El Espectador
Luego de ganar su reelección, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, viajó a Cartagena para reunirse con Bill Clinton y Tony Blair, promotores de la “Tercera Vía”. Esta filosofía, con raíces en el trabajo del sociólogo británico Anthony Giddens, propone una nueva manera de pensar las políticas públicas: ni la tradicional de la socialdemocracia europea con sus grandes Estados benefactores y su hostilidad hacia los mercados, ni la reverencia neoliberal a los mercados que demostró su inefectividad para impulsar el crecimiento económico en América Latina durante los años noventa.
A cambio, la Tercera Vía promete lo mejor de ambos mundos, los beneficios económicos de los mercados junto a la seguridad social de la socialdemocracia. ¿Podría esta Tercera Vía ser el sello distintivo del segundo gobierno de Santos? Después de todo, Colombia está negociando para ser parte de la OCDE y ha sido incluido en los CIVETS, grupo de las nuevas economías emergentes. Tal vez este es un momento clave para pensar de manera profunda y seria ¿cuál es el tipo de sociedad que Colombia quiere llegar a ser? ¿Debe escoger la Tercera Vía?
Para observar lo que la Tercera Vía implicaría en Colombia y cómo podría implementarse en la práctica, es interesante trasladarse a Las Bocas de Curay, una vereda de unas 1.300 personas en el municipio de Tumaco, departamento de Nariño. Las Bocas de Curay no está aislado por las montañas o la jungla; de hecho, se encuentra a apenas una media hora de viaje en lancha del segundo mayor puerto en la costa Pacífica, cruzando la Bahía de Tumaco. Y sin embargo, no tiene acueducto ni alcantarillado. Existe un centro de salud, pero estaba cerrado cuando estuve allí, la gente decía que quienes lo manejan viven en Tumaco, y son nombramientos políticos, por eso rara vez se aparecen. Existe un generador de energía eléctrica y dicen que al parecer fue proveído por una senadora, pero solamente funciona entre cuatro y cinco horas al día porque del combustible que deberían obtener del gobierno sólo les llega una parte. La vereda está a merced del mar. Hace siete años, las mareas altas comenzaron a llevarse el pueblo, las casas y la Iglesia, y en 2010 una marejada destruyó la escuela primaria, que no ha sido reemplazada.
Un simple muro de contención solucionaría el problema, pero la comunidad no tiene los recursos para construirlo y este es exactamente el tipo de infraestructura básica que el Estado colombiano parece incapaz de proveer. No hay presencia del Estado aquí, excepto por los maestros que han improvisado un nuevo salón de clases en la iglesia reconstruida.
Políticos en acción
Colombia es lo que los politólogos llaman una “democracia representativa”, en la cual aquellos que son elegidos —por ejemplo el alcalde de Tumaco o el gobernador de Nariño— son quienes supuestamente representan y rinden cuentas a los ciudadanos. Pero en Las Bocas del Curay no hay representación ni rendición de cuentas.
De acuerdo con los pobladores, el único momento en que los políticos aparecen es pocos días antes de las elecciones, a hacer promesas que nadie cree y, a distribuir dinero para los votos. Tampoco existe sentido alguno de responsabilidad de parte de los representantes del Estado colombiano. La única preocupación es asegurar que la gente vote de manera que se generen los mayores beneficios para aquellos que distribuyen la plata durante la época electoral.
Las Bocas de Curay no es la “Tercera Vía”. Es, como mucho de Colombia, el “Tercer Mundo”. Irónicamente, el único afiche político de la última elección en Bocas de Curay dice: “la Costa Pacífica de Nariño con Juan Manuel Santos... Que la paz del Señor esté siempre con nosotros... Y con tu espíritu”.
La Costa Pacífica votó masivamente en favor del presidente Santos, aunque si usted viaja a Las Bocas del Curay no es claro por qué. En cuatro años, el gobierno de Santos no entregó absolutamente nada a esta gente en términos de servicios públicos, ni siquiera se preocupó por reemplazar la escuela destruida por el mar. Al mismo tiempo, la “paz del Señor” dejó a sus habitantes expuestos sin tregua al acoso de los grupos armados.
Infortunadamente, Las Bocas de Curay es representativo de cientos, miles, de veredas en Colombia. Dejadas a la deriva por el Estado colombiano, tienen que sostenerse por ellas mismas, sin recursos ni posibilidades de que el sistema político tome en cuenta sus intereses y sin los bienes públicos básicos ni los servicios que les pudieran ayudar a cambiar su destino.
Las Bocas de Curay muestra lo vacía que resulta esa noción de que Colombia puede adoptar la Tercera Vía. Giddens la define como “un marco de pensamiento y diseño de políticas que busca adaptar la socialdemocracia a un mundo que ha cambiado esencialmente a lo largo de las dos o tres últimas décadas. Es una tercera vía en cuanto es un intento por trascender, tanto la social democracia a la antigua como el neoliberalismo”.
Pero, ¿dónde hay social democracia o neoliberalismo en Las Bocas de Curay o, de manera más general, en Colombia? Para ser una social democracia, Colombia tendría que tener un Estado que proveyera de servicios básicos y derechos a todos sus ciudadanos. Pero fracasa de manera singular en ello. Colombia tampoco ha sido nunca neoliberal en el sentido de permitir que el libre mercado domine la economía. Por el contrario, es un mar de monopolios y carteles donde las conexiones políticas y las barreras de entrada son el camino para hacer grandes fortunas, como la lista de los colombianos más ricos bien lo ilustra.
De hecho, la “Tercera Vía” es una serie de opciones de política para un país democrático con un Estado moderno. Colombia no es ni lo uno ni lo otro. Su democracia es de una notable baja calidad, fracturada por el fraude, la violencia, el clientelismo y la compra de votos, lo cual rompe el nexo de control entre ciudadanos y “representantes”. El Estado no controla el monopolio de la violencia, es incapaz de conseguir recursos (el recaudo de impuestos como porcentaje del PIB es similar al de Egipto, Ghana o Benín en África) y carece de una administración burocrática moderna, con excepción de unos pocos casos. Por ejemplo, la evaluación de la OCDE de las instituciones colombianas señala que Colombia tiene la burocracia más pequeña en relación con la población de toda América Latina y que la mitad de las personas empleadas son “nómina provisional”, por fuera de la carrera apropiada para servidores públicos —para el efecto, nombramientos políticos. No hay “Tercera Vía” para Colombia, solamente el Tercer Mundo.
Realismo mágico
Aun cuando la “Tercera Vía” sea una quimera irrelevante para Colombia, sería bueno que el presidente Santos se leyera el famoso libro de Giddens, pues enfatiza algunas cosas que el país requiere con desesperación, como por ejemplo una lucha contra la exclusión que caracteriza a la sociedad: “la exclusión ...[separa] grupos de gente de la sociedad en general. En la cúspide, la exclusión voluntaria es conducida por una diversidad de factores. Tener los medios económicos para aislarse de la sociedad es la condición necesaria para, pero nunca la explicación completa de por qué, estos grupos deciden hacerlo. La exclusión en la cúspide está causalmente ligada a la exclusión en las bases y además pone en peligro los debates en la arena pública y la solidaridad común. De modo que limitar la exclusión voluntaria de las élites es esencial para crear una sociedad más inclusiva en la base”.
No existe mejor expresión de los problemas de Colombia que su exclusión en la cúspide y en la base. Una élite desligada de la sociedad real que no está dispuesta a pagar impuestos para soportar cualquier proyecto con beneficios para la sociedad. La OCDE reporta que mientras el 10% más pobre de la población paga 4,5% de su ingreso en impuestos, el 10% más rico paga el 2,8%. Eso ha de ser un récord para la OCDE. Al tiempo, esa élite se imagina que administra un país próximo a la modernidad, jugando con ideas como las de la “Tercera Vía”. No es de extrañarse que el realismo mágico se haya inventado en Colombia.
El propio Giddens, sin advertirlo, ilustra lo alejada que está la élite colombiana de la realidad de su país cuando reproduce en su libro la historia de “un delegado colombiano en una reunión de la Internacional Socialista en 1989”, quien resaltó que “mi partido es llamado liberal, pero es en esencia muy socialista. Con los europeos es todo lo contrario”. Lo que sea que el socialismo signifique en Colombia, claramente no involucra la provisión de bienes y servicios públicos básicos a sus ciudadanos ni una preocupación por su bienestar y oportunidades.
“La paz del Señor” que el presidente Santos ha promovido es un gran suceso para Colombia. Pero es el comienzo, no el final, para hacer de Colombia un nuevo país. Para entender lo que ello involucra, le sugeriría que comenzara en Las Bocas de Curay.
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