre paredes donde se proyecta el campo. Para mí la utopía habita en la motivación colectiva por el cuidado mutuo y no por la guerra, en la primacía de una responsabilidad y una ética por el planeta y por la vida, en sobreponer política y ciudadanía al dominio del capital, recuperando el valor del conocimiento y la escucha, del reconocimiento de errores, de la pasión por un hacer con sentido, también social.

terça-feira, 2 de julho de 2024

El extraño viraje a la derecha de Mario Vargas Llosa


Martín Ribaredo
NACLA

El reciente libro de Carlos Aguirre y Kristina Buynova aborda la trayectoria del célebre escritor peruano y su notoria ruptura con Cuba y Rusia.

El autor cubano Mario Vargas Llosa ha sido uno de los principales escritores e intelectuales del siglo XX en América Latina. Formó parte del llamado "boom latinoamericano", un grupo de novelistas que alcanzó fama internacional junto al mexicano Carlos Fuentes, el argentino Julio Cortázar y el colombiano Gabriel García Márquez. Desde su juventud en Lima, Vargas Llosa intentó ubicarse en la vanguardia literaria bajo el legado del modernismo de Rubén Darío, la narrativa literaria francesa y la tradición de los escritores estadounidenses, en la búsqueda de diagramar un "realismo latinoamericano" atento a captar las dinámicas y cambios que afectaron a las sociedades de la región. Aunque en términos político-ideológicos actualmente se le asocia con el liberalismo y la derecha , en las décadas de 1960 y 1970 Vargas Llosa apoyó fervientemente la Revolución cubana, los procesos de descolonización y, con matices, los experimentos socialistas.

El nuevo libro del profesor de estudios latinoamericanos Carlos Aguirre y la especialista rusa en relaciones internacionales Kristina Buynova explora una parte de la carrera de Vargas Llosa y su temprana relación con los procesos políticos y culturales que interpelaron a gran parte de la intelectualidad latinoamericana de la época. El trabajo de Aguirre y Buynova, publicado en español, permite calibrar con precisión, por un lado, la trayectoria político-ideológica de Vargas Llosa durante el período, y, por otro, su vínculo con el mundo cultural cubano y soviético. A raíz del acceso que ambos investigadores tuvieron a archivos y materiales encontrados en Estados Unidos, Rusia y América Latina, el libro intenta explicar las razones que llevaron al novelista peruano desde una posición de identificación con Cuba, en particular, y los socialismos en general, a un profundo desencanto que facilitó la enunciación de una crítica general y rotunda a todas estas experiencias. El acceso a su correspondencia personal, publicaciones periodísticas y cartas diversas permiten a los autores componer con detalle las circunstancias que rodearon el momento significativo de su vida en que Vargas Llosa viajó a la Unión Soviética en 1968.

Los viajes a la Rusia revolucionaria fueron habituales durante todo el siglo XX para intelectuales, escritores, políticos, activistas e incluso obreros. Visitar Moscú y otras ciudades rusas se convirtió en imprescindible para quienes estuvieran interesados ​​en “ver” y “tocar” el nuevo futuro de la humanidad. La historiografía lleva mucho tiempo examinando las características de estos viajes, sus protagonistas, las redes utilizadas, los lugares recorridos y el posterior regreso al país de origen donde se expusieron las opiniones sobre lo vivido.

Vargas Llosa es uno de los muchos escritores e intelectuales latinoamericanos que llegaron a suelo ruso. De hecho, el propio escritor lo ha contado en varias ocasiones; desde su punto de vista, ese viaje fue fundamental para tomar conciencia real de lo que sucedía en esos países. Según ha dicho, provocó su desencanto con los socialismos “realmente existentes” al observar que no sólo esas sociedades seguían siendo desiguales, sino que, lo más preocupante, no tenían libertad de expresión. Años antes de su llegada a Moscú Vargas Llosa había criticado el trato y la censura a los escritores rusos Andrei Siniavski, Yuli Daniel y Alexandr Solzhenitsyn, además de los episodios cubanos de supresión de la libertad artística (como la prohibición del documental PM de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal ). Sin embargo, todavía optó por apoyarse en los logros del socialismo en materia social, considerándolos parte de una solución global a los problemas que enfrentan los países latinoamericanos.

El apoyo reiterado de Vargas Llosa tanto a la Unión Soviética como a la Cuba revolucionaria no puede explicarse únicamente por razones políticas o ideológicas. Hubo otras. Según Aguirre y Buynova, la "diplomacia cultural" ejercida por ambos países —relaciones entre estados o individuos en torno al intercambio de ideas, artes y escritores con el fin de establecer lazos amistosos— fue central en su enfoque y posicionamiento en cada caso. Su antigua simpatía y amor recíproco con Cuba son bien conocidos gracias a numerosas investigaciones; sin embargo, su relación con el mundo cultural ruso no lo es. Este es uno de los muchos aportes del libro. De hecho, en el segundo capítulo observamos los inicios de ese vínculo cuando los autores señalan cómo la Unión Soviética, tras la muerte de Stalin, experimentó un renovado apetito por la literatura mundial —en particular por aquellos que, como Vargas Llosa, fueron protagonistas de un momento estelar en el panorama internacional de las letras.

Una muestra del interés soviético por las novelas latinoamericanas se ilustra con la publicación de su libro, La ciudad y los perros (publicado en inglés como The Time of the Hero). Como se evidencia en el tercer capítulo, Vargas Llosa tuvo el privilegio de ser el primero del Boom en ser traducido al ruso en 1965. Ya habiendo recibido premios en España y el reconocimiento de Carlos Barral, el influyente dueño de la editorial Seix Barral que publicó la edición en español, el libro llegó a Rusia, gracias a un cargamento enviado por el propio Barral con vistas a ampliar su presencia en el mercado literario global.

La editorial rusa La Joven Guardia fue la encargada de evaluar, aceptar, traducir y también censurar la obra del escritor peruano. Como demostró el historiador Robert Darnton en su libro Censors at Work: How States Shaped Literature in the case of Democratic Germany, este ejercicio de control fue un aspecto esencial de la política cultural que los países socialistas implementaron sobre las producciones de los escritores. Sin embargo, como también probó Darnton, dicho juicio evaluativo no se estableció desde arriba de manera vertical. Más bien, en el proceso intervinieron distintas figuras mediadoras que negociaron el resultado final relativizando las prohibiciones.

La ciudad y los perros fue sometida a ese mecanismo por la editorial La Joven Guardia, sobre todo al abordar las partes que trataban temas como la homosexualidad o los actos sexuales. La edición española también sufrió un borrado análogo por parte del gobierno del general Franco, aunque en esa versión también se eliminó todo lo asociado al militarismo y al autoritarismo en la sociedad peruana que el texto exponía de manera crítica. Según los autores, pese a la censura y a que Vargas Llosa nunca autorizó su publicación en la Unión Soviética, los rusos no solo pagaron más temprano que tarde los derechos de autor correspondientes, sino que, a modo de compensación, lo invitaron a visitar Moscú durante una temporada.

Lo observado durante el viaje, la censura que se produjo y la publicación sin permiso no supusieron una ruptura en la relación de Vargas Llosa con Cuba y Rusia. La principal razón del distanciamiento, que a partir de entonces se hizo irreprimible y hasta extremo, se produjo a raíz de otro acontecimiento: la invasión soviética de Checoslovaquia en agosto de 1968. Ante el intento de democratizar el régimen socialista de Praga, la URSS había ocupado la capital con tropas y tanques con el propósito de doblegar a un sector político checo interesado en cambiar las reglas del juego vigentes hasta ese momento. Casi de inmediato, numerosos intelectuales de renombre mundial protestaron contra una intrusión que, desde su punto de vista, obstaculizaba el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la democracia. Vargas Llosa, además de otros miembros del Boom como García Márquez, se sumó a las numerosas denuncias publicadas en la época, algunas de las cuales estaban dirigidas a la Unión de Escritores de la URSS sobre los atropellos cometidos y el carácter imperial del acontecimiento.

Sin embargo, como señalan los autores del libro en el cuarto y último capítulo, no fue este acontecimiento en sí, ni su visión de Moscú, lo que marcó el inicio de una crítica permanente a las experiencias socialistas en el escritor peruano. El hecho más significativo estuvo asociado al apoyo de Fidel Castro a la injerencia soviética. Para Aguirre y Buynova, la declaración de Castro a favor de los rusos tuvo mayor importancia para los intelectuales latinoamericanos que la ocupación en sí. Pero mientras amigos cercanos como García Márquez optaron por bajar los decibeles, Vargas Llosa no tuvo reparos en cuestionar públicamente a Fidel. En un artículo publicado en la revista limeña Caretas en septiembre de 1968, titulado "El socialismo y los tanques", cuestionó el apoyo brindado por el líder cubano. A su juicio se trataba de una "invasión militar destinada a aplastar la independencia de un país" que pretendía "organizar su sociedad según sus propias convicciones".

La decepción asumida respecto de la URSS, la visión negativa de Moscú, los problemas asociados a la publicación de su libro y, finalmente, la invasión soviética coagularon a raíz de la decisión tomada por Castro respecto de la cuestión checa. A partir de ese momento, Aguirre y Buynova registran el principio del fin de la relación de Vargas Llosa con Cuba, y por supuesto con la Unión Soviética. El encarcelamiento del escritor cubano Heberto Padilla en 1971 selló la decisión de Vargas Llosa de poner punto final a más de una década de solidaridad y fraternidad con dos de los proyectos transformadores más potentes del socialismo mundial. Fue el inicio de un camino que, a raíz de ese desencanto, lo llevó a asumir una posición crítica hacia la izquierda al amparo de la tradición liberal. Vargas Llosa pasaría progresivamente a formar parte de otra familia política e ideológica de la que todavía es miembro: la de la derecha latinoamericana.

El libro de Aguirre y Buynova reconstruye con precisión, exactitud de fuentes y sensibilidad analítica un punto de inflexión en la vida del escritor peruano que se inicia en 1968. Aunque a partir de entonces dejó de lado su adhesión al socialismo, mantuvo cierto brillo en su desempeño como intelectual público. Su rebeldía, su culto a la exposición pública y su notable capacidad para generar controversia, forjadas en parte en su Lima natal y en parte entre las filas de la izquierda revolucionaria latinoamericana, son cualidades que siguió mostrando en su papel de “difusor” de ideas liberales y conservadoras desde la década de 1990 hasta la actualidad, como destaca Stéphen Boisard en este artículo . Pero esa es otra historia.