sexta-feira, 19 de novembro de 2010

Friedrich Katz, el villista que vino de Viena



Adolfo Gilly
La Jornada

Habría estado con nosotros Friedrich Katz en la presentación de este libro en su homenaje: Revolución y exilio en la historia de México –Del amor de un historiador a su patria adoptiva, compilado por Javier Garciadiego y Emilio Kourí, y editado en México por Era y El Colegio de México. Reúne ensayos y estudios de 45 historiadores sobre temas de la Revolución Mexicana, de los exilios en México y de la vida de Katz, historiador, viajero y exiliado. Habría estado, pero en la madrugada del sábado 16 de octubre, el viajero tomó otro camino.

En alguna de sus páginas, Mauricio Tenorio cuenta que en cierta ocasión una historiadora le preguntó a Katz: “¿Y tú, Friedrich, qué te sientes más: mexicano, alemán o estadunidense?”. Friedrich, con ese su tono, donde una leve ironía se ocultaba detrás de la delicadeza y la mesura, respondió que él era austriaco, no alemán, y que amaba a México, país que había salvado a él y a su familia. Pero, agregó, “si he de responder, diría que soy un sobreviviente, uno de esos que se salvó”.

La respuesta venía desde el fondo. Habría querido yo inquirir más a Friedrich por el sentido de esa historia suya, así como él escudriñó tantos otros destinos. Una pregunta más que se me quedó...

En Revolución y exilio en la historia de México, múltiples voces hablan de los temas que ocuparon la vida de Katz. Dicen también entonces del amor intenso, sereno y desesperado de un sobreviviente por las historias y las vidas de este México que en 1940, medianoche del siglo, le dio asilo, refugio, alimento y escuela. Tal vez por eso quiso y pudo calar tan hondo en la vida mexicana su saber de minero buscando veta y de rastreador siguiendo huella.

En este libro colectivo se muestra una de las artes mayores de Friedrich: reunir discípulos y amigos diversos entre sí; poner a todos a trabajar juntos estando separados, y sumar en torno a temas y tareas a aquellos que desde muchos años hemos sido sus constantes discípulos, para quienes tuvo siempre una generosidad y una paciencia sin límites ni fallas.

Quiero recordar aquí, entre tantas otras, aquella obra maestra de la compilación histórica que él produjo hace años con un talento de la conducción y de la composición que a mí me pareció desde entonces musical: Revuelta, rebelión y revolución –La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, Ediciones Era, 1990.

De esa herencia desciende, según creo, el arte de los compiladores de este libro de homenaje. Hay en él un texto que organiza la lectura del volumen entero, aquel que nos revela el sentido de la diversidad de los otros múltiples ensayos. Es una entrevista sobre la Revolución Mexicana donde Friedrich responde a las escuetas y discretas preguntas de Emilio Kourí.

Katz nos explica cómo, en la historia del siglo XIX y en la revolución del siglo XX, se fue tejiendo esa inquieta trama en movimiento perpetuo que es el Estado de la nación mexicana: este peculiar tejido temporal y espacial de relaciones entre seres humanos que, como podría haber dicho el griego antiguo, periódicamente se desgarra y periódicamente se recompone con nuevas variantes de sus antiguos dibujos.

Se trata de un texto al dictado, como solía trabajar Katz, con los cuatro ingredientes de toda narración histórica fundada en pruebas y en imágenes: orden expositivo, fuerza explicativa, coherencia lógica y dicción fluida. Detrás de todo eso siempre está una mirada.

La mirada de Friedrich Katz, educada en la vida y el estudio, se dirige ante todo a descifrar los hilos de la trama, esos que no se ven a simple vista, esos que vienen del pueblo y dan sentido al tejido de la historia y sustancia material a su relato. Sin olvidar ni despreciar las primeras figuras de la escena, esa mirada parecía estar guiada por los versos de César Vallejo, el poeta peruano que vivió la caída de la República española: “Todo acto o voz genial viene del pueblo / y va hacia él, de frente o transmitido / por incesantes briznas, por el humo rosado / de amargas contraseñas sin fortuna”.

De ese oficio de historiar de Friedrich Katz son tributarios los trabajos que en este volumen tratan de la Revolución Mexicana y sus secuelas. De ese oficio somos discípulos todos cuantos aparecemos en este libro y muchos otros más. No entraré en algunos de sus temas, como estaba previsto. Una cosa era presentar este libro ante Friedrich, como quisimos esperar con fe y sin fortuna, y otra hablar de él y de su escuela ahora que se fue. Homenaje al maestro, en su diversidad está presente la incitación a no simplificar y a escudriñar la realidad de esos pasados sin anteponer las categorías y las clasificaciones de la política, por útiles que éstas puedan ser después como herramientas explicativas.

Tiempo habrá para estudiar y alcanzar a abarcar la vasta y duradera influencia de Friedrich Katz en la trasformación de la historiografía de la Revolución Mexicana. Sólo quiero anotar hoy que su sensibilidad y oficio le permitieron clavar esa mirada sobre el gran enigma de la Revolución: la figura de Pancho Villa, para descifrarlo y explicarlo. No fue el único en hacerlo con bien y con estilo, pero sí el que llegó más al fondo y más sereno.

Ante la revolución del norte siguió el viejo lema: “No llorar ni reir: comprender”. Buscó y mostró las claves para entender a ese pueblo en movimiento de hombres y mujeres que se vieron reflejados en Villa, lo impulsaron y lo siguieron, esos que sublevados contra las humillaciones y los despojos ancestrales abrieron a caballazos y cañonazos las puertas del México del siglo XX, aunque después fueran otros quienes pudieron mandar y hacerse ricos.

El alma y la mirada de Friedrich venían de muy lejos. “Soy un sobreviviente, uno de esos que se salvó”, dijo ante la pregunta impertinente. Se habían ido formando, alma y mirada, en la historia familiar de los exilios, las separaciones y los destierros; y en la conciencia de que él, nacido en Viena, era uno de esos pocos que se salvó del destino atroz de muchos millones de judíos europeos, flor de la cultura, de la intelectualidad, de la artesanía y del arte de la Europa central.

La mirada de Friedrich, como las de Rosa Luxemburg, Walter Benjamin o Franz Kafka, era también herencia de una cultura que conocía las persecusiones, las humillaciones y los despojos, junto con las orgullosas artes de la resistencia, las reapariciones y las resurrecciones. La historia de su padre, Leo Katz, escritor y militante de la Tercera Internacional, y las ideas de Marx que Friedrich hizo propias, no lo alejaron de aquella herencia. Más bien la refinaron en su penetración y en su piedad.

Esas fueron las llaves, creo yo, que abrieron a Friedrich las entradas hacia la trágica y múltiple figura de Pancho Villa, ese enigma mayor de una revolución que en su violencia soñaba con cerrar la interminable historia de la humillación y del desprecio e inaugurar un tiempo de justicia, igualdad y libertad.

Aquel que se salvó ya volvió a Viena. Que cada uno de nosotros sea fiel a su enseñanza y encuentre, en su propio pasado de estudios y de vida, las artesanas e imaginarias llaves de la historia.

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