terça-feira, 7 de maio de 2013

Antonio Elizalde: "Hay obsesión por el crecimiento económico, pero esta pobreza es de afecto e identidad."

Paco Cerda
Levante

Usted formuló la teoría del «desarrollo a escala humana» junto con otros dos investigadores. Ahora ya no hay ni desarrollo ni aún menos escala humana. ¿Qué defiende este concepto?

Es una propuesta que intenta concienciar a la gente con respecto a la invisibilidad que sufren los elementos centrales para la felicidad humana, el progreso y el bien común. Elaboramos una teoría que conforma un planteamiento muy diferente del instalado en nuestro imaginario por parte del capitalismo.

Más allá del PIB como medidor de riqueza…

Sí, más allá de las imposiciones del neoliberalismo. Son, en cambio, elementos constitutivos muy simples que demuestran que las necesidades humanas no varían de cultura en cultura, de sociedad en sociedad. Las necesidades humanas son permanentes, inherentes a nuestra condición de humanos, a nuestra naturaleza. Al ser así, las necesidades no son infinitas, no son siempre crecientes como nos hace creer la publicidad. Al contrario: las necesidades son pocas y clasificables. Y nosotros identificamos nueve.

¿Cuáles?

La necesidad de subsistencia —pan, techo y abrigo—; la necesidade de protección; el afecto; el entendimiento; la creación; el ocio; la participación; la libertad; y, por último, la identidad. Estas necesidades nos constituyen a los europeos, a los americanos, a los pigmeos o a una tribu amazónica.

Pero el sistema no nos vende esas necesidades…

¡No, qué va! El discurso dominante en la civilización occidental nos dice que la necesidad de subsistencia es el factor fundamental para poder desarrollarnos como sociedad. Alimentación, vivienda y ropa. Pero hemos comprobado que no es así, que en los países del sur del planeta las personas logran sobrevivir haciendo uso de las otras necesidades. Porque son sociedades donde la dimensión del afecto es algo profundamente vivido. En los países desarrollados, en cambio, la gente vive muy aislada, muy sola. Pero en nuestro lenguaje, llamamos pobreza a la pobreza de subsistencia: a la escasez de alimentación, vivienda y ropa. Sin embargo, hay muchas formas de pobreza. Y, consecuentemente, hay muchas formas de riquezas humanas.

¿Y de qué tipo es nuestra principal pobreza?

Yo diría que es la pobreza de la identidad, porque somos sociedades en las que el capitalismo nos ha ido alienando, separando de nuestra propia naturaleza e identidad. Se ha instalado el individualismo: gente separada, egoísta, pendiente de su propio interés. También sufrimos pobreza de afecto. No obstante, no hay nada más doloroso para un ser humano que el rechazo. De hecho, el ser humano es el único mamífero consciente de que fue expulsado del útero materno, del paraíso, y nuestra existencia gira en función de ser acogidos, de ser aceptados. Y como nos cuesta decir eso, nos ocultamos detrás de la obsesión por el dinero, por el poder, por el sexo, por el prestigio… Pero, en el fondo, tenemos la necesidad fundamental de ser aceptados por el otro.

Por eso reclama que los Estados midan el progreso con otros parámetros.

Ya se ha propuesto medir la Felicidad Interior Bruta. Incluso yo, con un grupo de profesores, creé hace años un «Amorómetro». Actualmente, existe una obsesión por el crecimiento económico, que es una forma de mentirle a la población al decirle que tendrá trabajo y todo le irá bien si la economía crece. Hay que instalar en el imaginario colectivo que lo más importante no es el crecimiento del PIB o el capital.

Y qué se puede vivir con menos necesidades materiales en esta sociedad de la abundancia.

Por supuesto. Hay un problema en el ámbito moral, de los valores. El discurso económico, que nos penetró a todos a través del lenguaje neoliberal, nos hizo olvidar bienes intangibles que habíamos creado los humanos. Por ejemplo, la solidaridad y la amistad, que son los mecanismos por el que los pobres logran sobrevivir. En el nordeste de Brasil, donde hay hambruna por la sequía, la gente envía sus hijos con otros parientes. O recupera saberes tradicionales como comer una hierba que se comía antiguamente y que ahora se ha recuperado como comestible habitual.

Y España, con el 27 % de paro y una deuda billonaria, ¿acabará por comer esa hierba metafórica de la que habla?

Mi impresión es que, tal como van, caminan en esa perspectiva. Es absolutamente erróneo la forma en la que están abordando la crisis.

Explíquese.

La crisis viene de una especulación inmobiliaria y otra especulación financiera. Eso formaba parte de la necesidad genética que tiene el capitalismo de crecer. Aquí se montó el negocio de vender viviendas a personas que no tenían capacidad para pagarla. ¡Banqueros prestando plata a gente que no podía devolverla! Era una economía volcada a negocios a futuro, a generación de expectativas. En el primer piso estaban los bancos que prestaban plata a gente insegura; en el segundo piso estaban los bancos que prestaban plata a las entidades que concedían los créditos a los clientes de dudosa solvencia; y se fue montando una torre que acabó por derrumbarse.

Pero la salida del embrollo es lo que no le convence.

En absoluto. Los norteameicanos se endeudan más para que la economía vuelva a reactivarse, pero ustedes están recortando hasta desmontar el Estado del Bienestar y apuntalan a los mismos responsables que condujeron a esto. A los irresponsables financieros que les llevaron a esta situación les transfieren dinero de todos los españoles. ¿Por qué no transfieren ese dinero a las familias directamente, o a las pequeñas empresas? Esto tenía una salida distinta a la que están sufriendo. Y prefiero pensar que es un problema de falta de imaginación antes que atribuirlo a un proyecto deliberado para desmontar y certificar el acta de defunción del Estado del Bienestar, que ha sido el logro de la lucha social de los últimos siglos.

Esta crisis ha sido una venganza del capitalismo. ¿Será su fin?

El capitalismo ha tenido capacidad permanente para remozarse, readaptarse o reinventarse. Su problema es que ahora hay un agotamiento de los recursos del planeta, de la capacidad que tiene la Tierra, porque la estamos sobreexplotando. Actualmente, pues, transitamos un escenario muy complejo. Se requiere un profundo cambio moral para entender que hemos de alterar nuestro modo de vida. Hemos de comprender que es suficiente con el crecimiento logrado, y que ahora lo que hay que ver es cómo nos adaptamos. En ese sentido, la crisis puede ser un revulsivo para que España, en este caso, recentre sus objetivos.

Y que se dé cuenta de que éramos pobres en muchas cosas que no sabíamos.

Sí, pero también que tiene riquezas por explotar. Por ejemplo, a lo mejor es necesario volver a repoblar el campo en España. Tal vez así se compruebe que se puede llegar a ser feliz revitalizando esa parte del país repoblada por extranjeros. Hay que encontrar un camino que sea fiel a su propia identidad.

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