Rebelión
Faltan poco más de 3 meses para el inicio de la Copa del Mundo y pese a toda la excesiva campaña que invade permanentemente los hogares brasileños, muchos aspectos relacionados a este deporte en el “país del futbol”, permiten plantear una interrogante válida: ¿Cuál es el respaldo popular a la Copa del Mundo? o ¿que tan entusiasmados se encuentran los brasileños con esta Copa? Hasta ahora diríamos que poco o muy poco.
Un estudio realizado recientemente por un centro de estudios de opinión (Datafolha) constató que la Copa del Mundo solamente tiene el respaldo del 52 por ciento de los brasileños, una formidable caída considerando el apoyo expresado por el 79 por ciento en noviembre del 2008. Además, el 51 por ciento de los entrevistados declaró que hoy no respaldaría la elección para que Brasil sea la sede del evento. Entre las razones declaradas en esta disminución del apoyo a la Copa, las personas señalaron los excesivos costos destinados a la organización y la infraestructura asociada con la realización del torneo (estadios especialmente) y el papel desempeñado por la FIFA exigiendo un padrón de calidad altísimo, lo que no sucede con la mayor parte de los servicios prestados por el Estado (centros de salud y policlínicos, escuelas, sistemas de movilidad urbana, habitación popular, etc.). En ese sentido, un 76 por ciento de los consultados respondió que los gastos requeridos para efectuar este evento son totalmente superfluos e innecesarios y que dichos recursos podrían ser aplicados en otros sectores como salud o educación. Finalmente, un 38 por ciento de los entrevistados dijo ser contrario a la realización de la Copa en Brasil, porcentaje bastante mayor que el 10 por ciento que se manifestó contra la Copa en noviembre de 2008.
Este aumento significativo en el rechazo de la población es un motivo de enorme preocupación para el gobierno, evaluando que un fracaso de la selección en el torneo, asociado a todo el descontento acumulado desde las manifestaciones de junio del año pasado, puede significar la derrota de la reelección del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff en las próximas elecciones convocadas para el 5 de octubre, es decir, menos de tres meses después de terminada la Copa. El Palacio do Planalto estaría pensando en lanzar en estos días una extensa y agresiva campaña de propaganda con la finalidad de revertir parte de las opiniones negativas que existe entre la ciudadanía con respecto a las altas inversiones realizadas para esta competición.
Efectivamente, los brasileños cuestionan el enorme esfuerzo económico que se ha destinado para la reforma de los estadios, cuatro de los cuales todavía no se encuentran completamente concluidos para recibir los partidos de la Copa. Inicialmente considerada –especialmente en el discurso oficial- una gran oportunidad para mejorar la infraestructura del país, el Mundial se fue transformando en un retrato de la inoperancia del pacto federativo -la relación virtuosa entre las instancias Federal, Estadual y Municipal- en la administración y ejecución de las políticas públicas, con innumerables casos de improbidad, sobrefacturamiento de obras, emprendimientos atrasados y abandono de proyectos. Muchas carreteras se encuentran paralizadas por orden del Tribunal de Cuentas de la Unión (Contraloría) ya que se han constatado casos de pago “propinas” en las licitaciones. Aeropuertos se encuentran sin la capacidad disponible para atender a los hinchas que se desplazaran por el país. Por ejemplo, en el aeropuerto de Fortaleza cuyas obras de ampliación no podrán ser entregadas antes de la Copa, se dispuso la habilitación de un sector transitorio anexo al terminal principal, área que será cubierta por una gran carpa de lona. La verdad es que el circo que se está armando trasciende las suspicacias generadas por esta improvisada carpa.
Los fantasmas que amenazaron la realización de la Copa de las Confederaciones continúan flotando en el aire, como un manto gris que cubre las actividades del día a día de los ciudadanos. Una tensión larvada se ha ido apoderando de la gente y los casos de corrupción continúan apareciendo cotidianamente en los noticiarios. Casi no existen políticos, ni partidos, ni empresarios libres de esta lacra. Los contribuyentes observan impotentes cómo sus elevados impuestos se escurren entre las aristas del poder, las empresas contratistas, los ilustres parlamentarios y los funcionarios inescrupulosos que hacen uso indebido y fraudulento de su función pública.
Resulta sumamente extenuante este control permanente y esta demanda por mayor accountability por parte de las autoridades administrativas y el poder público, y las organizaciones de la ciudadanía y de consumidores se ven sobrepasadas por el enorme caudal de casos que deben fiscalizar y denunciar. Un neoinstitucionalista diría que en Brasil los costos de transacción son exageradamente altos. Para empeorar la situación, los empresarios del sector turístico y los comerciantes en general han decidido aumentar los precios de manera exorbitante, pues en su lógica cortoplacista de lucrar “aquí y ahora”, han visto la Copa como la gran oportunidad de engrosar sus cuentas a costa no sólo de los visitantes desinformados, sino también de los nativos de esta tierra. Muchos sitios y comunidades con el nombre $urreal (Brasil $urreal, Rio $urreal, Salvador $urreal, Belo Horizonte $urreal, etc.) se han dedicado a denunciar los precios abusivos que cobran restaurantes, hoteles, supermercados y tiendas en general, para lo cual comparten a través de las redes sociales las innumerables experiencias de cobranzas tan excedidas, que realmente parecen surrealistas.
Por su parte, el gobierno preocupado con esta escalada inflacionaria ha tratado de tener un papel más activo, a través de los órganos de defensa del consumidor (PROCON) y otras agencias reguladores, reuniéndose permanente con las asociaciones de hoteleros, restaurantes, empresas de turismo y comercio en general, para intentar moderar esta alza artificial de los precios con su correspondiente aumento de la inflación y del costo de vida de la población.
Según las informaciones proporcionadas por el Banco Central, parece cada vez más evidente que la economía brasileña todavía no alcanza un nivel de inversión y actividad que le permita iniciar una consistente retomada de su crecimiento y continua siendo, en el acumulado de los últimos tres años, el peor desempeño entre las economías de los llamados países emergentes. De hecho, el PIB divulgado para el último trimestre de 2013 alcanzó el 0,7 por ciento, llegando a un PIB acumulado para todo el año 2013 de solo un 2,3 por ciento. En una perspectiva de largo plazo, los especialistas auguran que Brasil no se encuentra con la capacidad y potencia que lo caracterizaron hace menos de una década, durante el primer gobierno del partido de los Trabajadores (PT). Más bien el país viene revelando claras señales de desindustrialización y falta de inversión contundente en diversas áreas productivas (minería, industria, agricultura), a pesar del alto volumen de recursos destinados a los proyectos de infraestructura vinculados a la Copa.
A esta situación de cierta desaceleración de la economía, se suma el hecho de que el actual modelo de inclusión social en Brasil se ha realizado principalmente a través del acceso a bienes de consumo propiciado por una política asistencialista de transferencia directa de renta o vía endeudamiento por la mayor disponibilidad de créditos blandos con bajas tasas de interés. El aumento del salario mínimo real se ha visto comprometido por el aumento de la canasta de productos de primera necesidad y el mito de la “nueva clase media” se ha ido disolviendo en el seno de un endeudamiento en ascensión de las familias. Ello se debe precisamente porque no ha sido este un modelo que se caracteriza por una inserción efectiva de los trabajadores en la estructura productiva. El proceso de reprimarización de la economía brasileña ha provocado que importantes contingentes de trabajadores se hayan incorporado al sector informal o de microempresas apoyadas por programas específicos de amparo a los emprendedores.
Y también han surgido en muchos conglomerados urbanos un tipo de trabajador que según el sociólogo inglés Guy Standing representaría la emergencia de una “nueva clase social” definida por él como el precariado. Es decir, aquello que encarnan actualmente los jóvenes con enseñanza superior con una inserción precaria en el mundo laboral o los hijos de operarios tradicionales que no consiguen un empleo estable y bien remunerado y deben resignarse a ocupar puestos de menor estatus socioeconómico. [1] De acuerdo a este sociólogo, las personas se miran al espejo en la mañana y experimentan un sentimiento de privación profunda que va creciendo y de la cual emerge una rabia asociada a su condición. La espontaneidad de las protestas atestigua esta energía que se encuentra en las calles: “En breve el establishment político va a tener que despertar y mirar para el precariado. De lo contrario, será purgado para fuera de la escena”. [2]
Si bien es cierto que el neodesarrollismo de los gobiernos Lula y Dilma ha creado muchos puestos de trabajo, ellos no han representado una mejoría substantiva en las condiciones laborales de los operarios ni en los horizontes identitarios de trabajadores que se sienten realizados en su tarea. Dichas condiciones se rigen más por factores como la flexibilización y los contratos a corto plazo. La realización de las promesas de inclusión aún no es percibida como tal y los sueños profesionales de muchos se han visto postergados para un futuro incierto.
Junto a estas restricciones de carácter más estructural, se suman una constelación de problemas y miserias que asolan cotidianamente a los brasileños, como el enorme tiempo perdido diariamente en los traslados de las personas hacia sus lugares de trabajo o estudio, la ausencia de servicios de buena calidad, la escasez de espacios públicos, plazas y áreas de recreación para los jóvenes y las familias, la violencia extrema que toma cuenta de las principales ciudades, la desconfianza existente entre los habitantes, el estado calamitoso de las vías urbanas y de muchas carreteras, el abandono de muchas comunidades a su suerte, especialmente en la región Norte y Noreste. Todo ello ha ido generando un panorama desolador y pesimista que no tiene ninguna relación con la imagen glamurosa, descontraída y alegre que se pretende imponer a través de los reiterados mensajes publicitarios vehiculados por los diversos medios.
Por estos y otros motivos, la que ha sido llamada por la presidenta Dilma Rousseff como la “Copa de las Copas” no ha generado la pasión y la religiosa seducción que ejercieron las anteriores Copas en que este país ha participado. Antes era posible apreciar que ya a inicios del año correspondiente al Mundial, las calles y paredes de un sinfín de ciudades y pueblos ya se encontraban pintadas con los colores de la bandera y los retratos de ídolos de la “verde-amarela”. Este año las calzadas y los muros se encuentran intactos hasta el momento, la euforia que se apoderaba de los hinchas parece haberse metamorfoseado en un silencio expectante de que la situación puede mejorar, pero no se sabe a ciencia cierta por dónde y cómo va a mejorar.
La única certeza que existe hasta ahora, es que para la época de la Copa las manifestaciones van a recrudecer y ya se han producido movilizaciones importantes contrarias a la Copa en algunas capitales. Y es previsible que muchas personas y grupos se van a congregar durante ese periodo. Seguramente existirán manifestaciones contra la Copa en las cercanías de los estadios y en puntos emblemáticos de las ciudades sedes y de otras importantes zonas urbanas. También se espera que la respuesta del gobierno pueda adquirir un perfil violento. Para mantener el orden y la seguridad, las autoridades han convocado a las tres ramas de las Fuerzas Armadas lo cual ha generado serias críticas y legítimas dudas. El tema es que si la Policía Militar demostró estar poco preparada para contener a los manifestantes, el ejército y las otras ramas no están mejor preparados para enfrentar a una población civil movilizándose. Las previsiones son que las escenas de represión y truculencia pueden agudizarse y aumentar en vez de disminuir.
Sabemos sobradamente que los brasileños viven el futbol con notable fervor y pasión, pero una cierta inquietud en el aire y una tensión social in crescendo nos alertan sobre los efectos inesperados que puede tener esta Copa. Puede ser una catarsis generalizada de alegría y confraternización si Brasil se consagra hexacampeón del Mundo, pero también puede ser el estallido una “olla a presión” social que se sume a la derrota de la selección canarinho. En este escenario, por cierto indeseable, un conjunto de otras frustraciones acumuladas en estos últimos años probablemente saldrán a la calle en un gran estallido de descontento, cuyas consecuencias son todavía impredecibles para Brasil y para el resto de la región.
Notas
[1] En la concepción de Standing, el precariado no representa solamente un aspecto de empleo inseguro, de mal remunerado y de duración limitada. La condición de precariado implica una falta de horizonte e identidad ocupacional, una ausencia de sentido y proyección como sujetos activos en la realidad laboral y social. Sobre esta cuestión se puede consultar Guy Standing, El precariado: una nueva clase social, Barcelona, Editorial Pasado & Presente, 2013. Para el caso brasileño una referencia importante es el libro de Ruy Braga, A política do precariado: do populismo à hegemonía lulista, São Paulo, Boitempo Editorial, 2012.
[2] Entrevista realizada por Leonardo Cazes para el Cuaderno Prosa del diario O Globo, 19/10/2013.
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