Arno J. Mayer
Sin permiso
Estados Unidos puede emerger sano y salvo del fiasco de Irak. Si bien momentáneamente desconcertado, el imperio americano continuará su camino, bajo dirección bipartidista, presionado por las mega-corporaciones y con las bendiciones evangélicas. Una característica que define a los estados imperiales maduros es que pueden permitirse errores burdos y caros que no pagan las élites, sino las clases bajas. Las predicciones sobre el inminente declive del imperio americano son exageradas: sin un rival militar real, continuará siendo por algún tiempo el único hiperpoder mundial.
Pero aunque aguanten, los imperios demasiado extensos sufren daños en su poder y prestigio. En tales momentos, tienden a golpear violentamente para evitar que se los tome por tigres de papel. Dada la situación de Washington en Irak, ¿aumentarán los Estados Unidos su intervención en Irán, Siria, Líbano, Afganistán, Pakistán, Sudán, Somalia o Venezuela? Los EEUU tienen el ejército más fuerte que el mundo haya jamás conocido. Preponderantes en el mar, en el aire y en el espacio -incluido el ciberespacio—, los EEUU tienen una capacidad impresionante para proyectar con rapidez su poder a través de enormes distancias, con un sheriff autodesignado para ir a controlar o explotar crisis reales o figuradas en cualquier parte del planeta.
En palabras del anterior Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld: “Ningún rincón del mundo es lo suficientemente remoto, ningún monte lo suficientemente alto, ninguna cueva o bunker lo suficientemente profundos, ningún todoterreno lo suficientemente rápido, para dejar a nuestros enemigos fuera de nuestro alcance”. Los EEUU gastan más del 20% de su presupuesto anual en defensa, casi la mitad del gasto del resto del mundo en su conjunto. Lo cual es bueno para las grandes corporaciones fabricantes de armas y para sus exportaciones. Los estados del Golfo, liderados por Arabia Saudita, les compran miles de millones de dólares del más moderno armamento.
En lugar de las clásicas colonias territoriales, los EEUU aseguran su hegemonía a través de unas 700 bases militares, navales y aéreas distribuidas en más de 110 países, las últimas en Bulgaria, la República Checa, Polonia, Rumania, Turkmenistán, Kirjikistán, Tajikistán, Etiopía y Kenya. Por lo menos 16 agencias de inteligencia con estaciones en todo el mundo proporcionan oídos y ojos a este imperio sin fronteras.
Los EEUU tienen 12 portaaviones. Salvo tres, todos están provistos de energía nuclear, diseñados para transportar 80 aviones y helicópteros, así como soldados, marineros y pilotos. Un equipo basado en un súpertransportador comprende buques, cazatorpederos y submarinos, muchos de ellos provistos de energía atómica y equipados con misiles teledirigidos, ofensivos y defensivos. Apostada en bases globales y patrullando constantemente vías marítimas vitales, la armada estadounidense constituye la espina dorsal y el sistema arterial del nuevo modelo de imperio. Los barcos están sustituyendo a los aviones como principales suministradores tácticos y estratégicos de tropas y equipos. La armada tiene actualmente preponderancia sobre los ejércitos de tierra y aire en el Pentágono y en Washington.
La presencia militar en el Mediterráneo oriental, Mar Rojo, Golfo Pérsico y Océano Indico desde 2006 a 2008 demuestra que Estados Unidos puede imponer su poder más allá de medio globo (y ofrecer ayuda humanitaria a punta de pistola para obtener ventajas políticas). Al menos dos grupos de combate aeronavales con equipo de aterrizaje, vehículos anfibios y miles de soldados y marinos, junto con equipos de Operaciones Especiales, operan en las costas de Bahrain, Qatar y Djibouti. Constituyen el testimonio de que, según declaró en Kabul en enero de 2207 el actual Secretario de Defensa, Robert Gates, los EEUU seguirán teniendo “una fuerte presencia en el Golfo durante mucho tiempo”.
Una semana más tarde, el Subsecretario de Estado para asuntos políticos, Nicholas Burns, dijo en Dubai: “El Oriente Medio no es una región que deba ser dominada por Irán. El Golfo no es una zona marítima que deba ser controlada por Irán. Esta es la razón por la que hemos previsto el estacionamiento de dos grupos de combate aeronaval norteamericanos en la región”. No es nada nuevo. En su discurso de despedida en Enero de 1980, semanas después del inicio de la crisis de los rehenes en Teherán y de la invasión soviética de Afganistán, el Presidente Jimmy Carter dejó “absolutamente claro” que cualquier intento de apoderarse del Golfo Pérsico por parte de una fuerza exterior sería interpretado como un ataque a los EEUU, y que dicho ataque sería repelido por todos los medios, incluida la fuerza militar. Dijo que las tropas rusas en Afganistán no sólo amenazaban a una región que “contiene más de dos tercios del petróleo mundial exportable”, sino que estaban listas para la acción “a 300 millas del Océano Indico y cerca del estrecho de Ormuz, una vía marítima a través de la cual debe transitar la mayor parte del petróleo mundial”.
Un cuarto de siglo más tarde, el antiguo Secretario de Estado Henry Kissinger puso al día la Doctrina Carter desplazando la amenaza de Moscú a Teherán: si Irán “insiste en combinar la tradición imperial persa con el actual fervor islámico, sencillamente no se le puede permitir que realice su sueño imperialista en una región tan importante para el resto del mundo”.
Las fuerzas armadas y los armamentos ultramodernos y convencionales no se adaptan bien a las guerras contemporáneas asimétricas contra actores no-estatales que utilizan tácticas y armas no convencionales. Pero los súpertransportadores, los aparatos aéreos supersónicos, misiles anti-misil, satélite militares, robots de control y los vehículos y barcos no pilotados no van a quedarse desfasados. La intervención, directa e indirecta, abierta y encubierta, militar y civil, en los asuntos internos de otros estados ha sido una política exterior paradigmática de los EEUU desde 1945. Los EEUU no han dudado en intervenir, casi siempre unilateralmente, en Afganistán, Pakistán, Irak, Líbano, Palestina, Irán, Siria, Somalia, Sudán, Ucrania, Georgia, Kazakjstán, Bolivia y Colombia, persiguiendo sus intereses imperiales.
Tomando como modelo la USAID (United States Agency for International Development), el Programa Fulbright y el Congreso para la Libertad Cultural de la guerra fría, los adeptos de la nueva guerra global contra el terror han creado sus equivalentes con el Desafío del Milenio y la Iniciativa de Partenariado del Oriente Medio, del Departamento de Estado. El Departamento de Defensa recluta universitarios a través del Proyecto Minerva para colaborar en el nuevo modelo de lucha contrainsurgente y en operaciones no convencionales de construcción de un estado militar.
La economía estadounidense, la cultura sincrética y la “Big Science” no tienen igual. A pesar de los enormes déficits fiscal y comercial y del embrollo de las compañías de seguros y los bancos de Wall Street, que han desestabilizado su sistema financiero y repercutido en toda la economía global, en conjunto, la economía de los EEUU continua robusta y competitiva en destrucción creativa. No importan los costes sociales internos y externos. Pero sus sectores industrial y manufacturero en retroceso pueden ser su punto débil.
Los EEUU todavía detentan un liderazgo substancial en investigación, desarrollo y patentes en materia de cibernética, biología molecular y neurociencia. Ello es debido a la investigación, financiada por el sector público, por particulares y corporaciones, de universidades y laboratorios que establecen bases en el extranjero y atraen al interior cerebros de todo el mundo.
Continúan siendo el modelo para el resto del mundo, así como lo son sus museos globalizadores, el lenguaje arquitectónico de sus empresas corporativas y sus estrategias de marketing (políticas y comerciales). No es sorprendente que los EEUU tengan una cosecha desproporcionada de Premios Nobel, no solo en economía sino también en ciencias naturales; o que el inglés americano se haya convertido en una lengua global. Ello es a la vez causa y efecto de la inmensa influencia de las transnacionales estadounidenses. Las culturas popular y consumista de los EEUU penetran en los más remotos lugares del planeta. Al lado de la periferia móvil, Washington y K Street (la calle de Washington conocida por sus lobbies) juntan fuerzas con las élites y los regímenes colaboradores.
Este imperio americano tiene semejanzas familiares significativas con imperios pasados por lo que respecta a su acaparamiento de recursos naturales críticos, mercados de masa y bases exteriores. Los americanos saben que tienen intereses considerables en la permanencia de su imperio. Algunos estratos sociales se benefician más que otros de sus estropicios. Sin embargo, es provechoso desde un punto de vista social, cultural y psicológico, especialmente para sus intelectuales, profesiones liberales y medios de comunicación.
El imperio tiene reservas extraordinarias de poder duro y suave para persistir en su intervencionismo. Los EEUU tienen la capacidad y la voluntad para intentar salvar la cara en Irak. Hay un déficit de tropas de combate para amplias operaciones de terreno convencionales y una incoherencia estratégica frente a una guerra irregular contra la guerrilla insurgente y las fuerzas terroristas. Pero se pondrá remedio al déficit de soldados. Los constructores privados reclutarán mercenarios armados y civiles, preferiblemente procedentes de sus dependencias del tercer mundo, con salarios de saldo.
Washington disimula sus intereses egoístas con declaraciones sobre la promoción de los derechos civiles, bienestar social, feminismo, el estado de derecho y la democracia.
Sin embargo, para las élites en el poder en los EEUU, de cualquier partido que sean, hay una necesidad y una prioridad absolutas: hasta la implosión de la Unión Soviética era agitar el espectro del comunismo; desde el 11 de septiembre, pasa por agitar el espectro de la serpiente del islamismo radical.
El informe del Grupo de Estudios sobre Irak de 6 de diciembre de 2006, preparado por la comisión bipartidista Baker-Hamilton, mostraba menos preocupación por los disturbios en el Tigris que por su impacto en el imperio estadounidense: “Irak es vital para la estabilidad regional e incluso global y es crítico para los intereses de los EEUU. Se sitúa a lo largo de las líneas de separación del Islam chiita y sunita y de las poblaciones kurdas y árabes. Tiene las segundas mayores reservas de petróleo mundiales conocidas. Actualmente es una base operativa del terrorismo internacional, incluida Al-Qaeda. Irak es una pieza central de la política exterior norteamericana, que influye en la percepción de la región y en el resto del mundo respecto a Estados Unidos”.
Irak es importante porque si “continúa despeñándose por el caos”, corre el riesgo de perjudicar “la posición global de Estado Unidos”. James Baker (Republicano) y Lee Hamilton (Demócrata) dan por sentado que Washington continuará dictando la ley en el Gran Oriente Medio, tal como ha venido haciendo desde 1945. El informe lo deja claro: “Incluso después de que Estados Unidos haya retirado todas sus tropas de combate de Irak, deberíamos continuar manteniendo una presencia militar considerable en la región, con unas fuerzas todavía significativas en Irak y con fuertes despliegues aéreo, terrestre y naval en Kuwait, Bahrain y Qatar, así como una mayor presencia en Afganistán.
Baker-Hamilton pidieron la colaboración de las mejores y más brillantes organizaciones no-o-bipartidistas y a los think tanks que proliferaron después de la guerra de Vietnam. Algunas de esas instituciones, cuyo personal preparó cuestiones, opiniones y borradores parciales para el informe sobre Irak, no ocultan sus tendencias.
El Center for Strategic and International Studies (CSIS), "bipartidista", financiado en parte por la fundación Bill&Melinda Gates, fue uno de los principales participantes en la Comisión. Sus consejeros y patronos proceden “tanto del mundo de la política pública como del sector privado”, y su objetivo es “garantizar la seguridad global y la prosperidad en una era de transformación económica y política, ofreciendo puntos de vista y soluciones prácticas a quienes toman decisiones”.
El International Republican Institute, “no-partidista”, está profundamente implicado en Irak y está presidido por John McCain; su objetivo es “garantizar la libertad y la democracia en el mundo desarrollando los partidos políticos, instituciones cívicas, elecciones abiertas, la buena gobernanza y el estado de derecho”. El National Democratic Institute for International Affairs, organización sin ánimo de lucro presidida por la Antigua Secretaria de Estado Madeleine Albright, trabaja para “reforzar y extender la democracia en el mundo”. El Washington Institute for Near East Policy, que se autodeclara bipartidista, aunque sea de extrema derecha, dice “garantizar una comprensión equilibrada y realista de los intereses americanos en Oriente Medio [así como] promover un compromiso americano en Oriente Medio.”
La comisión Baker-Hamilton también pidió consejo a exfuncionarios y a celebridades de institutos homologados de investigación y política pública, tales como el Council on Foreign Relations, la Brookings Institution, la Rand Corporation y el American Enterprise Institute. Cualesquiera que fueren sus tendencias políticas, lo cierto es que muy pocos de los colaboradores, asociados y patronos de estos centros de política cuestionaron de forma rigurosa los costes y beneficios sociales, políticos o económicos del imperio para los EEUU y para el mundo. Sus desacuerdos y debates versan sobre el mejor modo de afianzar, sacar provecho y proteger al imperio.
Subrayando que el papel de los EEUU es único en un mundo en el que pocos problemas pueden resolverse sin ellos, la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, afirma que “nosotros los americanos nos comprometemos en política exterior porque debemos, no porque queramos, hacerlo, y es una sana disposición: la de una república, no la de un imperio”. El Secretario de Defensa Gates dice que los EEUU deben mantener su “libertad de acción en los asuntos globales comunes y su acceso estratégico a importantes regiones del mundo para mantener nuestras necesidades de seguridad nacional”, lo que supone mantener un contingente económico global preparado para el acceso a las fuentes de energía.
Ni siquiera las censuras centristas ponen en entredicho el apoyo incondicional de Washington a Israel. Lo mismo que los neocons, rechazan sin pestañear cualquier relación entre el marasmo iraquí y el impasse israelí-palestino. Ambos se oponen a la sugerencia del informe Baker-Hamilton de que los US “no pueden conseguir sus objetivos en Oriente Medio a menos que se ocupen directamente del conflicto árabe-israelí y de la inestabilidad regional”. Demócratas y republicanos están igualmente determinados a incrementar operaciones encubiertas en Irán, respaldadas con la amenaza de un bloqueo económico total o una acción militar.
Ninguno de los candidatos a la presidencia propone una alternativa a la responsabilidad imperial, como no sea, acaso, la suavización de la retórica moralizante y mesiánica en los contenciosos con Irán, China, India y la Rusia resurgente, cuatro naciones con formas de capitalismo no experimentadas y nacionalmente condicionadas. Ninguno de los dos candidatos se ha privado realizar estancias en capitales extranjeras para dejar testimonio de la genuinidad de su determinación imperial.
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