domingo, 1 de maio de 2011

Patrañas «meritocráticas»



Richard Sennett
Le Monde


El principal desafío de nuestras sociedades modernas consiste en establecer las condiciones de una cooperación entre individuos con opiniones políticas, convicciones religiosas u orígenes culturales diferentes. Las nuevas tecnologías de comunicación deberían abrir esta posibilidad. Y lo hicieron, como lo han demostrado los movimientos populares en África del Norte. En Egipto, Twitter permitió movilizar a las clases sociales, hasta entonces separadas, que jamás se habían comprometido en una acción política común. En Europa, sin embargo, los nuevos medios de comunicación todavía no se han aprovechado de este modo. ¿Por qué? Comencemos con una paradoja formulada mucho antes de la invención del iPhone.

La paradoja de Burckhardt

En el siglo XIX, el historiador Jacob Burckhardt definía la modernidad como “la era de las simplificaciones salvajes”. La paradoja, según él, consistía en que la creciente sofisticación de las condiciones sociales concretas iba acompañada de un empobrecimiento de las relaciones sociales. La teoría que me propongo defender aquí es que la complejidad de los medios de comunicación sobrepasa nuestra capacidad de usarlos bien y, particularmente, de establecer una verdadera cooperación. La sociedad moderna produce una complejidad material que no sabe explotar.

En apoyo de esta teoría presentaré el análisis de dos casos. El primero se refiere a una aplicación informática que debía promover el trabajo cooperativo, pero cuyos desarrolladores tenían una concepción demasiado rudimentaria del tema como para que el esfuerzo llegara a buen término. El segundo atañe al modo de funcionamiento actual del capitalismo: las desigualdades impiden la comunicación y la cooperación dentro de las organizaciones. El empobrecimiento de las relaciones sociales se ilustra por una mala comprensión de los mecanismos de cooperación y por las trabas no igualitarias a su puesta en ejecución.

Tecnología de la cooperación

GoogleWave era una aplicación Web destinada a promover el intercambio de ideas. Al materializar en la pantalla la evolución de las intervenciones, abría una plataforma a los internautas que podían así participar en un proyecto en curso. Con GoogleWave, se lanzó la noción de laboratorio participativo en el espacio cibernético. Desgraciadamente, esta ambición fracasó; la aplicación sólo duró un año, de 2009 a 2010, antes de que Google la cerrara.

Formé parte de los usuarios de la versión beta y fui de los primeros en pagar el pato. El grupo del que formaba parte se impuso la tarea de recolectar datos y elaborar una política en materia de inmigración en Londres. Los participantes, diseminados por Inglaterra y en toda Europa, intercambiaban mensajes y chateaban regularmente en GoogleWave. Se trataba de analizar las razones por las que, en Inglaterra, los inmigrados de segunda generación tienden a reducir las inversiones en el país que acogió a sus padres -una cuestión que atañe muy particularmente a las familias originarias de países musulmanes-.

Pero el desafío también era de orden técnico. Estadistas y etnógrafos, ciertamente, no interpretan este desinterés de la misma manera. Unos alegan los obstáculos a la movilidad social; los otros consideran que los jóvenes, cualquiera sea su modo de vida actual, idealizan las costumbres de su país de origen. ¿Un trabajo cooperativo en línea estaba en condiciones de desenredar la situación?

GoogleWave seguía un principio lineal que implicaba una progresión continua hacia un resultado claro y definido. Pero este programa simple, demasiado simple, no tomaba en consideración las complejidades que produce el trabajo cooperativo. La condición lineal de la trama narrativa desalienta el pensamiento lateral, aquel que confronta ideas o prácticas diferentes fuera de los caminos trillados.

Frente a la imposibilidad de combinar niveles complejos de significación, tanto en términos sociales como técnicos, nuestro grupo agotó rápidamente el marco previsto por el programa y acabamos resolviendo tomar un avión para discutir personalmente.

En definitiva GoogleWave demostró que, involucrándose en un trabajo cooperativo, los internautas eran capaces de manejar una complejidad muy superior a la prevista por la aplicación. Los estudios que dediqué al mundo del trabajo me confirmaron siempre esta constatación: las capacidades de los trabajadores son superiores al uso institucional o formal que se les da. Es lo que muestra también el economista Amartya Sen, cuya “teoría de las capacidades” subraya la diferencia entre las capacidades cognitivas del hombre y su realización en la sociedad moderna.

Desigualdades y competencias

Las desigualdades se basan en “simplificaciones salvajes” que inhiben la comunicación y, por lo tanto, la cooperación. A priori, esta crítica puede parecer absurda. ¿Estructuras fuertemente jerarquizadas, como el ejército o la Iglesia Católica , no demuestran que es posible trabajar en conjunto en misiones difíciles? Sin embargo, hay casos donde las desigualdades ponen obstáculos a la cooperación: cuando las competencias de un individuo no corresponden a la función que ocupa en una organización, cuando un empleado competente está bajo las órdenes de un jefe incompetente. En un contexto institucional, esta desigualdad tiene consecuencias desastrosas. Los subalternos se sienten incomprendidos, irritados, sometidos a la impostura de un mandón, y la comunicación social tiende a volverse más y más rudimentaria.

En la ideología meritocrática, tal situación es inconcebible: sólo los más competentes acceden a los cargos de altos ejecutivos. El capitalismo moderno declara que recompensa el mérito. En la escuela y después en la oficina nos evalúan constantemente según nuestras aptitudes y nuestros éxitos. Pero, este sistema meritocrático es tramposo.

Muy a menudo el artesano moderno (técnico, enfermero, docente) debe dar cuenta a superiores menos competentes que él. En el fondo, el capitalismo no ha sido capaz de sostener los compromisos de la meritocracia.

La jerga de los administradores atribuye las disfunciones de la comunicación institucional al “efecto de silo”. Las empresas están amenazadas por los empleados que operan cada uno en su “silo”, sin comunicarse entre ellos. Las teorías de la gestión lamentan muy particularmente el efecto de silo entre los ejecutivos, que pierden su liderazgo y son incapaces de hacer frente a los problemas si se quedan incomunicados y se aíslan del mundo exterior.

Dos años de estudios

Me he preguntado sobre la relación entre esta compartimentación y las desigualdades que acabamos de mencionar a propósito de la falacia meritocrática. Con el fin de esclarecer la relación entre dicha compartimentación y la incompetencia, mi equipo pasó dos años estudiando los medios financieros de Nueva York y de Londres. Los testimonios recogidos permitieron establecer si los ejecutivos prestaban atención a sus subalternos y, particularmente, a los programadores encargados de concebir los algoritmos que originaron instrumentos financieros tales como los derivados de crédito.

He encontrado que los cálculos matemáticos son a menudo tan abstrusos para los que toman decisiones como para el gran público. Los directivos de los bancos de inversión miran para otro lado en cuanto se entra en detalles técnicos. “Cuando pedí que me resumiera el algoritmo, relata una joven contable a propósito de su superior -gerente de productos derivados y conductor de un Porsche- fue incapaz de hacerlo”.

Para el sociólogo, todo el problema de las desigualdades se resume en el hecho de que los altos ejecutivos, a pesar de una remuneración y unas responsabilidades mayores, frecuentemente son menos competentes, técnicamente, que sus subalternos. Y volvemos a la paradoja de Burckhardt: las capacidades técnicas de las empresas financieras están mucho más allá del uso que se hace de ellas. Las desigualdades son, en este caso, proporcionales a la compartimentación organizativa.

El saber y el poder

En muchas instituciones financieras, esta ausencia de colaboración es funesta. Socava la autoridad y los empleados discuten la legitimidad de los ejecutivos, no los aprecian y la rabia que se tragan en presencia del jefe estalla tan pronto como les da la espalda. En conclusión, este tipo de desigualdad incita a los técnicos a aislarse en su silo, a quedarse en su compartimento, renunciando a cualquier diálogo con sus superiores. Tantos son los factores que carcomen la lealtad hacia la empresa. Durante la última crisis económica, cuando las empresas se esforzaban en cerrar filas para sobrevivir, vimos sin embargo que la erosión de la lealtad y de la cooperación tenía consecuencias muy concretas.

La postura sociológica tiende a invertir la relación entre competencia y jerarquía. En este contexto, las desigualdades provocan simplificaciones salvajes; deterioran el complejo tejido de confianza y respeto mutuo que forma la trama de las organizaciones. Cuando los individuos permanecen aislados, la cooperación pierde toda su sustancia.

Para salir de la paradoja de Burckhardt, deberíamos reconciliarnos con el artesano que está en nosotros, aprender a trabajar con la diferencia con vistas a una cooperación más eficaz. En su tiempo se consideraba a Burckhardt un pesimista nostálgico del ideal social del Renacimiento donde los hombres cultivaban sus capacidades individualmente. Hoy, un enfoque verdaderamente social de las capacidades debería hacernos más combativos, hacernos desafiar las formas de saber y de poder que el capitalismo impuso con un espíritu arbitrario y de desigualdad.

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