sexta-feira, 3 de dezembro de 2010

El movimiento contra-cultural del siglo XXI



Miguel Angel Bastenier
El País

El hacktivismo o actividad de los hackers cuando se orienta a informar al público de todo aquello que los gobiernos no quieren que se sepa, se está convirtiendo rápidamente en el movimiento contra-cultural del siglo XXI. No es tanto que vuelvan los años 60, como que una forma de sentir las relaciones del ciudadano con la cosa pública de raíz profundamente anglosajona, ha encontrado en las nuevas tecnologías una vibrante forma de expresión. En el fenómeno creado por la oleada de revelaciones de Wikileaks, que dirige el australiano Julian Assange, hay que distinguir dos realidades: el material puesto a disposición del público en sí mismo, y la propiedad política y moral de llevar a cabo esa exposición.

Es perfectamente comprensible que el Departamento de Estado norteamericano haya puesto el grito en el cielo y que haya dicho que así no hay forma de conducir una política exterior. La contradicción reside en que los intereses de su gobierno -de cualquier gobierno- no coinciden con los de la opinión universal, que siempre tiene derecho a saber, igual que tienen los medios, de proceder a la publicación normalmente haciendo el expurgo de lo que pudiera afectar a la seguridad de estados o personas. Las revelaciones se dividen a su vez en lo que es una grosera e indecente interferencia en los asuntos de otro país. El jefe de gobierno ruso Putin y su presidente Medvedev, vistos como 'Batman y Robin', y el primero como el 'macho alfa' de su tribu, son hasta pequeñas 'trouvailles' para la historia del sarcasmo universal. Y en medio de todo ello, que el Presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, le parezca a un funcionario norteamericano, la mayor parte de cuya vida ha transcurrido dentro de los límites del más puro neoliberalismo, "un izquierdista trasnochado", además de inevitable resulta hasta medio elogioso. Assange dio a conocer ya en los años 90 su credo de sumo sacerdote del hacktivismo: libre acceso a la información, que pertenece enteramente al dominio público; desconfianza profunda de toda autoridad constituida, y defensa de una descentralización extrema en la conducción de los asuntos políticos. Es decir, anglosajonismo en estado puro. Cuando la policía británica aparece sin armas vestida de azul, no es porque se confíe en la humanidad intrínseca de la delincuencia local, sino porque se recelaría del comportamiento de esa autoridad dotada de tan agresivos medios de coacción.

Recorre transversalmente la política norteamericana una corriente ácrata, de origen protestante puritano, lejanamente basada en el libre examen de la Biblia, furibundamente reivindicadora de los derechos individuales, que se expresa con frecuencia al nivel de poder más próximo al ciudadano, como es la administración local.

A diferencia del anarquismo de los años 20 y 30, que llegaba a ser violentamente revolucionario, este sentimiento se ancla muy cómodamente en la derecha. Por ello, Assange no es un hacktivista de derecha o de izquierda, sino un ciudadano en rebelión contra las instituciones. Esa cualidad de guerrillero o francotirador informático no excluye, sin embargo, que el fundador de Wikileaks haya tomado considerables precauciones por si alguna de las agencias norteamericanas decide tomarse la justicia por su mano. Y para ello ha dejado debidamente codificado un paquete de nuevas revelaciones de 1,4 gigabyte, equivalente a varias veces el volumen de los 250.000 documentos del Departamento de Estado, que está preparado para su "detonación" si llegara el momento.

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