El País
Una gran X de color blanco marca en la carretera el lugar exacto donde fue herido de muerte el presidente John F. Kennedy en la tristemente famosa Plaza Dealey de Dallas. A su alrededor, y mientras la luz lo permite, turistas y nostálgicos toman fotografías observados por un número no desdeñable de personas que aseguran a quien quiera escucharlo que la versión oficial de lo que sucedió el viernes 22 de noviembre de 1963 en esta ciudad tejana está lejos de la realidad.
Los visitantes observan con una extraña mezcla de emoción y aversión el escenario que hace 50 años provocaría el nacimiento de una gran duda que sigue alimentándose cada día que pasa. Porque una gran mayoría de los estadounidenses rechazan la historia oficial presentada en el informe de la Comisión Warren, que aseguraba que el hombre que acabó con la vida del 35° presidente de la nación fue Lee Harvey Oswald y solo Lee Harvey Oswald.
Incluso el actual secretario de Estado rechaza la versión con la que la Administración de Lyndon B. Johnson cerró —con una rapidez inusitada— la investigación del asesinato, según comentarios recientes del jefe de la diplomacia norteamericana, John Kerry. Desde la muerte de Kennedy, de la que este viernes se cumplen 50 años, se han escrito más de 2.000 libros sobre el asesinato, muchos de los cuales abrazan una o varias teorías conspiratorias.
Mark Oates vende algunas de ellas, expuestas sobre un tenderete, en forma de libros o panfletos, dependiendo del dinero que el investigador de turno haya tenido a la hora de publicar su teoría. Una mujer se acerca al puesto y durante un rato mira el vídeo que explica las poderosas y ocultas fuerzas que estuvieron detrás del asesinato. Al cabo de menos de dos minutos pierde el interés y sigue caminando. Cuando se le pregunta si cree que a Kennedy le mató Oswald, sin embargo, contesta que no. ¿Quién, entonces? “No sé, pero no fue Oswald”.
Si es cierto que el tiempo ha ido rebajando el número de quienes ven una mano conspiratoria tras el asesinato, también es una realidad que esos porcentajes siguen siendo muy altos. En 2001, un 81% de la población consideraba que no se sabía toda la verdad y apostaba por la conspiración, según un sondeo de Associated Press. En 2003, era un 75%, según Gallup. Hoy en día el porcentaje supera el 60%, de nuevo según AP. Solo un 36% dijo creer a la Comisión Warren cuando esta presentó sus conclusiones.
El número de teorías puede llegar a marear cuando se bucea en ellas: la mafia; la CIA; millonarios de extrema derecha; el complejo militar-industrial temeroso de que Kennedy saliera de Vietnam y que pusiera fin a la guerra fría; los magnates del petróleo temerosos de que el presidente demócrata les impusiera unos impuestos de los que entonces estaban exentos; Fidel Castro; los enemigos de Fidel Castro; la Unión Soviética; e incluso Lyndon B. Johnson, el vicepresidente de Kennedy y el hombre que juró el cargo junto al féretro del cadáver del mandatario, que según lee la teoría conspiratoria habría temido ser apartado del tándem de cara a las presidenciales de 1964 y optó por la vía expeditiva para llegar a la Casa Blanca.
Quienes defienden que fue la Mafia quien atentó contra Kennedy se basan en que la CIA sabía que el crimen organizado discutía asesinar al “presidente”. Pero según explica Forrest Scheiber, habitual desde 1995 de la Plaza Dealey, el presidente a quien quería eliminar la Mafia no era Kennedy sino Castro, ya que su llegada al poder les había hecho perder lo que suponían sería una lucrativa inversión en los casinos instaurados en La Habana durante la época de Batista. Aunque “para ser justos”, también apunta Scheiber, la fallida invasión de Bahía de Cochinos —emprendida por Kennedy— acabó con cualquier esperanza del crimen organizado de retornar a la isla. “¿Quién sabe?”, dice encogiéndose de hombros.
A la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en inglés) se le atribuyen varios asesinatos políticos de alto nivel de los años sesenta, y el de Kennedy es uno de ellos, siempre según los amantes de la conspiración. Una teoría asegura que Oswald era un agente del espionaje norteamericano —algo que aseguró la señora Marguerite, madre de Oswald, hasta su último aliento en 1981— al que la agencia utilizó y luego entregó en bandeja de plata como chivo expiatorio del crimen político.
En el conocido como ‘Grassy Knoll’, epítome local de la teoría conspiratoria, sobre la hierba de un montículo famoso pese a su insignificancia, Jerome Mead acusa a los soviéticos del crimen. Mead hace referencia al famoso hombre del paraguas, ese sujeto que se ve en algunas instantáneas de la época y que, incomprensiblemente, portaba un paraguas negro abierto a pesar del día soleado y seco. “Eran tiempos de guerra fría”, explica este joven de 27 años, casi nacido cuando ya no existía el Muro de Berlín. Según su relato, el dirigente soviético Nikita Kruschev no perdonó a Kennedy haber tenido que dar marcha atrás tras la crisis de los Misiles y puso precio a su cabeza. “El paraguas era una señal”, dice misterioso.
Y por supuesto está la prueba irrefutable de que Oswald abandonó EE UU para vivir en la URSS, donde conoció a su mujer y madre de sus dos hijas, Marina, y de donde volvió convertido en “un traidor comunista”, apunta Mead. “Quién sabe lo que pasó en la época en que Oswald vivió entre ellos [los comunistas]. ¿Cómo un marine del Ejército de EE UU pudo traicionar así a su país?”, se pregunta.
Un disparo, dos, tres… hasta cinco tiros dicen que se escucharon. Todos provenientes de arma cubanas. “¿No quiso Kennedy acabar con Castro?”, pregunta Harold Myers, que hoy vende chapas conmemorativas, sin casi darse tiempo a acabar para decir: “Pues fue Castro quien acabó antes con Kennedy”, asegura sin dar más explicaciones y acercándose a un grupo de doctores que se encuentran estos días en la ciudad tejana para una convención de cirugía cardiaca. Expuesto lo anterior, la teoría cubana tuvo su mayor defensor en el presidente Johnson, quien llegó a decir lo siguiente en televisión en 1968: “Kennedy intentaba llegar a Castro pero fue Castro quien llegó primero”.
Cae la noche sobre la Plaza Dealey y quienes no se adhieren a la versión oficial dan el día por concluido. Saben que esta semana es importante. Esta semana tendrán la atención de los medios de comunicación y Dallas conmemorará, por primera vez desde el magnicidio, el aniversario de la muerte de Kennedy. “¿Quién sabe?”, dice Scheiber, “puede que no haya que esperar otros 50 años para conocer la verdad”, asegura al añadir que el resto de los archivos clasificados del caso Kennedy deberían ser accesibles al público en 2017 y dar a conocer la verdad. Quién sabe.
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