sexta-feira, 12 de setembro de 2014

William Morris: Lo bueno, lo útil y lo bello

Paulo de Santis
Araucaria

Como suele ocurrir con muchos de los pioneros ilustres de la historia, William Morris transmite la extraña sensación de haber nacido en un tiempo equivocado, en una época poco propicia para sus intereses. Sin embargo, en el caso de este escritor, pensador, poeta, diseñador y pintor británico parece más indicado verlo como un digno hijo de su tiempo, díscolo, sí, pero hijo al fin. Morris fue un testigo de la Inglaterra victoriana, la segunda revolución industrial y el surgimiento de las grandes urbes modernas. En ese contexto de cambios feroces y avasallantes él proponía transitar otro sendero, un camino cimentado en el pasado. A los males del capitalismo desaforado anteponía las artes, oficios y espíritu del Medioevo. Proponía recuperar el valor del trabajo reemplazando al operario por el artesano, a la producción en serie por una versión actualizada del taller medieval. Buscaba una revolución que era tanto social como estética, porque en el corpus morrisiano, la belleza es revulsiva.

Como nos recuerda el ya clásico Nikolaus Pevsner, fue uno de lo primeros en cuestionar la idea de alta cultura: proponía quitarle el monopolio del arte a los sectores dominantes y forjar un mundo donde todos pudiesen gozar del disfrute estético. Influenciado por Fourier y otros socialistas utópicos, Morris buscó con empeño diseñar una sociedad perfecta, un mundo donde hasta el más insignificante de los detalles representara la comunión de tres conceptos que, para él, constituyen una trinidad sagrada: lo bueno, lo útil y lo bello. Tres palabras que dichas de corrido se convierten en un mantra, en una frase hipnótica. Aunque sin duda es el título perfecto para una obra de Morris, él nunca lo usó. Sin embargo, luego de incontables años, al otro lado del mundo, en Argentina, para ser más precisos, a dos editores se les ocurrió bautizar “Lo bueno, lo útil y lo bello” al libro que reúne textos de Morris, algunos nunca traducidos al castellano. En virtud de la naturaleza del volumen del que hablamos, no es posible pensar un título más adecuado, más efectivo a la hora de hacer justicia con el legado de un hombre que de tan inclasificable quedó relegado a la periferia de la historia de las ideas.

“Lo bueno, lo útil y lo bello” está dividido en tres segmentos temáticos: Nosotros, Ellos y Él. La primera parte consiste en un único texto bautizado “Prólogo: Morris o el hombre útil”, que es responsabilidad de los editores: Tomás García Lavín y Andrea Ferrari. Los autores realizan una breve biografía personal e intelectual de Morris, y brindan una nutrida serie de referencias históricas que ayudan a contextualizar su obra y dimensionar la influencia de su trabajo. A su vez, se permiten esbozar diversas líneas de análisis, que, aunque no desarrollan de forma exhaustiva (son temas cuyo tratamiento, por cuestiones de extensión, excede por mucho los límites de un prólogo), ayudarán al lector a sacar un mejor provecho de las obras de Morris en general.

La segunda sección, Ellos, comienza con una cálida semblanza de Morris escrita por el crítico británico George Hollbrook Jackson, un artículo que complementa las ideas expuestas en la primera parte y ayuda a construir una imagen más acabada del pensamiento morrisiano. Pero el plato fuerte de este segmento es “William Morris y su escuela”, un punzante y crítico perfil del fundador del movimiento Arts & Crafts escrito por G. K. Chesterton. El autor de El candor del padre Brown y El hombre que fue jueves se dedica a demoler a fuerza de sarcasmo e ironía los postulados de Morris. Pero, a pesar del aluvión de golpes, no hay rastros de verdadera saña en el ataque, sino que se intuye cierto cariño sincero por su compatriota. Polemista eficaz, Chesterton no puede evitar castigar a Morris y remarcar las incongruencias de su pensamiento y cierta tendencia al sentimentalismo, sin embargo, con la misma energía rescata sus virtudes y lo digno de su causa. Al final de su ensayo, luego de exponer su vendaval de críticas, Chesterton señala que alguna vez Morris será recordado como un “poeta de la niñez de las Naciones, artesano de las nuevas rectitudes del arte, profeta de una vida más sabia”.

El tercer apartado, Él, está enteramente dedicado a los textos de Morris. Es una selección heterogénea, que comienza con el prólogo que escribió al ensayo La naturaleza del gótico, de John Ruskin, su maestro y figura inspiradora de los prerrafaelistas. Luego es el turno de uno de los pasajes más ricos de libro, “Los propósitos del arte”, un texto en el que Morris expone los conceptos que estructuran su pensamiento. Quizás, uno de los puntos más reveladores de este escrito sea que la forma en que Morris articula ética, estética y producción de bienes, lo convierte prácticamente en un precursor de lo que hoy en día llamamos producción y consumo responsable. “Discurso sobre una muestra de la Escuela Prerrafaelista Inglesa”, el tercer artículo, es una suerte de racconto de la historia del movimiento artístico que el autor encabezó junto a John Everett Millais, Dante Gabriele Rossetti, William Hollman Hunt, una “hermandad” –ellos mismos utilizaban este término- que se propuso recuperar el espíritu artístico anterior al Renacimiento y la profesionalización de los artistas. El texto que le sigue, “Porqué celebramos la Comuna de París”, pone en evidencia al Morris más político, al militante socialista que reflexiona sobre la revuelta ocurrida en 1871 y los sacrificios que supone la causa revolucionaria. El mismo espíritu de lucha, pero con un tono más relajado, está presente en el último artículo, “Sobre tontos y patos”, una verdadera rareza, donde Morris hace una analogía entre la situación de los trabajadores y la explotación a la que es sometido el pato de flojel en Islandia, al que año a año los hombres despojan de sus plumas y se ve obligado a sobrevivir en el helado clima de las tierras del norte.

El libro cierra con una selección de citas del autor: frases extraídas de discursos, libros y artículos, que versan sobre los temas más diversos, y, por lo tanto, permiten ilustrar, más no sea superficialmente, las muchas facetas de Morris.

Por último, vale destacar que Lo bueno, lo útil y lo bello es además un libro de exquisita factura ya que fue realizado de forma totalmente artesanal, seguramente con el deseo de emular aquella editorial que, según Holbrook Jackson, fuese el último gran entusiasmo de Morris hacia el ocaso de su vida: la Kelmscott Press. Del mismo modo, la edición de Mochuelo Libros –que está confeccionada a mano, forrada en tela de encuadernación, y cuya tirada es limitada- busca reflejar aquellos ideales morriseanos regidos por la idea de Belleza como un elemento transformador; demostrando que tanto la forma como el contenido, sobre todo en tiempos de extrema industrialización, hacen a la obra de arte.

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