quinta-feira, 11 de julho de 2024

Jeremy Rifkin: "Es hora de dejar de mercantilizar y explotar los recursos del planeta"

Óscar Granados
Ethic

«Vivimos un nuevo ciclo: la era de la resiliencia», afirma el economista y sociólogo estadounidense Jeremy Rifkin (Denver, 1945). Ese es el título de su más reciente libro, que da pie a esta conversación sobre lo que él llama «la cruda realidad que vive nuestra especie», sobre la esperanza en las nuevas generaciones, las guerras que azotan al mundo, el futuro del trabajo y su relación con la inteligencia artificial.

En su libro La era de la resiliencia invita al lector a reimaginar su existencia en la Tierra y, en general, la forma en que se relaciona con las demás especies. ¿En qué momento de la historia nos encontramos?

Nos encontramos frente a una extinción. Déjeme explicarle. Durante los últimos cientos de años, hemos vivido bajo el dominio de un sistema que se basa en el uso del petróleo, carbón y gas, para alimentar lo que hemos denominado la era de los combustibles. Sin embargo, esta forma de vida ha tenido graves consecuencias para nuestro planeta. Hemos liberado una gran cantidad de gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo que ha provocado un aumento en la temperatura global y un cambio climático catastrófico. Por cada grado Celsius de aumento en la temperatura, la atmósfera retiene un 7% más de precipitación del suelo, lo que resulta en fenómenos meteorológicos cada vez más intensos y destructivos. Desde inundaciones repentinas y sequías hasta huracanes y olas de calor, estamos presenciando los efectos devastadores en todas partes. Este cambio altera drásticamente los ecosistemas, amenazando la vida de innumerables especies, incluida la nuestra. Los científicos nos advierten que estamos en medio de la sexta extinción masiva de la vida en la Tierra, y esta vez, la responsabilidad recae en nosotros, los seres humanos.

¿Hay manera de evitar la extinción?

Sí, es posible evitarla, porque contamos con los recursos necesarios para lograrlo: las nuevas tecnologías, las maravillas de la ciencia y la exactitud de las matemáticas y el atractivo del mercado capitalista para fomentar el bienestar económico de la sociedad. Además, lo que estamos viendo es que los jóvenes ahora están muy asustados.

No solo los jóvenes, también los mayores…

Sí, también las personas mayores, los padres, los abuelos. Pero es en los más jóvenes donde está la clave. A pesar de la gravedad de la situación, hay esperanza. La Generación Z se ha dado cuenta de que nuestro planeta es mucho más poderoso de lo que habíamos pensado. Están comenzando a comprender que el planeta no está aquí para que sea dominado y explotado, sino que es un sistema complejo y dinámico del cual son una parte interdependiente. Este reconocimiento nos brinda la oportunidad de cambiar nuestra relación con la Tierra y de adoptar un enfoque más respetuoso y sostenible con la naturaleza. Es hora de dejar de mercantilizar y explotar los recursos del planeta y de empezar a trabajar en armonía con la hidrosfera y los demás sistemas naturales.

En cierto sentido, hay buenas noticias.

Claro. Uno de los aspectos más destacados es la notable participación y conciencia de la Generación Z en relación con la crisis climática. Hemos sido testigos de manifestaciones masivas lideradas por jóvenes, quienes, de manera pacífica, han salido a las calles para exigir una acción urgente frente a la emergencia climática global. Por primera vez en la historia, estamos presenciando cómo toda una generación se identifica no solo como individuos, sino como una especie en peligro de extinción. Estos jóvenes reconocen a sus semejantes como parte de una misma familia evolutiva, trascendiendo las divisiones políticas, religiosas y tribales.

António Guterres, secretario general de la ONU, dijo que la humanidad ha abierto las puertas del infierno. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

Sí, completamente. Pero déjeme compartir una reflexión sobre esto. Toda la infraestructura de nuestro planeta es un activo: comunicaciones, energía, movilidad, logística, agua, edificios, medio ambiente. Esto se debe a que hemos desarrollado un mundo que no está preparado para enfrentar un evento de extinción y cambio climático. Ya sea en el diseño de edificios, sistemas de carreteras o gestión del agua subterránea, no se ha tenido en cuenta este nuevo desafío. La crisis actual es la más grave desde que los seres humanos habitan este planeta, hace unos 200.000 o 300.000 años. Toda nuestra infraestructura fue diseñada para una era de clima templado, el Holoceno. Sin embargo, ahora nos encontramos en la era del Antropoceno, donde la hidrosfera es la fuerza dominante. De hecho, este planeta es más acertadamente un planeta de agua que uno terrestre. Aún estamos descubriendo la importancia de la hidrosfera. Esta determina toda forma de vida. Sin la hidrosfera, no hay litosfera. La hidrosfera incluso influye en la formación del suelo y es esencial para el equilibrio y la sustentabilidad de nuestro entorno planetario. Determina la vida vegetal y animal, así como la composición de la atmósfera con el oxígeno que proporciona. Además, influye en la biosfera en su totalidad.

Ahora estamos presenciando cómo las aguas se están rebelando. Y la verdadera ironía de todo esto es que alguna vez creímos que podríamos dominar este planeta. No ha sido así, lo hemos comercializado, lo hemos privatizado, lo hemos utilizado y lo hemos contaminado en beneficio de una sola especie. La oportunidad que se nos presenta ahora es que una nueva generación entre en la industria, en la gobernanza y en la sociedad civil para comenzar a transformar nuestro mundo. Los políticos, en su mayoría de generaciones anteriores, no están abordando adecuadamente los desafíos actuales. Necesitamos nuevas ideas y un enfoque renovado en todos los ámbitos: industria, academia, sociedad civil y gobierno. La primera fase fue ver a la generación más joven protestando en las calles. Ahora, la siguiente etapa implica que esta generación ingrese a diferentes sectores de la sociedad y comience a implementar las ideas que han surgido, llevándolas más allá de lo que hemos logrado hasta ahora. Sin embargo, el problema radica en que no lograremos esto viendo vídeos en TikTok. Estas cuestiones requieren una reflexión profunda y un compromiso serio.

Hablando de modelos viejos y nuevos, ¿qué significa para el progreso de la humanidad que en pleno siglo XXI los países sigan resolviendo sus diferencias con guerras?

Lo que estamos presenciando en el mundo actual, aunque pueda parecer desalentador, en realidad nos está mostrando un destello de esperanza. Estamos viendo un cambio significativo en la geopolítica, donde las fronteras se están cerrando y los países compiten cada vez más por recursos limitados. Esta dinámica refleja un juego de suma cero en el que cada nación lucha por su supervivencia en un mundo que se enfrenta a la escasez de recursos, la pérdida de leyes y la degradación ambiental. Estamos en un punto crítico, un evento de extinción, y este caos geopolítico es una señal de que el antiguo paradigma está llegando a su fin. En mis conversaciones con líderes gubernamentales y empresariales noto un cambio en el discurso. Ya no se trata de progreso, sino de resiliencia y adaptabilidad. Sin embargo, muchos aún no comprenden completamente lo que implica este cambio. Estamos en transición de la geopolítica a la política de la biosfera. Esto significa que la gobernanza ya no se limitará a los Estados nacionales soberanos, sino que también abarcará formas biorregionales de gobierno. Los eventos climáticos no respetan las fronteras políticas, afectan a ecosistemas que trascienden esas divisiones artificiales.

Pero muchos de los líderes actuales aún no se creen eso del cambio climático. Por ejemplo, en Estados Unidos, un negacionista del calentamiento global puede ser nuevamente presidente.

Le voy a contar una historia que ocurrió en San Antonio, Texas, y que es realmente inspiradora y ejemplifica cómo las decisiones estratégicas pueden transformar todo un estado en términos de energía sostenible. Texas, un estado tradicionalmente republicano, se encontraba hace algunos años en la encrucijada de cómo abordar su futuro energético. A pesar de la inclinación inicial hacia las centrales nucleares, un análisis exhaustivo reveló que esta opción implicaba costos y riesgos considerables. La energía eólica se vio como un recurso más constante y menos riesgoso. Entonces, en una decisión audaz y visionaria, Texas optó por la transición hacia la energía sostenible. Una apuesta impulsada en gran medida por la inversión de los agricultores. Ahora es líder nacional en esta tecnología. No es el único ejemplo. También las plantas de General Motors en Kentucky y Tennessee [ambos republicanos] usan energías renovables en la producción de camionetas eléctricas y son testimonio de esta tendencia. Es fascinante ver cómo incluso en territorios políticamente conservadores se están produciendo cambios significativos. Figuras como [Donald] Trump y otros líderes políticos tendrían que ser conscientes de estos desarrollos y sus beneficios. Las industrias sostenibles ahora se están expandiendo hacia los estados que tienden a apoyar a Trump. Entonces, aunque él se oponga a la energía eólica, son sus partidarios quienes ahora trabajan en estas industrias.

Hace casi 30 años publicó El fin del trabajo, donde aborda el uso de las nuevas tecnologías y los procesos productivos. ¿Qué significa ahora la IA para el empleo del futuro?

Bueno, hasta cierto punto, la IA está sobrevalorada. Si bien ciertamente tendrá sus usos, particularmente para fomentar una infraestructura más distribuida, localizada y democrática (por ejemplo, en la gestión de redes eléctricas, el desarrollo de microrredes y la optimización de la movilidad y la logística), es erróneo creer que la IA podrá predecirlo todo acerca del futuro. La IA tiene limitaciones inherentes. Cuando se recopilan datos, ya están desactualizados y la IA no tiene en cuenta el efecto mariposa y las externalidades negativas. Cada acción en este planeta vivo tiene consecuencias de gran alcance, alterando aspectos fundamentales de nuestro entorno momento a momento. La naturaleza no es una colección de recursos pasivos, sino que está animada dinámicamente. Por lo tanto, si bien los datos pueden parecernos valiosos, a menudo están divorciados de la verdadera naturaleza de nuestro planeta dinámico, que se caracteriza por cambios y flujos continuos.

¿Qué les diría a aquellos que se sienten abrumados por los desafíos que enfrentamos?

Que hay esperanza incrustada en nuestra biología neuronal. Los seres humanos poseemos neuronas empáticas, descubiertas en los años 90, que nos permiten experimentar las emociones de los demás como si fueran propias. Este impulso empático trasciende las fronteras culturales y tiene el potencial de unir a la humanidad en un deseo compartido de florecimiento colectivo. Si bien ha habido fluctuaciones históricas en la conciencia empática, la era actual marca un cambio significativo hacia la empatía con la humanidad en su conjunto, lo que señala un camino prometedor a seguir. La vida es un regalo invaluable y, aunque no comprendamos completamente su propósito, sabemos que deseamos más. Anhelamos prosperar y florecer. La empatía sirve como un medio para brindar apoyo mutuo, ya sea a otros seres humanos u otros seres. Debemos aprovechar este concepto, esta sensación, esta esencia de la vida y movilizarlo en un movimiento sociopolítico destinado a transformar nuestra forma de existencia en este planeta.

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