Matt McManus
Jacobin América Latina
La idea que habita en el corazón del republicanismo representa un desafío contra las empresas privadas y contra la tiranía estatal: podemos vivir sin los caprichos de un poder arbitrario. Los socialistas democráticos deberían aprovechar las corrientes radicales de esta antigua filosofía.
Si la virtud y «el bien» eran los valores políticos fundamentales de la Antigüedad, la libertad y la igualdad son sin duda los de la modernidad. Muchas de las disputas ideológicas entre las grandes doctrinas modernistas del liberalismo y del socialismo están centradas en definir la mejor manera de comprender y realizar estos principios. Muchos insisten en que es imposible llegar a un compromiso entre concepciones opuestas, pero también están los que piensan lo contrario. Muchas veces estas disputas subieron tanto de tono y polarizaron tanto con otros participantes notorios (sobre todo los conservadores) que olvidamos que existen otras tradiciones políticas ricas.
El republicanismo es una de estas escuelas de pensamiento con frecuencia pasadas por alto. Cualquiera que dedique un tiempo a desentrañar el canon político de Occidente la descubrirá en las obras de Marco Tulio Cicerón y Niccolò Machiavelli o en los interminables debates sobre la Revolución francesa y su impacto volcánico. Pero sus contribuciones específicas al pensamiento político, especialmente a la política radical, no recibieron la misma atención que el liberalismo o el marxismo.
Radical Republicanism intenta llenar este vacío con una buena introducción a la filosofía antigua. Editado por tres teóricos políticos (Bruno Leipold, Karma Nabulsi y Stuart White) está destinada a convertirse en una piedra de toque en los próximos años. Si tengo una crítica es que terminar el libro fue un poco como cerrar Mad Max: Fury Road de George Miller: sí, tenemos mucho, pero, ¡por Dios!, quiero más. Y lo digo en términos absolutamente positivos.
La conexión entre la libertad y la igualdad
¿Qué es la libertad? ¿Qué relación tiene con la igualdad? Estas preguntas que engañan por su simpleza dieron lugar a montañas de palabras y tratados. Aunque los teóricos pensaron esta relación de muchas formas distintas —y muchos sostuvieron que garantizar completamente una depende de realizar la otra— podemos distinguir tres enfoques distintos. (El cuarto es el que podríamos denominar cognitivo y aplica a quienes sostienen que las diferencias de poder permiten que las élites mantengan sujeta la conciencia de las personas, pero decido omitir en pos de la brevedad).
El primer enfoque es la concepción negativa de la libertad, según la célebre terminología de Isaiah Berlin. Teorizada en un primer momento por liberales clásicos como Thomas Hobbes, John Locke y muchos de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, es probablemente la más conocida en Estados Unidos y está bien resumida en la popular consigna antiestatal «No me pises». La concepción negativa sostiene que todos los ciudadanos tienen el mismo derecho a proteger su autonomía corporal y su propiedad (aunque la definición de quiénes son los ciudadanos está sujeta a polémica). La libertad, en definitiva, es cuando el Estado no interfiere en tus asuntos más allá de estas funciones mínimas.
Aunque la concepción negativa tiene cierto atractivo inmediato —¿quién quiere tener a unos funcionarios estatales abusadores en su puerta?— siempre enfrentó la crítica de aquellos que piensan que es un enfoque simplista o inadecuado de la libertad y de la igualdad. Además, los defensores de la concepción negativa siempre tuvieron dificultades para explicar dónde termina la no inferencia y comienza la interferencia: el hecho de que el Estado, por ejemplo, tenga que proveer un sistema judicial que funcione para garantizar el derecho a un proceso justo, ¿entra en la definición de libertad puramente negativa?
El segundo enfoque a la libertad y a la igualdad es el «sustantivo» o de «derecho positivo», que surgió con el desarrollo del capitalismo industrial del siglo diecinueve. En vez de solo centrarse en aquello de lo que la gente se libera, los enfoques sustantivos insisten en que consideremos aquello que la gente es libre de hacer. Casi nadie elegiría ser un Robinson Crusoe solo en una isla porque aunque nadie fuera a amenazar su libertad negativa, sus opciones en la vida estarían básicamente reducidas a escribir y sentarse solo en la playa. El enfoque sustantivo también destaca el modo en que la distribución de los recursos y del poder limita seriamente la libertad. Cuando Bernie Sanders hizo campaña con la consigna de Medicare for All como un medio para hacer a Estados Unidos más libre y más igualitario, adoptó este enfoque del derecho positivo.
El tercer enfoque es el que más se acerca a los corazones republicanos. Destaca que la libertad no es solo individual, sino social e irrevocablemente política. Ser libre es tener la posibilidad de influenciar significativamente las estructuras y las leyes que nos gobiernan. Es vivir sin estar sometidos a los caprichos de un poder arbitrario, sea público (un Estado despótico) o privado (un lugar de trabajo o un hogar autocráticos).
Como aquellos que defienden el enfoque sustantivo, los republicanos contemporáneos disputan directamente cuestiones de igualdad y de poder, porque estas determinan en gran medida la cantidad de libertad social que tienen las personas. Tomemos el caso de los Estados Unidos: si la investigación de académicos como Martin Gilens es correcta, el ciudadano promedio no tiene prácticamente ninguna libertad social significativa a nivel nacional, mientras que el más rico disfruta de ella en gran medida.
Libertad social y republicanismo
El concepto de libertad social tiene raíces históricas profundas. Las sociedades de la Antigua Grecia creían que la libertad estaba inextricablemente vinculada a la ciudadanía y a la participación política: la ciudadanía otorgaba una voz fuerte a las personas en los asuntos del gobierno de la ciudad, y esto evitaba el surgimiento de una clase dominante tiránica y también inculcaba en los ciudadanos la virtud cívica necesaria para repeler la dominación de las potencias imperiales. Tener virtud cívica implicaba tener una mentalidad política, un espíritu público y considerar la libertad propia como atada a la libertad de otros ciudadanos.
Esta perspectiva griega de la libertad social como eje de la libertad también fue un rasgo clave del republicanismo romano. La res publica latina, es decir, el espacio público, está en la raíz del término moderno «república».
Pero aunque tanto los demócratas atenienses como los romanos republicanos exaltaban la libertad de la dominación y el poder político de los ciudadanos comunes, no percibían una gran contradicción en proteger con celo sus libertades mientras se las negaban a aquellos que consideraban indignos (sobre todo a los esclavos) y participaban de violentos proyectos de expansión. En Atenas, la ciudad griega no solo dependía del trabajo esclavo, que respaldaba la politiquería de los ciudadanos libres, sino que la misma definición de libertad estaba vinculada con la esclavitud: ser libre era no ser esclavo.
Sin embargo, muchos pensadores posteriores descubrieron núcleos emancipatorios en la tradición republicana. En La guerra civil en Francia, Karl Marx busca respaldo en la teoría republicana para explicar cómo la concentración del poder capitalista en la política limita la libertad y el desarrollo de todos. El teórico político William Clare Roberts argumenta en un libro reciente, Marx’s Inferno: The Political Theory of Capital, que la gran obra del pensador alemán está atravesada por el republicanismo.
Para los socialistas de inclinación republicana como Marx, la libertad social es fundamental a la hora de garantizar otras formas de libertad y de igualdad. Nuestra capacidad para influir en el gobierno nos ofrece protección contra la violación de nuestra autonomía corporal, nos permite exigir la provisión de bienes públicos y alimenta la reflexión ideológica sobre el orden social existente y sobre el orden ideal al que nos gustaría llegar.
Radical Republicanism es un excelente punto de entrada a estos aspectos emancipatorios de la filosofía antigua.
Republicanismo radical
Está claro que todo compilado de ensayos tiene textos que sintonizan mejor con distintos gustos. Pero lo que destaca a Radical Republicanism es que encontré interesantes incluso los ensayos que no estaban en mi línea y todos me hicieron pensar mucho. Es mérito de Leipold, Nabusi y White que el libro se sienta como un todo unificado aun cuando los hilos tiran en distintas direcciones.
En mi opinión, los dos textos más importantes son los de Alan Coffee (teórico político que escribió mucho sobre Mary Wollstonecraft) y Alex Gourevitch (autor del libro de 2014 From Slavery to the Cooperative Commonwealth, que bucea en el republicanismo radical del movimiento obrero estadounidense del siglo diecinueve).
El ensayo de Coffee, «A Revolution in Thought: Frederick Douglas on the Slave’s Perspective on Republican Freedom», nos recuerda que muchas veces fueron los oprimidos los que mejor comprendieron la forma de la libertad social. Douglass insistió en que la república estadounidense requería abolir definitivamente la dominación de los amos sobre los esclavos, primero a través de la eliminación de la esclavitud formal y después de una «revolución radical de todas las formas de pensar que florecieron bajo el infortunio del sistema esclavista». Esta revolución del pensamiento llegaría cuando los ex esclavos ejercitaran sus virtudes políticas alineadas con las libertades sociales y erosionaran gradualmente los prejuicios racistas que los oponían unos contra otros. El ensayo de Coffee sugiere que el fin de la Reconstrucción eliminó esta posibilidad antes de que terminara de nacer.
La obra de Gourevitch amerita convertirse en un importante recurso intelectual para los socialistas democráticos que quieren avanzar. Su ensayo en este libro —«Solidarity and Civic Virtue: Labour Republicanismo and the Politics of Emancipation in Nineteehnth-Century America»— describe cómo los obreros radicalizados intentaron nada menos que repensar íntegramente la virtud cívica en los Estados Unidos. Esto implicaba fomentar el orgullo en los barrios obreros y destacar las contribuciones de la clase obrera a la sociedad, y muchas veces esto empalmaba con el proyecto político de democratizar el Estado, la economía y las relaciones sociales.
Los Caballeros del Trabajo, escribe Gourevich, quisieron forjar una «política de solidaridad» y de virtud cívica que las generaciones siguientes subestimaron. Tal vez la lección más importante para la izquierda contemporánea sea que la política socialista requiere mucho más que una alternativa a gran escala opuesta al statu quo. Exige que pensemos cómo nos relacionamos unos con otros y creamos instituciones centradas en colocar la solidaridad por sobre la competencia.
Un compilado rico
Desafortunadamente, Radical Republicanism presta poca atención a ciertos temas. No incluye prácticamente nada vinculado a la emancipación de las mujeres, y esto es una lástima dado que muchas de las teóricas de la libertad social de los siglos veinte y veintiuno surgieron de, o al menos encontraron inspiración en, la tradición feminista (Wendy Brown, Seyla Benhabib y Nancy Fraser, por mencionar las primeras que me vienen a la cabeza). En el otro extremo del espectro, no hay menos de tres ensayos (buenos) sobre el republicanismo francés y el radicalismo. Incluir más ensayos como el excelente capítulo del radicalismo otomano de Banu Turnaoğlu habría inclinado más a Radical Republicanism en dirección al internacionalismo.
Pero estas críticas son menores cuando se las considera en relación con las múltiples virtudes del libro. Dos áreas en particular resultan de utilidad para el movimiento socialista contemporáneo. En primer lugar, el republicanismo conduce nuestra atención hacia el vínculo estrecho entre la libertad social y las virtudes cívicas. Esto es importante porque la izquierda tiende a subestimar las últimas. Incorporar los ideales republicanos en el léxico de la izquierda podría permitirnos aprovechar el lenguaje de la virtud y de la participación ciudadana, que en general es monopolizado por la derecha y por los liberales, pero que las reivindicaciones sociales de democratización de la vida política y económica encarnarían mejor. Las reivindicaciones de propiedad cooperativa y la lucha contra la servidumbre en los lugares de trabajo de los Caballeros del Trabajo son un buen ejemplo histórico en este sentido.
En segundo lugar, el énfasis moral que pone el republicanismo en la no dominación alumbra los puntos ciegos del liberalismo. Históricamente, los liberales clásicos se limitaron a polemizar contra el poder estatal ignorando la falta de libertad que define los lugares de trabajo capitalistas y la concertación del poder clase que permite que las élites económicas capturen los órganos de gobierno. El republicanismo arroja luz sobre estos espacios de dominación y nos brinda un lenguaje potente para combatirlos. Sobre esta base podemos construir una coalición política para luchar contra la dinámica del poder plutocrático que arruina tantas vidas.
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