Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia
La contundente aprobación de la reforma tributaria en la Cámara de diputados dejó a las fuerzas bolsonaristas más debilitadas, inclusive divididas entre las diversas fracciones que aparecieron a partir de esa misma derrota. Quizás este sea un momento singular para pensar en el comienzo del declinio de la extrema derecha brasileña. En rigor, la necesidad de esta reforma tributaria estaba siendo discutida desde hace mucho tiempo, prácticamente junto con la promulgación de la Constitución de 1988, es decir, hace 35 años.
Sin entrar en el detalle del complejo articulado de esta reforma, la mayoría de los especialistas apuntan al hecho de que el sistema de tributación se tornará menos engorroso para todos los contribuyentes luego de la integración de los múltiples impuestos que existen en la actualidad, a nivel Federal, Estadual y Municipal. Se estima que ello permitirá un repunte de la economía nacional a mediano plazo, según las previsiones de los economistas. La reforma también incluye -en una segunda etapa- un aumento de la tasación de las grandes fortunas y las herencias, con lo cual el Estado espera recaudar más recursos que podría destinar a las políticas sociales que son indispensables para incluir a vastos sectores de la población y también para mejorar la situación laboral y salarial de los trabajadores y trabajadoras.
En un intento desesperado por rechazar la reforma, Bolsonaro y sus seguidores trataron de asociar su puesta en discusión con una perspectiva ideológica de izquierda y petista, ignorando al conjunto de actores políticos, sociales y empresariales que abogaban por su aprobación. Bolsonaro y la mayoría de sus correligionarios del Partido Liberal optaron por hacer una oposición al proyecto de reforma motivados casi exclusivamente por su animadversión al gobierno, restándose del debate político y técnico de la propuesta a ser votada. Perdieron desastrosamente y ahora tienen que reponerse de la derrota a través de la negociación política, algo impensable hace algunos pocos meses atrás cuando confiaban en la mera descalificación del adversario (o enemigo) para imponer su agenda ultra liberal en lo económico, autoritaria en lo político y conservadora en el ámbito cultural y comportamental.
Por el contrario, Lula y sus ministros del área política y económica optaron por negociar con el conjunto de partidos de oposición moderada o pragmática que integran el Congreso, manteniendo un diálogo permanente tanto en la Comisión de Finanzas y Tributación de la Cámara como en otras instancias de debate programático. Este proceso ha recolocado la importancia de la política en la conducción de las temáticas esenciales para mejorar la vida de la población, después de años en que una parte significativa de los habitantes renegó de la política y la transformó en una especie de ámbito atestado de criminales que quieren usufructuar de los cofres públicos y de los impuestos de los contribuyentes. En efecto, los adherentes al ex capitán se han caracterizado por despreciar a la clase política y a las instituciones republicanas, apostando casi siempre a una salida autoritaria para resolver los inevitables conflictos surgidos en el seno de la sociedad.
Faltó poco para que esa concepción de país se impusiera por la fuerza de las armas y el despotismo reaccionario impulsado por Bolsonaro y sus hordas, cuando en una acción planificada desde la derrota en las urnas, decidieron invadir las sedes de los Tres Poderes el día 8 de enero a la espera de la movilización de las Fuerzas Armadas. Junto a ellas, las diversas Policías y Milicianos prevenidos y concertados asestaría un Golpe de Estado al recién instalado gobierno de Lula da Silva que, al decir de los sediciosos, “limpiaría definitivamente a la patria de esa plaga de comunistas aprovechadores y corruptos”.
Esta visión que fue montada sobre bases ideológicas radicales, sin capacidad de dialogar en un ambiente pluralista -mucho menos de construir cualquier tipo de consenso-, es la que ahora está siendo superada con el empeño del gobierno de establecer una línea de interlocución permanente con todos los actores políticos y de la sociedad civil que estén dispuestos a conversar sobre los diversos planes, programas y proyectos contemplados en la carta de navegación gubernamental o en temáticas afines con las acciones impostergables de políticas públicas y sociales que requiere el país
Desde que comenzó su vida como parlamentario en los años noventa, el ex militar Bolsonaro denigró la actividad política, auto confiriéndose el título de representante del pueblo fuera del establishment político, abjurando de su propio papel como legislador en el Congreso Nacional por más de treinta años. Con un discurso simplista y “antipolítico”, el diputado Jair fue aumentando su influencia entre el electorado, aprovechándose de la crisis generalizada que fue tomando cuenta del país. Se presentó como una alternativa a los políticos deshonestos y a los empresarios inescrupulosos para erigirse en una especie de salvador de la patria ante la acumulación de desastres y miserias que angustiaban a la población brasileña.
Dicho discurso fue introyectado en electores cansados y con poca capacidad crítica que vieron en el ex capitán una salida para sus frustraciones y una solución al vaciamiento y dilapidación de las arcas fiscales y los recursos nacionales por parte de una “clase de parásitos” que solo buscaban su beneficio personal. En ese escenario nefasto, el surgimiento de una persona que se presentaba como “fuera del sistema” terminó por encandilar a una parcela expresiva del electorado que, renegando del espacio de la política, lo elevó en 2018 a la condición de primer mandatario.
A partir de una narrativa plagada de mentiras y promesas mesiánicas, Bolsonaro fue forjando un proyecto de extrema derecha que apuntó su batería demoledora contra las instituciones de la República, el Estado Democrático de Derecho, la izquierda y otros sectores opositores, las universidades, la prensa y, en definitiva, contra la política como una pieza fundamental para debatir y resolver los problemas del país.
De esta manera, el protagonismo de la política regresa como valorización de la disputa legitima para resolver las discrepancias y las diferentes visiones que se tienen sobre la nación. En ese sentido, el actual Ejecutivo brasileño viene apostando en la generación de acuerdos políticos destinados a aumentar la gobernabilidad e implementar aquellas políticas públicas que le permitan a la población alcanzar una mejoría en su calidad de vida. Y por esta vía ir consolidando el aislamiento de la extrema derecha que, históricamente se ha nutrido de las crisis sistémicas y del malestar acumulado entre los ciudadanos.
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