Claudio Katz
Indymedia
Alejandro Bodart, dirigente del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) fue sobreseído el 21 de agosto en la causa que le inició la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) por supuesto “antisemitismo”, por haber denunciado el genocidio perpetrado por el Estado de Israel en Palestina.
En defensa de Bodart dieron testimonio una veintena de referentes, entre ellos el economista e investigador Claudio Katz, con quien dialogamos. “La tramposa asociación del antisemitismo con el antisionismo -o con cualquier crítica al Estado de Israel- busca criminalizar la solidaridad con el pueblo palestino. Esa confusión es particularmente perversa, porque olvida que las víctimas palestinas de las matanzas sionistas comparten la misma raíz semítica de los pobladores judíos”, aseguró Katz.
¿Cómo fue tu participación en el juicio por antisemitismo que afrontó exitosamente el dirigente socialista Alejandro Bodart?
Fue una experiencia impactante y coronada con la absolución. De entrada, me sorprendió la querella que iniciaron las organizaciones sionistas de Argentina. Lo demandaron por las críticas que expuso a través de simples tweets contra el Estado de Israel. Allí expresaba su indignación por la atroz violencia que impone en la región. Me pareció obvio que defender la causa palestina no puede ser un delito y que se estaba vulnerando el derecho de expresión. Como soy de origen judío, me resultó particularmente chocante la banal y arbitraria acusación de antisemitismo. Bodart, yo e incontables militantes de muchas corrientes somos antisionistas, pero no antisemitas. Son dos cosas muy distintas.
¿Cuál es la diferencia?
El antisemita es un racista que rechaza al judío por su pertenencia a cierta comunidad. Es la misma conducta que tienen los que discriminan a un negro, a un árabe, a un musulmán o a un boliviano. Los socialistas somos internacionalistas, compartimos un ideal de igualdad y solidaridad entre los pueblos y nunca podríamos ser antisemitas, anti negros, anti árabes o anti bolivianos. Adoptamos una posición política antisionista, que es coherente con nuestra postura antiimperialista.
Pero frecuentemente se confunden ambos planos…
Si y por eso hay que diferenciarlos. El judaísmo es una religión, una cultura o una tradición de un pueblo diseminado por muchos países. En cambio, el sionismo es una ideología colonialista que justifica la expropiación de los territorios palestinos, con extravagantes teorías de pertenencia de esa zona a los inmigrantes judíos. Los antisionistas nos oponemos a ese colonialismo, sin adoptar actitudes antijudías o antisemitas.
Y para ser más precisos te diría que me opongo también a la política del Estado de Israel, sin ser anti israelí, de la misma forma que rechazo las agresiones imperialistas de Estados Unidos sin ser antiestadounidense. La tramposa asociación del antisemitismo con el antisionismo -o con cualquier crítica al Estado de Israel- busca criminalizar la solidaridad con el pueblo palestino. Esa confusión es particularmente perversa, porque olvida que las víctimas palestinas de las matanzas sionistas comparten la misma raíz semítica de los pobladores judíos.
Igualmente, la memoria del Holocausto recrea el temor a que se repita esa tragedia.
Es cierto, pero actualmente las comunidades judías de mundo no afrontan ningún peligro significativo. Los sionistas resucitan el miedo al antisemitismo en numerosos países, para erosionar la convivencia y la mixtura de los judíos con otras colectividades. No solo propician esos antagonismos para fomentar la emigración a Israel. También generan un clima de persecución interna dentro de la colectividad judía, contra quienes rechazan esa política de auto segregación. La simple búsqueda de coexistencias e integraciones es mal vista por los forjadores de una identidad separada. Presentan a los críticos de ese aislamiento como traidores, que “se odian a sí mismos”. De esa forma exacerban las viejas modalidades del nacionalismo reaccionario para justificar el despojo colonial en Medio Oriente, con reivindicaciones misioneras del “pueblo elegido”.
Invierten la realidad de lo que está sucediendo…
Exactamente. El peligro actual de Holocausto no afecta a los judíos, sino a los palestinos. Lo que está ocurriendo en Gaza es espeluznante. Gran parte de los 40 mil muertos son niños, hay dos millones de desplazados y brutalidades infinitas. Palestinos atados al frente de un camión como escudos humanos, centenares de asesinados por bombardeos a escuelas y hospitales, una catástrofe humanitaria de remedios y alimentos. Los relatos de violaciones, torturas, descargas eléctricas, perros y quemaduras en los centros de detención ya no tienen calificativos.
Hay un genocidio a la vista de todo el mundo, con uso de la Inteligencia Artificial para consumar matanzas personalizadas. Recurren a los datos almacenados para seleccionar objetivos y definir el alcance de cada masacre. El contrato Lavender ha provisto los algoritmos requeridos para concretar el mismo tipo de aniquilación metódica e industrializada, que sufrieron los judíos bajo el nazismo. A su vez el castigo indiscriminado con bombardeos a la población civil rememora lo sucedido en Vietnam del Norte en los años 70 o el padecimiento previo de las multitudes indefensas en Dresde o Hiroshima. Afortunadamente, muchas voces se están levantando contra esta terrible afrenta al género humano.
¿Pensás que el éxito logrado en el juicio se inscribe en esas respuestas?
Si es muy probable, porque la indignación aumenta y se verifica en todas partes. Hay un rechazo semejante al que afectaba al Apartheid de Sudáfrica. A diferencia de lo ocurrido en la época de Vietnam, los jóvenes que actualmente protestan en Estados Unidos no están motivados por el temor de ser reclutados. Salen a la calle impactados por lo que está ocurriendo y en muchas universidades imponen la ruptura de los convenios con Israel. Ya sucedió en Brown, Dublín, Barcelona o Granada. Son actos de solidaridad humanitaria totalmente ajenos al antisemitismo.
Esa reacción es un principio de Intifada global, contra la limpieza étnica que consuman los ocupantes de las tierras palestinas. Basta observar los sucesivos mapas de Israel de 1948, 1973, 2001 y 2021 para constatar la dimensión de esa expansión colonialista, que ahora supone una nueva Nakba hacia Egipto o Sinaí. Netanyahu está dispuesto a todo y tantea una extensión de la guerra a otras zonas de la región. Por eso generaliza el método del asesinato internacional en el Líbano e Irán. Los propios israelíes son víctimas de esa alucinante beligerancia y las protestas en el mundo contribuyen a despertarlos de su indiferencia ante la muerte.
¿Cómo se explica esa insensibilidad?
Porque el sionismo ha generado una deshumanización estructural de la población israelí, que está sometida a un tormentoso y prolongado servicio militar. Esa conscripción adoctrina y disciplina a todas las generaciones a un dispositivo criminal, que a su vez alimenta la informatizada y rentable economía bélica del país.
Al cabo de varias décadas de militarización extrema, gran parte de la sociedad israelí ha naturalizado el crimen contra sus vecinos y ni siquiera la matanza de niños suscita reacciones compasivas. Se han acostumbrado a convivir con la crueldad y la validación del terrorismo de Estado, que acentuaron los gobiernos derechistas de los últimos 20 años. Esa impiedad es reforzada por la doble vara que mantienen los grandes medios de comunicación. Para ellos, la vida de un niño israelí tiene un valor incalculable y la supervivencia de un pequeño palestino es irrelevante.
Esa atrocidad es muy impactante para nosotros en Argentina y en toda la región…
Si. porque el Estado de Israel es el mayor exportador per cápita de armas del mundo y está muy involucrado en el submundo del espionaje y el tráfico de pertrechos. En Colombia adiestraron paramilitares, en Chile enseñaron a disparar a los ojos de los manifestantes y en Centroamérica comandaron las incursiones de la guerra sucia.
Como en toda América Latina tuvimos dictaduras y resistencias en los años 70, nos resulta insultante la presentación de las organizaciones palestinas como grupos terroristas. Te diría que esa absurda identificación nos afecta más a los judíos, puesto que con esa mirada también los heroicos sublevados del gueto de Varsovia deberían ser calificados de terroristas. Simplemente se omite que las organizaciones palestinas cuentan con el sostén masivo de la población, que concurrió varias veces a las urnas para seleccionar su liderazgo.
¿Y cuál sería tu respuesta a quiénes afirman que solo el sionismo permite defender los derechos del pueblo judío?
Qué ese derecho no puede sostenerse en la opresión de otra colectividad. Cuando un colono confisca las parcelas de un palestino, aplasta derechos ajenos en lugar de ejercer los propios. Lo mismo vale para un soldado que responde con balas a las piedras lanzadas por los resistentes.
El sionismo se opone a las dos modalidades de una solución pacífica del drama de Medio Oriente. Han pulverizado todas las posibilidades de concretar la coexistencia de dos Estados y rechazan con virulencia la mejor salida, que es un solo Estado laico, democrático e integrado por todos los habitantes del territorio. Desconocen que los derechos nacionales de los israelíes, tienen la misma validez que los enarbolados por los palestinos y que en un solo Estado resultaría posible concretar la cohabitación binacional.
¿Esta visión tiene eco dentro de la comunidad judía de Argentina?
Es una mirada que gana adherentes especialmente en la juventud. Yo me identifico con las pancartas que dicen “No en mi nombre” y con las organizaciones que adoptan la emblemática denominación de “judíos por Palestina”. Ellos proclaman que la DAIA no nos representa y que las terribles masacres del sionismo son incompatibles con las raíces, las tradiciones y el humanitarismo de la cultura judía.
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