domingo, 13 de abril de 2025

El hombre que amaba a los gatos


Mariana Enriquez
Página12

Antes de la Primera Guerra Mundial existe un breve período de la historia de Inglaterra, de 1901 a 1910, que se llama “época eduardiana”. Cubre el reinado de Eduardo VII. Su fin suele estar marcado simbólicamente por el hundimiento del Titanic: fueron breves años de ostentación –de los ricos-- y auge del ocio y el deporte, los años donde sobre el Imperio no se ponía el Sol, la fiesta antes del derrumbe.

En esa época surgió un ilustrador popular, Louis Wain, que no era exactamente un hombre de su era, aunque la retrató como pocos, y a través de un personaje particular: el gato. Sus felinos ilustrados llegaron a ser tan populares que se les atribuye haber convertido al gato, en el Reino Unido, Estados Unidos y ciertas partes de Europa, en una mascota tan digna de serlo como los perros. Una mascota simpática y con cierto misterio. De los dibujos de Wain a los videos cortos que vemos en redes sociales, con michis haciendo sus gracias, no hay tanta distancia.

El hombre no era un eduardiano frívolo y altivo. Wain nació en 1860, el varón entre cinco hermanas, hijo de una diseñadora textil y un padre desheredado por su familia por convertirse al catolicismo, que murió cuando Louis era adolescente. Louis, destinado a ser el proveedor de la gran familia, era raro desde chico, excéntrico le decían por entonces, una manera de esconder o no comprender la enfermedad mental.

Quiso ser músico, deportista, y dio miles de vueltas hasta que estudió arte en la West London School of Arts. Ahí conoció a William Ingram, dueño de una revista pionera en periodismo ilustrado, cuando aún la fotografía no era lo suficientemente rápida para cubrir la imagen impresa. Louis Wain se unió al staff de la Illustrated London News y, en 1884, se casó con la institutriz de sus hermanas, Emily Richardson, que le llevaba veinte años.

La felicidad conyugal no duró mucho, porque ella se enfermó de cáncer de mama. Para divertirla, porque pronto estuvo postrada, Louis le dibujaba gatos, especialmente sketches de Peter, la mascota de la pareja. Se los mostró a su jefe, que al principio los rechazó porque los gatos no eran populares, pero lo derivó a una editorial donde ilustró un libro infantil. Le fue tan bien que sus gatos fueron aceptados en la revista. Emily, la esposa, murió en 1887.

En la película biográfica La vida electrizante de Louis Wain (2021), con Benedict Cumberbatch y Claire Foy, el matrimonio está romantizado al punto de que, según se narra, todo el éxito y la desdicha de Wain tienen esa marca de origen, ese amor. Pero la realidad y los testimonios son menos tiernos. Amó a su mujer, y seguro la extrañó, pero era muy joven y su vida siguió adelante. No hay testimonios de un dolor fundante. Eso sí: la vida siguió con grandes descalabros.

Wain se hizo muy exitoso, masivo, después de años de retratar a la sociedad con sus gatos pícaros y caóticos, multicolores, en caricaturas de todo tipo: políticas, judiciales, profesores, deportivas, de ocio, de moda, gatos con monóculos y bastones, en fiestas, con vestidos y tocados, al natural. En su momento más productivo, dibujaba unas 600 ilustraciones por año y las publicaba en anuarios de 1901 a 1921.


Era la edad dorada de las postales, así que sus gatos celebraban Navidad, casamientos, amistades, vacaciones, Año Nuevo. Se llegaron a hacer más de mil por año. No se hizo rico, sin embargo. A Louis le costaba manejar su éxito, o no entendía cómo. Le pagaban muy poco por los dibujos y él no se quedaba con el copyright –de hecho sus ilustraciones siguen siendo libres de derechos--. También dibujaba gratis por encargo y las editoriales o pequeñas industrias las usaban para todo: calendarios, libros, packaging, papel de regalo, latas de galletitas, vajillas.

Era el ilustrador más famoso del Imperio, y de Estados Unidos, y no tenía dinero. Lo poco que ingresaba estaba destinado a sus hermanas. Ingram, que lo explotaba y lo ayudaba, le alquiló una casa para toda la familia. Ahí, en relativa comodidad, empezó a expresar sus ideas raras, especialmente respecto de los gatos, aunque no solamente. Decía que los gatos tenían una tendencia a viajar al Norte por una reacción eléctrica de su pelaje.

Se interesó en el espiritismo. Quería tener una granja de gatos pero no encontraba cómo. Ingresó a la Sociedad Protectora de Gatos, a la sociedad Anti-Vivisección y fue presidente Club Nacional de Gatos, pero todo esto era ad honorem y le quitaba tiempo de un trabajo, ¡que tampoco cobraba! Angustiado, se fue a Estados Unidos a ilustrar para William Randolph Hearst: nadie quería sus ilustraciones porque había saturado el mercado al regalarlas y malvenderlas.

Volvió a Inglaterra con la idea de hacer esculturas de gatos. Se conservan casi todas, gatos de cerámica futuristas notables, muy peculiares, que delatan su singular talento. Por supuesto, no se hizo rico con las cerámicas. Él hablaba de participar en exhibiciones que no existían. Sostenía que en su casa se reunían grupos de espíritus que proyectaban corrientes eléctricas perturbadoras. Como creía también que sus hermanas le robaban, se encerró en su habitación a escribir sobre espiritismo y electricidad. Cuando las hermanas quisieron sacarlo de ahí se puso violento, así que se vieron obligadas a internarlo. El diagnóstico fue que estaba loco: hoy diríamos que tenía esquizofrenia.

Era 1924. Entreguerras. Hacía diez años que Wain no producía. Extrañamente, el hombre de los gatos que había sido tan famoso no fue olvidado del todo, pero si quedó bajo radar. Lo internaron en el Hospital Springfield, una institución para desposeídos, y pasó un año entero solo ahí. Nadie se preguntaba por él y sus jefes, los editores, los que usaban sus dibujos, ni lo ayudaban ni se interesaban por su salud. En 1925 Dan Rider, un librero, lo encontró en el Hospital porque, de visita, vio sus dibujos. Logró que lo trasladaran a un mejor lugar, el Napsbury Hospital, en el campo. H.G. Wells, el autor de La máquina del tiempo, fue uno de los que juntó dinero desde un programa de radio para su mantenimiento internado en Napsbury, y el cuidado de sus hermanas. “Louis Wain inventó un estilo de gato, una sociedad de gatos, un mundo de gatos”, dijo. 

Wain siguió dibujando en el nuevo hospital y su producción fue muy, muy distinta. Los gatos son multicolores, psicodélicos antes de la psicodelia, abstractos, luminosos, llenos de esa electricidad que él les atribuía. Los hacía en estilo turco, en estilo griego, con mosaicos, con flores en los ojos. En el hospital Wain no hablaba mucho, pero participaba de la vida común pintando gatos para ocasiones especiales, sobre todo para Navidad, cuando cubría las paredes con los animalitos. Era tan productivo como antes, y quizá mejor artista, una vez que no tenía la obligación de representar nada más que sus fantasías.

Murió en 1939 de complicaciones de una falla renal: había estallado la guerra, y otra vez se lo olvidó. Pero no para siempre. En los ‘60, sus curiosos gatos psicodélicos llamaron la atención, por puro espíritu de época, y se publicó una biografía ilustrada. Ahí los dibujos aparecían con sus locos títulos originales: “Una impresión momentánea atrapada a la velocidad de la luz” o “Cuando más los querés quietos, más se mueven”.

Su redescubrimiento sigue hasta hoy, con montones de libros, una película, y artistas como Nick Cave como fan y coleccionista. Louis Wain, que era alto, delgado y guapo a su manera, murió a los 80 después de quince años en el neuropsiquiátrico y está enterrado en el hermoso cementerio de Kensal Green, en Londres. Su lápida está torcida, no tiene ningún homenaje ni flores, y no hay peregrinos que le dejen gatos de cerámica.

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