quarta-feira, 30 de junho de 2021

Macpherson y su visión inspiradora para un futuro socialista democrático


Matt McManus
Jacobin América Latina

El pensador canadiense C.B. Macpherson insistía en que el «individualismo posesivo» del capitalismo limitaba el florecimiento humano. En su lugar, quería una sociedad socialista democrática en la que las personas pudieran establecer relaciones significativas y expresar todo el espectro de la individualidad humana.

C. B. Macpherson era una leyenda en los círculos de la teoría política canadiense, conocido por su lectura minuciosa de difíciles textos teóricos. Consiguió sacar a la luz supuestos y tensiones ocultas con una rara combinación de agudeza académica y mordacidad. Pero como autor de libros con títulos áridos como Democratic Theory: Essays in Retrieval y Democracy in Alberta: Social Credit and the Party System, la reputación de Macpherson quedó en las puertas de la universidad.

Por suerte, el excelente libro reciente de Frank Cunningham, The Political Thought of C.B Macpherson, nos ofrece una visión más completa e interesante tanto del hombre como del núcleo socialista democrático de sus escritos. En las hábiles manos de Cunningham, Macpherson se revitaliza como una figura que no sólo puede enseñarnos sobre las limitaciones y fortalezas de la tradición liberal clásica, sino que puede ofrecernos una visión inspiradora para un futuro socialista democrático.

¿Qué es el individualismo posesivo?

La obra que dio a conocer a Macpherson fue Teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke. Nominalmente una historia de la teoría política inglesa de principios de la modernidad, el libro tenía ambiciones mucho más grandes.

El objetivo de Macpherson era analizar las raíces de lo que denominó “individualismo posesivo”: la idea de que en el estado de naturaleza cada uno de nosotros es un individuo atómico, separado de todos los demás, definido por una búsqueda incesante del deseo que nos exige desarrollar nuestras habilidades y trabajo para adquirir lo que queremos. Los seres humanos naturales no deben nada a la sociedad ni a los demás, ni a la hora de desarrollar sus capacidades ni de disfrutar de sus bienes.

Lejos de ser natural, Macpherson demuestra que el individualismo posesivo surgió gracias a una combinación contingente de acontecimientos históricos y nociones ideológicas cambiantes. En particular, los enfrentamientos entre el absolutismo aristocrático y el parlamentarismo capitalista en la Gran Bretaña del siglo XVII proporcionaron un terreno fértil para que filósofos como Thomas Hobbes, James Harrington y John Locke concibieran la naturaleza de la sociedad siguiendo las pautas del mercado.

Según estos teóricos, la propiedad surge al mezclar el trabajo con la materia, lo que crea un derecho a lo que se produce. Un agricultor que pone una valla alrededor de una parcela y luego labra la tierra está mezclando su trabajo con la tierra, que en consecuencia se convierte en su propiedad junto con las zanahorias y las papas que brotan de ella.

Este ideal de trabajo -deberíamos quedarnos con lo que trabajamos- ha sido ideológicamente poderoso. Los conservadores todavía lo utilizan para justificar las grandes desigualdades. Pero como señala Macpherson, el ideal de trabajo es inviable incluso como base moral de la sociedad capitalista. Si es cierto que tenemos derecho a los frutos de nuestro trabajo, ¿Cómo es que los trabajadores hacen algo pero los capitalistas tienen entonces derecho a ello como su propiedad? Al fin y al cabo, no fue Ray Kroc quien hizo un millón de hamburguesas ni Donald Trump quien construyó la Torre Trump. Si realmente creemos que la gente tiene derecho a lo que ha trabajado para crear, entonces es imposible defender el sistema capitalista.

La solución de Locke fue extender la noción de contrato a la relación entre los empresarios capitalistas y los trabajadores. Argumentó que los trabajadores no tienen derecho a quedarse con lo que ganan si han acordado contractualmente trabajar para su empleador.

Por supuesto, los trabajadores podrían negarse a entregar lo que han creado y decidir disfrutarlo ellos mismos. O podrían decidir unirse y exigir democráticamente cambios en la sociedad. Los individualistas posesivos, por tanto, llegaron a reconocer la necesidad de un Estado poderoso que pudiera garantizar los derechos de los empleadores a vivir de lo que produjera el trabajo de sus empleados.

La ironía es que el individualismo posesivo pasó de concebir a las personas como átomos que no debían nada a nadie más, a exigir un leviatán que salvaguardara los intereses de unos pocos privilegiados. Como dice Macpherson casi al final de Individualismo: “No se trata de que cuanto más individualismo, menos colectivismo; más bien, cuanto más exhaustivo sea el individualismo, más completo será el colectivismo”.

Repensar el individualismo liberal y el socialismo

La historia crítica del individualismo posesivo de Macpherson constituye la piedra angular de su legado. Pero Cunningham nos recuerda que, además de ser un agudo lector del pensamiento liberal clásico, Macpherson fue también un socialista democrático que dedicó mucho tiempo a teorizar sobre los problemas del capitalismo contemporáneo y lo que podría sustituirlo.

El socialismo de Macpherson surgió de su creencia de que el capitalismo impedía a los seres humanos desarrollar plenamente sus “poderes productivos” y sus “capacidades”. Los mercados capitalistas generan estratificación: unos pocos elegidos se dan el lujo material de desarrollar sus capacidades, mientras que todos los demás se limitan a mejorar el estrecho abanico de habilidades necesarias para desempeñar su trabajo. Además, las sociedades individualistas posesivas cultivan un sentido del yo atomista y alienante que anima a los individuos a competir por bienes y honores escasos. La codicia es buena e inevitable. El trabajo del Estado, mientras tanto, es fomentar la competencia capitalista hasta el punto en que los individuos comienzan a dañarse físicamente unos a otros – e incluso esa línea puede ser cruzada si el capital exige, por ejemplo, una intervención imperialista o la supresión de movimientos radicales.

Macpherson insistía en que el liberalismo tenía razón al enfatizar el valor del individualismo –criticando a los estados socialistas autoritarios por pisotear la libertad individual– pero que se equivocaba al asumir que el único tipo de individualidad era el posesivo. A los ojos de Macpherson, es mejor un “individualismo normativo” en el que cooperamos unos con otros para formar comunidades significativas y democráticas que facultan mutuamente a sus miembros para expresar su individualidad. Esta posición se asemeja a lo que he llamado el individualismo “expresivo” en lugar de “posesivo” de John Stuart Mill. Pero Macpherson le da un tinte mucho más democrático.

Este argumento tiene mucho que gustar. El individualismo atomista y posesivo es teóricamente inverosímil y empíricamente poco sólido. Las personas construyen su sentido del yo no simplemente trabajando y adquiriendo, sino formando relaciones significativas y desarrollando y ejercitando sus diversas capacidades. La sociedad individualista posesiva es indeseable precisamente porque su manía competitiva erosiona las relaciones humanas y, lo que es peor, porque sus desigualdades significan que muchos nunca podrán desarrollar más que una fracción de sus capacidades.

Al mismo tiempo, Macpherson tiene razón al afirmar que no debemos correr en dirección contraria, subordinando el individualismo al tradicionalismo cultural (como insistirían los críticos socialmente conservadores del liberalismo) o a los movimientos políticos (como ocurre con algunos experimentos socialistas). Por el contrario, nuestro objetivo debería ser crear una sociedad más sinceramente individualista que reconozca que ser capaces de formar conexiones profundas con otros y potenciarse mutuamente en la búsqueda de la buena vida es lo que nos permite ser verdaderamente autodeterminados y libres.

La democratización es un complemento necesario, ya que nos permite deliberar sobre el tipo de mundo compartido que queremos construir. No por casualidad, ésta es una de las razones por las que los individualistas hiperposesivos como los neoliberales desconfían tanto de la democracia.

Macpherson y el neoliberalismo

Cunningham dedica gran parte de su libro a aplicar el pensamiento de Macpherson a cuestiones contemporáneas, desde el neoliberalismo hasta las luchas feministas y por la justicia racial. Reprocha, con razón, a Macpherson por respaldar los objetivos de los movimientos de derechos civiles y feministas sin abordar las cuestiones que estos plantean, una omisión desafortunada, ya que ambos habrían aportado al análisis del individualismo posesivo de Macpherson.

Por ejemplo, Domenico Losurdo señala que los argumentos de Locke a favor del individualismo posesivo no sólo fueron fundamentales para justificar la coerción capitalista en los países del Norte (el argumento está bien resumido por mi difunto amigo Connor O’Callaghan); también animaron la denigración de Locke del trabajo de los indígenas como ineficiente y su argumento de que no tenían derecho a la tierra que habían habitado durante siglos. Era mucho mejor que fueran sustituidos por colonos blancos trabajadores e industriosos que realmente hicieran un buen uso de ella.

Una de las secciones más interesantes del libro de Cunningham es aquella en la que extiende el análisis de Macpherson al tema del neoliberalismo. Muchos liberales clásicos e igualitarios seguían manteniendo ideales humanistas de justicia e igualdad moral que les hacían ser escépticos a la hora de extender la lógica del individualismo posesivo a todos los ámbitos de la vida. Algunos pensadores liberales como Mill llegaron incluso a la conclusión de que el liberalismo y el capitalismo eran fundamentalmente incompatibles.

Los pensadores neoliberales no tenían esos recelos: elaboraron una teoría de “mercado puro”, sostiene Cunningham, que reducía el ideal liberal a lo que requería el capital. Macpherson murió en 1987, durante los días de gloria de las contrarrevoluciones de Reagan y Thatcher. Estaba profundamente preocupado por sus ataques al estado de bienestar y al régimen democrático, y argumentaba enérgicamente contra figuras como Milton Friedman que el neoliberalismo no se ajustaba ni a la justicia ni a la naturaleza humana.

Aquí creo que debemos separarnos de Macpherson y de Cunningham. Yo diría que el neoliberalismo resulta interesante precisamente porque es el momento histórico en que los defensores del capitalismo se dieron cuenta de que el individualismo posesivo no reflejaba la naturaleza humana. La mayoría de nosotros no pensamos en nosotros mismos (ni queremos pensar en nosotros mismos) como máquinas desconectadas y sibaritas que compiten entre sí, deseosas de transformar nuestras propias personalidades en capital social.

Reconociendo esta realidad, y queriendo acelerar la colonización del mercado en todas las esferas de la vida, los neoliberales trataron tanto de aislar al capitalismo de las presiones democráticas como de construir instituciones que pudieran remodelar a las personas a la imagen del individualismo posesivo. Al mismo tiempo, intentaron injertar sus ideas en las instituciones del orden internacional liderado por Estados Unidos, desterrando para siempre el espectro de la socialdemocracia y, donde existía, del socialismo.

El proyecto neoliberal tuvo un éxito magnífico durante un tiempo, y sólo recientemente hemos visto una revuelta generalizada contra el esfuerzo de meter toda la humanidad en el saco del individualismo hiperposesivo. Si esto terminará con una política de izquierdas renovada o con una explosión reaccionaria es una cuestión abierta. Pero la visión socialista democrática de Macpherson puede inspirarnos a pensar más ampliamente en los zig-zags ideológicos de los defensores del capitalismo, y en los elementos positivos del liberalismo que pueden extraerse de su contradictorio legado.

segunda-feira, 28 de junho de 2021

Genocida y corrupto: el desenmascaramiento de un gobierno embustero

 


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

En las últimas semanas, el gobierno Bolsonaro viene acumulando evidencias de corrupción en diversos ámbitos del quehacer nacional. De hecho, el ministro de (la destrucción del) medioambiente, Ricardo Salles, tuvo que renunciar debido a los procesos por los que está siendo sometido en la justicia por favorecimiento ilícito y por la exportación irregular de maderas a Estados Unidos y Europa. Estas maderas habían sido confiscadas anteriormente por la Policía Federal y devueltas a las empresas que realizaron la tala ilegal, a través de una ordenanza promulgada por el propio Salles. Durante su administración, el ex ministro fue desmontando todo el sistema de control y vigilancia del IBAMA y el ICMBio destinado a preservar los diversos ecosistemas brasileños (Amazonas, Sierra Atlántica, Pantanal, Cerrado central, etc.). Su papel en el ministerio fue, resumidamente, el de poner la máquina del Estado al “servicio” de corporaciones que ocupan ilegalmente las tierras en extensas regiones de frontera (grileiros) y de no fiscalizar las actividades extractivistas y la explotación de recursos realizadas por empresas mineras, forestales, agrícolas y pecuarias (estas últimas especialmente dedicadas a la producción de soja y ganado vacuno).

De esta forma, el ex ministro restringió al máximo la labor de los funcionarios de ambos institutos y pasó a entregar las tareas de protección del medio ambiente a miembros de la Policía Militar en los diversos Estados de la Unión, para favorecer la impunidad de los crímenes ambientales cometidos durante los últimos dos años. Ello se realizaba a pesar de los innumerables reclamos y resoluciones contra Brasil instauradas por organismos internacionales e, incluso, por empresarios de otros países, que dejaron de importar los productos brasileños como forma de presionar al gobierno por los innumerables crímenes ambientales ocurridos en el último periodo (quemadas descontroladas, incendios intencionales, devastación de los bosques, contaminación de ríos, lagos y napas subterráneas, destrucción de la biodiversidad y un largo etcétera).

En resumen, la salida del ex ministro se hizo inevitable cuando las autoridades ambientales de Estados Unidos devolvieron cargamentos de madera extraída ilegalmente y condenaron las acciones de Salles y sus colaboradores ante la justicia brasileña, razón por la cual se encuentra actualmente bajo investigación.

Pero no solo eso, Salles ha permitido también la invasión de territorios consagrados por la Constitución para los pueblos originarios bajo la modalidad de Reservas Indígenas, y en algunas de ellas las comunidades han sido atacadas con armas de fuego por grupos dedicados a la extracción de oro y otros minerales valiosos (garimpeiros), hiriendo y asesinando en algunos casos, a ancianos, mujeres y niños Yanomamis, Guaraníes, Kaiowás y de otras etnias nativas. En síntesis, desde que Bolsonaro asumió la presidencia la presencia creciente de madereros, ganaderos, grileiros y garimpeiros en esos territorios, han provocado una seria amenaza a la vida de dichas comunidades indígenas en la región amazónica y en diversas áreas habitadas por pueblos originarios.

Por otra parte, estudios realizados por el epidemiólogo e investigador Pedro Hallal en el marco de la crisis sanitaria, han demostrado que las comunidades indígenas han sido las más afectadas por la pandemia. Según ese estudio difundido recientemente, estas comunidades tienen en promedio 5 veces mayor riesgo de contraer el Coronavirus que el del resto de la población nacional. Los fallecimientos ocurridos entre los pueblos indígenas debido a la omisión y el abandono de que han sido objeto por parte del Estado brasileño, es una razón más que se suma a la acusación de genocidio que interpuso el Tribunal Penal Internacional, así como otras denunciadas efectuadas por organismos internacionales en defensa de los Derechos Humanos.

El presidente se hace el ofendido cuando lo acusan a él y a su administración de incentivar el genocidio. Pero, en rigor, que nombre se puede dar a un mandatario que ha dejado a su pueblo a merced de una pandemia sin tomar ninguna actitud frontal de combate a la enfermedad y que con su inacción y negligencia ha causado la muerte de millares de ciudadanos. Recapitulando la historia, ya sabemos de sobra que desde el inicio de las primeras defunciones causadas por el Covid-19, Bolsonaro desconoció la gravedad del propio virus y la velocidad con que avanzaban los contagios, descalificó y boicoteó las medidas de distanciamiento recomendadas por todos los especialistas y desestimuló el uso de máscaras. Por último, lo que ha sido más grave, es que el gobierno a su mando paralizó durante meses la compra de vacunas por ignorancia, prejuicio (le decían la “vachina”), indolencia y, agregaría, para satisfacer el instinto de muerte del presidente, como ya ha sido resaltado por diversos y connotados psiquiatras.

Reforzando su pulsión de Tánatos, el gobernante apostó en la inmunidad de rebaño e insistió en sabotear las medidas recomendadas inclusive por sus cuatro ministros de salud, argumentando que con toda la población contagiada el virus ya no tendría más efecto y la actividad económica volvería a recuperar su dinámica pre-pandemia.

De esta manera, el mandatario genocida se transformó en el mayor cómplice del virus, que con su política irresponsable y negacionista, permitió que el contagio se diseminase rápidamente por todo el país, generando incluso una nueva variante (Gama), causando el deceso de más de 510 mil personas e infectando hasta este momento a 18,4 millones de habitantes.

La corrupción salta al escenario

 A pesar de que su principal discurso de campaña era de combate a la corrupción, el gobierno enfrenta ahora las acusaciones de un funcionario del sector de importaciones del Ministerio de Salud, Luis Ricardo Miranda, que habría sido objeto de presiones dentro del ministerio para firmar un contrato y repase adelantado de recursos (US$ 45 millones) para una sociedad offshore (Madison Biotech) con sede en Singapur, un país considerado un paraíso fiscal. El repase de recursos correspondería al pago de una factura por la compra de la vacuna Covaxin fabricada por el laboratorio farmacéutico indio (Bharat Biotech). Esta sería una primera entrega de la vacuna, pues el contrato global estipula la importación de 20 millones de dosis del inmunizante por un valor que asciende a los trescientos millones de dólares.

Luis Ricardo se negó a firmar este primer adelanto y denunció la situación a su hermano, el diputado federal Luis Claudio Miranda para que éste informase de la irregularidad al presidente Bolsonaro. Luego de una reunión entre los tres el día 20 de marzo, el gobernante quedó de tomar providencias y pedir a la Policía Federal para que investigase el caso. Hasta ahora nada fue realizado y el affaire finalmente salió ventilado a la luz pública, razón por la cual los hermanos Miranda fueron citados a la CPI del Covid, donde expusieron en detalle las sinuosidades y truculencias del ahora llamado Covaxin-gate.

Resumiendo, el presidente está siendo acusado de prevaricación, que es cuando una autoridad que conoce la existencia de un delito, no lo denuncia por negligencia o interés propio. En este caso, Bolsonaro deseaba encubrir al principal protagonista de este esquema de corrupción, que es precisamente el líder del gobierno, diputado Ricardo Barros. Es decir, están dados todos los elementos para considerar que Bolsonaro cometió un crimen al conocer las irregularidades cometidas por un miembro de su base y no hacer nada para indagar y contener la secuencia de ilícitos cometidos por este diputado y la empresa importadora de la vacuna Covaxin (Precisa Medicamentos), vinculada a la mencionada oficina de contabilidad fantasma con sede en Singapur. Es una madeja compleja que se ha ido desenredando poco a poco en el transcurso de estos días y que se suma a otras actividades de corrupción que venían siendo realizadas por el gobierno Bolsonaro, las que incriminan a muchos políticos de partidos aliados.

En su reciente libro, Como remover un presidente, el abogado y académico Rafael Mafei se pregunta por qué el actual mandatario no ha sufrido un proceso de impeachment, si viene sumando casi que diariamente infracciones a la constitución, entre ellos: amenazas e intentos de intervención a los otros poderes del Estado, perdida de decoro, abuso de autoridad, favorecimiento irregular y otras muchas transgresiones que se acumulan desde que asumió el cargo. En total, ya existen más de 130 pedidos de inhabilitación del presidente que se acumulan en el escritorio del presidente de la Cámara, diputado Arthur Lira. Hasta ahora aliado de Bolsonaro, Lira entiende que no están dadas las “condiciones” para iniciar un proceso de impedimento, a pesar de las innumerables pruebas que se han presentado en contra el ex capitán. Tal como señala el profesor Mafei: “Hasta aquí, los presidentes se preocupaban al menos en disimular la intención de agredir la Constitución. Él, al contrario, comete crímenes de responsabilidad en serie, abiertamente y de modo ostensivo. Cada comportamiento ultrajante e indecente busca sacar el foco de una infracción anterior. Bolsonaro y sus apoyadores son maestros en el arte de usar el crimen de hoy como distracción para el delito de ayer”.

Es cada vez más consensuado el hecho de que Bolsonaro está causando un grave daño a la población, a las instituciones y a la economía del país y que su narrativa anti corrupción se desmorona sistemáticamente con los escándalos que aparecen cotidianamente. En ese sentido, la opción del impeachment adquiere nuevamente fuerza, incluso para la clase empresarial y para algunos círculos políticos que hasta no hace mucho tiempo atrás lo apoyaban fervientemente. ¿Será que la derecha política, los empresarios y la jerarquía de las Fuerzas Armadas seguirán sustentando un gobierno que se ha ido descomponiendo también en sus “supuestas acciones” de enfrentamiento a la corrupción?

En mensajes intercambiados por los hermanos Miranda antes de encuentro con el presidente Bolsonaro, uno de ellos escribió: “Hoy descubriremos si Bolsonaro es cómplice u honesto”. A esta altura, parece que para los brasileños está claro que el gobierno del ex capitán no solamente ha sido el causante de un genocidio sin precedentes en la historia del país, sino que también, a pesar de su relato fraudulento, se encuentra contaminado con la lacra de la corrupción y las actividades criminales dentro del Estado, que asolan a este país desde épocas inmemoriales.

sábado, 12 de junho de 2021

Bolsonaro é a crise sanitária


Cristina Serra
Folha de Sao Paulo

Cada vez que abre a boca, alastra a praga e espalha veneno

Jair Bolsonaro é como o vampiro de um conto de terror, insaciável em sua sede de sangue. Ele deu prova disso, mais uma vez, ao tentar flexibilizar o uso de máscaras. Para a imensa maioria da população brasileira, que não pode se dar ao luxo do trabalho em casa e é obrigada a sair em busca do pão de cada dia, a máscara e o álcool em gel são as duas únicas medidas de proteção, enquanto não tem vacina para todos e, sabidamente, existe o risco de reinfecção.

Como fazer distanciamento social em ônibus, trens e metrôs lotados? Com o nível de contaminação no Brasil, falar contra o uso de máscaras é, praticamente, tentativa de homicídio. Bolsonaro se esmera em confundir e desinformar. Esse aspecto do descontrole da pandemia entre nós foi destacado pelo médico sanitarista Claudio Maierovitch e pela microbiologista Natalia Pasternak, em depoimento à CPI da Covid. Desinformação mata.

Ambos assinalaram que uma pandemia só pode ser controlada com grande esforço coletivo. Daí a necessidade de campanhas permanentes de informação e esclarecimento. Bolsonaro faz o contrário. Estimula a população a ser agente de propagação da doença.

Bolsonaro é a crise sanitária. Cada vez que abre a boca, alastra a praga, pulveriza nuvens de pestilência, espalha veneno. É como um experimento altamente tóxico que escapou aos controles do laboratório. Mas, no comando do genocídio, ele não está sozinho. Tem o inacreditável suporte do Conselho Federal de Medicina, que deveria estar na vanguarda da defesa da ciência e da população, mas que advoga uma genérica "autonomia médica". Lava as mãos covardemente. Vai ficar por isso mesmo?

Quem ganhou dinheiro com a falcatrua do "tratamento precoce" também é cúmplice da carnificina. Essa é uma linha de investigação a ser aprofundada pela CPI. Bolsonaro tudo faz para derrubar o nosso sistema imune, em múltiplos sentidos. O risco que corremos é o de uma septicemia.

segunda-feira, 7 de junho de 2021

“De Dilma a Bolsonaro”, una tragedia en curso: un libro necesario para la comprensión del Brasil actual


Paul Walder
El Clarín de Chile

Qué ha pasado en Brasil. En el curso de tan pocos años el país del fútbol y el carnaval ha mutado en una escena amarga, morbosa y mortuoria. Un tiempo que ha corrido con una prisa extrema para acabar en un circo macabro liderado por un payaso perverso. Qué cerca está todavía aquel Lula da Silva en el inicio del siglo XXI de estos momentos sin carnaval, ni fiesta, ni fútbol.

De Dilma a Bolsonaro. Itinerario de la tragedia sociopolítica brasileña, Ril Editores, 2021, es un libro escrito en el curso de una de las mayores crisis brasileñas. Un trance profundo y oscuro en el centro de gravedad sudamericano que el sociólogo chileno Fernando de la Cuadra nos narra con una precisión y cercanía a los hechos de este desbarranque histórico.

Una narración desde el inicio de la caída en el gobierno de Dilma Rousseff que sigue por los pasillos de la corrupta política y las maniobras en la sombra para desmantelar las políticas progresistas del Partido de los Trabajadores.

De Dilma a Bolsonaro es también un análisis desde categorías sociales y políticas que trasciende sus áreas hasta los medios de comunicación, las redes sociales y la violencia en las calles. Una narrativa que lleva consigo en la mayor amplitud el derrumbe de Brasil y busca dar respuesta a la mayor pregunta de todas. ¿Qué pasó para llegar a esto? ¿Hubo siempre, bajo los bailes y el fútbol un fascismo larvado? “Un proyecto de nación, que aspiraba a transformar Brasil en una gran potencia mundial, respetada en los foros mundiales, con un papel geopolítico estelar y miembro fundador de los BRICS, se fue reduciendo a un país sin ninguna relevancia e influencia a escala global y casi diría en una especie de paria en el concierto internacional de naciones”.

Es una narración cronológica, que pasa por distintas estaciones que anunciaban el accidente. Son textos que el autor publicó en diversos medios digitales, entre ellos El Clarín de Chile, y que conforman el itinerario de la tragedia sociopolítica en curso. Paso a paso, en un permanente descenso a los abismos de la política, tan conocidos y padecidos en nuestra región.

Fernando no oculta sus lecturas ni citas. Gramsci, Maquiavelo, Max Weber y Marx, cómo no, Hanna Arendt, Hobbes, Durkheim, Chomsky, Zygmunt Bauman… aparecen nombrados y citados como bases analíticas y comparativas. Y en el caso del fascismo, Umberto Eco, Primo Levi, Enzo Traverso para comprender el hundimiento de esta nación continente que “ha sido marcada por la combinación de una visión retrógrada y autoritaria de la sociedad, con la tentativa de imponer valores religiosos de matriz pentecostalista mezclados con una falsa moral en defensa de la familia y de la tradición”.

Un Brasil reducido a su peor expresión, exprimido de su fuerza social por hacendados subordinados a los intereses del gran capital. El lucro por delante y la religión como vertiente política fundamentalista pero especialmente irracional. Apocalípticos y terraplanistas, cultores de la muerte y nostálgicos de la dictadura, racistas y negacionistas en una deriva que nos llena de terror. La historia trágica centroeuropea puede decantar en una peor versión amazónica.

Fernando busca un momento para dar inicio a este drama. Un punto de corte es la Copa del Mundo de fútbol hacia finales de la primera década de este siglo. Una Copa que no arranca, fría, gris, incómoda, escribe Fernando. Una fiesta innecesaria llena de lujos que el país no está en condiciones de asumir tras el impacto global de la crisis de las hipotecas subprimes. Este es el inicio del gran drama brasileño, una Copa que se levanta a la fuerza y que no augura nada bueno. Ni para el país ni para el fútbol brasileño que el 2014 tiene tal vez la peor derrota de su historia al caer en Minas Gerais por 7 a 1 contra la selección de Alemania.

Es la derecha con sus medios que halla en la crisis económica la brecha para capturar al gobierno de Dilma. Una fractura que se extiende a través de todas las operaciones políticas judiciales, Lava Jato, Petrobras, Odebrecht y otros, hasta llegar al desmantelamiento no solo del programa social e inclusivo sino de la misma democracia. “Todos los indicios existentes permiten sostener que el golpe venía siendo urdido desde el mismo día en que Dilma Rousseff venció en las elecciones del 2014”. Y una vez consumado el golpe los demonios políticos ya están desatados.

Un interregno con Michel Temer, un personaje sin carisma, impopular, para consolidar el desastre. Un tiempo, escribe Fernando de la Cuadra, que fortaleció las posiciones más reaccionarias con figuras como Jair Bolsonaro y el auge de pastores evangélicos ultra conservadores que conducen a sus iglesias como rebaños obedientes y acríticos de la realidad. “Con un discurso simplista y antipolítico estos personajes surgen en momentos de desajuste y se presentan como seres mesiánicos que salvarán a la patria de todas las penurias”.

No hubo que esperar mucho para que el fascismo hiciera su aparición. El Ur-fascismo, o fascismo eterno de Umberto Eco y su apelación a unas clases medias frustradas por la crisis y la pérdida de sus niveles de vida. Unas clases medias que buscan a un chivo expiatorio para descargar su rabia y en su desorientación eligen lo que está a mano. El fantasma centroeuropeo vuelve al trópico y se encarna en este excapitán racista, negacionista, fundamentalista religioso, nostálgico de la dictadura y las torturas y profundamente anti izquierdista.

Lo que ha venido es el delirio de “un psicópata genocida de presidente”. No ha bastado con incendiar el Amazonas, en su odio patológico ahora deja morir a su pueblo. La pandemia hace estragos en Brasil mientras Bolsonaro se mofa de la OMS y del cuerpo médico. Con casi 17 millones de casos de Covid-17 y 473 mil muertes el país vive un drama político y humanitario.

Fernando de la Cuadra, que vive y padece esta tragedia en Brasil, no nos deja en el infierno. Bolsonaro no ha logrado dar el autogolpe ni invocar al Ejército para imponer una nueva dictadura. Y la izquierda sigue viva, Lula está libre y el tiempo corre hacia una nuevas elecciones en una creciente atmósfera de movilizaciones. Un libro necesario para comprender este trance entre los demonios políticos que azotan nuestra Sudamérica.

terça-feira, 1 de junho de 2021

Copa América: Un circo macabro sin pan


Fernando de la Cuadra
Socialismo y Democracia

La decisión del (des)gobierno Bolsonaro de ser anfitrión de la próxima Copa América representa un escarnio sobre su población, en momentos en que el país se aproxima con alarmante velocidad hacia los 470 mil fallecidos por la pandemia del Covid-19. Los números elevados de casos de contagios registrados en los últimos días, indican que la circulación intensa del coronavirus se encuentra descontrolada en el país. A eso hay que sumar los problemas con la lentitud de la inmunización de las personas por medio de la vacunación, con escasez de vacunas en muchos estados y municipios.

Después de ser descartada por los gobiernos de Argentina y Colombia, la sede de la Copa está migrando para Brasil en un momento en que los especialistas evalúan la inminencia de una tercera ola de contagios producidos por las nuevas y más peligrosas variantes de cepas, como la indiana y la amazónica. A pesar de que la preferencia de la Conmebol era realizar este certamen en los Estados Unidos, el gobierno de Biden no aceptó la oferta de la Confederación por considerarla riesgosa para la salud de la población. En ese contexto, surgió como alternativa Brasil y tras una breve negociación con el gobierno brasileño, este aceptó efectuar el torneo en su territorio.

 Para el médico Leonardo Weissmann, miembro de la Sociedad Brasileña de Infectología, este anuncio del gobierno es “totalmente absurdo e irresponsable. El campeonato está programado para ocurrir cuando el país se encuentre alcanzando la cifra de 500 mil vidas perdidas, una absoluta falta de respeto”.

Luego de las manifestaciones multitudinarias contra su administración y del avance de la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI del Covid) que cada vez reúne más pruebas sobre la negligencia y las omisiones del gobierno en el enfrentamiento de la pandemia, el ex capitán intenta desviar las atenciones con esta jugada de última hora que le proporcionó el impasse generado por la inexistencia de un país dispuesto a hospedar la referida Copa.

Improvisando todo a última hora –la Copa comienza el próximo 13 de junio-, ya existen algunos gobernadores que se han negado a que sus Estados sirvan para albergar los juegos (Pernambuco) o se recusan a aceptar los partidos con asistencia de público. El mundo político también se ha declarado estupefacto ante esta decisión del ejecutivo y culpa al presidente de intentar colocar una cortina de humo sobre los graves problemas que vive la nación: crisis sanitaria con un promedio de 2.000 muertes diarias, recesión económica y desempleo histórico de 15 millones de personas (14,6%), inflación galopante y pedida del poder adquisitivo de los ciudadanos, destrucción de las florestas, crisis hídrica y eléctrica, desmantelamiento del aparato público, especialmente en los ministerios estratégicos, aumento expresivo de la miseria y falta de seguridad alimentaria.


Es un circo macabro para un pueblo golpeado por la pobreza y el hambre, que sólo puede agradar a los acólitos de la extrema derecha que verán realizada su pulsión de muerte y destrucción. Una de las críticas más frecuentes, es la rapidez que tuvo el gobierno para aceptar la sede de esta Copa, cuando recientemente demoró más de 3 meses en pronunciarse en relación al ofrecimiento de vacunas realizado por la farmacéutica Pfizer, como ha quedado demostrado precisamente en el marco de la CPI del Covid.

Frente a las dudas respecto a las posibilidades de organizar un evento de esta magnitud en tan poco tiempo (menos de 2 semanas), el vicepresidente Mourao respondió que Brasil ya tiene construido los estadios y la infraestructura necesaria desde la época del Campeonato Mundial de 2014. Lo que no se sabe todavía es si las delegaciones participantes de los otros 9 países se encuentran vacunadas, como ordena el protocolo sanitario en estos casos. Realizar el torneo en las actuales condiciones de pandemia e incertidumbre sanitaria, únicamente puede redundar en mayores perjuicios para los jugadores, equipos técnicos, organizadores, periodistas y para la población en general.

Es sabido que los brasileños aman el futbol, pero en este caso ellos perciben que anunciar de improviso la Copa América en este territorio, parece más la vieja consigna del “pan y circo” utilizada desde los tiempos del Imperio Romano. Solamente que ahora se trata más de circo que de pan. Estudios realizados este año por un grupo de investigadores de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) junto con la Universidad de Brasilia (UnB) y la Universidad Libre de Berlín, revelaron que la situación de inseguridad alimentaria grave o moderada alcanzó a casi un 30 por ciento de la población brasileña, es decir, a 58 millones de personas. Otro porcentaje de la población se encontraría en situación de inseguridad alimentaria leve (31,7%), es decir, cuando existe la preocupación de que la comida acabe antes de tener dinero para comprar más o falten recursos para mantener una alimentación saludable y variada. Sumando ambos grupos, se constata que casi un 60 por ciento de los habitantes se encontrarían en condiciones de inseguridad alimentaria, lo que equivale a un total de 125 millones de personas.

Los resultados muestran una aceleración en el aumento de la miseria en Brasil, con cifras que se disparan en medio de la pandemia, de la crisis económica y el desmantelamiento de las políticas públicas de combate a la pobreza. El estudio concluye que se ha acentuado el hambre en el país, llegando a niveles similares a los de inicios de este siglo (2003), antes de ser creados los programas Fome Zero y Bolsa Familia durante el primer gobierno de Lula da Silva.

Esta maniobra de distracción inventada por el presidente genocida y sus asesores es tan burda y bizarra que es posible que no tenga éxito y sea bloqueada por el Supremo Tribunal Federal, a partir de recursos legales interpuestos por políticos y epidemiólogos que ya se encuentran movilizados contra este evento, junto a importantes sectores de la sociedad y de la opinión pública que se expresan fervientemente contrarios a la realización de esta fanfarronada en suelo brasileño.