Alejandro Caño
El País
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Aunque su fanatismo les impide ver por el momento la dimensión de su éxito, esta crisis sobre la elevación del límite de deuda de Estados Unidos ha certificado el papel dominante que el Tea Party ha alcanzado en la política norteamericana. Es difícil imaginar que, sin su presencia, este país hubiera decidido el mayor recorte del déficit público en 15 años y lo hubiera hecho sin un solo céntimo de aumento de impuestos.
El Tea Party es una fuerza tan heterodoxa que ellos mismos no están hoy celebrando ese éxito. De hecho, una de sus mayores representantes en el Congreso, la candidata presidencial Michele Bachmann, ha anunciado su voto en contra del acuerdo firmado por Barack Obama y los líderes parlamentarios, del que dice que convierte a EE UU en una dictadura. Lo mismo harán, probablemente, cerca de un centenar de otros miembros de la Cámara de Representantes afines a ese movimiento, convencidos de que hasta que no se consigue todo no se consigue nada. Todo incluye la aprobación de una enmienda constitucional para prohibir los presupuestos con déficit, uno de los 10 mandamientos de su catecismo particular.
Pero otras fuerzas conservadoras más tradicionales, como el diario The Wall Street Journal, han destacado el protagonismo del Tea Party y atribuyen a la vitalidad y empuje de ese sector el mérito de haber implicado al país en la lucha contra la deuda, venciendo la resistencia de los demócratas. Curiosamente, también la izquierda, en una exhibición de victimismo, considera el acuerdo alcanzado el domingo por la noche una rendición ante el Tea Party.
Cualquiera que sea el enfoque ideológico con que se juzgue, los términos del compromiso para evitar la suspensión de pagos están más cerca de la filosofía del Tea Party que de una Administración demócrata que ha abogado por los sacrificios compartidos y por reducir las ventajas fiscales de los más ricos.
Eso no es la consecuencia de una mayor convicción en sus principios, sino el resultado de la voluntad popular expresada en las elecciones parlamentarias de noviembre de 2010. Cuando los norteamericanos decidieron en esa fecha dividir las responsabilidades de Gobierno entre los dos partidos y dejar la Cámara de Representantes en manos de un grupo de radicales que prometían limpiar Washington, ya se podía anticipar lo que ahora ha sucedido. La Constitución estadounidense otorga poderes similares a ambas cámaras del Congreso, excepto en política exterior, y está diseñada para impedir que un solo partido abuse de su mayoría. Algunos de los que critican ahora a Obama por su entreguismo, olvidan que el presidente carece de los votos suficientes para sacar adelante su programa en el Capitolio.
Es cierto que la influencia alcanzada por el Tea Party probablemente excede al número de votos que obtuvieron, pero eso, en última instancia, es un problema interno del Partido Republicano, que los aceptó en sus candidaturas y los estimuló en más de una desproporcionada campaña de desprestigio de Obama.
La realidad, como se ha demostrado en esta crisis, es que el Tea Party está ahí con la voluntad de hacer historia. Sus miembros no están pensando, como los políticos al uso, en la reelección o en escalar posiciones dentro del partido. Muchos de ellos duermen en sus oficinas del Capitolio y están consagrados a su causa con una disciplina sacerdotal. En una de las negociaciones de este largo fin de semana, cuando el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, llamó a negociar a los miembros del Tea Party de Carolina del Sur, estos le contestaron que era mejor orar que hablar y, efectivamente, se retiraron a una sesión de rezo colectivo. Con esa voluntad y esas extravagancias habrá que seguir contando en el futuro. La crisis sobre la deuda ha sido la primera vez que un grupo extremista de legisladores toma al Gobierno como rehén para promover su agenda política, pero puede no ser la última.
Habrá muchas ocasiones aún antes de las elecciones de noviembre de 2012 en que va a ser necesaria la negociación con el Congreso y en que la actividad de la Administración puede verse paralizada por el obstruccionismo del Tea Party. Por ejemplo, en septiembre habrá que aprobar una extensión del presupuesto actual mientras se negocia el próximo. ¿Lo va a aceptar el Tea Party? ¿Qué va a exigir a cambio?
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