Revista Polis
El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) nos lo advierte claramente: Es altamente probable que el calentamiento global llegue a aumentar en 2 grados a fines de siglo, superando con ello el límite considerado seguro por los especialistas. En el escenario más pesimista, el nivel del mar debería subir entre 45 y 82 centímetros y se estima que el volumen de hielo del Ártico podría disminuir en un 94% durante el periodo de verano. Junto con ello, el informe del IPCC confirma un indicio bastante difundido entre la comunidad científica y la sociedad en general, en torno a que existiría más de un 95 por ciento de certeza de que la actividad humana es la causante de la elevación de la temperatura ocurrida en los últimos 60 años. El documento destaca que parte de las emisiones de CO² provocadas por la actividad industrial, agrícola, quemadas, transporte, etc., continuara siendo absorbida por los océanos. Ello tiene un fuerte impacto sobre los océanos, pues es altamente probable que la acidificación de los mares vaya a aumentar en los próximos años, poniendo en riesgo la vida marina. Es decir, tal como ya fue difundido en anteriores informes, la conclusión de este último escrito solo viene a confirmar que la principal causa del calentamiento global tiene su origen en las actividades realizadas por humanos (antropogénico).
En este sentido, se puede sostener que el cambio climático, y más ampliamente, el cambio ambiental global representan la combinación de modificaciones en el sistema Tierra-Atmósfera-Océanos-Biosfera que se producen por la realización de actividades humanas, que dependen de la cantidad de población planetaria, su nivel de consumo (especialmente el energético) y la elección de determinado tipo de tecnologías. Esta sumatoria de agentes combinados provocan, entre otros fenómenos, el efecto invernadero y el calentamiento terrestre, el aumento del promedio de las temperaturas en océanos y mares, al derretimiento acelerado de los cascotes polares y, consecuentemente, el aumento en el volumen de las aguas, el adelgazamiento de la capa de ozono, la modificación de la biodiversidad, la desertificación, las precipitaciones ácidas y la eutrofización de las aguas. Sobre estos antecedentes, se puede estimar que como consecuencia de la creciente concentración de la población mundial en zonas vulnerables, los denominados desastres naturales tales como inundaciones, tormentas severas, huracanes, tornados, ondas de calor, sequias o aluviones serán, en los próximos años, cada vez más frecuentes, intensos y onerosos. Sin embargo, a pesar de que existe bastante consenso en el mundo científico sobre la evidencia del cambio climático, aún subsiste cierta incertidumbre sobre las consecuencias efectivas que éste puede acarrear.
Las proyecciones científicas han avanzado en el último periodo y un reciente estudio estima que para el año 2100 un 10 por ciento el planeta sufrirá los efectos de dicho cambio. Además, en la investigación realizada por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS) se afirma que entre las regiones que podrían sufrir cambios más severos a causa del cambio climático se encuentran el Sur de la Amazonía, el Sur de Europa, Centroamérica y algunas regiones tropicales de África. Mientras tanto en América Latina se estima que los mayores impactos de estos cambios se abatirán especialmente sobre la agricultura, la pesca y el acceso al agua potable, perjudicando sobre todo a las comunidades campesinas e indígenas, a los pequeños y medianos productores.
Una primera constatación que se puede hacer con respecto al cambio climático es que las consecuencias que tiene sobre la población y los países son bastante desiguales, reproduciendo, de esta manera, la situación de inequidad que impera en otras esferas de la realidad económica, política y social. En efecto, estudios realizados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Banco Mundial (BM) demuestran que los países en desarrollo son aquellos que se encuentran más expuestos a los impactos negativos del cambio climático, y su previsión es que tendrán que soportar la mayor parte -entre 75 y 80%- de los costos provocados por los efectos nocivos del comportamiento del clima.
Una segunda constatación, es que los efectos acumulados de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) que son los principales causantes del cambio climático no se pueden enfrentar solamente con políticas de mitigación. El problema es más grave, ya que, aunque se pueda lograr una disminución drástica e inmediata de las actuales emisiones de gases, ello no tendrá mayor relevancia o impacto en términos del clima. Lo que actualmente se requiere son políticas de adaptación a dicho cambio, con medidas como la provisión más igualitaria y universal del agua potable, saneamiento básico, seguridad alimentaria, acceso a mejores servicios de salud y a una educación digna.
A la vulnerabilidad existente entre las poblaciones más pobres del planeta se suman ahora las fragilidades que poseen estas comunidades para enfrentar las catástrofes climáticas. Esta vulnerabilidad se encuentra asociada a condiciones de desigualdad y exclusión que coloca a grupos sociales particulares en una situación de mayor riesgo con respecto a otros.
De lo anterior podemos concluir que el fenómeno del Cambio Climático se encuentra no solo vinculado a padrón de comportamiento de la naturaleza, sino que su esencia se basa en el estrecho entramado que existe entre las dinámicas ambientales y los procesos sociales. Así, en América latina es necesario considerar las conexiones entre las cambiantes condiciones de los ecosistemas con los modelos de desarrollo impulsados por los gobiernos, tanto históricamente como en la actualidad.
En ese contexto, la preocupación por el impacto del cambio climático en el continente y los esfuerzos de adaptación para superar las consecuencias desastrosas del calentamiento global, la contaminación de las aguas y de los suelos, representa un desafío no solamente en términos de democratizar el uso de los recursos, sino que constituye una respuesta que busca asegurar las propias condiciones de sobrevivencia en que se encuentran los habitantes de la región.
Considerando la relevancia de esta constelación de problemas que enfrenta la humanidad, un grupo de investigadores de diversos institutos y universidades de la región decidió formar el Grupo de Trabajo sobre Cambio ambiental global, cambio climático, movimientos sociales y políticas públicas el cual forma parte de las actividades desarrolladas por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). A partir de dicha iniciativa la mayoría de sus miembros decidió publicar los resultados de las diversas investigaciones efectuadas en el marco de las actividades del grupo, esfuerzo que vio la luz en el transcurso del presente año.
El libro en cuestión (Cambio climático, movimientos sociales y políticas públicas, CLACSO/ICAL, 2013) se plantea algunos desafíos explicitados por su organizador en la parte introductoria. Un primer reto consiste tratar de vincular tres dimensiones (cambio climático, movimientos sociales y políticas públicas) que hasta el momento han sido tratadas aisladamente, cuando mucho como diadas. Como bien nos advierte Postigo, en la relación más notoria entre cambio climático y movimientos sociales se puede apreciar una fuerte presencia del movimiento conservador que ha tratado de influir a través de sus agencias de pensamiento (think tanks) a la comunidad científica con respecto a la no existencia de cambios climáticos debido a la acción humana. Una coalición de centros de investigación, científicos escépticos sobre la investigación en cambio climático afiliados a la industria de los combustibles fósiles, la industria petrolera y la derecha conservadora en los EE.UU., montó una exitosa campaña por la no problematicidad del calentamiento global en la década de 1990, lo que en parte explica que en este país no se ratificara el Protocolo de Kioto.
Por su parte, la relación entre movimientos sociales y políticas públicas posee un horizonte temporal de más larga data. Entre las teorías que se han elaborado para analizar este vinculo, encontramos aquella corriente del pensamiento que evalúa el surgimiento de los movimientos sociales según la estructura de oportunidades existente en un determinado sistema político, adquiriendo algunas veces un carácter represivo o en otras oportunidades actuando como facilitador. Tal como sustentan ciertos autores, esta estructura se define de acuerdo a la interacción existente entre los actores políticos y el gobierno, siendo ella condicionada por aspectos del régimen político, tales como la multiplicidad de centros de poder independientes, la tolerancia al ingreso de nuevos actores, la inestabilidad de los alineamientos políticos, la existencia de aliados con influencia y la envergadura represiva del gobierno.
Un segundo desafío que se plantean los autores del libro, consiste en instalar el debate sobre el cambio climático al interior de las ciencias sociales, disputándole a las ciencias naturales su papel hegemónico en la investigación y opinión sobre esta temática. En efecto, hasta ahora quienes se han pronunciado mayoritariamente sobre el tema son climatólogos, físicos, meteorólogos, biólogos, oceanógrafos, geógrafos, etc., siendo que los aspectos sociales asociados a los efectos deletéreos de los cambios ambientales son de suma relevancia, siendo que muchos enfoques científicos sobre el calentamiento global han sido negligentes con los impactos que este ha ocasionado entre los habitantes del planeta, especialmente sobre aquellas personas y comunidades que poseen más carencias. Como señala certeramente uno de los autores, la distribución desigual de los impactos del cambio climático indica que, tanto los fenómenos meteorológicos extremos como la transformación paulatina del entorno ambiental, están afectando de manera desproporcionada a los grupos humanos más sensibles que se hallan en situación de pobreza rural o urbana, pueblos originarios, ancianos, mujeres, niños, enfermos. Estos sectores sociales están sujetos a una doble exposición, o sea, a los efectos desastrosos del cambio climático y a una constelación de problemas asociados a su condición de carencia, entendida como expresión de déficit o insuficiencias socio-económicas.
Sin embargo, esta doble exposición de poblaciones y territorios a los efectos de la globalización económica y del cambio climático también expresa una doble agenda de soluciones. Por una parte, existe una agenda basada en la gobernanza, que se caracteriza por una tendencia a privilegiar enfoques tecnocráticos y de gestión asociados a la adaptación y enfrentamiento de las comunidades a las transformaciones experimentadas en el clima. Por otra parte, están aquellos que piensan que el problema principal consiste en resolver las causas de la vulnerabilidad da las poblaciones, la cual es ciertamente biofísica, pero que también es social, expresión directa de un modelo de desarrollo que es ambientalmente insustentable y socialmente desigual.
En otro capítulo se sugiere precisamente que la dimensión de lo social pasa a ser gravitante a la hora de pensar en las consecuencias que tienen las políticas y las acciones emprendidas para enfrentar el cambio climático sobre los habitantes de un determinado territorio o región. En efecto, la dimensión social ha estado completamente ausente entre los científicos que han venido realizando investigaciones sobre el cambio climático, razón por la cual se hace necesaria la incorporación de otras dimensiones a la hora de analizar dichos cambios. Por lo mismo, Blanco y Fuenzalida sugieren la pertinencia de abordar aspectos como el impacto que tienen los cambios climáticos sobre asentamientos humanos, las alteraciones producidas en las actividades económicas de grupos específicos, los riesgos a los que están expuestos las comunidades ante eventos extremos, etc. En virtud de lo anterior, estos autores plantean que se necesita más participación de las ciencias sociales en esta discusión ontológica, no solo con el objetivo de complejizar el debate, sino porque son exactamente estas limitadas definiciones de lo social las que se operacionalizan en la investigación y se transforman en inadecuadas propuestas de intervención.
Nos encontramos aquí frente a una disputa o tensión entre diversas epistemologías del cambio climático, aquella que quiere enfatizar los aspectos físicos, químicos, biológicos, ecológicos o geográficos del fenómeno y aquella que se preocupa en abordar su dimensión política, económica, socio-ambiental y cultural. Por lo tanto, las ciencias sociales no pueden restarse de esta agenda de investigación que nos plantea la construcción de un análisis riguroso sobre los determinantes ontológicos y políticos de la acción humana y también con relación a los efectos que dicha actividad ejerce sobre las comunidades más vulnerables del planeta. En este caso, la defensa de la naturaleza y de la tierra no puede desconectarse de los asentamientos humanos que en ella habitan, corriendo así el riesgo de quedar atrapada en un discurso conservacionista fundamentalista tipo ecología profunda- que acaba negando o desconociendo el impacto que los cambios operados en el planeta poseen inexorablemente sobre nuestras sociedades.
Por estas razones, el libro aborda específicamente otras dimensiones del cambio climático asociadas a la noción del riesgo, así como también en su relación con la emergencia de los conflictos socio-ambientales. En el primer caso, el artículo de Chacón y Postigo concibe el cambio climático como un problema propio de la modernidad, la cual ha construido una narrativa de dominación a partir de la civilización del progreso, la cual se ha convertido en una verdadera metástasis, considerando la actual situación de crisis ambiental y social imperante en el mundo. El capital muestra una fase en la que, paradójicamente, socializa los perjuicios de su explotación del planeta, mientras que los ejes de la acumulación se vuelcan sobre los bienes comunes: los océanos, los bosques amazónicos, el aire, el carbono.
En dicho escenario, la incertidumbre y el riesgo llevan inevitablemente a replantearse el modelo de desarrollo actualmente imperante, para buscar un nuevo paradigma apoyado en la noción de Buen vivir como una alternativa viable para salir de la crisis. Apoyándose en esta concepción, los autores de este capítulo plantean la necesidad de recuperar la relación armoniosa e integrada existente entre naturaleza y sociedad que mantienen los pueblos originarios y afro-descendientes, así como también presente en muchas comunidades campesinas. El Buen vivir representa entonces una posibilidad real de formular un proyecto civilizatorio y cultural antitético al capitalismo, la modernidad y su noción de progreso. Es un proyecto complejo históricamente construido desde la ancestralidad de los saberes de pueblos originarios y que integra utopías y proyectos sociales en armonía con la naturaleza y la comunidad, articulando formas de consumo, de comportamiento y de conducta no degradantes con los otros ni con el ambiente.
Con relación a los impactos del cambio climático sobre pueblos originarios, destacamos el estudio realizado por Postigo en los Andes tropicales peruanos. En dicho capítulo se menciona que el cambio climático ha provocado cambios en los regímenes hídricos así como también ha incrementado la ocurrencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos (sequia, heladas, granizadas) todos los cuales afectan directamente a los campesinos: Los pisos ecológicos se desplazan a mayores altitudes, los sistemas productivos tienen que ajustar sus calendarios y prácticas a las nuevas características climáticas, la contribución de agua glaciar en la época de estío está cambiando dramáticamente.
Lo relevante de la investigación realizada por Postigo, es que en ella también se exponen las posibles respuestas que construyen las mismas comunidades andinas para superar los problemas impuestos por los cambios del clima, que durante siglos han venido respondiendo a la variabilidad climática y gestionando el riesgo que ello tiene sobre sus actividades agrícolas. Es lo que se conoce como la dimensión de resiliencia que poseen las comunidades para enfrentar y superar los daños provocados por el cambio climático.
En una investigación realizada en el sur de Chile se constata que el cambio climático no solamente ha tenido serias consecuencias sobre la producción agrícola por la escasez del recurso hídrico (ríos, canales, lagunas y napas subterráneas) sino que también ya es posible apreciar una reducción de la flora y fauna tradicional en sectores donde se asientan las comunidades Mapuche. Sin embargo, el autor constata que en función de la constelación de problemas que aquejan al pueblo mapuche, los efectos de los cambios climáticos se adicionan a un conjunto de conflictos políticos y socio-ambientales que mantienen estas comunidades, ya sea con el Estado chileno (p. e. criminalización de la protesta y aplicación de la ley anti-terrorista), ya sea con las empresas forestales e hidroeléctricas por el uso de su territorio para actividades económicas que propenden aumentar su tasa de lucro. De esta manera, la situación de fragilidad ambiental que se abate sobre los mapuches, se enmarca en un escenario agravado por la existencia de innumerables conflictos territoriales y socio-ambientales acaecidos durante los últimos años en Chile. Tales conflictos expresan no solamente un enfrentamiento en torno a los derechos de propiedad, sino que también contrapone las disimiles visiones y destinos que le asignan los distintos actores y agentes económicos al uso del espacio y los recursos naturales.
Por último, en el capítulo escrito por Sofía Castro, la conflictualidad socioambiental existente en Perú es asociada principalmente con la presencia de la industria extractivista, particularmente la minería. En su estudio, la autora intenta mostrar la tensión existente entre las actividades de la minería y el desarrollo de las poblaciones locales que han ido perdiendo gradualmente el manejo, control y uso de los recursos naturales. Precisamente la mayoría de los conflictos ambientales en Perú se han producido en distritos cuya situación de pobreza es alta. Por lo mismo, un conjunto de organizaciones sociales de base, laborales, ONGs, federaciones de comunidades, etc. se crean y recrean frente a las injustas estructuras que imperan, para afirmar sus derechos culturales y recuperar el control de sus recursos porque son su principal medio de subsistencia y porque además representa su espacio social y cultural, el que les pertenece por su uso ancestral y al cual le atribuyen un valor simbólico incalculable.
En resumen, el libro representa un esfuerzo por articular la dimensión de los cambios climáticos producidos en las últimas décadas, con la acción de los movimientos sociales y las comunidades afectadas y su capacidad de influir en la elaboración de políticas públicas orientadas a satisfacer las necesidades de un Buen vivir entre los habitantes del planeta y que limite la ambición destructora de la civilización del capital. En ese sentido, un tratamiento amplio de la problemática del cambio climático y sus efectos sobre las comunidades más fragilizadas supone resolver no solo los riesgos biofísicos asociados a las catástrofes naturales, sino que plantea especialmente revertir los impactos sociales y culturales que implica la aplicación de determinados modelos de desarrollo que priorizando en la noción de crecimiento y en la generación de riqueza material, acaban siendo ambientalmente inviables, socialmente desiguales y culturalmente restrictivos.
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