Miguel Angel Medina
El País
El País
Si, como dicen los árabes, El Cairo es la madre de todas las ciudades, Tahrir es la madre de todas las plazas. La enorme glorieta que aparece ya en nuestro imaginario llena de tiendas de campaña y manifestantes es el punto neurálgico de la capital egipcia, una rotonda en la que confluyen las principales arterias de la ciudad, dos de las tres líneas de Metro y un trasiego de coches y gente que hacen imposible imaginársela vacía. Pero, sobre todo, es el símbolo de la revolución que en febrero consiguió deponer a Hosni Mubarak, un lugar al que acudir para reivindicar la libertad y que ahora han vuelto a tomar miles de personas para evitar que los vientos de cambio choquen con el férreo muro del ejército.
En Midan Tahrir -como la conocen los cairotas-, el simbolismo empieza por su propio nombre (liberación, en árabe) y continúa por las decenas de manifestaciones que se han realizado allí cada viernes, mes tras mes, desde finales de enero. En ellas es habitual ver tanto niños con la bandera de Egipto pintada en la cara como ancianos con barba y galabiya (una túnica tradicional), pasando por jóvenes con carteles reivindicativos en árabe o inglés. El vídeo de la canción Sout al Hurriya (La voz de la libertad), grabado en la plaza, ha contribuido a popularizarla como un lugar en el que todo parece posible. “En cada calle de mi país / la voz de la libertad nos llama”, cantan niños, jóvenes y mayores en las imágenes, que han visto cerca de dos millones de personas en Youtube.
Pero su encanto no sólo proviene del eterno bullicio que la adorna, sino también de la cantidad de edificios que la fortifican. De entrada, el Museo Egipcio, un mamotreto rosado y con un aire marchito que alberga auténticas joyas de la civilización faraónica. A su izquierda, a pocos metros, llama la atención una construcción carbonizada: la que fuera sede del partido de Mubarak, a la que prendieron fuego en los primeros momentos de la revolución y que se ha mantenido en el mismo estado. Todos los turistas que visitan el vecino museo contemplan una curiosa panorámica de los restos del incendio, situado justo frente a la salida de este.
Al otro lado, cruzando la enorme avenida, hay una mezquita y, unos pasos más allá, la Mugamma, un monstruoso edificio gris en el que se albergan dependencias gubernamentales y al que el visitante tal vez deba acudir para solicitar una ampliación del visado u otros papeleos. Y todavía hay más: en el otro lado de la rotonda se encuentran algunos comercios y varias teterías siempre a rebosar de cairotas y foráneos que quieren pararse a contemplar la plaza. En uno de estos establecimientos, según cuentan, solía sentarse durante horas Naguib Mahfuz, Premio Nobel de Literatura pero, sobre todo, uno de los escritores que mejor ha descrito la ciudad, es decir, a sus habitantes.
En Tahrir, además, confluyen varios mundos. De aquí parten la calle Talab Harb, una de las más comerciales de la capital, y Al Kasr Al Aini, llena de bancos y oficinas en su camino hacia el barrio noble de Garden City. Pero sale también la avenida Tahrir, que deja intuir, unos metros adelante, el Nilo, protagonista de las noches de la capital egipcia y en cuya orilla pasan las noches las clases menos pudientes.
El centro de la plaza, sin embargo, no es nada majestuoso: la preside una glorieta de tierra, enorme, con apenas unos matorrales como adorno. Un espacio que da la impresión de haber quedado como olvidado, como si alguien no se hubiera acordado de plantar flores en su interior. Sin embargo, todo el entorno se transforma cuando, como ahora, lo ocupan miles de personas y aparece en nuestras pantallas atestado de ciudadanos unidos en un grito de libertad.
Nenhum comentário:
Postar um comentário