sábado, 12 de novembro de 2011

El fin de la era Berlusconi



Pablo Ordaz
El País


Silvio Berlusconi ya puede irse. El Senado aprobó ayer los presupuestos de Italia para 2012 con las reformas que le venía exigiendo Bruselas y hoy lo hará el Parlamento. Ahora solo queda que el actual primer ministro cumpla su palabra –aunque sea una vez, aunque sea al final— y ponga un broche de sensatez a 17 años de estrafalaria presencia en la vida política italiana. Si así sucede, el próximo primer ministro será la otra cara de la moneda, Mario Monti, un economista de prestigio, un hombre íntegro recién nombrado senador vitalicio por el presidente de la República, Giorgio Napolitano, y el candidato más firme para presidir un gobierno de consenso. Por eso, ayer, cuando Monti visitó el Senado, sus colegas se pusieron en pie, sin distinción de ideologías, y tributaron una ovación cerrada al hombre cuya misión más urgente es devolver a Italia el respeto internacional que jamás debió perder.

No obstante, la inercia de la era de Berlusconi es mucha, y en cuanto Mario Monti se marchó de Palacio Madama, regresaron los navajazos. La caída de Berlusconi no solo le afecta a él, sino a todo su entramado de poder y favores, un engrudo que mantenía unido al Partido del Pueblo de la Libertad (PDL). Sin tan eficaz pegamento, los barones han formado dos grupos. Los que, con Berlusconi, admiten aun a regañadientes la conveniencia de un gobierno presidido por Monti, y los que, a cielo abierto, se oponen frontalmente a que un técnico venga a suplantar lo que las urnas decidieron en 2008.

Estos grupos estuvieron ayer representados por dos ministros que se enzarzaron en una porfía de taberna. El de Exteriores, Franco Frattini, se desahogó en una conversación con sus íntimos: “Ha bastado con que se tumbara todo para que estos fachas volvieran”. Ignazio La Russa, el titular de Defensa, se dio por aludido y replicó ninguneando a su colega: “¿Quién lo ha dicho, Frattini? ¿Quién es Frattini?”. Durante todo el día, Berlusconi estuvo reunido con unos y con otros, pero no logró el consenso, lo que –conociendo al personaje— puede ser utilizado ante Monti para obtener algún tipo de contraprestación o de presencia en el nuevo Gobierno.

Lo cierto es que, desde el miércoles, Berlusconi permanece en un inquietante silencio. Los que hablan son los que entran y salen del Palacio Grazioli, su residencia oficial. Tras hablar con su jefe, el ministro de Defensa intentó aguar la fiesta a quien dan por hecho que, con más problemas o con menos, Mario Monti será en las próximas horas el nuevo primer ministro. La Russa utilizó un dicho popular: “Monti corre el peligro de entrar Papa y salir cardenal”. El problema es que el ministro de Defensa, de extracción ultraderechista, no está solo.

Varios ministros y diputados del PDL -todos provenientes de la antigua Alianza Nacional-, La Liga Norte e incluso algún destacado representante de la oposición como el ex fiscal Antonio Di Pietro se muestran igualmente renuentes a apoyar a Mario Monti. Si bien Di Pietro, ahora líder de Italia de los Valores, ha reconducido su rechazo inicial por un apoyo a la persona pero no al proyecto: “Si tuviéramos que dar un juicio solo sobre Mario Monti incluso lo podríamos apoyar, pero en democracia el apoyo tiene que gozar de un consenso. Queremos saber cuál es el equipo, el programa, la coalición…Lo que es anómalo es lo contrario, otorgar carta blanca”.

Como muchas otras voces, y a pesar del momento dramático que vive la economía italiana, Di Pietro ve con malos ojos que sea finalmente Bruselas y los mercados quienes terminen diciendo sobre asuntos propios de la soberanía nacional. El caso es que, como no podía ser de otra manera, la salida de Berlusconi del poder se presume difícil y dolorosa. No solo deja un país en quiebra, sino un ambiente político que como el agua se ha terminado adaptando a la forma del jarrón. El chanchullo, la intriga y los juegos turbios de poder. Mañana, pese a todo, es el día que tantos durante tanto tiempo soñaron. Los mismos que temen un último coletazo del caimán.

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