Beatriz Durán
El Salto Diario
Se podría decir que el trabajo sucio representa aquello que se rechaza, es indecoroso, y no es un asunto de las personas más “respetables”.
Cuando hablamos de trabajo sucio nos pueden venir a la mente algunas palabras: pringoso, mugriento, repugnante y desagradable. Se podría decir que el trabajo sucio representa aquello que se rechaza, es indecoroso y que no es un asunto de las personas más “respetables” de una sociedad. La gente de bien, las personas con poder han delegado desde siempre los trabajos sucios a la parte de la sociedad más invisibilizada. En este caso, el trabajo sucio recaería en el sector más vulnerable y con menos privilegios socioeconómicos. Cabe destacar que los trabajos sucios -denominados de esta forma por las nuevas tendencias sociológicas- son estigmatizados a nivel social y son necesarios para que la sociedad siga su curso.
Los trabajos sucios -según Eyal Press- demarcan una clase segregada y en gran medida invisibilizada por la sociedad. De hecho, donde realmente quedó claro que el funcionamiento de la sociedad está en manos de trabajadoras/es invisibles, fue en la pandemia: el sector más privilegiado de la sociedad -que podía trabajar desde casa- dependía de millones de personas con sueldos precarios y a los cuales no se les permitió dejar sus trabajos y cuidar de su salud.
Las personas que ejercen trabajos sucios son atrapadas por los mismos sin tener ninguna alternativa más allá del trabajo. Las labores que nadie quiere hacer, se aferran a un orden social donde unos se desvinculan de estas responsabilidad, mientras recae sobre otras/os que se ocupan del trabajo pesado todos los días. El estilo de vida de muchas personas (la comida que comemos, los coches que conducimos) se sustentan en el trabajo sucio. Resulta perverso también que a estas personas con menos oportunidades, cuando solo les queda la posibilidad de dedicarse a estos trabajos, se las culpabilice de ello con frecuencia.
Es curioso como la cuestión del “trabajo sucio” comparte ciertos “vínculos” con respecto al dilema de los cuidados. Desde un principio hay que dejar claro que los cuidados son esenciales, pero no por ello debemos olvidar que son invisibilizados. La cuestión de los cuidados revela algo fundamental de nuestra sociedad: las mujeres son las encargadas de velar por el bienestar y el cuidado “las que hacen el trabajo sucio”. Los cuidados, desde una visión alternativa como la de Eyal Press, podrían ser confundidos con “trabajo sucio”, sin embargo esta visión degradante no tiene nada que ver con las prácticas de acompañamiento, la atención y la ayuda a las personas que lo necesitan.
Cuidar versus trabajo sucio
Es relevante decir que hay una serie de responsabilidades con respecto a los cuidados que deben ser asumidas de manera colectiva e individual. Como refiere Victoria Camps hay que reconocer que existe un deber de cuidar y también a ser cuidados sin excepciones. Por tanto, la base para no confundir trabajo sucio con los cuidados, reside en no contraponer los mismos a la justicia. Desde esta visión de los cuidados prima el principio de igualdad, en el sentido de que los cuidados siempre deben ser corresponsables y acabar con las dominaciones de todo tipo.
No hay que olvidar que los cuidados son algo muy valioso, por tanto deberían estar en el foco de atención no solo de la sociedad sino también del sistema económico. Los cuidados se devuelven en la vida reproductiva y a nadie se le pasa por la cabeza pagar o retribuir por esta serie de actividades que no cotizan en bolsa. En este sentido, existen trabajos de cuidados por los que algunas personas pueden pagar -externalizar- y por los que otras solo pueden batallar cada día para cubrirlos. Aquí es donde la palabra justicia debería ser inseparable de los cuidados, ya que como expresa Carol Gilligan: “ el cuidado es un valor tan importante como la justicia”.
Las mujeres se “manchan las manos” con una serie de tareas diarias, debido a la falta de servicios colectivos de cuidado y de la participación de una parte de la sociedad en las actividades domésticas. Sin embargo, los cuidados son un derecho universal que debe ser protegido y por esto, los cuidados deben ser repartidos.
Cuidar lo que no importa
Cuando se habla de cuidar, también se está hablando de atención, y sobre todo de tiempo. Para cuidar, por tanto, hace falta mucho tiempo y dedicación a las personas que lo necesiten. Un tiempo valioso que no se paga con nada y que recae de forma directa en las mujeres. Aún está pendiente una redistribución de las tareas de cuidados que no frenen el desarrollo de la vida de las mujeres. Como expresa Victoria Camps, una redistribución en los tiempos dedicados a los cuidados consiste en “la posibilidad de dedicar tiempo indistintamente al trabajo productivo y a ese otro trabajo que no se considera rentable económicamente”.
Así es cómo se arroja la pregunta de cómo debería cambiar la distribución de los trabajos para que los cuidados sigan siendo un derecho universal. De la misma forma, y como rechazo a lo que significa el trabajo para muchas mujeres bajo la precariedad y abuso, el cuidado debería desligarse del trabajo para darle un nuevo sentido y otro tipo de distribución corresponsable y democrática. La opción podría radicar en un nuevo escenario donde el trabajo productivo pase a segundo plano y las personas puedan tener más tiempo para cuidar de manera corresponsable y también de sí mismas.
Por tanto, desde el viejo modelo de cuidados, hasta pasar a uno nuevo, donde las mujeres tengan más poder de decisión, se hablan de propuestas como una Renta básica incondicional. El objetivo de una RBI sería fomentar la dedicación a una experiencia humana fuera de la precariedad laboral o la incertidumbre económica generada por el actual mercado laboral. Y esta experiencia fuera del trabajo, podría ser la de empezar a reconocer la vida, a las personas de nuestro entorno y cuidar de ellas de manera sostenible.
De esta manera, no se debe hablar de cuidados sin hablar de corresponsabilidad y el desarrollo de políticas conciliadoras. Porque el objetivo de cualquier sociedad libre y democrática debe ser repartir las tareas de cuidados, para que dejen de estar en el centro de las desigualdades, y sí en el centro de la vida de todas las personas.
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