sexta-feira, 18 de fevereiro de 2022

La desastrosa geopolítica del gobierno Bolsonaro


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

El reciente viaje del ex capitán a Rusia y Hungría en momentos en que la primera nación se encuentra sumergida en una crisis de grandes proporciones con su vecina Ucrania, no hace más que confirmar los recurrentes errores cometidos por su política exterior en estos tres años de mandato. Primero fue Ernesto Araujo, el canciller terraplanista que prácticamente expulsó por la borda toda la experiencia diplomática de los ministros de Itamaraty en muchas décadas.

Coincidiendo con su gurú Olavo de Carvalho, el ex ministro Araujo llegó a declarar, entre otras afirmaciones bizarras, que la globalización era un invento del marxismo cultural o que la pandemia del Coronavirus era una maniobra de la China Comunista para dominar el mundo.

En esta ocasión, el actual ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Franca, calificó los encuentros con sus pares como una visita regular programada desde hace un tiempo y que no tiene relación con el apoyo de Brasil a las intenciones de Rusia de mantener una zona de seguridad en su frontera con Ucrania y de paso alejar su país de la amenaza de los misiles emplazados por la Otán a través de casi toda su frontera.

Para no volver de inmediato desde el viejo continente, Bolsonaro también visitó al único líder europeo que estuvo dispuesto a recibirlo, el primer ministro de extrema derecha de Hungría, Viktor Orban. En una reunión insustancial, ambos representantes de la ultraderecha mundial intercambiaron elogios y el ex capitán lo llamo de “mi hermano dadas las afinidades que significa compartir valores que pueden ser resumidos en cuatro palabras: Dios, patria, familia y libertad”. Esta es una declaración calcada de los panegíricos fascistas en la Italia de los años 20 y, posteriormente, en la década de los treinta por las dictaduras de Franco en España y Salazar en Portugal.

Con Orbán concordaron en sancionar leyes más severas contra los migrantes y restricciones a los derechos de los grupos LGBTQIA+ por considerarlos una amenaza a la niñez y a la familia tradicional. Nada más apropiado para un encuentro que busca reforzar y articular las fuerzas de la ultraderecha esparcidas en algunos rincones del planeta.

Con esta travesía el ex capitán pretende obtener dividendos políticos y aparecer frente a sus futuros electores como un estadista preocupado por los problemas y la paz mundial, emergiendo como un protagonista en la escena de negociaciones multilaterales y como un mediador en conflictos entre países de los cuales no tiene el mínimo conocimiento. En suelo patrio, sus acólitos siguen difundiendo imágenes de un Jesús que le dice a Bolsonaro “Va e impida la guerra, Jair”, en una patética demostración de fanatismo y delirio.

Sin embargo, como siempre, el inquilino del Palacio do Planalto no pasa de un charlatán tratando de alimentar la delirante narrativa de sus seguidores, que lo han erigido como un emisario de Dios para la construir la concordia entre las naciones. En las entrevistas concedidas, el presidente mitómano volvió a insistir en una idea maliciosa que busca arrogarse el éxito de sus gestiones por la paz a una eventual retirada de las tropas rusas de la frontera con Ucrania, aunque hasta el momento dicha crisis no está del todo superada.

Pero lo cierto es que Bolsonaro se encuentra cada vez más aislado, transformado prácticamente en un paria en la comunidad internacional por sus innumerables ataques a los derechos humanos, sus gestos autoritarios, su política devastadora con el medioambiente y su negacionismo obtuso con relación al impacto de la pandemia. De hecho, en estos momentos Brasil se encuentra frente a una nueva oleada de contagiados con un crecimiento acelerado del número de fallecidos, llegando a superar los 640 mil decesos por causa del Covid19. Según la organización Médicos Sin Fronteras, el enfrentamiento de la pandemia del gobierno Bolsonaro ha sido el peor conocido entre todos los países.

Siendo un admirador declarado de Donald Trump, las relaciones con el actual presidente norteamericano Joe Biden son pésimas, comprometiendo aún más la tradición de racionalidad de la política exterior brasileña para pasar a constituirse en un tipo de disputa personal caracterizada por su desastroso desempeño para los intereses del país, generando disputas y enfrentamientos innecesarios con naciones que han mantenido estrechas relaciones económicas, comerciales y culturales con Brasil a lo largo de su historia.

En América Latina el ex capitán cuenta con escaso apoyo en la región, ni siquiera captando la adhesión de mandatarios que se pueden ubicar dentro del espectro conservador como Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia o Luis Lacalle Pou en Uruguay.

Hace 16 años se formalizó la creación de un bloque entre las economías emergentes que se denomina BRICS, del cual Brasil es integrante. Esta iniciativa fue construida con una relevante participación de Lula y los posteriores gobiernos del PT, que vieron en el bloque una alternativa geopolítica a la hegemonía de Estados Unidos y la Unión Europea en la definición del llamado “nuevo orden mundial”. En ese sentido, su objetivo principal es favorecer la creación de mundo institucional multipolar que a través de la cooperación horizontal supere las estrategias de dominación de los países industrializados que han ejercido un papel hegemónico en las relaciones internacionales.

Por su postura pasiva con relación al bloque, hasta ahora el gobierno Bolsonaro había sido prácticamente ignorado por los otros miembros del bloque, pero la coyuntura beligerante existente entre Rusia y Ucrania/USA/Otán posibilitó la formación de un acercamiento entre Putin y Bolsonaro, hasta el año pasado un sumiso e incondicional servidor de los caprichos de Trump.

Además, la política exterior de Brasil ha indicado un alineamiento casi exclusivo con sus pares de la extrema derecha mundial (Orbán en Hungría, Endogan en Turquía, Abascal en España, Von Storch en Alemania, Dupont-Aignan en Francia o Kast en Chile), comprometiendo seriamente el papel que antes había desempeñado la diplomacia brasileña en los asuntos internacionales. La declaración conjunta de ex cancilleres denunciaba hace poco que toda la credibilidad y el prestigio de Brasil en el ámbito diplomático se ha comprometido seriamente, siendo visto ahora como un país anecdótico e irrelevante. Para ello -dicen los ex ministros- es urgente rescatar la política exterior brasileña respetando “los principios constitucionales, la racionalidad, el pragmatismo, el sentido de equilibrio, la moderación y el realismo constructivo que ha caracterizado dicha política desde hace muchas décadas”.

Son años demasiado sombríos para la política externa brasileña. Sin perspectiva estratégica e influido por tesis conspiratorias de diversa índole, el desastre causado por los alucinados bolsonaristas resulta incalculable para las pretensiones históricas de la cancillería que deseaba transformar a esta nación en una referencia en el ámbito diplomático.

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